martes, 26 de julio de 2016

ELIZARIA FLORES [18.972]


Elizaria Flores 

(Caracas, Venezuela, 1961). Licenciada en Letras por la ULA, maestría en Lingüística en la ULA. Ha colaborado en El Salmón, Revista Actual de la Universidad de Los Andes y Letralia.

 

1.

Ficción
Sombras que ocultan una sombra
Trama de huidas cotidianas
Soflama y artificio
Me escondo en el relato diario


2.

Olvido, desdibujo, larga caída en un abismo liso con espejos
Girar sobre sí mismo y fragmentarse
Esta es mi fatua inmolación del día, suplicio inútil


10.

Una mujer y su sigilo dormitan al filo de la calle
Estrecha en callejón y deslustrada, la calle guarda ciertas atrocidades
La palabra geranio con sus muertos, un odio, una vigilia
Cierta fragancia que pudo ser el mar o la agonía
La madrugada es breve


17.

En el filo bailando, en las horas pico, contando los pasos
Al borde de la raya amarilla
Sin estridencias
Viendo pasar los trenes, calmadamente calcular distancias
Esto es la lucidez y la cordura


35.

Las noches caen inclementes
Con vidrios rotos y con frío, las noches caen sobre la ciudad
Una arenilla fina
Hojas secas
Insectos.


36.

En las noches que son para morir, no muero
Vago entre todo lo dispuesto mientras la muerte ostenta sus carros y sus balas
Sus ladridos, sus pájaros, sus voces agitadas
Órdenes y elecciones exhibe sus catálogos, impúdica
Mi negativa es su estupor. No muero

elizaria@gmail.com



ARS

El más exacto, el más polisémico
El más elevado, el más profundo
El que toca la luz
El que se hunde en la sombra irremediablemente
Pantano e impiedad
 
Un poema no salva a nadie
No construye
No alivia no perdona no redime
No alberga ni consuela
Ni acusa ni exilia ni arrebata
 
Un poema no salva a nadie
Acaso sólo pueda ser espejo y espejismo.


 

Naufragio

Naufragio
Embarcación pérdida
Arrojados a la orilla de nosotros mismos
Extenuados
Los que venimos del amor

Demasiado tristes para mirar el cielo, demasiado frágiles y tristes
Nosotros, los arrojados del amor
Sobrevivientes.

 

Soledad

Trazo azul, línea larga, dibujo la mirada para enfrentar la calle
El rostro mío no, que no me vean.
Que el rostro de la soledad espanta
Azul bajo los ojos, agua
Este fondo que toco doloroso.
 

II

Contemplo lo que pasa y no me duelo
Nada me conmueve
 
Ni los vientres que albergan un monstruo pálido y hermoso
Ni el olor a veneno o a tumba en las paredes
Ni una flor abriendo suavemente su mentira blanquísima o rosada
 
Yo, rostro impasible
Contemplo lo que será derrumbe y arenero.

*Los poemas «Naufragio» y «Soledad» forman parte del poemario inédito Enunciación de ausencia.

«II» forma parte del poemario Un solo mediodía largo, mención de honor en Concurso de Poesía de la Universidad de Los Andes (2004)

«Ars» no está incorporado en ningún poemario.

 


Ninguna calle perdurará de ti

De tus calles, ninguna. Salgo de ti, ciudad mala anfitriona, mezquina y sola. Ni una puesta de sol, ni una sombra, ni un cielo, ni una flor.

De tus calles, ninguna. Salgo de ti ciudad sin ojos, ni siquiera ciega. Acaso ocultes muñones y jorobas, avergonzada, llagas y despojos. Acaso nada. No estás, no eres.

De tus calles, ninguna. Salgo de ti ciudad sin dones, ciudad que ni una piedra, ni un agua fresca, ni una forma de nube, ni un gato perdido.

De tus calles, ninguna. Salgo de ti ciudad incolora. Huyo de tus criaturas que cruzan las aceras con desgano, lanzando desperdicios y escupiendo y destilando tedio.

De tus calles, ninguna. Salgo de ti pobrecita ciudad sin esperanzas. Te dejo sin nostalgias, te dejo en el olvido.

De tus calles, ninguna. Salgo de ti ciudad sin danza ni relato. De ti ni un nombre, ni una plaza, ni una mañana, ni un café, ni un miedo. Ciudad sin moraleja ni posdata, nunca viví en ti, nadie ha vivido.

De tus calles, ninguna. Salgo de ti ciudad sin un latido, estéril. Aquí te dejo hasta el día en que te recojan los fantasmas, que los vientos te borren, que el agua se lleve tus casas. Aquí te dejo con tus fachadas sucias y tu sed. Agonizarás bajo el polvo, ciudad sin cantos, palabra muerta.

 

Ciudad

Malquerida ciudad
Plaza asolada
Ciudad abandonada

De revuelta y saqueo
De plaga de insectos
De lluvia feroz y despiadada
De habitante indigno
Te levantas

Ciudad de huyentes
Ciudad de penitentes

Malquerida ciudad
Ciudad incendiada
Aniquilada nunca

Ciudad impenitente
Continúas

 

Río

El río de mi infancia arrastra piedras y neveras, mesas rotas, paraguas inservibles y anónimos cadáveres. En este río hay lágrimas y sangre, promesas incumplidas, suciedad y excremento y largas maldiciones junto a los restos de una casa y una diminuta mano de muñeca.

El río de mi infancia es una rabia inútil atravesando la ciudad, su miedo bordeando las esquinas, su amenaza. Pocas flores conocen sus orillas, los blanquísimos lirios, las minúsculas espigas venenosas.

El Guaire ha visto demasiado. La ciudad está desnuda y corre y baila y se emborracha. Celebra bodas de diamante o se pierde en despecho entre mercados y teléfonos.

La ciudad ayuna o se atiborra, se disfraza, ruega y blasfema y se resigna. Desnuda va asesinando en serie o suicidándose. Traiciona y apuñala.

A sus orillas, la maltratada exhibe sus heridas.
El río de mi infancia es un silencio atroz y un rencor minuciosamente entretejido.




Poemas

1.

El rostro ajeno en el espejo
     Reflejo incompatible, hostil y discrepante
     Ajeno de sí mismo el que se mira

 

2.

Se quiere leve la distancia, inofensiva, tenue
     Pero es pesada, piedra y hostigante
     Aire que ahoga
     Agua que envenena
     Tierra que sepulta

 

3.

La enajenada vuelta y la pirueta
      El movimiento deslucido fatuo
      Soy el que danza, torpe, sobre su propio abismo

 

Crónicas

1.

Entristecer es fácil. Basta un aire húmedo, un eco de lluvia o frío, una penumbra. Basta una campanada, lejos, dando la hora de la tarde, o un vestido azul o un párrafo. Como la muerte, la tristeza es un lugar común, una rutina. A quién le importa.

 

2.

Dentro de mi cuerpo crece una rama envenenada. Una rama espinosa, lacerante, aguda ocupando lentamente mis venas, mi corazón, mis huesos.

Mi sangre es un veneno espeso, savia amarga y perfumada, ponzoña fluyendo lenta silenciosa.

Mi corazón se agrieta, se deforma, se hiende.

Debajo de los párpados una muerte ocupa lo mirado como un paisaje retorcido.

 

3.

Figuras furtivas que pasan como un río oscuro.

Paraguas que se abren en mitad de la noche, bajo techo, sombras.

Sombras que atraviesan las paredes y convierten en sombra todo lo que tocan. Sombras que vagan sin prisas ni zozobras, tocando el miedo de los niños, ecos.

Ecos que no llegan a palabras, cáscaras vacías.

Pesadillas.

 

4.

Algo quiere arrancar esta tarde del mundo y arrancarnos. Caen filos, hojillas, largas agujas de hielo, uñas largas de rojo buscándole los ojos a la gente. Llueve un agua voraz, desaforada, enloquecida. Los paraguas se agitan asustados como pequeños murciélagos expuestos a la luz. La lluvia es sempiterna y omnisciente. Demoledora, borra cualquier indicio, anula todo.





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