jueves, 14 de agosto de 2014

JAVIER ETCHEMENDI [12.843]


Javier Etchemendi

Escritor uruguayo (Montevideo, 1968). Técnico en animación a la lectura, egresado de Quipus. Participó de los talleres literarios de Sylvia Lago y Jorge Arbeleche, Lauro Marauda, Suleika Ibáñez y Tomás de Mattos, Rosario Peyrou, así como en los Ciclos Literarios de la revista Zapatos Rojos en Buenos Aires (Argentina) y en la Casa de la Cultura de Santa Cruz de la Sierra (Bolivia). 

Ha publicado los poemarios Río de ventanas (1999), Empezar lo interminable (2007), El espejo continuo  y  Sueños de revólver (Trilce, 2010, Montevideo).

Textos suyos pueden leerse en las antologías Polifonía (1997), Poesía (1998) y Letras derramadas (bilingüe, español-portugués, 2002). 

Ha obtenido, entre otros reconocimientos, el primer premio del certamen Arte en Letras II (1998) y el tercero del certamen de la Dirección de Loterías y Quinielas (1999).



Persistencia

Un beso regado por el cuerpo, entre las manos
corrido por la espalda.
Uno de llegada y de partida.
Un beso de nacido y otro antes de morir.

Un beso para cada lámpara con frío. Para todos los objetos.
Un beso en la frente del caballo de porcelana.
Un beso hincado en la carne de una rosa de papel.
Un beso como el agua de los muelles,
estancado entre el aceite de los barcos,
entre el aceite de los ojos.
Un beso como cáscaras de naranja perfumando las camisetas.
Un beso de llegada y de partida.

Un beso de animales a escondidas.
Un beso de perros fracturados
de elefantes con miedo. Un beso,
como vacas de ojos amarillos,
que comen y besan hasta morir.

Un beso de a pie
de a litros
un beso sin dentadura. Un beso.
Que a nadie le falte un beso.
Un beso corriéndose por la espalda hasta el piso.
Cayendo por las alcantarillas, un beso abierto,
un gran beso partido en dos.

Que a nadie le falte.
Que a nadie le falte un beso en la fila al cementerio.
Un beso regado por el cuerpo, entre las manos.
Un beso porque sí y otro más        por si acaso.
Un beso de nacido y otro antes de morir.
Un beso de llegada y de partida.

Es tan difícil morir
no alcanza con balancearse al borde de la náusea
ni con apagar el timbre del teléfono
no alcanza con declarar que ya no amamos a nadie
o con ordenar los objetos de cara a la pared
no alcanza con eso
para morir hay que agarrarse con fuerza la garganta
coserse la boca
plantarse delante de una hoja en blanco
y no tener nada para decir
para morir hay que tener sexo con un ángel
o dos
caer desde la cama imaginando un balcón
imaginando un suelo de adoquines
que penetre por un costado como una cordillera azul
como el frío
para morir hay que haber perdido los colores
hay que haber perdido el nombre y entonces sí
pasar como un olor por encima de las cosas
pasar como un recorte de diario del gris al amarillo
de la misma forma que pasa la duda a la certeza.
Y ocurre.

Quién pudiera escribirle a la Luna como se merece
anclar unos versos en el cuerpo
apoyar la cabeza
y gobernarle el pecho como una enfermedad.

Rueda del Calendario que rueda
por la espina dorsal del universo
y pasa,
pasa como esta tarde en mí
como el minuto que llega jadeando y se aleja.

Cómo escribirle con estas manos de tijera,
con estas manos
vulneradas por los gestos
quizá sólo beberla
beberla despacio
beberla del estanque del vaso
paladeando el frío que baja por la garganta.
Luna de filo
Luna de Tierra llena
de espalda oscura           Luna de barco.
Arco de cárcel.

Quién pudiera quedarse con la cabeza apoyada
en ese azul que no se alivia.






Música para músicos (extractos)


No hay certeza en la puesta de sol ni en la cuchara encima de la mesa.
Tal vez todo sea un mal sueño de los dioses,
o la pesadilla incierta de algún ser dando vueltas en la universal alegoría de una cama.

*

Suena el despertador.
Nunca me levanto. Nunca he bajado de esta cama.
A veces sueño que voy a trabajar. Conozco gente.
Me siento en un bar contra la vidriera. Pido un café interminable.
El silencio está haciéndose bajo las mesas.
A veces también creo que alguien me está soñando y estira la mano
…y me apaga.

*

Un reloj que gira desacompasado
a tiempo o a destiempo
—qué difícil saber—
El pasado y el futuro no existen.
El presente es una taza de café interminable junto a una vidriera
apenas sostenida del mundo.
Todo es una construcción, una percepción.

*

Pessoa, sobre la estufa escribiendo Tabaquería.
Caeiro, bajo los árboles.
Yo, contra la vidriera.
Todos inexistentes: una superstición de nuestros vecinos.

*

Observo una espiral de vapor que asciende hacia no sé dónde
y me doy cuenta que lo ignoramos casi todo.
Por eso quizás amamos y morimos... y matamos: por ignorancia.
Para saber cuándo se rompe el corazón; para conocer el punto de cocción, el estallido

*

Sueño con dioses, con perros, con naranjas.
Sueño con puentes.
Siempre soy yo mismo en todos los sueños.
Sueño de un axolotl abandonado en el tiempo.
El pequeño monstruo cierra los párpados y acontece mi vida.
Él duerme y yo me levanto.
Él sueña y salgo a trabajar.
Él tiene pesadillas y aquí, del otro lado, la sangre se agolpa en las tinieblas.
A veces tiene sueños felices. A veces tengo días felices.
A veces pienso que él desaparece y me hago cargo de todo.
Pero aún quedan tantas cosas por soñar: otros dioses, otros perros,
otras naranjas, parecidas a estas. Otros puentes.
A veces espero que perdure para siempre.

*

Pasa un instante y otro y otro y otro más
y en medio de todos ellos va quedando un intersticio que los separa/que nos separa.
Se puede vivir en la frontera de los instantes.
Tener otra vida. Otros hijos distintos a estos.
Se puede estar loco.
Se puede pasar debajo de cosas parecidas a carteles
y también se puede ser una cosa parecida a gente.

*

El tiempo pasa volcando la tinta de los sueños,
machucando las frutas de la boca.
Mi vida pasa como una urgencia.
Apenas si puedo mirarla como se mira la ventana ajena de un edificio.
El resto, lo que queda, es el rumiar de un batracio pegado al vidrio.
El ser que me está soñando rumia sus malos sueños.
Apoya la frente contra el vidrio y el pensamiento del mundo se disuelve
en el vapor de las peluquerías.
Yo sé que existe otra vida para mí.
Yo elijo ésa, la otra; allí es donde ocurre todo como una clarividencia,
donde mi pensamiento cuelga como cuelgan los balcones al trasmundo.
Allí es posible creer que la muerte no existe:
tan sólo el silencio del teléfono, del timbre de la puerta.
Pero después, en un descuido, sus patas chocan contra el vidrio
y toda la realidad se estremece.
Y entonces vuelvo a creer que no hay certezas;
no hay sabiduría última.
No hay certeza más necesaria que la muerte.

*

El otro lado de las cosas:
un absurdo
un descuido de Dios
un borde que molesta
una clarividencia de la salvación
una fuga del tiempo
un color que no quiere ser
una realidad brillante como un hueso
una realidad que va, que va siempre
...y no nos necesita.

*

Mi corazón gira desacompasado.
Hay un éxtasis profundo en su golpeteo sangriento.
Tengo un reloj que se espera a sí mismo. Absurdo y tranquilizador.
Y aquí uno se da cuenta cómo tranquiliza no saber,
no sospechar siquiera que existe el otro lado de las cosas.
El otro lado que no es debajo ni detrás, ni subiéndonos encima.
El otro lado de morirse no es nacer, es saber que se está muerto.

*

El tiempo es un líquido que nos recorre;
es una bruma de terciopelo sobre la lengua,
es una guerra, feroz,
son dos guerreros parados sobre un calendario en sangre
nuestra sangre, nuestros sueños,
es la diversión cósmica de un niño
es un collar de cuentas, un juego absurdo
somos la tierra, la poza, la piel seca de una serpiente, inauditos, desechables,
somos muchos, parecidos, iguales.
Necesarios.





El tiempo se juega en nosotros la cruel 
certeza de existirse.

Allí están, míralos bien, son los otros:
el espejo continuo.

*

Aquí están todas las voces rompiendo la oscuridad como luciérnagas.
Las voces que no me quisieron; todas las que no me quisieron.
Y todas las que yo no quise… o no pude.

*

Ya te has ido.
Seguramente no pisás la misma tierra
no comés de estas naranjas, ni soñás estas estrellas.
Con el tiempo te cambiará la sangre.
Yo mismo cambiaré en tus pensamientos.
Pensarás que nunca nada se rompía.
Y no era cierto.

*

Llevo esta mañana todo el peso de seguir jugando
y tanto muerto hoy
cayéndose del almanaque.





Los muertos acuden al aroma de los sueños.

Gimen su euforia de lino cuando llegan a tocar sobre las sienes;
crujen los huesos y un aliento a ceniza desborda por debajo de la puerta.

Ellos rondan esta casa como un ejército de perros.
Hacen señas
tienen frío
añoran la fiesta
el café de las mañanas
extrañan los gestos calientes
los adioses
las manos en la cara
cerrar un libro como se cierra una puerta;
juntar los labios en el Te Amo de las Lindes.

Los muertos, nuestros muertos, se escriben en mayúsculas.
Están allí, en el asombro del azúcar;
en el fino rastro de cal dentro de los muebles:
rastro de polvo, polvo de columna vertebral.

Sí, en las viejas agendas están todos los nombres como un holocausto.
Los teléfonos que no suenan
las ropas que ya no quedan chicas ni estiradas
las fotografías

los rostros tirantes que parecen felices
el rastro de cal
las ganas
el gesto de los brazos al cerrar sobre la espalda
las campanas
el vacío tubular
los pies en el barro, la lluvia cayendo, azul, finísima
el reflejo de las hojas de un árbol sobre el brillo de la tapa.

Nos levantamos con un soplo de harina en los pulmones
y la prisa nos empuja adelante, siempre adelante.
Mordemos furiosamente las manzanas
y miramos al sol y estornudamos
y creemos que la muerte no existe
…pero entonces una parte del universo llega a volcar sobre la puerta.




e s c r i b i r :

Hacer pequeños cortes en la hoja
esperar que la sangre llene las heridas
que mucho antes
otros, más certeros
dejaron hechas para siempre.

*

Pasar los dedos sobre el dibujo de la letra a
que desconoce
que el mundo se construye todas las mañanas a su alrededor.

*

Hacerlo bien o mal o hacerlo a medias
y todo para no dejar de respirar.

*

Pelear por las palabras
para nombrarte
para poder nombrarme
para decir que existo
—que soy distinto a un pedazo de madera—
Pelear.
Para poder nombrar las cosas
Pelear por la palabra Basta
por la palabra Luna
Pelear por la palabra Dios
para poder decirla
para que no quede en duda.
Pelear por la palabra Muerte
para poder negarla.






Empezar lo interminable
Extractos



De la existencia

Un viejo masculla mentiras frente al espejo de una peluquería;
entre el rumor de los secadores
narra historias de un hombre inexistente,
sin superficie:
resumen rápido a lápiz grueso de una vida anterior.
Mi espejo es el albacea de una caja de peligros.



Contra la vidriera

Pessoa: sobre la estufa escribiendo Tabaquería.
Caeiro: bajo los árboles aguardando a su Menino Jesús verdadeiro.
Yo: contra la vidriera.
Todos: inexistentes como una superstición de nuestros vecinos.



Sueños de axolotl

Sueña con dioses, con perros, con naranjas.
Sueña con puentes.
El pequeño monstruo cierra los párpados y acontece mi vida.
Cuando duerme / me levanto.
Él sueña y salgo a trabajar.
Tiene pesadillas y aquí
—del otro lado—
la sangre se agolpa en las tinieblas.
A veces tiene sueños felices. Entonces tengo días felices.
A veces pienso que él desaparece y me hago cargo de todo.
Pero aún quedan tantas cosas por soñar: otros dioses, otros perros,
otras naranjas, parecidas a estas. Otros puentes.
A veces espero que Él exista para siempre.



Lucidez

Pasa el tiempo volcando la tinta de los sueños,
machucando las frutas de la boca.
Mi vida pasa como una urgencia.
Apenas puedo mirarla
como se mira la ventana ajena de un edificio.
El resto es el rumiar de un batracio pegado al vidrio.



El otro lado

El otro lado de las cosas:
un alarido
un descuido de Dios
un borde que molesta
una clarividencia de la salvación
una fuga del tiempo
un color que no quiere ser
una realidad brillante como un hueso
una realidad que va, va siempre
y no nos necesita.



Del Tiempo

El Tiempo es un líquido que nos recorre;
una bruma de terciopelo sobre la lengua,
dos guerreros feroces sobre un calendario en sangre
nuestra sangre, nuestros sueños,
la diversión cósmica de un niño
un loco con un collar de cuentas.
Somos la tierra, la poza, la piel seca de una serpiente,
somos únicos, parecidos, iguales.
Necesarios.
El Tiempo juega en nosotros la certeza atroz de existir.



Realidad

No sé. Estuviste parado sobre mis ojos demasiado tiempo.
Así dejaste de existir: suicidado desde un puente color café.
Ahora vuelves en los sueños a golpes de válvula
por haber leído a Vallejo
si no fuesen golpes de puro sexo.
Nada de esto parece cierto cuando llueve;
ni siquiera la calle parece real cuando llueve.
Un río de cemento corre por el borde de mi nariz.
Huele a nada o a todo. Así debe oler la muerte:
a demasiado,
a des-color.



Las muertes

Llevo esta mañana todo el peso de seguir jugando
y tanto muerto hoy
cayéndose del almanaque.



Empezar lo interminable

La Muerte consulta su reloj de cromosoma,
se alimenta de mi sueño
asoma entre mis ojos y ve la vida que yo no veo,
lo que va quedando.
Como un dios envejecido
enjardina mi alma con el polvo de otras rosas,
transparentes,
ya sin rosas, sin olor.
La Muerte es la fiebre cantando en la torre de mi sangre.
Dejo caer una luna de mercurio en el pozo de la fiebre
y se enciende un lúcido farol sobre mi frente.
La luz del mercurio lo conjura todo por un instante,
instante en que aprovechamos para descansar y reír,
para hacer lo que no se debe hacer,
para empezar lo interminable.
Ella es inmortal, no cabe en mi cuerpo;
tendrá que salir, salirse de mí,
dejarme exhalado sobre el respaldo de una silla.
Se alejará y observará largamente el traje que acaba de quitarse.
Desplegará sus alas,
y emprenderá un viaje de cuervos volando al Cero.

(Empezar lo interminable, del escritor uruguayo Javier Etchemendi, fue finalista del Premio Guadalajara de Poesía 2007).







El espejo continuo
Extractos




Los espejos mentidos

I.

Vos  y  Yo tan iguales y distintos.
Un día se terminará la cuerda;
el polvo de la tiza escribirá su última palabra
y el miedo a no saber quién sos.
Nunca saberlo.



II.

Conozco tu mirada al borde de la noche
la duda de tu boca     el  nosaber  del día.
Hay tanto por hacer;
mi deber yace en las pequeñas cosas:
el universo llenando una botella.

Hay un crimen perpetrándose en mi sangre
el beso interminable de la muerte
y el miedo a no saber quién sos.
Nunca saberlo.



III.

El Otro:
una idea
una casa sin sombra ni fresco al mediodía;
el quicio en donde aguarda el ausente.



IV.

No importa pensar lo que fui,
un barco turbio en medio de la nada.
Mi existencia exige perdón
por reflejar distinto los siete óleos del espejo.



V.

Los  puros vienen soltando aves para picar mi sueño;
llegan cimbrando el arco      oscureciendo el día.
Mi sueño deshaciéndose en la sombra
—clamores de victoria—
 y el miedo palpitando azul y rojo.



VI.

Van pasando los Otros.
Ajenos.
Tardíos.
Penetrantes.
Señuelos del ahora.
El paso distinto
—mejor—
casi perfecto.
Van cruzando la fiebre de un espejo de plata.



VII.

La tarde yace en ruinas al borde de mi casa.
Nunca dejé de irme del paso hacia la puerta,
el miedo asomando en las entrañas.
Un pensamiento constante:
los Otros son mejores
abren alas
colores invencibles en la cara.



VIII.

Un tren inmóvil en la luz refleja mi rostro arrodillado.
Escarbo en la noche buscando una salida.
El ojo rubio del futuro mira hacia otro lado.



IX.

Debo derribarlo todo      hacerlo de una vez;
juntar valor para ese instante
como si fuese ineludible rincón de última cosa.

Debo cruzar huyendo del extraño
que se ha puesto mi rostro a cargo de los hombros.



X.

Día de arrancarse la lengua y echarse en cuatro patas
a roer el hueso de la lluvia.
Día de una sierpe interminable rodeando la cama.
Día de querer negras las paredes      la luz de la lámpara.
Día de locura y de hastío      de asesinato.
Día de mirar hacia otro lado dejando morir a todos.
Día de tumba en el sillón.
Día en que duele la mandíbula de apretar los dientes.
Día de no morir por falta de valor e izar los hombros
para que los empuje el viento.
Día de patear animales para verlos rodar... y  verme rodar.
Día de perdón y olvido en el espejo.
Día de no querer nada y de quererlo todo;
de pensar si vale la pena, si acaso vale la pena.
Día de escribir por no haber comprado el revólver.
Día de cubrir la herida bajo la ropa, la herida incurable.
Día en que Otros son los adecuados y no parece mentira.



XI.

Habría que rescindir este contrato.
Habría que dejar la jaula abierta,
dar el paso de plomo
morir y renacer      hacerse solo.
Habría que negociarlo todo nuevamente;
regresar a la oficina de los cielos
y revisar la lista de oportunidades:
loco
santo
traidor
personaje histórico
partícula
o material de un sueño.



XII.

Dudaré del tenue reflejo que devuelve tu espalda
de aquel libro con el final cortado;
dudaré de la luz en el terrario de tiza.

Los espejos mentidos.



XIII.

Pasar toda la vida reparando el azogue
la luna del espejo.
Callar en aquel cuarto
oyendo el sonido que venía en el aire
trayendo la vencida insinuación del tiempo.



XIV.

Nunca serás lo bueno que habían dicho
y harás ruido a descalzo con madera
un fondo de cajón de puro muerto.

Nunca serás aquello que ha salido perfecto
que señala con sus puntas de viento
la estrella más pura y brillante del cielo.



XV.

La hora no es propicia
desde el oscuro extremo del mundo
está llamando un muerto.
No hay luz      acaso un resplandor tardío.
Inacabado.

Los huesos aturdidos pronunciarán mi nombre:
descalzo
entumecido
semilla de otra cosa.



XVI.

Perros y santos detrás de la cruz
—muge la dicha de los idos—
unos y otros atropellamos el paso hacia la luz.
Al matadero.



XVII.

Posar para una foto.
Dejar caer la ropa      los dones recibidos
tachar a los ausentes;
pedir a Dios o analista perdón por la tardanza.



XVIII.

Estoy cruzando el río donde Otros gesticulan
como advirtiendo el peligro.
Estoy con los pies rodeados
el molino de aspas detenido
y las piedras temblando bajo el agua.



XIX.

Un balde sin roldana se estrella y desvanece.
El Rey del manicomio afila sus espadas,
la risa de la gente queda lejos
y el mundo se aglutina en la mirada.

La sombra exhala un niño oscuro en la retama.



XX.

He de cruzar la puerta.
He de bajar el tono palpitante de la lengua.
Habré esperado en vano.
Habré mentido.
Quizá alguien haya podido odiarme.
Yo he odiado y reído.
Se romperá el espejo y habrá lunes para siempre.
Ojalá no vuelva a verte.
Ojalá pueda estrenarte un día cualquiera
—un día, un domingo—
esos en los que uno ha desertado un poco; lo merezco.
No sé si cambiaría alguna cosa. Tal vez, que el dolor
fuese decente con mi cuerpo.
Y haría, eso sí, un juramento: no olvidarme de mí.
Ni hacer silencio.



XXI.

Durar:
clavarse en la congoja mareante de un desnudo.



XXII.

Amar al Otro como a sí mismo.
Como a sí mismo... no, como al azul de un calabozo.



XXIII.

El amor ha llegado a reclamarme, sus pasos arden sobre la sien.
Mi alma se ha quebrado bajo el plomo de su rosa.

(Ganador del Premio Fondos Concursables para la Cultura 2008).







Sueños de revólver
 Javier Etchemendi

I

Ni odio débil ni moral satisfactoria
deseo que podamos      entre todos      enseñarte la muerte:
la correcta posición de los pies
el peso del cuerpo con mayor intensidad
sequedad en labios  y  en la boca
largas e interminables sesiones frente al espejo
enseñártelo todo
y
al terminar

pondremos rosas de plomo entre tus manos
así la naturaleza entera
te llevará hacia el pozo en que se hace silencio

entenderás       finalmente      por qué los picos no tienen voz.



II. Una vida entera:

mancillaste la tierra
cegaste hijos dorados
edificaste casas de sombra y de guerra

tuviste derechos y los perdiste
derecho a mirarnos de frente
a dormir en paz
tuviste derecho al espejo
a convivir con tu cadáver      pacíficamente

pudieron tener      todos ustedes      dignidad
pero sólo tendrán alucinaciones de bala
escaleras al  delirium tremens1 
o salidas al mar por las bocas de tormenta.



III.

Observamos  tus últimas ocupaciones:
subir al auto
ir al médico
acudir al juzgado          mentir
apagar la luz       oscilar       encender una linterna
auscultar el idioma transparente de cadáver

violar el último derecho: creer que tuviste razón.



IV.

Cuánto muerto
allí están    
tras la puerta enrejada       aguardando
muertos ya muertos y otros      en el limbo
o       como han dicho       quizás      en Suecia

el limbo      un cielo sin Dios
carne bajo la tabla del piso      en el aire      en las partículas
en las inundaciones

qué silencio el de Dios
cuánta marcha y hedor a milico y casco de caballo
cuánta mierda, Sí
páginas y páginas anotadas en el estercolero

cuánta mala decoración y abuso de rojo:
rojo hombre      célula      humo            y  jinete del Apocalipsis.



V.

Ven      apaguemos la luz      midamos la oscuridad
escuchemos el sollozo de la carne tendida bajo tierra

recorramos este tren en el que definitivamente  irás solo
oigamos el ruido que hace una bolsa al estallar

tu corazón      Senescal2      es una bolsa.



VI.

Tres y media de la mañana      la luz del corazón apretada.
desde la tiniebla  observan atentamente
 escribo      sólo escribo      nunca hice otra cosa
—una piedra en el muro—
apenas un susurro sobre el fragor de las balas
hay tanto por hacer

habría que excavar el aire
demoler edificios
dar vuelta toda la tierra

habría que decretar la decencia      para poder
de una vez por todas      cincelar los nombres

no se termina hasta que se termina.



VII.

Nadie los envenenó. Yo no lo hice.
No entré en sus casas ni observé sus armarios
no pateé sus puertas ni siquiera toqué el timbre
tan sólo para aterrorizar
nunca estuve en una marcha de repudio

sólo existimos al mismo tiempo
pudo ser en otra época      conmigo ausente
pero no...
debí matarlos y no lo hice
deseé extraviarme pero me hallaron
mi poder radica en escribir y memorizar
el de ustedes en temer
porque nadie los va a matar ni entrará en sus casas
ni hurgará en sus armarios ni robará sus niños

seguiremos viviendo      cambiaremos las veredas
Recordaremos

mientras tanto   

una línea de cuerpos grises     Señalando
una fila interminable que sale de la oscuridad sin fin

Aguarda.



VIII.

Percibo la huida      pasos en la sombra.
¡Necesito Luz!
Quiero más luz  para esta oscuridad.

Entro a los archivos como a una cocina
campana a la derecha       sangre a la izquierda
órdenes aleteando furiosamente de un gancho:
asesinado
acribillada
dinamitado
enterrada
violado.
muerte confirmada.



IX.

¡Qué difícil escribir esto!
Tanto aborrecimiento que me parece estar entregándoles todo

estoy  volcándome al  vacío como el universo sobre una puerta.



X.

Merodeo a la muerte      aprendo qué  hacer
observo cómo lava y tuerce
elaboro el crimen:
dibujo cada uno de los  rostros  y  borro
línea
tras línea
      demoradamente

la muerte en efigie.3



XI.

Lloro. Lo sagrado no se nombra
los muertos no se nombran
¡Silencio!
no hallo la expresión      estoy decepcionado ¡No!
éstas son palabras que diría un amante... estoy solo    
parado en la puerta del templo
grave y lento como un sueño de revólver.

Aguardando.



XII.

Nadie debería leer esto
da tanta vergüenza que caminen por mis calles
nadie debería verme desnudo       odiando

les estoy concediendo mi odio como enamorándolos.



XIII.

Ahora      que estás sentado al borde de la cama
cansado de esperar la muerte
Ahora     que has decidido cerrar los ojos de té
esperando los aullidos de cemento
Ahora     cuando sales a saludar en el viento
envuelto en una sábana rojísima
como de recién nacido o de recién muerto
Ahora      llega la Historia con un  soplo de hombres muertos
—el rumor de sus huesos muerde tu sueño—

Ahora      precisamente ahora      en que estás a punto de saltar
y  volar sobre las claraboyas.

(Este poemario obtuvo en 2009 el Premio Fondos Concursables 
para la Cultura)



Notas

Delirium tremens, trastorno orgánico agudo que aparece como síntoma propio de la retirada brusca de la ingesta de alcohol en consumidores crónicos de grandes cantidades de esta sustancia. Los ataques duran por lo general de tres a seis días y se caracterizan por alucinaciones terroríficas y temblores violentos.
Senescal (germ. siniskalk, el criado más antiguo). Substantivo masc. En algunos países, mayordomo mayor de la casa real. Jefe o cabeza principal de la nobleza, que la gobernaba, esp. en la guerra.
n.a. “La muerte en efigie” se denomina a la práctica con fines mágicos desarrollada por el hombre del período paleolítico. Éste antes de ir por su presa dibujaba la secuencia de caza y de muerte para que luego esto mismo pudiese ocurrir exitosamente en la realidad.






Política y experimento


Por Roberto Davison

EL CUARTO LIBRO de poemas de Javier Etchemendi (Montevideo, 1968) prueba la consistencia de su escritura en diferentes temáticas. Como se señala en la contratapa, su poesía es "intimista, reflexiva, cargada de símbolos", pero ha adquirido un oficio que le permite deslizarse de un asunto a otro sin perder pie. Es una escritura que, aceptadas las reglas del juego de la poesía, es capaz de generar un efecto emocional en el lector a partir de la concentración.

Sueños de revólver es un libro político que se las ingenia para no perder reflexividad ni cuidado en el lenguaje. El título alude a la dictadura militar y a sus protagonistas, pero sus resonancias se prolongan más allá de la sección correspondiente del libro. Las palabras "guerra", "cadáver", "bala" , "plomo", " muerto", "sangre" van y vienen, diseminadas a lo largo de los textos, y generan un clima de violencia y de "dolorosa experiencia", como apunta Fabián Severo en la contratapa. Sueños de revólver son los que tienen los militares presos, y eso funciona como un motivo explorado y profundizado que da unidad al libro.

La habilidad de Etchemendi consiste en el tratamiento de ese motivo en clave personal, a modo de monólogo interior incesante que hace sentir el lenguaje tanto como el tema. Si se trata de "hablar" de una circunstancia y de lo que implica para quienes vivieron la dictadura, el habla de Etchemendi va desplegando distintos procedimientos para no caer en el juicio directo, para convertir cada texto en una instancia de reflexión que se expande hacia el siguiente. En esa reflexión están las maneras expresivas: por un lado, lo puramente "poético", la oscuridad metafórica de las imágenes que se arriesgan a la brutalidad para poder pasar a la belleza. Por ejemplo, "los rostros de mis hijos tiemblan en una tormenta neuronal/ de líquido y rapsodias/ y en un inexorable ballet hacia la sombra arden como una huella incestuosa" (página 78). La clave de esas imágenes está en el contenido que "sueltan" al seguir y no contentarse con lo dicho.

Por otro lado, está la manera de decir: todo parece parte de un relato que se centra en su enunciación, como si el lector se asomara de pronto a una parte de atrás del discurso, que sigue sin su consentimiento. La manera de decir es entrecortada, "emocionada" en el intento de captar un detalle al vuelo. Los versos se abren a menudo mediante espacios en blanco, lo cual supone que un impulso expresivo abarca otros en su mismo espacio. Esa especulación con el tiempo expresivo no es una exhibición de destreza, sino una manera de escribir que integra poesía y narración en un mismo acto. En ese plano, el valor de la condensación para representar (a veces algo irrepresentable) es evidente, como en otros títulos de Etchemendi.

La lectura de Sueños de revólver hace escuchar la voz del hablante como un continuo. Son confesiones, reflexiones, descripciones de estados de ánimo, pero sobre todo el sonido de ese monólogo torturado y lúcido, que atraviesa todo el libro. Gracias a la estructuración espacial, a la dispersión de las palabras en la página en bloques, ese sonido permanece, como si hablara al oído del lector. Esa condición apelativa, de complicidad en la aseveración de imágenes violentas y nada complacientes, afirmada a su vez en el uso de verbos de acción, es lo que hace de su lectura una experiencia dolorosa, o, simplemente, fuerte. Lo personal de la escritura de Etchemendi está en esa voz desde la cual puede hacer, por ejemplo, política sin dejar de experimentar con el lenguaje.

SUEÑOS DE REVÓLVER, de Javier Etchemendi. Trilce, 2010. Montevideo, 88 págs. Dist. Gussi














No hay comentarios:

Publicar un comentario