martes, 1 de mayo de 2012

6603.- ANA RODRÍGUEZ CALLEALTA



ANA RODRÍGUEZ CALLEALTA
(Cádiz, 1988). Estudiante de Filología Hispánica. Colabora como crítica literaria en la revista digital LetrAtlántica coordinada por Carmen Moreno. Su debut literario se produce en la colección Alumbre con su poemario Vértigo (Diputación de Cádiz, 2010). Ha participado en varios talleres poéticos y es miembro de la asociación cultural Clave 53 de Madrid.



PRÓLOGO DE UN VÉRTIGO EXISTENCIAL
Cuando leí por primera vez el poemario de Ana Rodríguez, la palabra que definió mi estado de ánimo, es justo la que da título a sus versos: Vértigo. Vértigo en el sentido de intimidad, de unas palabras abiertas desde jóvenes entrañas, en las que caben todas las variantes del sufrimiento que procede del Tiempo, de la edad preadulta, del desamor. Ana revela en cada poema íntimos pensamientos, que soportan un profundo dolor como si fueran cariátides: pensamientos fuertes, empáticos, desesperados en algunas ocasiones.
Y pasando, asombrada, de una línea a otra, me reconozco, me miro en ellos como un espejo. Porque, aunque la poeta Ana Rodríguez tiene sólo 22 años, sus versos son atemporales. Sobre las líneas de Vértigo, se alza, implacable y voraz, el Tiempo. Minutero que deshace su infancia y la convierte en mujer, con la sensación de pérdida que ello conlleva. Hay reproches a los relojes, a la madurez acompañada de la soledad, lejos ya la protección familiar, pisando, sin lugar a dudas, un zaguán donde pone “Bienvenida a la vida”. Y el alma de la escritora se rebela ante la puerta que se le abre a continuación: una puerta enrejada, a través de la cual sólo percibe desarraigo y conversaciones consigo misma para salvarse. Desde el pretérito de la niñez nos enseña la obscuridad de los próximos años; una oscuridad que la poeta barrunta en un contexto de desesperanza, de desilusión. La grandeza de Ana Rodríguez reside en esto, precisamente: en presentar al lector una parte de la existencia que muchos, a su edad temprana, no advierten, pero que espera a la vuelta de la esquina. Se comprueba, palmo a palmo, que ella no sólo conoce la etimología de la palabra “adulto”: ya la ha explorado en toda su inmensidad, quedando en su alma retazos de los pasajes más laberínticos, más desoladores del vivir.
Una gran parte del poemario está dedicado al desamor. Una pérdida que va in crescendo hasta encontrarse libre de cualquier pérdida, libre, gracias otra vez, al Tiempo, que todo lo muda. El amor es lo instantáneo, lo vivido a través de la desaparición del otro, la sensación de desvanecimiento de los olores queridos, la necesidad de aprehender al amante, de “contenerlo en un poema”, como ella misma expresa. Hay en su poética una necesidad de olvidar, para no herirse más; pero, a la vez, es imperioso el recuerdo de lo que vivió, porque, al fin y al cabo, al des-amor –además de las noches en vela y la soledad que conlleva- también le queda una parte de felicidad perdida.
A pesar de “la crónica del amor perdido”, Rodríguez busca la necesidad de salvarse –de salvarnos- del estado crónico de inanición. a sea a través de Dios, de las estaciones, de la lluvia, de los objetos que la circundan, de los sentimientos que aún perviven. De una forma u otra, el final del poemario rezuma un atisbo de posibilidad.
La profunda introspección psicológica de esta poeta emergente la convierte ya en un referente. Tan sólo el poema dedicado a su abuela fallecida merecería mucho más que este análisis. Bellísima elegía a la mujer luchadora, trabajadora., sin futuro en las arrugas de su piel.
El aullido de dolor, sus diálogos con los fantasmas perdidos, hablan de la precocidad de Ana Rodríguez, una poeta de raza que ofrece al lector, como espejo borgiano, un análisis pormenorizado de los sentimientos vitales, descuartizados sobre la mesa poética.
Lo que sobrevive al final, después de sumergirse en tal devastación vital, es el de estar ante un faro preciso y precioso, una luz fresca y nueva, una poeta de las grandes. Porque esto es sólo el principio de lo mucho y bueno que parirá la pluma de la gaditana.
CARMEN GARRIDO


Vértigo. (poesía 2010) Servicio de Publicaciones de la Diputación de Cádiz





Eres tan sólo el vocativo de mi ausencia.
Después de haberte conocido
en la intención de ser mejor persona
no puedo soportarte, cuando te vienes íntegra,
radiante, en el silencio de la mañana
siempre noche, llevándote mi voluntad
en tus costados.
No puedo decir tu nombre
amándome a mí misma,
sin esta sensación de perderme
mientras me invocas y me abandono a ti,
rayado ya el mundo de tanta miseria,
elevándome de mí a ti misma,
soportando el peso de los párpados rendidos.




TRES PUNTOS SUSPENSIVOS PARA UN
CRUCIGRAMA

Ya no existe aquel parque
donde tantas veces me dejé las rodillas.
No he cerrado la puerta,
ni las ventanas,
ni he colmado con un grito
el vaso de agua medio vacío
(o medio lleno,
nunca supe distinguirlo),
no tuve prisa,
no quise ir a aquel entierro,
ni firmar mi futuro,
ni beberme de un trago el tequila.
Yo no le preparé la cena al dolor,
no puse velas en nuestras noches,
no quise hacerme preguntas,
no intenté responder.
Yo no quise tener miedo,
ni sentirme pequeña.
Yo soy pequeña,
han sido los años.






Que mis palabras mueran a falta de tiempo,
mis arrebatos tercos,
mi locura.
Que nunca vuelva a sentir frío.
Que no existas o yo no me invente
que los sueños no tengan materia
ni la vida sangre
ni la muerte latidos.
Que el mundo se reduzca al fin a un subjuntivo:
imperfecto
simple
activo.






En mitad del desierto
el eco de mis pisadas.
Han caído los cadáveres
de mis sonrisas,
han pisado tierra yerma.
Se han desbordado mis mañanas
mientras pintaba mis labios
delicadamente.
Hay una película de terror,
un músico loco,
un poema deshilachado.
Hoy en mi corazón
es tiempo de guerra.







Si tuviera un día tras día
para ir des-agolpando
tus golpes,
poniendo un foco
detrás de tus persianas
para que rompa tus paredes
con la luz discontinua
de las ranuras
de cada uno de tus amaneceres
sombríos.






PÁNICO CIEGO

La soledad me ha resucitado
en esta sensación de vacío constante
que me acompaña.
Todos los minuciosos detalles
de este cuadro impresionista
al final de mi vida,
perdidos mis ojos entre mis palabras,
encerrada esta sublevación
del horror humano.





TU CORAZÓN.

Sangre viva de vivo deseo.
Una estampida de noctámbulos acordes
danzando en la humareda de nostalgia.
En tus ojos la censura del silencio,
la vocal impronunciable de tu nombre.
A dentelladas tristes mi boca
te muerde a oscuras las entrañas,
impávida de miserias.
Razón serena, risa loca,
en tu alma encarcelada es libre el hombre.
Ante tu voluntad bajo los brazos
clavando las rodillas en el suelo.
Tu sola palabra me calla.
tu sola presencia me agota.





TENDIENDO A LA DES-DRAMATIZACIÓN

Las mañanas son más tardes
que otras veces
(lo anuncian las noticias
de las dos).
Se han dibujado flores
en todas las aceras,
hay stock de almas
en los escaparates.
Un trozo de luz:
descolchada y
moribunda
duerme en una cabina
de teléfono
sin números.
Las calles están desiertas
y los cuerpos respiran
debajo del agua
para no protestar.
Hay escasez de palabras.
abundancia de nada.






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