Miréia Anieva.
Xalapa, MÉXICO 1988. Estudia Antropología Social en la Universidad Veracruzana. Participó en la antología Los niños sienten, los niños escriben (SEP, 1997). Ha publicado poesía y minificción en diversas revistas de México y Argentina. Mantiene el blog apologiadelinstante.blogspot.com y la cuenta de Twitter @ciervovulnerado.
Narración íntima del mundo
I
Una red subterránea une el mundo.
Túneles de palabras
se comunican en el idioma
de las cosas por suceder.
Abajo —sólo abajo—
ocurre el diálogo más antiguo:
el de la narración íntima del mundo.
II
Hay palabras que irremediablemente
se suceden, que nacieron juntas.
Si decimos Abismo
es inevitable decir después C a e r.
III
Son otra especie esas personas que
se quedan a vivir en el
instante previo a la caída,
balanceando abismos.
Aprendieron el idioma del derrumbe,
avanzaron por la privacidad de los túneles
de la narración del mundo.
Están abajo, próximos a lo oculto.
Viven muy cerca de nuestros muertos.
IV
Aprender a hablar el lenguaje
de los objetos,
de las casas vacías.
Aprender a no hablar desde el desamparo
desde la extirpación de la lengua.
Dejar que el alfabeto del silencio
escriba los mensajes.
Bajo nuestros pies,
desde las piedras de nuestro origen.
V
No se llega por casualidad a una palabra.
Existe en el mundo
una cantidad infinita de palabras
que no se están diciendo.
Pero desde el hondo silencio
—y desde la ausencia—
se escribe la historia:
No hay un ave: Canta.
VI
Aprender a hablar el lenguaje
del abandono.
Ser hijos de nadie.
Para que la ausencia sea un lugar
menos inhabitable.
VII
Esta Tierra plana
sostenida por cuatro túneles
de palabras antiguas.
Y en el núcleo:
la memoria del mundo.
Genealogía
Voy a ir a sembrar unas flores
en el lugar donde mi madre
sangró por primera vez
y dejó crecer el río del que
brotarían mis hermanos.
Voy a ponerle el nombre
de mi padre a un día del año.
Ese día jamás tendré miedo.
Voy a desdoblar mi apellido
como un largo abrazo que logre
abarcar a mis futuros hijos.
Veinticuatro de abril
A Herson, siempre.
Sospecho la tarde tibia, espesa.
Color de lo que está por suceder.
Un silencio antiguo tapizando la espera
y tu voz esculpiendo las cosas que nombrabas
con un grito aprendido en un mundo anterior a éste.
Los primeros instantes de tu existencia
goteando sobre los muslos de tu madre.
El viaje iniciado con ojos cerrados
y un lenguaje primitivo, extranjero.
Tú mismo como tu único equipaje.
Veinticuatro de abril.
Volvería al sitio donde naciste
a reunir trozos de un recuerdo que no tengo
a recoger con la mirada un poco
del mundo que inauguraste.
Donde empiezas tú siempre empieza la vida.
Dentro de este pecho
late un pájaro asustado
con corazón de segundero.
No hay canto.
La lengua es una tumba
gris sobre la palabra,
y guardo dentro de
este sepulcro que soy
tu olor recién nacido
ese olor que tiene lo
que está antes de la vida.
Guardo también el eco
de tu voz naciente
aquí debajo aún late.
Sobre este silencio
de tierra húmeda
brotarán con el tiempo
otras voces
muchas flores.
Siempre vuelves a mí
con tu rostro de nuestra catástrofe.
Con los ojos accidentados
me cuentas la historia
de cómo estuvimos a punto
de perfectamente no haber ocurrido.
Agredidos, lesionados.
Enfrentados con violencia
en una esquina de la vida en hora pico.
Te digo que eres los veintidós años que
llevaba sin respirar. Bajo el agua.
Me dices que me has rescatado.
Me dices que también hay accidentes que salvan.
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