Raimundo Echevarría y Larrazábal
Raimundo Echevarría y Larrazábal (*San Javier de Loncomilla, 11 de julio de 1897 - †San José de Maipo 18 de julio de 1924) fue un poeta chileno, y es considerado uno de los escasos "poetas malditos" de su país. Fue hijo de un vasco que se asentó en San Javier de Loncomilla regentando una agencia comercial. Estudió en San Javier de Loncomilla y posteriormente en la capital provincial de Talca. Entre los años 1914 y 1915 entrega algunos poemas a los periódicos locales.
Algunas de sus obras más representativas son: "Las Leyendas del Mar", "El poema de las horas", "La esperanza", entre otras. Falleció de tuberculosis a los 27 años.
Raimundo Echevarría, Albertina y Neruda:
Celos, Secretos y Envidias Confesadas
Por Jaime González C.
El 11 de julio de 1897 nace en San Javier de Loncomilla -a unos sesenta kilómetros de Parral- uno de los escasos "poetas malditos" de Chile: Raimundo Echevarría y Larrazábal; era hijo de un vasco, navegante empedernido, quien debió cambiar su nave por un forzado inmovilismo en ese ,sureño pueblo, regentando una agencia comercial. El pequeño Raimundo crece en ese ambiente de marinos y océanos, que se adentran en su alma: "Gracias padre -diría más tarde- por ese corazón romántico; tú me lo llenaste de puertos fantásticos, de cruces de mástiles y de velas ágiles...".
Estudia en su ciudad natal, luego en el Liceo de Talca; en el banco de clases conoce a Armando Ulloa -también marcado por un sino trágico- y a Torres Ríoseco; este último, en prosa y poesía, dejó gratas evocaciones de Echevarría: "Sonriente en la gloria de tus diez y seis años, te veo en la distancia, Raimundo Echevarría".
En 1914 y 15, el juvenil poeta entrega sus versos a los periódicos locales; es amigo y confidente de otro notable vate de nuestra lírica: Jerónimo Lagos Lisboa (San Javier 1883-1958), quien recogerá, en valiosas cartas, sus confesiones mundanas y literarias; por esos días, Echevarría asume, arrogantemente, una estampa de corte romántico: traje negro, con capa y sombrero, con la que pasea por Talca y San Javier; Torres Ríoseco nos da otra pincelada de su figura "Vestido de negro, alto, garboso, pálido...".
Para concluir los estudios, Echevarría, envuelto en su fúnebre adolescencia, se traslada a Santiago; es 1916; dos o tres poemas en diarios y revistas capitalinas le dan cierta familia; al año siguiente, "Selva Lírica", la legendaria antología de Molina y Araya, recogen dos creaciones de Echevarría: "El Poema de las Horas" y "La Esperanza"; los autores dicen "La poesía de Echevarría es precozmente melancólica. Es poeta Echevarría y de esos destinados a triunfar porque sí, porque han nacido poetas" (Selva Lírica, 1917, pág. 237-239).
Dos años después ingresa al Instituto Pedagógico de Cumming con Alameda, para seguir la carrera de Francés; los ojos femeninos se vuelven para mirar a aquel muchacho, de porte espigado, rostro pálido y cuya capa casi toca el suelo, en negros aleteos; entre esos ojos están los de Albertina Azócar, de largos cabellos, atractiva; la belleza "pálida, blanco invierno"-como señala Lafourcade- era conocida entre los estudiantes del pedagógico; tenía unos diecinueve años contra veinticuatro de Echevarría; debieron entablar amistad en poco tiempo; una carta a Lagos Lisboa incluye un poema inspirado en los "ojos color té" de la joven: "...Me gustas chiquilla hermosa / porque eres original / porque tienes gesto altivo de princesa medieval / porque tus manos semejan regia claridad lunar..."
Por su parte, el fiel recuerdo de Torres Ríoseco, rememoró, años después, aquellos días: "Vuelven mis ojos a Santiago, contigo, olvidadas, dos novias, bares de Santiago, cola de mono, sopa de camarones, ojos embrujados, albas verdes. Contigo, en el Parque Forestal, en el Cousiño, en el Santa Lucía, patios del Pedagógico, Selva Lírica, Carlos Ibar, los ojos de la Albertina y el ajenjo. Tú, ya más alto, hombre ya, con aire de actor trágico, o cómico, príncipe de la Fiesta de la Primavera".
En las fiestas primaverales de 1918 y 1919, Echevarría señala su nombre entre los prensados en esas memorables justas juveniles; su rostro, luciendo el típico sombrero de paja de esos años, aparece en las páginas de Zig Zag y Sucesos: su figura de negro y aire ausente y sus ojos perdidos en otros horizontes, deambulan en la bohemia de aquel Santiago lejano; Albertina se siente atraída por el poeta taciturno; él le escribirá poemas algunos de los cuales, sin embargo, ella no conocerá jamás, como éste: "Tus grandes ojos claros como lagos dormidos / se hundían en mis carnes, frescos como racimos / te ibas diluyendo por mis cinco sentidos / después por un camino calladitos nos fuimos", más adelante, en carta a Lagos Lisboa, le dice: "El aroma amable y lujurioso de esa chiquilla fresca ha llovido en mi espíritu algo así como un aleteo blanco".
Pero el romance -o lo que fue- terminó abruptamente: Mariano Latorre (amigo de Echevarría y a quien tomó como modelo para delinear al personaje principal de su novela "Zurzulita", Mateo Elorduy) refirió a Fernando Santiván y a Pedro Olmos, que Rubén Azócar -su amigo- no miró con buenos ojos la presunta relación de su hermana con el indolente y bohemio poeta y a quien, además, una indisimulada tuberculosis destruía poco a poco; es más, el joven Azócar -también estudiante del Pedagógico- le pidió a Mariano Latorre que tratara de alejar a Echevarría de su hermana; al parecer en algo debió influir el maestro del criollismo, por cuanto el poeta sanjavierino dejó de frecuentar a Albertina y, en las cartas posteriores a Lagos Lisboa, ya no se refiere a ella.
En 1920 llega a Santiago también al Pedagógico y a la Carrera de Francés- Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto; ese año se adueña del cetro de las farándulas primaverales con su Canción de La Fiesta; su mirada debió cruzarse con la de Echevarría, en la noche santiaguina; conoce a Albertina -según algunos autores- el 18 de abril de 1921; la figura enlutada de Neruda ya ha sido precedida por la estampa de aquél; también sabe el joven parralino que los "ojos color té" de Albertina estaban absortos en la esmirriada figura del enfermo y noctívago Echevarría.
Raimundo se aparta del camino de Albertina pero, además, inicia, también, la propia separación de la vida; se debe internar dos veces en el Hospital San José, con los pulmones traspasados por la tisis; once meses antes de su muerte, envía a Zig Zag "Las Leyendas del Mar", que se publican en agosto de 1923, ilustradas por Estrada Gómez:
Capitán,
padre mío,
capitán de navío,
¿dónde están
las ciudades azules
y los puertos sombríos,
y las lindas mujeres
que murieron de hastío,
esperando tu vuelta?
Capitán,
padre mío,
¿dónde están los ocasos violentos,
las velas que cantaban
en las manos del viento,
y el negro de Manila,
que te iba a matar:
las leyendas de Cuba,
las leyendas del mar,
Capitán
padre mío,
dónde están... dónde están?
Ahora eres un barco,
encallado en los pueblos;
te aburres como todas
las naves, en los puertos,
quisieras ver tu vela
enganchada en el viento...
¡navegar, navegar!...
Y veinte marineros,
como veinte recuerdos,
encienden con sus pipas
los horizontes negros.
Capitán,
padre mío,
¿dónde están,
las ciudades azules
y los puertos sombríos?...
Capitán,
padre mío,
¿Dónde están?... ¿Dónde
están ?
"Las Leyendas del Mar" irrumpen en la poesía de esos años con fuerte cadencia y extraña permanencia; el pintor Pedro Olmos, a quien conocimos durante largos años en su hogar de Linares, junto a su esposa, la pintora y poetisa Ema Jauch, nos señaló varias veces que Neruda solía releer las estrofas olorosas a mar de aquellos versos, diciendo al concluir: "Hermosas, hermosas... Las hubiese querido mías"; en más de una oportunidad recordaba Olmos- Neruda llamó a Echevarría "el poeta del Capitán" y nos aseguró varias veces que "Los Versos de Capitán", publicados en 1952 estaban más cerca de Echevarría que de Whitman.
Pero Albertina no olvidó a Echevarría; en marzo de 1983 la visitamos en el "Pamelar Garden's" de calle Moneda en Santiago; estaba latente aún el revuelo causado por la venta surgida, en España, de las cartas que Neruda dirigió a ella, situación que la prensa publicitó ampliamente; nos recibió con cierta desconfianza en sus ojos legendarios, vivos y escrutadores: "Queremos preguntarle por Raimundo Echevarría -le dijimos; una sorpresa enorme iluminó su rostro; le parecía casi imposible que aquel nombre volviese, tan sorpresivamente, ante ella: "¿Raimundo? ... Pobre muchacho, la vida fue tan injusta con él, hasta su familia lo abandonó"... Para agregar luego: "Murió muy joven, era un gran poeta"; al preguntarle, delicadamente, sobre cuánto lo conoció, nos dice: "Era mi amigo; me dedicó algunos poemas; por ahí los tengo... Pero a Rubén (Azócar) no le gustaba por lo bohemio; por culpa del conventilleo de Mariano Latorre dejamos de conversar...".
Nada más y nada menos; después, una tos seca y recuerdos que se pierden, algunas fechas equivocadas; no desea tocar el tema de Neruda; está inquieta; decidimos despedirnos.
Raimundo Echevarría Larrazábal falleció en el Hospital de San José de Maipo en la mañana del 18 de julio de 1924; un día después, con escaso cortejo, sus restos atraviesan por última vez las calles de Santiago, rumbo al Cementerio General; es sepultado en el nicho Nº 728 de la Sección Poniente; allí descansaron exactamente setenta años; en la mañana del 24 de noviembre de 1994, el autor de estas líneas exhumó aquellos huesos y los llevó de vuelta a su pueblo natal de San Javier de Loncomilla; allí fueron solemnemente recibidos por el Alcalde, don Pedro Fernández Chavarri y cuerpo de concejales; se le sepultó en una cripta, especialmente diseñada, en el Parque que donara Jerónimo Lagos Lisboa y junto a los restos de este poeta. Los dos amigos están ahora juntos, en un diálogo eterno.
Bibliografía:
Latorre, Mariano: "Lo que Mis Libros me Contaron".Atenea, Enero-Febrero 1954; págs. 343-344.
González Colville, Jaime: "Vida y Obras Completas de Raimundo Echevarría y Larrazábal" (Inédito, Premio "Oscar Castro", Sección Ensayo, 1996).
Hubner, Manuel Eduardo: "Echevarría y Larrazábal"La Nación, 27 de Julio de 1924.
Lagos Lisboa, Jerónimo: "Raimundo
Echevarría Larrazábal" Revista "Linares", Nº 69-70, Enero-Julio 1950.
Torres Ríoseco, Arturo: "Recuerdo de Raimundo Echevarría Larrazábal". Atenea, Diciembre de 1934: págs. 278 y sgtes.
Villa Alegre, (VIII Región), abril 1998
El Poema De Las Horas
La hora del presentimiento
Una fragancia a carne gloriosa se disuelve
sobre la luminosa fiebre de mis tejidos,
como un embrujamiento celeste que me envuelve
como la metempsicosis de un séptimo sentido.
Caen las telarañas de la vida enfermiza
y se alientan los nervios en un ansia de sol…
todo se hace más leve, todo se sutiliza
como si me encontrara a doscientos mil volt.
¿Qué serán todas estas raras complicaciones
que nos dejan las manos estrujando visiones
que no hemos visto nunca con estos ojos hondos?
¿Qué serán esos labios que nos hacen un guiño
amoroso, en la sombra de paisajes sin fondo,
entre el amoratado resoplar del gran pino?
La hora sensual
Señor amoroso de las manos suaves
haz que mis caminos se lluevan de amor;
clava tus pupilas en mis soledades
y en cada tristeza gotea un albor.
Hoy que mis dos brazos son trinos de aves
Para hacerte un canto de espumas, Señor;
abreva mis venas llenas de saudades
con una mixtura de luna y de flor.
Ven Señor florido y dame la mano
?blanca y alargada? Señor extrahumano
con todos los dones que tú sabes dar…
Y después goloso ?sexo te provoca?
muérdeme los senos, las manos, la boca,
hasta que la sangre se haga flor de azahar.
La hora muerta
Señor, que me has dejado con los nervios muertos,
con los ojos hondos de tanto sentir,
con los labios llenos de ruidos inciertos;
Señor, me has dejado muerto por vivir.
Ya no tengo aquellos temblores de loca
Que me derretían los labios en flor;
Ya no tengo aquellas fiebres en la boca…
Me has dejado muertos, los nervios, Señor.
Las manos se quedan sin las convulsiones
De sangre, que aquietan las viejas visiones
Y los labios sueñan blancas emociones…
Señor ¿qué será este cansancio de vida?
¿Será la juntura de la florecida
carne con la sombra de las cosas idas?
La Esperada
No serás como todos, llegarás blancamente
con las manos sangrantes de divina piedad;
llegarás una noche, que haga luz, suavemente.
Con los brazos abiertos a ayudarme a soñar…
Tocarás con los ojos un ensueño de cuna
y sobre las orejas un rubio de panal;
llegarás por las sendas, escanciadas de luna,
con los brazos abiertos a ayudarme a soñar….
Vendarás las heridas de mis sueños lejanos,
con la suave y divina perfección de tus manos
?un sembrado de estrellas sobre un charco de azul?…
Y yo tendré mis versos para aromar tu paso,
y llevaré el fastidio de todos mis fracasos
para que con las manos me los perfumes tú…
La influencia en Pablo Neruda
de Raimundo Echeverría Larrazábal
Un poeta vasco, aquí prácticamente desconocido –desconocido, en realidad–, que influyó en la obra de Neruda, es Raimundo Echevarría Larrazábal (1897-1924). Sobre cuya influencia, reconocida por el propio Neruda, escribió éste su libro Los versos del Capitán (1952), su primer poemario de amor a su nueva esposa, Matilde Urrutia, a quien luego dedicaría Cien sonetos de amor. No se ha resaltado sin embargo esta influencia en los diversos estudios sobre Neruda, en los múltiples estudios –mucho de ellos de una hagiografía que rechina al buen entendimiento– que existen sobre el gran poeta chileno. Este hecho, el cuidado reverencial de los biógrafos, en general correligionarios políticos, de obviar toda referencia a las verdaderas influencias de otros autores en la obra de Neruda, no es sino una falsa consideración. En realidad, no se le respeta así a Neruda, sino que se pretende ponerle en otro plano: algo así como si Neruda hubiera caído de un meteorito y nada ni nadie le hubiera rozado en la tierra.
Raimundo Echeverría era hijo de un piloto de altura vasco, que había salido de su país, surcando los mares, pero que cierto día decidió quemar las naves y asentarse, a pesar de su afán aventurero en el cono sur: su hijo nacerá y se educará en Chile. Tenía como hemos señalado, algunos años más que Neruda, y procedía, como él, del Sur. Poeta de una gran intención naturalista, murió demasiado joven para poder resolver su obra, aunque es tenido en cuenta por la originalidad de la obra publicada. Hay otra circunstancia ciertamente curiosa, pero humana, que une a Neruda y a Echeverría: se trata de una novia, que lo fuera de los dos: Albertina Azócar, el amor más volcánico de Neruda. Albertina, hermana de Rubén Azócar, escritor que luego sería amigo y secretario del mismo Neruda, había sido con anterioridad prometida de Raimundo. Debieron formalizar incluso el compromiso, como sólo se hacía en aquellos tiempos, pero una habladurías, como confesó la interesada en los últimos años de su vida, de un amigo común, rompió la boda con el poeta vasco. Todos sabemos que Albertina es luego el objeto de deseo de Neruda en su más célebre y celebrado libro de poemas: Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
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