jueves, 28 de julio de 2016

ALFREDO BENIALGO [18.990]


Alfredo Benialgo 

Nació en La Plata en 1951. Es  Licenciado en Geología y trabaja en el Centro de Investigaciones Geológicas (CIG, CONICET - UNLP). Escribe novelas, cuentos y poemas. Su obra narrativa publicada incluye: Cuentos dañinos y maledetto amor (2006), Calculando con Gloria (2012) y ¡Mamá Boom Boom, tire ese avión! (2012). Relatos suyos fueron recogidos en varias antologías, entre ellas: Diez Narradores Regionales (1996), Juegos Florales Nacionales San Francisco (1998), Letras de Oro (2001), Certamen Literario Nacional del Inmigrante (2002), Primer Concurso Nacional de Cuentos Históricos (2003), Antología del Club Platense del Horror y el Misterio (2003), Colección Negra I (2007) y Colección Negra III (2012). Su novela Una mujer somalí fue seleccionada finalista en el Certamen Internacional de Novela Clarín 2015. Algunos de sus cuentos se hallan publicados en la página web de la Embajada Argentina en Francia (http://www.efran.mrecic.gov.ar/node/19086). Dirigió la revista 1000 Palabras y, actualmente, dirige la editorial La Terminal Gráfica. Los poemas publicados en esta página son inéditos.




Taller de Alicia

Escribo una novela.
Releo otra.
Escribo un cuento.
Corrijo el de la semana anterior.
De este pantano de palabras
se levantan columnas de vapor
de vez en cuando.
Algunas, me dicen, son poemas.


Sara

Vi, de la ventana,
cuatro luces titilando.
Volaban en la ribera de la noche.
Orlaban el cuerno de la luna,
la oquedad de la piedra,
la espuma de la fronda.
Dije: son cuatro luciérnagas
escapándole al frescor de la noche.
Dije: son cuatro rubíes
replicando el fulgor de la luna.
Dije: son las lágrimas
de un ángel.
Dije: son las cuatro letras
que forman tu nombre.


V

Había un cerco de madreselvas.
Parece un invento tanguero decir
que en la casa de mi madre
había madreselvas.
Pero las había.
Y una pileta de lavar la ropa
como en un verso de Carriego.
Pero la había.
Y macetas con malvones.
Y ella, mi madre,
que se secaba las manos
en el delantal.


VI

En el patio de mi casa había una parra de uva chinche
que mi viejo cuidaba como una tejedora.
Trenzaba las ramas en la época precisa.
Lo que sobra se corta, me decía.
Que los racimos nunca se malogren,
que la sombra jamás se despareje.


VII

¿Qué pedazo de mármol griego, qué hoja de laurel,
qué jirón de toga, que gota de hidromiel,
vino a caerse del Olimpo y pegarme justo en la cabeza
para decirme que ya no tengo miedo?


Tía Blanca

Todos tenemos algo que callar, querido,
me dijo con el mate en la mano.
Nadie hizo nada por hacerme feliz.
A nada dije que no,
a todo dije que sí.
Como dice esa canción estúpida de Julio Iglesias:
me olvidé de vivir.


VIII

Hoy, sábado cinco de marzo, km 214, ruta 226,
un auto rojo en la banquina partido al medio,
un camión atravesado en la ruta,
una mujer rubia hasta el destello
sentada en el borde del asfalto con la cara
roja de sangre,
un tumulto de brazos deteniendo a una criatura de ocho años
que grita y quiere sacar del auto rojo
el cadáver desbaratado de su padre.
Imágenes de una tarde horrible,
a cincuenta kilómetros de una ciudad llamada Azul.


IX

Diestro,
arma un cigarrillo frente a mí.
Es mi hijo.
Es jueves.
Es un octubre quebrado de revelaciones.


X

Sobre la mesa estaba aquel vino
que palpitaba en la copa como el sexo de una mujer.
Antes de beberlo había que aguantar el discurso de un experto.
Yo no recuerdo otra cosa que el sabor.








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