jueves, 21 de agosto de 2014

JUAN MARTÍNEZ [12.983]


Juan Martínez

Nació en Tequila, Jalisco, el 18 de septiembre de 1933; murió en Guadalajara, Jalisco, el 18 de enero de 2007. Poeta. Residió en las ciudades de México y Tijuana, Baja California. Fundador y editor de la editorial El Albatros, en Tijuana. Colaborador de Diorama, El Corno Emplumado, Hojas, México en la Cultura y memoranda.

Bibliografía directa de Juan Martínez

Poesía - Libros individuales 1. En las palabras del viento.  México: Cuadernos del Unicornio, 1959. 2. Ángel de fuego.  México: El Albatros, 1978. 3. En el valle sagrado (poesía reunida).  México: Universidad Autónoma Metropolitana (Molinos de Viento), 1986. 4. Toda la poesía reunida.  Prólogo, recopilación y notas de José Vicente Anaya. : Círculo de Poesía, 2007.




En las palabras del viento

a José Luis Martínez

¡Generación! 
Oíd vosotros la palabra del viento que habla por 
 [el hálito de mi nariz. 
Olvidado el mundo de su atavío, y el pájaro de 
 [su concupiscencia 
encontré la sangre esparcida del alma de los 
 [pobres y de los inocentes, 
y no la hallé precisamente en excavaciones, 
sino en todas estas cosas que tocamos a diario con 
 [nuestra mirada, 
mis entrañas encendidas clamaron y guardé su 
 [enojo para siempre, 
la amargura de mi corazón penetró hasta mis tuétanos, 
las aguas en lo alto detuvieron su paso y la lluvia faltó, 
miré la tierra y he aquí que estaba asolada y vacía, 
los montes temblaban de pánico, los cielos oscurecían, 
y los andamios de mi cerebro como jaula de pájaros,
 [se encontraba de engaño, 
mis ojos no vieron ni mis oídos oyeron, 
entonces subí hacia el mediodía y cabalgué llanuras
 [como la sombra de la tarde 
y he aquí lo que encontré y traigo para vosotros: 
no os alegréis todavía, simplemente es un sepulcro abierto, 
uno para cada uno, valientes perseguidores de la verdad. 
Mudado el negro su pellejo y el leopardo sus manchas, 
escalaremos la noche, abatiremos su heredad 
y desde los rincones de la sombra extravagantes 
 [partidarios elogiarán nuestros modales, 
mas nuestros pensamientos acompasados descansarán 
 [bajo muros distintos, 
el betún del silencio reunirá recuerdos panfletarios de 
 [la tierra dormida, 
la fuente de la noche derramará sus silicatos, 
y con ávido dedo recorrerá los labios del suicida 
que estará con la náusea de su mareo celeste. 

Abajo, numerosas familias de acrídidos moribundos 
repasarán el lenguaje de las constelaciones, 
y en su simiente alada, 
como poetas con sus palabras viajarán por un clima más vasto 
que el imperio del sueño. 
Soledad: creo que no estaré solo en las gigantescas y 
 [solidificadas planchas de sabores, 
cualitativas porciones han mezclado su alma a los asuntos lejanos, 
donde ladridos de perros y croar de ranas avivan ciudades, 
perturbando al príncipe de una patria de imágenes. 
¡Pero y los otros! Los malaventurados que proclama- 
 [ron acrofobia por temor a la nada, 
con langorosos violines en la punta del alma, 
y no apoyaron su frente en la última estrella, 
ni uniendo la fisura de sus labios se ungieron con los 
 [enjambres del silencio, 
y al oír el silbido más puro de la perdiz errante 
 [tornaron a construir bufandas para pájaros, 
los que con brasas pálidas bajo las cenizas de sus plantas 
ignoraron por siempre la estatura del viento, 
y en olor de suavidad no abrevaron en las colmenas del olvido, 
esos no entrarán nunca a los hermosos climas del espacio 
 [y el sueño. 



Los neumatismos 

a Alí Chumacero



La sensibilidad ha sido siempre un motivo de lujo; 
pero cuando los ojos al ciento por ciento clarividentes 
de la señorita Mammón dilucidaron entre sí cuatro momentos de 
 [sucesión estática, 
de la lengua escaparon dos terribles frases pájaros; 
hermosa, tengo sueño; entonces la luz de los ojos se tornó en acción, 
las lágrimas secretas gastaron el recóndito umbral, 
y el fuego de la lujuria consumió la cima de la imaginación. 
En ese momento mi alma lanzó un trágico aullido, 
el silencio revoloteaba 
y el crujir de los vientos se escuchó en mi tranquilo pecho; 
mas el infinito se confundía en un círculo estrecho en mi cerebro. 
Afuera, la caza nocturna de polvos inmortales 
era trazada en su carrera por errantes palomas, 
pero un áspero zumbido celeste interrumpía la búsqueda; 
entonces el miedo se apoderó del terror, 
el terror de la locura, la locura de la nada 
y una invernal llovizna de cansados anhelos 
humedeció el origen de la huella del hombre. 



II

Roto el dique del tiempo, los últimos dedos de las horas 
se aferran a las riberas del recuerdo; 
¿que será de la colilla tirada por la borda de río?
¿Y del abrigo negro marchito de tiempo? 
¿La amante triste como sombrío canal, 
repasará la dirección perdida de un supuesto heredero? 
Mi hermano casi duque ¿viajará sobre la dulce canción 
resbaladiza de la niebla de Londres?... 
Un momento, alguien toca a mis orejas, 
una voz pendular como fría ráfaga escucho, 
¿será el huésped previsto, 
el vislumbrado transeúnte solitario 
de mis premoniciones celulares? 
¿será el alma de los espejos rotos 
sudorosa de vaho? 
¿Quién puede ser, en esta hora sin tiempo 
en esta canto sin amor? 
Mi cerebro formula vagos pensamientos. 
Si las lágrimas del sol entierran a sus muertos, 
él no estará tranquilo en su palacio eterno, 
a pesar de que el viento remueva sus constancias 
de brocados y sedas, 
pero... y las doradas constelaciones, 
¿asumirán aún su dogmática fidelidad para sus confederados? 



III

Más lejanos de las estrellas 
y más cercanos del ojo, 
vamos con paso lento hacia las sombras, 
un constante caldero de esencias impuras reverbera al oído; 
el aleteo sombrío de lo inmortal 
aturde los anhelos, 
pero los polvos eternos se rescatan del canto entre la bruma 
y la distancia que surgen bajo el sueño; 
después el pájaro suelta un canto 
sobre un hacinamiento de palabras, 
y la esperanza surge 
como una flor profética 
renovando el aroma salobre de la tierra. 
He aquí el momento amargo entre el nacer 
y el morir, entre medir el tiempo antiguo 
y calcular el futuro 
en la velocidad de las inmensidades cósmicas, 
y con la resultante procrear la hiel 
a la silvestre rosa, 
con su simiente 
de consabida devoción. 



IV

Mas el nutrido lamento surge del sótano 
de nuestras tensas vísceras, iiii, iiii, iiii 
se oyen las voces retumbando en la 
noche, y con un corto esfuerzo, 
se perciben acordes la plantas asesinas 
de nuestro mustio origen, plaff, plaff, plaff 
los desolados sentidos 
surcados con bocinas 
de altoparlante esfuerzo, 
se acurrucan diciendo: 
ya es bastante con esto 
ya es bastante, 
a los lejos se escucha el ulular 
del viento que hace cimbrar los dientes.



V

La tarde había doblado sus alas 
vencida por el peso de las meditaciones, 
las últimas hojas declinaban 
sus nervios sobre la tierra umbrosa; 
iban asidos a sus mudas manos 
las últimas parejas de hombres 
eterizados por la nostalgia cósmica 
repetían con obsesión sus 
estancias lejanas 
por reductos de yerba que sus pies olvidaran 
una y otra vez hasta el abatimiento 
los gestos de los hombres que agonizan cautivos 
por la comba mirada de los organizados neumatismos,
de sus ojos brotaban las misteriosas frases 
que escapan de los náufragos 
y los vocablos lívidos que en su lengua 
crecían, se iban hundiendo en mares 
como viejas tenazas; 
entonces: tumefacto en la orilla de imágenes 
pétreas, vi a la rata y al cuervo jugar al conocido
y tan despreciable juego de los reinos crepusculares. 



Argumento

Visión de los Reinos Crepusculares. 
Plaza gigantesca: El mundo 
Árbol: La vida 
Mujer Sol: La sabiduría 
Cuervo: El subconciente 
Doce frutos: Meses del año 
Voces: Ambiente del siglo 
Rata: La muerte 
Espejos biconvexos: Acontecimientos sorpresivos 



VI

En mitad de una plaza gigantesca, 
se erguía un árbol de esplendoroso tronco, 
el cual alimentaba sus raíces de limpio río, 
con aguas sanguíneas brillantes como cristal de roca, 
de sus ramas pendían doce frutos totalmente vírgenes 
cubiertos para su pudor con sólo una hoja 
que desafiante 
se erguía para su cometido, 
cada fruto ostentaba una puerta 
con bruñido tatuaje en su frontal mirada, 
de las que descendían espejos biconvexos, 
que aturdían la mirada al reflejarse en ellos 
mujer vestida de sol 
que en cierta displicencia escuchaba 
un canto de sabores, otro de sensaciones y uno más de 
impresiones sentada en grande y hermoso trono blanco; 
la atmósfera estaba alimentada por veinte millones 
de descompuestas voces onomatopéyicas 
que salían de un gran agujero por el que podía verse 
el espacio interior del universo; 
la rata sentada a la diestra de la mujer sol, 
ostentaba una toga carnicera 
de un gris desteñido salpicado de sangre, 
su cínica mirada enturbiaba la atmósfera, 
su estómago era grande y redondo, 
se entretenía afilándose los dientes; 
a la siniestra, yacía el cuervo ostentosamente vestido de negro; 
devoraba una lúgubre sonrisa que se le enroscaba al cuello. 

 De súbito, el árbol agitó sus ramas y se oyeron lamentos, la rata 
trastornada penetró su inyectada mirada entre los ruidos y surgieron las pestes, 
los trastornos hepáticos y las náuseas. 
 Después la mujer sol intervino su fruto con la llave de los abismos en la 
mano y el chasquido de su inclemencia al cerrarse la puerta hizo florecer 
lágrimas en la oscuridad, los espejos callaron y surgieron estrellas. 
 El cuervo continuaba devorando sonrisas lúgubres, el árbol tembló 
nuevamente y los doce frutos fueron cayendo lentamente de uno en uno, hasta 
trocarse simplemente en recuerdos, el viento dejó crecer sus barbas en el añoso 
tronco, y el cuervo se deshizo en loas, tan contundentes y eficaces que 
el agujero por el que manaban onomatopéyicas voces resquebrajóse con estrépito 
quedando al descubierto la perfecta armonía del universo. 



Anatomía del misterio 

Computando el Misterio en la sombra vagamente 
su presencia sensible al despierto sentido 
clamando absolución en reverberos mágicos 
la Nada en imagen de rosa aspirando 
cambiante, sucesivamente, mínima y abstraída 
en el ardiente instante en que fija el espíritu 
su rostro diluido 
silueta de paloma removiendo distancias 
devorando abismos para encontrar un contorno 
ceremonia férvida bajo las arquitrabes de la razón,
desplomada al alcance de lo Divino y cotidiano 
agitado paraíso sometido al arbitrio 
del que anheló lo más profundo 
cayendo levantando de esa realidad intermedia 
el bálsamo más puro, 
hebras de sueño entretejidas 
en el mirar lejano de la estrella 
que vaticina desde sus azules infiernos 
lugares y espacios de los ojos que vieron 
y por renovada virtud 
significantes en lo sucesivo y venidero. 




El entendimiento 

El bien

Reverberando bajo un cielo enigmático 
en orden armónico 
desplaza inmensa parábola coronada de luz 
árbol bullente bajo el susurro de sus alas 
y las voces almizcladas 
en el silencio acechando el encuentro con las formas 
rudimentos sagrados del oficio 
donde ni sombra ni apariencia corpórea 
sólo fotosintéticas naturalezas 
sedimentando en el espíritu 
comunión rumorosa 
prodigio contrario ambivalente en el origen 
al bien predestinado. 


La Belleza

Secretos dones en las orenchas albas 
de tu felinidad 
allí prevalecen como sesías 
belleza y cristalinidad
aves deslizando los tumbos de lo real 
cuando la noche se suscita 
entre el sueño y vigilia 
distancia y cercanía 
preponderancia y abstinencia 
sumergida en el ara el alma exhala 
el fuego siempre nuevo de la Verdad. 


Finalidad del Universo

Y en los celestes espacios 
donde el principio de las cosas conmueve las tinieblas 
irredentas al censo 
cautivo en el vasto espectro 
de su proposición clarividente 
del fuego naciendo 
con su semblante taumatúrgico 
el Verbo elaborando su entelequia. 


La Verdad

Diametral y opuesta 
es la luz a su antinomio 
infinidad de círculos 
a merced en su fuga epicéntrica 
y como endocarpio protector 
sus espectros formando gemas 
de ortodoxia irradiante 
difragmática hipérbole 
en la memoria receptiva 
del que en serenidad practica la alegría 
ocultos dones de paz 
configurando en las enajenadas facciones 
cordura en alas del que sueña 
limpias superficies de tacto nacarado 
espirales sonoras en recipientes marinos 
peces constituyendo el rostro bienamado 
y para ello asocia como medio 
las aguas azules del vetyver 
contactos taumatúrgicos para restituir 
espejos heridos del espíritu 
bajo la inhalación auxiliar 
de las palabras sagradas 
y luego en el espacio del reciente 
fluye y rastrea la presencia del áloe 
así: diversificando la bienaventuranza 
al gusto por la contemplación 
de bellezas ingrávidas 
adviene por el rito solemne poder clarividente 
al penetrar lo impenetrable 
expresando en palabras el silencio 
divagador de formas 
conjeturador absoluto 
en las aderezadas promiscuidades de la razón. 




En torno al fuego 
y su imagen en el corazón 

Afirmar desde una penumbra gris 
en la inteligencia del ser, 
que por su natural trascendencia 
ubica dentro de una nostalgia, 
todo un mar polifónico 
adentro, ahuyentando 
de su tierno gemir 
ese latido de insondable resonancia 
en el corazón del fuego, 
es tanto como adquirir potestad en la paciencia del morir, 
luego ese crujir de la vida calcinada 
al relumbre de recuerdos anófeles. . . 
que por el viento vagaban tiernamente 
afuera, donde cantando 
una estación de fiesta nos miraba. 





En el Valle Sagrado

La Tabla de Esmeralda ha sido mal interpretada cuando dice: 
el Sol es su padre, la Luna es su madre, el viento lo ha llevado 
en sus entrañas, 
la Tierra es su nodriza, se refiere al proceso alquímico 
y a los cuatro elementos (fuego, agua, aire y tierra). 
En cuanto a nosotros, la tierra es nuestra madre. Nada más natural 
que buscar en ella misma nuestros templos, cuerpos y preguntarle 
cuál es la primera y la segunda de sus diosas: Esmeralda y Turquesa. 

Allí lo esperan las fuerzas telúricas para devolverle la salud física 
y allí lo esperan también las fuerzas cósmicas, para devolverle 
su perfección psicológica primitiva. Después de hacer el "camino de 
la tierra" volverá el héroe a las profundidades a purificarse 
en la muerte. Saldrá de ella, al tercer día, en su segundo nacimiento 
"a comer del Árbol de la Vida, el que está en el centro del Paraíso 
de Dios", será como los dioses. Estará apto para, unido ya a lo femenino, 
desaparecer en el superhombre. 

Como la tarde primera de tu resurrección 
al mundo de los vivos "llorar si hay que llorar, mas hacedlo como la 
fuente escondida, no interrumpir el ritmo del silencio, esa es la Ley". 

"Olor de la negrura, no sensible al olfato, sino a la inteligencia cósmica." 

En el reino mineral del óxido de cromo al silicato de alúmina, 
en el mar pez hermoso, antigrave y sutil en el viento, 
sagrada aroma en la respiración y sobre la palma de una hoja 
a la hora del alba, coronándose de rocío matinal, un prodigio 
del cielo, cinco adiciones a su virginidad, las dos restantes 
al espectro y a su vuelo. Colibrí, esmeralda y turquesa 
¡para ti sea la honra y la gloria! 





Cerebro circular. Semen 



Lo que se proyecta 
por el verbo 
y se trasciende 
por el espíritu 
origina obra maestra.


II 

Para la estimus 
glándula primera en la eternidad. 


Semen 

Para manejar los sentidos corporales 
cerebro circular 
veintiocho circunvoluciones cerebrales 
la energía desplazándose del centro a la periferia 
cien millones de fotocélulas actuando. 

Hermosa mañana 
forma musical 
la amistad constituyendo 
elipsis perfecta en la mujer 
la energía entrando en órbita. 


III 

Equilibrando el metabolismo 
en los hemisferios cerebrales 
con unidad interior 
sequedad fragante. 

Las órdenes que llegan 
al sistema nervioso central 
de las glándulas de secreción interna 
constituyen en los microorganismos 
que llevan los mensajes al cerebelo 
iluminación supermágica 
en los centros de energía. 
La circunvolución entra en acción. 






A continuación ofrecemos el prólogo que José Vicente Anaya escribiera para adentrarnos en la poesía de Juan Martínez, que compiló en un trabajo de gran valor para la literatura mexicana. La de Juan Martínez es una obra heterodoxa que germinó a partir de un ejercicio muy personal de la mística.




El poeta Juan Martínez
Voz de lo oculto, intérprete de los misterios



El gran poeta persa Shams-ud-din Mahoma (Mahoma Sol-de-Fe), más conocido como Hafiz (1320-1390), recibió en vida los títulos de Voz de lo Oculto e Intérprete de los Misterios por la belleza y profundidad lumínicamente mística de sus poesías; e iguales títulos merece nuestro poeta Juan Martínez. El estudioso de la cultura persa y musulmana, Paul Smith, escribió: “Si Dios tomara forma de poeta. Creo que estaría muy contento de escribir como Hafiz”.
    
También los poemas de Juan Martínez (1933-2007) serían dignos de ser tomados como modelo por el Ser Supremo. La prueba contundente la podemos encontrar en fragmentos de su poesía como éste:



Masticar la soledad en diminutas porciones de muerte
es solamente un viejo oficio
pero poseer pájaros medio muertos por la lejanía
y hacerlos cantar en el cráneo,
esa es una labor que sólo se encuentra
en las otras vertientes del cielo
donde los arbollones de la noche dejan escapar
todo el esplendoroso lujo de las estrellas nuevas
y el arancel para viajar
por el recuerdo de un sabor a metal acabado
es menos corrosivo, a pesar de los crueles manómetros
que miden el silencio de las palabras caídas en el aljibe de los sueños…


Pero en la poesía de Juan Martínez hay mucho más, en términos de sensaciones e imágenes que nos conducen hacia estados mentales que, fehacientemente, exploran los ámbitos del espíritu; y esto sucede por la profunda convicción que sobre el hecho poético expresó Juan al declarar:



Hay un gérmen generador en todo gran poema
que al ejercer contacto con el espíritu del hombre,
singulariza a través de una chispa transmisora
una potencia consubstancial; a partir de este momento
el que revive lo intuido por el poeta,
clarifica y extiende el paisaje diseminado en las líneas
mas cada espectador adapta el reino
a la posibilidad de su genio.
El mío trasciende cada oración
a universos heterogéneos…
la exactitud del Verbo ilumina la poesía
como un milagro donde Dios
glorifica por el hombre su  principio…


A principios  de la década  de 1950 el joven Juan Martínez se trasladó de la ciudad de Guadalajara a la ciudad  de México, donde hizo amistad con otros jóvenes poetas inquietos como Sergio Mondragón y Homero Aridjis (ellos tres serían amigos de los poetas beats y del grupos de Nueva York que por ese tiempo vivían en México: Philip Lamantia, Margaret Randall, Allen Ginsberg, Jerome Rothenberg, Diane di Prima, Marge Piercy, Lawrence Ferlinghetti, Jack Kerouac, Ray Bremser y otros). En aquel ambiente nació la revista que editaron Sergio Mondragón y Margaret Randall, El Corno Emplumado, en la que Juan publicó sus primeros poemas. Tiempo después, en 1959, aparecerían sus poemas en la plaquette titulada En las palabras del viento, en las ediciones Cuadernos del Unicornio que publicaba Juan José Arreola. Unos años más tarde Juan estaba en la ciudad de Tijuana, donde en mi adolescencia lo conocí como un yogui cabal, disciplinado, y descubrí su entrega mística antes de tener noticias de sus poemas.
            
Por 1986 Juan regresó a vivir en la ciudad de México y tres años después volvió a Guadalajara, donde falleció el pasado 18 de enero del 2007, habiendo estado como interno en un hospital psiquiátrico, donde se intuye que recibió los tratamientos típicos de esas instituciones como son las drogas inhibidoras del ánimo y los electrochoques, paralelismos de Juan Martínez con Antonin Artaud.


Vate de vates

Mientras vivió, este poeta estaba y no estaba entre nosotros porque había decidido retirarse del mundo, a la manera (aunque también en versión muy propia) del Príncipe de los Poetas, el alemán Friedrich Hölderlin. Sobre todo, Juan Martínez se retiró del ahora llamado mainstream de la liteartura mexicana, es decir la farándula “cultural”, “intelectual”  de la capital de México, de la que había sido constante crítico en una praxis festiva y directa al corazón (si es que lo tienen) de los literatos simuladores diestros en acaparar posiciones de poder. Y no fueron escasos los que, por la década de 1950, recibieron alguna frase sarcástica de Juan, que los puso a rabiar en su nadidad. Con sarcasmo y risa, una noche en que caminábamos por las calles de Tijuana, me comentó: “Allá en México, ahora me quieren hacer justicia los intelectuales”.
            
La inclinación mística hinduísta de Juan lo hizo pensar que el samsara del relativo éxito literario en la capital del país era sólo ilusión. Y decidió vivir en retiro, una especie de autoexilio. Para su retiro no escogió ninguna ciudad acogedora, que hay muchas en nuestro país, ni ningún centro ceremonial y de poder místico, que también abundan en el México Profundo (ese sería el caso de Yaxchilán, Huautla, Tónachic, Macuiltianguis o Basíware, por mencionar algunos). Para su retiro y búsqueda espiritual Juan escogió la ciudad  más antiespiritual, pragmática, materialista, utilitaria (sobre todo a principios de la década de 1960): Tijuana (la que hoy día con sus contradicciones está bendecida por el yin-yang, por el arribo de yoguins poetas como Juan y artistas de toda índole que han experimentado importantes búsquedas). Habiéndose alejado de los círculos intelectuales de la ciudad de México, tampoco le interesaron éstos ni los frecuentó en Tijuana, salvo tres o cuatro poetas con quienes cultivó la amistad (pero nunca hizo “corrillo literario”).
            
Cuando yo tenía entre 15 o 16 años frecuentemente veía a Juan Martínez en el centro de la ciudad de Tijuana (sin saber nada de quién era él) cargando un balde con agua en mano, detergente y trapo en la otra mano, limpiando automóviles y esperando con humildad unas  monedas que  muchas veces no le daban. Era costumbre, como ahora, que ese trabajo de desocupados lo desempeñaran niños desarrapados, así es que Juan era un contraste en aquel escenario, y no fue poco el rechazo que recibió. “No limpie mi carro, váyase a trabajar en algo útil, está usted muy fuerte y anda bien vestido. ¿No le da vergüenza andar haciendo el trabajo de los chavalos?” Frases que se alternaban con improperios. Juan no respondía, actuaba como si estuviera transparente ante los ojos de la altanería con que pretendían insultarlo. A sus espaldas algunos lo compadecían: “Pobre muchacho, no está en sus cabales”. Nadie atinaba a ubicarlo en lo que realmente era y hacía. Juan se retiraba unos pasos, ensimismado, casi siempre vistiendo su abrigo  negro largo hasta debajo de la pantorrilla, botas, cabellera larga amarrada en cola de caballo (recordemos que por 1960 era inconcebible ver a un hombre con cabello largo). Yo lo veía como a un Joven Werther o un Zarathustra perdido en el tiempo.
            
Cuando yo estudiaba la preparatoria en la Nocturna de Agua Caliente, por sugerencia de una compañera visitamos a Juan en su casa. Así empezó mi trato directo con él. Nuestras conversaciones eran sobre hinduísmo, tema en  el que yo tenía algunas lecturas pero con sus acotaciones aprendí mucho. Lo dejé de frecuentar porque a mediados de 1967 me trasladé a la ciudad de México para estudiar en la UNAM. En aquel tiempo nunca me dijo que él fuera poeta ni que le habían publicado en “importantes” revistas o en Cuadernos del Unicornio de la capital, pero sí pude apreciar los dibujos y pinturas que ejecutaba con trazos precisos e imaginativos. Fue en el D F y al paso del tiempo que leí la poesía dispersa de Juan Martínez. Años después, en uno  de mis regresos a Tijuana, sin que yo se lo preguntara, Juan me dijo que se había dedicado a limpiar automóviles porque había hecho un voto de humildad, sin esperar ninguna recompensa, y que para él había sido una prueba en el encuentro de la espiritualidad.
            
La calidad de verdadero vate Juan la expuso en muchísimo hechos y  escritos, este fragmento de En las palabras del viento es uno de los mejores ejemplos:



…encontré la sangre esparcida del alma de los pobres y de los inocentes,
y no la hallé precisamente en excavaciones
sino en todas estas cosas que tocamos a diario con nuestra mirada,
mis entrañas encendidas clamaron y guardé su enojo para siempre,
la amargura de mi corazón penetró hasta mis tuétanos,
las aguas en lo alto detuvieron su paso y la lluvia faltó,
miré la Tierra y he aquí que estaba  asolada y vacía,
los montes temblaban de pánico, los cielos oscurecían,
y los andamios de mi cerebro como jaula de pájaros, se encontraban de engaño,
mis ojos no vieron ni mis oídos oyeron,
entonces  subí hacia el mediodía y cabalgué llanuras como la sombra de la tarde
y he aquí lo que encontré y traigo para vosotros:
no os alegréis todavía, simplemente es, un sepulcro abierto…




Zarathustra perdido en el tiempo

Cuando no había carretera directa para ir de Tijuana a la playa, es decir, cuando esa playa era una zona silvestre, despoblada, y a la que después de horas se llegaba caminando a campo traviesa subiendo y bajando cerros entre matorrales, conejos y víboras de cascabel que pasaban en estampidas; Juan se construyó una cómoda cueva a la orilla de ese mar donde vivía por temporadas, vale decir que sin las molestias ni los gastos que ocasionan tener que rentar o acumular riqueza para llegar a ser dueño de una casa o de un departamento. Cualquiera diría que eso no es creíble, pero la vida  de Juan estuvo llena de sucesos increíbles, que sólo quienes los llegamos a presenciar podemos confirmarlos. Juan ahí meditaba, corría o hacía caminatas, conseguía sus alimentos del mar, nadaba…
            
Tal  vez nadie  se aficione a bañarse en agua muy fría, esa de la corriente gélida que del Polo Norte pasa frente a las costas de Tijuana; y todavía acumular esa agua en una tina y agregarle hielos, durante el húmedo invierno californiano (esto es decir que el frío penetra y traspasa los huesos); pero eso justamente hacía Juan Martínez. Y es que Juan se hizo un hombre fuerte, curtido en la ardua disciplina del yoguismo indio, en la que fue tan a fondo que logró verdaderamente el dominio mental de su cuerpo (conviene hacer la aclaración de que los yoguis no son showmen que hagan esas cosas como espectáculo ni para impresionar; para ellos se trata de ejercicio de disciplina mental, tal vez usted sepa que en el Tíbet algunos monjes, vistiendo un simple taparrabo de tela de algodón, se sientan en posición de flor de loto para meditar sobre pleno campo nevado, pasan el tiempo en una especie de estado “ausente” y después de horas a su derredor la nieve se va derritiendo…).
            
Desde muy joven Juan Martínez empezó a practicar disciplinas y su misticismo hinduhísta, en una versión tan personal que él fue su propia religión de sacerdote único y feligrés al mismo tiempo.
           
Cuando vivía en su cueva de vez en cuando iba a la ciudad, como dicen los rarámris cuando van a Chihuahua o el mismo Zarathustra cuando se asomaba a la ciudad, “para ver cómo viven los hombres equivocados”. Tiempo después en Tijuana se rumoraba que Juan hacía “cosas” extrañas, como recuperar comida de la nada, sosteniendo la certeza de su crítica en la praxis contra la sociedad del desperdicio, efecto de la gente equivocada.



Presencia y permanencia de la poesía de Juan Martínez

Durante casi cincuenta años Juan Martínez y su poesía han sido descartados por el status cultural de México, y es por esto que para el público lector ha sido un desconocido. Sobre este poeta y su  obra se desplegó un largo silencio (silenciar es el arma favorita de los envidiosos con poder) que ni siquiera pudo ser roto por la constancia de su poderosa obra poética, que como ya dijimos tempranamente editó Juan José Arreola en Las palabras del viento (1959), de sus poemas que le publicaron Sergio Mondragón y Margaret Randall en la década de 1960 en El Corno Emplumado, de los libros  Ángel de fuego (1978) y En el valle sagrado (1986) que prepararon Alberto Blanco y Luis Cortés Bargalló, de los ensayos que varios amigos publicamos en revistas (memoranda, del ISSSTE) y libros (vg. Poetas en la noche del mundo [de mi autoría], Universidad Nacional Autónoma de México, col. Diagonal, México, 1997). Todo eso pasó desapercibido seguramente por ciertas imposiciones que suelen dictar (dictadores al fin) rumbos determinantes como el camino “bueno de la poesía”, la supuesta “ruptura” que no rompió nada, el cliché tardío de la “tradición moderna”, los que defendieron la “disidencia” en tanto su derecho a expresarse pero luego acallaron a los disidentes; y otros prejuicios más. Es triste detectar que hasta hoy en día los grupos del poder cultural con sus actos siguen proclamando “no hay más ruta que la nuestra”. Y en la literatura de esos vicios hizo gala, por ejemplo, la famosa antología  Poesía en movimiento, pues consta en el libro Cartas cruzadas. Octavio Paz / Arnaldo Orfila (siglo XXI, 2005), que en 1966 (¡siete años después de publicado En las palabras del viento y de sus poemas en  revistas) el mismo Paz comenta con pedantería que excluyen a Juan por no cumplir con obra publicada: “…habría que conocer más cosas de ese muchacho” dice O. P.,  pág. 76 /  “…Juan Martínez y Octavio Cortés no tienen obra suficiente como para justificar su inclusión” Orfila citando a Pacheco, Chumacero y Aridjis, pág. 53.
            
Por lo antes comentado, resulta de suma importancia rescatar y dar a conocer toda la poesía de Juan Martínez que se había publicado y la que había permanecido dispersa. Conocer la poesía de Juan (y la de otros autores que han sido suprimidos por el status quo, como Concha Urquiza, por mencionar otro ejemplo) es llenar parte de un vacío en nuestra historia literaria, pues el periodo de su creación es en realidad más rico de lo que los divulgadores “nos han permitido ver”.





Esta recopilación titulada Toda la poesía reunida, incluye toda la poesía de Juan Martínez antes publicada y ya inconseguible, además de valiosos poemas inéditos, es el caso de algunos textos dispersos que llegaron mis manos gracias a Rodrigo Martínez y Claudia Ramírez Martínez, sobrinos de Juan; así como el poemario A las puertas del paraíso  que desde 1985 estuvo bajo el resguardo de Alberto Blanco (ver nota al final). A ellos mis agradecimientos. Quiero también agradecer a los autores de los ensayos aquí reunidos a manera de prólogos, que se suman no sólo como homenajes muy merecidos por Juan, sino también porque confirman, con sus diferentes puntos de vista, la importancia de este poeta en las letras mexicanas de la segunda mitad del siglo XX.

                                                                                                     José Vicente Anaya                                                                                            Coyoacán, 2007






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