jueves, 14 de agosto de 2014

ROBERTO AMÉZQUITA ARRIOLA [12.841]


Roberto Amézquita Arriola 

(Ciudad de México, 1985) Poeta y ensayista. Ha publicado los libros de poesía: Notas de cata (2010) y, Orfebrería de la penumbra |Suites líricas (2013). Además, las series poéticas: Ritual de gestación |canto en nueve meses (2012) y, Donde la nieve (2014).
Fue becario en el Encuentro de Literatura «Los Signos en Rotación» del Festival Interfaz-Issste, Acapulco 2014. Su libro, Notas de cata, mereció el Premio Nacional de Poesía «Luis Pavia 2010» en los Juegos Florales de Ensenada, B.C.
Algunos de sus ensayos, publicados recientemente por la revista Ágora Mexiquense, son: El dharma forjador de cantos [Budismo y poesía náhuatl], Gestación del significado en Música y Literatura y, Epicuro y la Teoría Unificada.
Su obra, Tarantella [poema para 4 voces] está programado para estrenarse durante el III Encuentro Internacional de Escritores del Nevado (octubre de 2014).




Orfebrería de la penumbra
Suites líricas
 (Intemperie, 2014)



Impulso para desquiciar la desventura

«Bienaventurados los que padecen
la nostalgia, el miedo de estar a solas,
la necesidad del amor; los hombres,
las mujeres tiernas de ojos amargos;
los que en su comida han recibido
lo gordo del caldo del sufrimiento.

Porque de ellos es la desesperanza,
el insomnio, el llanto seco, las rejas
de todas las cárceles, el hambre,
y la fuerza lírica y el impulso
para desquiciar la desventura.»
Rubén Bonifaz Nuño





Solloza siniestra mano mía
es con la tiniebla del corazón que escribes
con el testimonio de los huesos
que pliegan su resistencia al mundo
bajo su astilla que enciende en toda sombra
el umbral de mis revelaciones.

Solloza siniestra
mano mía
levanta el índice lejano a toda duda
señala hacia la vida con fervor
hacia el centro ardiente de pupilas
que concentran su fragor en otros ojos.

¡Levántate,
levántate, levántate!
Entre la hirviente atmósfera de luces,
entre el silencio urdido al alba
por la ensoñación de la miseria.

Solloza,
solloza siniestra mano mía
desborda las palabras para la tempestad, que habrá
de irradiar todos los nombres, que habrá
de encender el relámpago calmo
del árbol del que penden los frutos tutelares.

Solloza siniestra mano mía
guíame al azote del viento
al sonido terrible del caballo
que parte la piedra al paso
hacia el golpe terrestre del umbral
que desata el precipicio de la esperanza.

Solloza,
solloza siniestra mano mía
tuyo es el conjuro, la facultad,
la invocación y el impulso
para desquiciar la desventura.





Sibila de la luz ausente

En lectura de la ausencia queda la niebla,
el coleteo penúltimo de luces alfabéticas
que llenan la calle de sueño abandonado.

Se entrevé un agujero nebular,

un pasadizo por el que invocar
los nombres de la duda,
y hacerse al fin con el presagio de levante.

Todos los días del sol
los pájaros incitan a la melancolía.
Todos los minutos de la noche
las nubes alimentan en silencio.

Los ojos
perciben luces cuando la luz misma se ha perdido.
El mundo respira mirando las estrellas
y nada es demasiado aterrador
para quien camina la noche con sosiego.





Aquelarre

Y durante esa noche de aquelarre
me dio por enloquecer a los dioses,
por persuadirles en alta voz y con rumores de espuma
saliendo, por la oscuridad cartilaginosa de la boca.

Enloquecer durante la noche a los dioses,
a los de los cielos y a los de los infiernos,
a las deidades insólitas del espasmo.

Éste es uno de los rumores del exilio,
una trepidante punzada de espanto,
la baja noche sin voces,

tocarlo al cielo
en su empuñadura de hojas que al descenso
llenan, la cavidad del caracol, de canto.

Quiere volver a mí la lengua Enuma-elish,
puedo pronunciarla
ante las pupilas de los animales
pero no sé lo que digo sino el decir,
batiendo consonantes en el aire.

La luz abre los abismos en círculo
y el macho cabrío entrega cantos de mujer
vueltos palabra terrenalicia y sagrada.

Durante el aquelarre suspiro nombres indecibles
y el mundo de los árboles vuelve al mundo;
y la túnica, hecha del pulso de la nada,
seda corre,
bajo la verdad húmeda del polvo.







Umbral

(A)

Desnacen
las astillas de la luz en el presagio,
el basamento vocal anuda
la urdimbre de las estrellas,
y sólo la tráquea queda
para decir la noche.
La tiniebla arde su constelación,
anuncia el inicio de las vindicaciones.
(Debo pronunciar la llama de cada vela, el canto
de cierta sombra en mitad del día).
El nombre se apenumbra en las auroras,
los rincones oscuros labran
su fragor en el espejo,
y su plateadura musical,
relumbra en disonancias.

(B)

El equilibrio en desencuentro también hace armonía,
el crepúsculo arremete en contra de sus repeticiones
y la noche se vuelve a favor de la tiniebla conmovida.
Los afectos del espíritu irradian sus ecos interminables
aunque no todo nos mueve a la turbación de la penumbra,
sí ésta consagración nocturna en que las pupilas se dilatan.
Las hogueras emocionales relumbran su estruendo,
hay ya demasiada claridad en el escándalo del día.
La luz se agita
entre el significado de la nada.




Invocación

El inicio de la noche es apacible y sagrado:

Hölderlin, yo te invoco,
yo clamo sobre un libro tuyo
que es lo único que me queda
para pronunciar los astros en penumbra.
Hölderlin, yo te invoco,
¡debe arder el madero de tu palabra!,
de otro modo se me acabará la noche,
se extinguirá el fulgor de las estrellas
y las parcas callaran su seducción.
Hölderlin, yo te invoco,
busco en tu nombre un aire claro,
una delicia nueva que brote de las nubes
antes que vuelva el escándalo del día.
Hölderlin,
toco campanas en el abismo de tu nombre
esperando que un verso tuyo
resplandezca el conocimiento de la tiniebla;
que cobre vida en un poema toda sombra,
y que encienda los umbrales esta noche,
que más
no hace falta.





El reloj de arena que desvanece mis insomnios

El reloj de arena que desvanece mis insomnios,
la cadencia oscura del aire y el puño vacío del exilio,
elevan mi madrugada al vértigo de la vigilia.
Me hacen amar el descenso de la arena nocturna.
Decir estas palabras
que en otras horas no diría
en éste hervidero de pasiones sin sosiego sosegadas
hasta calmar la sed y el ansia de las voces interiores,
y que no se acabe nunca este certero balbuceo,
este dictado interminable de versos cósmicos.
El reloj de arena que desvanece
mis insomnios, arden
en plenitud violeta
las llamas iracundas,
florecen, otra estación
que crece escondida,
a manos del otoño.
Detrás de todo hay algo más, hay vacío,
habitado por el mundo detrás del mundo,
revelaciones del caos, tejer con los otros hilos,
nacer del otro nacimiento, poder ver las partículas
del olvido involuntario,
escuchar las voces otras,
las vibraciones fundamentales,
y adivinar, en las altas horas del tiempo perdido
una sombra que cruza los mundos.
Yo siempre dejé un espacio para el aire
cuando las paredes parecían estallar de miedo,
cuando el aliento envenenado ocupó el día,
y las jornadas de blasfemia no veían término,
yo siempre dejé
un suspiro para el aire,
un hueco
para el trueque de los umbrales.







Sibila de las sombras

¿Se habrán quebrado las leyes del abismo,
habrá terminado la luz
en el fondo de los ojos
y habrá llegado la oscuridad
al friso tutelar de los huesos?
¿Se habrá llenado
el receptáculo interior en sombra?
Porque el descenso en que respiro
abre su tallo ceniciento,
su altura encinta de corolas
nacidas: fondo marino y nebular.
Y la aurora no puede solamente
quebrar
en el agua tranquila de la noche:
–¡Oh silencio del reino de las sombras!–.





Coda

Extraño los abecedarios subrepticios del polvo,
la piedra tallada en sombras,
el fondo en la horadación,
que todavía revela los epigramas.
Durante más tiempo seré yo muerte
muerte volviendo a la vida,
aliento en unos labios:
pájaro sagrado del mundo.





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