viernes, 4 de mayo de 2012

6709.- DANIELA CRUZ



Daniela Cruz. Nació en Santiago, República Dominicana, en 1984. Poeta y comunicadora social. Miembro fundadora del Taller Literario del Centro (TLC) del Centro de la Cultura Señorita Ercilia Pepín de Santiago. Periodista del Listín Diario y conductora de los Miércoles Literarios del programa Radial Bajo La Luna. Publica regularmente textos de temas variados en su blog Del Sol con San Luis: www.delsolconsanluis.blogspot.com. Tiene dos libros inéditos: Ángel Terreno (Premio de Poesía 2007 del Concurso Literario Eugenio Deschamps de la Sociedad Cultural Alianza Cibaeña) y Sueño Errante (Segunda Mención de honor del Premio de Poesía Pedro Mir, Premios Funglode/GFDD 2008). Sus poemas han obtenido menciones de honor en otros concursos nacionales. Aparece antologada en Safo: las más recientes poetas dominicanas (Ediciones Ángeles de Fierro, 2004) y en Milagro de Jueves, antología poética del TLC (Editora Nacional-Ediciones Ángeles de Fierro, 2005).



Selección de poemas


Sueño Errante

Mención de honor Premio de Poesía Pedro Mir, Funglode, 2008



Insomnio 3

Nunca dejaremos nada nuestro en este mundo. Hemos compartido algunos perros, una pecera nos alegró las mañanas y un rosa sacrificó su color por mí. Aun así, no tendremos a nadie que nos vea con cariño simple cuando estemos al borde del precipicio.



Antes dormir 3

Recoge tus canciones y cuentos de concurso. Llévate la camisa manchada de vodka y la toallita clorada. Ya no precisamos de retazos para recordarnos aquí: tenemos un autobús transitando hacia siempre. Cada vez que viajo a los jardines marinos y te escondes en la rama que no registra el paso del verano, me mojo hasta dejar tu sombra marcando mis pasos. El café no espera tu boca para rescatar algún suspiro tuyo en mi espalda. No olvides el habano, que dejaré la nicotina después de ti.



Insomnio 4

Dios no está cuando de tu boca se resbalan las palabras de dudosa mentira. Duerme ajeno a mi silencio si me ruegas avergonzado una madrugada cálida. No tendré nunca testigos de que alguna vez estuviste cerca de confesar dependencia: lo más lejano al desprecio que te puedo inspirar de rodillas y agonizante en brevedad.



Sueño mojado 2

Me derrito el sexo con tus manos ausentes. Y se siente mejor que contigo. Me estoy ahorrando la suplica, tu satisfacción previa, el llanto ahogado por la tortura, mi canción de Silvio y la caricia falseada del cierre. Tanto ensayar para lo que será siempre eso, una prueba constante de lo que jamás seremos. Por eso ya suplico menos tiempo. Te vas jadeando en un minuto. Lloro solo tres lágrimas. Apenas digo que pasa un ángel y se hace leyenda. Pero estás alargando el roce a mis mejillas, tanto, que ahora le agregas un beso.



Asomo tuyo 3

No te gusta el vino. De ningún modo te acercas a una copa, a menos que sea de brandy o coñac. Al cabo es carbono envenenando la sangre y desatando mi ropa y tus dedos.






Ángel Terreno

Premio de Poesía, Alianza Cibaeña, 2007.




7

Sí. Ha retornado el domingo y sus aires me han recorrido a cuerpo entero. El ángel terreno y yo hemos pendulado inciertamente, y un sabor a nube matutina se disuelve en agua sulfurosa. Ahora, en la escalera negra del teatro, la gente de este mundo me rodea. Se saludan, se despiden y yo aún tiemblo con el calor oculto y el espejo en el bolsillo.

El sol ya no puede acariciarme, pero la piel se me quema: reconozco la soberanía del calor de los cuerpos, del cuerpo del ángel. Las cifras se siguen multiplicando infinitas y yo sonrío con la dicha bajo las uñas.



11

La lluvia es un grito húmedo de amor. Una denuncia goteada de soledad o ausencia. Y me callo para escuchar el discurso copioso que vierte en sus caídas continuas. El sueño se posa como carcoma en mis ojos y casi me ahueca la vista.

¿Queda? Queda solo la promesa de que el grito húmedo fecunde la tierra oculta bajo mis costillas y los claveles blanqueen mis huesos y mis dientes como una perla falsa.

De nuevo en medio del día y la noche, parece que retorno como una olvidada a los lugares frecuentados con el aroma oscuro del recuerdo, del adiós marchito. Hay tanto silencio y sopor acumulado en mi voz, que es un duelo indefinido mantener las ventanas abiertas y alegres.

En vano trato de sostener el pequeño mundo al norte de mi cuello.



15

Día jueves unitario en mi cuerpo.

He amanecido abierta, buscando el río tras la puerta clara. Huelen mis cavernas a humedad trasnochada y blanca. Y la luz me persigue como a los planetas.

Más allá de los asteroides hay un mar esperando peces. Hay algas sonrojadas aguardando tiburones o pequeños calamares que rasguñen sus hojas. Imploran una imposible visita matutina. Un destello oscuro que las mute o las destruya de un sorbo.

Las palabras me salen lentas ahora y me cuesta tanto mancharme hoy. Sudo, y mi voz se va ausentando por el mismo camino por donde hace unos días llegó la duda y el desconcierto.

Busco el espacio y me dejo palpar, a veces el aire no es tan arisco. Pero también me da miedo y retorno a las paredes oscuras. Entonces, también temo la luz.

Apenas veo las cosas que siempre están conmigo: mis libros y el teléfono, Azul y su sueño inmenso, Neptuno y sus burbujas, la censura y el vacío.

De repente llueve y Azul no está. Nunca hay nadie cuando llueve. Jamás la lluvia se acompaña de ángeles o un simple puñado de tierra seca.



18

Pienso si en verdad será un ángel con alas bañadas de tierra –a veces tiene tanta tierra en los ojos- no me mira desnuda como soy y descalza como transito.

Pienso también si tendrá las alas en buen estado -¿existirán talleres reparadores de alas?- a veces se niega a volar en ciertos cielos. O será tan terreno que yo misma le haya cortado las alas o simplemente se las haya dibujado temerosa de nunca volar.

Tal vez ni sea un ángel y yo ya esté muerta y enterrada para siempre.

¡Pero qué rosa soy! Solo desvarío en excusas para no mirar el abismo del vuelo y la caída de ciertos ángeles. Mi propia caída porque no he sabido abrir mis alas. Mi propio abismo, ya jamás saco las piernas del cieno.

Soy finalmente un charco inmóvil de tierra y plumas. Miro al cielo oscuro de tus ojos y tus pies se van alejando del suelo, ángel terreno, y el abismo no puede tragarte. Mi charco es una gota brevísima en tus alas.

He vuelto a desvariar bajo el acecho opaco de la unidad.

La caja negra duerme, yo también debería dormir y acabar con tanto eco suelto que se escapa por mis dedos. Esta mancha de tinta que siempre se renueva.



42

Siento el puñal clavado en mi hombro, como un hueso más de mi esqueleto. El aire no puede caminarme por dentro y ya no sé si camino o simplemente vago por inercia. La costumbre es un recuerdo desterrado de esta muerte.

La sangre me recorre con la cordura recobrada tras la tormenta de la piel. Solamente fluye, con la misma rutina de la resignación y el desgaste. No comprendo este silencio tan conocido, tan cotidiano, que me condena al odio perpetuo del anonimato cercano.

Y presiento el destierro a las alas del ángel, única tumba donde quiero ser enterrada.





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