Alber Vázquez
Alber Vázquez (Rentería, 1969), novelista, poeta, bloguero, periodista y editor español. Ha escrito sobre historia, arte, literatura y tecnología para diversos medios impresos y digitales, entre los que destaca la revista El Víbora. Además de por su labor literaria, se encuentra vinculado a la industria editorial gracias a su trabajo como lector profesional.
Novelas
La conquista de Aquitania (2003)
El hormiguero (2003)
Zoofrenia (2004)
Instrucciones para doblar un mapa (2004)
Cuento vasco de Navidad (2005)
Icuza (2006)
Mediohombre (2009)
Resiste Tucson (2010)
Largo camino hacia Zuni Pueblo (2011)
Relatos
Cósele el rabo al lagarto (2008)
Poemarios
Moscas y obras de arte (1994)
La plancha de acero (1995)
Negro (1997)
Útero (1998)
Julieta & Romeo (2001)
Desencriptación de la medusa (2006)
La mano que decide la intensidad del agua (2008)
Narrativa juvenil
Isabel y los monstruos luminosos (2009)
"Desencriptación de la medusa"
Un poema:
Salieron a respirar
y había anochecido.
En las sombras,
llegó el hedor
de la tarde en descomposición.
Dos, quizás tres bocanadas,
y corrieron a refugiarse
en la honda
espesura del mar.
Durante el regreso,
nadie osó hablar,
interrumpir la implacable
cadencia del miedo.
No hay más ruta.
No hay más ruta hacia tu
cuerpo tendido
que el silencio.
Silencio que sólo yo emano
en posición e intensidad suficientes
para alcanzarte.
Estás tan cerca de mí
que atrono de forma
inconfundible:
invoco cada tallo de hierba
e imploro la caricia final
en tu piel.
Y sucede que mi deseo es cumplido,
que tu abrazo es tan
limpio de intenciones
que yo, bajo mi losa de tierra,
puedo percibirlo sin dificultad.
Sucede que un mar
de hierba
te ama por última vez.
Es mi nombre que recoge
tu nombre.
de Mi nombre que recoge tu nombre. (500 ediciones, 2008)
Poesía ficción
(Alber Vázquez: Arqueologías)
Abro el alma a cuanto viene.
Busco un mundo sin historia
y un sentimiento de origen
y de dulce desmemoria.
Pero hay que hablar, hay que ser,
hay que decirse en la lucha,
y hay que extraer un lenguaje de
lo que sólo murmura.
Gabriel Celaya
Entiende Alber Vázquez (Rentería, 1969) la escritura poética como un ámbito de absoluta libertad. Y en ésta cifra su perfección, en el diálogo a solas con los elementos de su taller poético. En esta suerte de laboratorio Alber Vázquez se deja decir, se atreve, ensaya los distintos tonos, busca su acierto sin tomarlo prestado, resuelve la rabia e ironía de tentativas tan personales como atrevidas. Conforma de este modo, con materiales e imaginería diversa, artefactos de cautivador ingenio. Muestras de esta febril factoría poética son sus libros: Moscas y obras de arte (Banco Central Hispano, Bilbao, 1994), La plancha de acero (Bermingham, 1995), Negro (Bermingham, 1997), Útero, 7 poemas de amor (Bermingham, 1998), Julieta & Romeo (Bermingham, 2001), Desencriptación de la medusa (Ediciones del 4 de agosto, Logroño, 2006).
Señala Félix Maraña en la antología poética que, junto con Felipe Juaristi, realizara en el 2000: Vasca y Joven. Poesía y Futuro. Para otra sentimentalidad (Diputación Foral de Guipúzcoa, colección “Miniatura poética”, 2000): “La poesía de Alber Vázquez surge de una voluntad de conocimiento. Toda ella está atravesada por una querencia al pensamiento, a construir, incluso desde formas narrativas, un discurso donde se conciba la existencia. Poesía conceptista, no se trata sin embargo de una poesía hermética o inexpresiva, sino llena de luz y de efectos multicolores, que cautiva tanto por su tono como por el tempo que construye”.
Los edificios poéticos de Vázquez se alzan sobre el área que comprenden tres vértices: Palabra, imagen y memoria. Formas de la conciencia que reproducen en el hombre esas otras tres realidades del mundo: Cuerpo, paisaje y tiempo.
Palabra
La palabra en Alber Vázquez no dice el cuerpo, lo piensa. Ninguna impresión del mundo dicho descansa en sus sentidos. La palabra es instrumento y herramienta, con ella el poeta escarba y explora un “engaño perfecto”. En ella, la urgencia y necesidad de descifrar aquello que pueda velar la lluvia, desenmascarar cuanto oculta. La experiencia de la simple naturaleza en los sentidos “aletarga nuestras preguntas”. En este opresivo desconocimiento del mundo se cumple la resignada máxima de Demócrito: “Es menester que el hombre reconozca, de acuerdo con esta regla, que se halla apartado de la realidad”; “Las palabras son las sombras de las cosas”.
Es en esta sombra donde Vázquez ensaya sus tentativas espeleológicas, su particular arqueología. La palabra se descubre como mero portador de la imaginería simbólica del hombre. Construcción mítica, ficción y simulacro. Magma que oculta más que dice. Bajo esta lava perduran vestigios de una realidad tan familiar como ignorada: rituales, asambleas, comisiones, inercia ordenadora de olvidadas comunidades de hombres, antiguas estirpes bajo la piel de la tierra, aún indemnes en los primeros estratos de nuestros cerebros.
Recuerdan algunas de las series narrativas de estos poemas la tentativa expedicionaria de Gabriel Celaya en Ixil. No tanto por la búsqueda de esa pulsión originaria en la matriz del lenguaje, el retorno al “lugar Cero”, refugio y útero, sino por la forma fantástica de lo enunciado, el poema ficción. A Vázquez le interesan más las formas de la expedición, su atmósfera enrarecida, la propensión al misterio, más que el misterio mismo, siempre arbitrario, acaso inexistente. La desmemoria del mito en sus devoraciones.
Imagen
Los poemas de Alber Vázquez componen pequeñas historias que se complementan y crecen en espiral sumando variaciones de un mismo tema, imágenes, datos y experiencias de espacios elementales sin lugar ni tiempo, cuentos para el terror. Mundos amenazados por gravedades extremas, densidad de la materia con su física maleable, con su parábola y ficción a cuestas.
Poemas que rara vez enuncian la idea; por el contrario, la muestran. Su eficacia reside en la puesta en escena del concepto, en erigir un edificio altamente imaginativo, en cuidar el atrezo para la escenificación de una fábula que lo represente. Así, estas historias poéticas dan cuenta de insondables viajes, exilios, desembarcos, modos de la ingeniería de acaso otras culturas, estrategias de otros mundos, improbables arqueologías, universos orgánicos para la íntima escucha del temblor; formas siempre extrañas para albergar a un hombre, siempre sitiado.
Podría situar una brizna de hierba sobre un manto en el centro de
una inmensa habitación vacía
y eso sería un templo.
Lo sería.
…
Y adorar aquella atmósfera durante el resto de la existencia.
Y no sentir nada si desapareciera.
Cada poemario guarda una coherencia argumental dispuesta en escenas de fuerte carga simbólica y existencial donde han dejado su impronta autores como Kafka, Beckett o Borges; la pulsión visionaria y espectral de William Blake, Lovecraft o Alfred Kubin.
Escenificación poética dispuesta en actos, donde se congrega la voz de un sujeto narrativo sin tiempo ni auxilio de un paisaje que lo contenga. “Un yo neutro que nada explica” es el histriónico actor que interpreta la única obra posible: El hombre es un dios mecánico que sirve a su inercia mientras fabrica e inocula una conciencia en la naturaleza. Observa así crecer el contagio de lo perecedero en la imagen de su igual.
Queda la corporeidad de la imagen, la reducción del mundo a muestra, fragmento, ingeniería y rareza. Rumor de los cuerpos, música de fondo, latido de un orden supuesto, sin plan preconcebido alguno. Universos multitudinarios. La reducción de la conciencia y el misterio a un insondable precipitado neuroquímico.
Memoria
Alber Vázquez lleva la idea hasta el extrañamiento. Procura para ella un nuevo espacio, la sume en lo insólito, la sujeta a un nuevo acontecimiento mitológico donde, en la mayoría de los casos, la memoria ha dejado de ser el consolador reducto para la sedimentación de un yo.
El yo es un espacio mítico, a menudo, megalómano y visionario, es el paisaje y monumento del poema. Esa tierra última que escarba la voz de un arqueólogo sin método ni memoria. “A pesar del espeso interrogatorio, ya no tienen, las ruinas, nada que decir”.
La memoria
es una gran llanura
repleta de un hueco
que se expande
tantas veces como se piensa en él.
Esta observación minuciosa de un mundo extrañado en la concreción de un nuevo mito no reporta, sin embargo, descanso alguno a los hombres, no es nunca el común espacio destinado a conjurar sus terrores. Por el contrario, instaura otros nuevos, acaso mas voraces. Del mito interesa su capacidad para extraviar el mundo en su concreción; el símbolo procura una comunidad de hombres suspendidos, sin otra raíz, pues la memoria fracasa continuamente en estos poemas, que la contundencia y arbitrariedad de sus trabajos y acciones. Queda el hombre reducido a gesto. “Trabajamos en pequeños experimentos mecánicos, modificando lo insondable levemente.”
La memoria mantiene indemne su capacidad de erosión, de infligir dolor a todo aquel que recuerda. La memoria conforma un hombre consciente de la sucesión histórica de las devoraciones. Sólo en el trabajado olvido, en sus progresivas desapariciones, se cumple el hombre en una “dicha plena”.
Aprendo a estructurar mi pensamiento
y pienso que
en este gran país mío siempre atardece a treinta y siete grados
centígrados,
que yo soy el propio atardecer que cae sin prisa,
que yo lo soy todo en este país,
que yo soy país y me envuelvo a mí misma.
…
No tengo tiempo.
Soy un ser maravilloso.
Este mundo poético está sometido a la presión de cientos de atmósferas, pequeños indicios de nosotros mismos en la sucesión de las capas laminadas de la tierra que pisamos como una escombrera. Mundo subterráneo, hipogeos, galerías, celdas, simas abisales de la conciencia en las que se cifra nuestra profunda incomprensión del mundo, nuestra precaria facultad para emerger a la superficie, la incapacidad del animal que somos para habitar intemperies. Mundo oculto del que tan sólo nos queda rescatar algunos fragmentos, fracturas de vida, o el ruido de fondo, el lamento de las sucesivas imágenes del hombre en el vientre de Cronos. “Yo tan sólo soy ese ser que devora el mundo desde su interior”.
También el amor aguarda oculto; único reducto cierto: “Única casa que has de defender”; “no conozco otra patria distinta del amor”; “magnífico país construido con la mano diestra de mi pensamiento”; “mi amor no conoce este ni oeste, norte ni sur. Es inalterable al viento o al sol. Existe sin direcciones, sin lógica aparente. Luce, amargo, en mi garganta”. Confundido con la sabia de un árbol, en una estatua en la sombra del musgo, al fin a salvo en la duración. El amor es una tentativa subterránea de asalto, una suerte de trasmigración, otra casa en otro cuerpo. “Oculto en el doble fondo de un ataúd”, “en los insectos atrapados en tu sudario”, “escondido en mi disfraz de topo, abro la tierra hacia ti.”
Hogar de un solo muro
pared de ladrillos con miga de pan y saliva.
Techo tembloroso, inquieto,
plancha de acero de siete milímetros de espesor
horizontal equilibrio sobre la última fila de ladrillos.
Temblor, inquietud,
no paz.
Esta es mi casa.
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