Javier Korres Bengoetxea (1960, Alsasua – Navarra).
Ya a la edad de catorce años – estudiando en los jesuitas de Vitoria— gana el Premio Nacional de Relato Breve para jóvenes con VILLANCICO A UN CRISTO GITANO.
Estudia Idiomas y Teatro en el Hammersmith College de Londres. Ha sido director de la Revista Literaria “Elgacena”.
Ha publicado las siguientes obras: Este silencio sonando, poemas, Del teatro y el sueño, poemas, Homodios, relatos breves, la obra de teatro Habitáculo con fisura (inédita), – Irene Klein, novela y La fuga de las mariposas.
Actualmente se dedica exclusivamente a su trabajo de escritor y al cultivo de su pequeño huerto “Fidel-etxea” en memoria de su padre.
Editorial Poesía eres tú, 2011
La fuga de las mariposas
Huyen las mariposas
donde el instante sobrevive,
se esfumaron las dudas,
mi amor.
Fuego y pavesas aventadas mientras
salías, ladeado y solo, de aquel triste
garito infecto.
La calle mojada, fría y negra,
no supo de ese instante que fluye y mata.
Te quedaste en tu mesa azul bebiendo absenta
en delicadas copas de Bohemia, cristal herido
por rayos azules, levemente apagados,
esnifando, apresurada, la más tibia coca, sonriendo y sola.
En la calle negra, tipos custodios como puertas,
tipos de pistola y oro.
El instante crecía inasible
a esa hermética de las cosas, penosa y gris.
Los tipos no supieron de tu gloria,
delicada muerte en la cuna húmeda de tus ojos.
La sombra
Esa sombra que proyectamos
sobre el suelo dérmico
¿de dónde proviene, si oscila
navega y se adelanta?.
Proviene de una precisa trayectoria
o del caos ontológico que nos abruma,
proviene.
Desciende la sombra sobre la dermis del
asfalto mientras un árbol expande desde el cielo
sus hojas olorosas donde calla el agua.
Herbórea, amarilla y fósforo,
recoge aún tus pisadas leve
y la forma de tus pies
que un día fueron calor perenne.
Contrito
en la habitación sola
desciendo a ese lugar,
espejos rotos que fragmentan
la robusta quietud de los muebles
y éstos cobran un impuro movimiento
que desdice y miente.
No comment
Responde a las preguntas:
todo se consume, se fatiga
en el vientre eruptivo del mundo,
se entierra el propio fuego
en las sangrantes, cavernosas
arterias de la tierra.
Responde a las preguntas
solo, mejor que nadie
sé de ti tu inocencia.
Fuego en el infierno
Fuego en el infierno.
En mi escritorio,
las ocho de la tarde.
Hay una disciplina en los objetos,
la pluma y los cuadernos
dicen de mí lo necesario.
Se trata de quemar el infierno,
las hojas dispersas del otoño
no cubren la furia ciega del viento.
Desentendido, regreso a mis fogones…
Olvidé que había quemado el infierno.
Dentro de un tiempo, las cosas no serán iguales,
porque nada es igual de un instante a otro;
fugaz como una estrella, el tiempo permanece
Inmóvil.
Creemos que se mueve, que avanza.
Sólo nosotros, seres extraviados, pensamos
atrozmente en ese avance inexorable, mientras
menos que uno, regresamos al inicio
como si nunca fuéramos no más que un esbozo.
La voz
Nunca supe de mi voz,
quién la sepulta en su esbozo,
voz que pugna,
voz no nacida que persevera
desde aquel infinito no nacido también,
sólo dibujado en un pensamiento
que niega.
Voz que anima los frutales, los ojos perdidos
tras la balconada de una mujer que canta.
Quién nutre esa voz que sabe y calla.
Punto y aparte
El vicio es cosa seria,
debe procurarse con el máximo de
precisión.
Los que bebemos del vicio,
accedemos a ese estado del abismo
que, siempre inconcluso, nos muestra ingrato,
el dolor.
Nos deja esas estrías que aventan la angustia,
la sed, aquellas rémoras trémulas de la inocencia.
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