Felipe Rivera Burgos
Tela, Atlántida, Honduras, 1968. Licenciado en Literatura por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Miembro de número de la Real Academia de la Lengua Hondureña.
Productor y Editor de textos educativos y culturales.
Obra:
Para callar los perros (cuentos, 2004),
Ese verde esplendor (poesía, 2006).
De espaldas al crepúsculo
Descreo del amor que vive de rodillas.
Hace ya muchos mares
el lento paraíso cayó de nuestras manos
con un estrépito de pétalos y huesos.
Tus labios eran dos giralunas
abriéndose a la lluvia de octubre.
Sabes que era el amor
el rumor de los pájaros de invierno
que volaban sobre el farallón,
sabes que el destino nos marcó con sus cruces
como dos sombras prendidas sobre el paisaje..
Nadie tendió rieles al corazón,
sin embargo, pasó más veloz que un tranvía
arrastrando consigo todos los parajes.
Quiero volver y no puedo,
estos hombros aturdidos de lágrimas.
Vivo con lo que puedo,
con lo que arrebataron mis manos a esos días,
y vuelvo la espalda a los crepúsculos
donde el amor se postra.
Pasión del ahogado
Estás aquí
inclinada sobre las horas
como una vertiente en la noche,
como una ventana por donde el cielo nos acerca
su ceniza inalterada.
Ahora puedes remontar la frondosa tarde
por avenidas y psajes,
equivocar el deseo entre tantos latidos,
puedes palpar la infancia como una fábula en ruinas,
buscar en tu lecho el navío sosegado,
entrar en el recinto dosnde estaba esta carne,
y sobre ella un último recuerdo.
Toma este dolor y guárdalo
como un grano de luz en la inmensidad de la noche,
mientras voy por la calle
con el rostro de un hombre visiblemente amado,
y sé que nunca más me tocará este sueño
con sus manos falsas.
Verde inmenso
Hubo las tormentas donde tú eras una hoja blanca
arrastrada por las calles más tristes de la ciudad,
una carta de amor navegando por las aceras.
Hubo un un sótano lleno de músicas
donde mis manos estrujaron
los episodios más dulces de su vida.
Hubo un corazón una sola tierra para su golpe.
Las hojas de los almendros qué dijeron entonces.
Cómo pudo romperse más allá de la tarde
la luz que jugaba en nuestras manos.
Cómo se hundió bajo la piel el deseo
en carne no tocada.
No eras tú el ciego que corrió por las aceras
detrás de sus ojos.
No eres, vieja sombra, el cuerpo que se avivó
con la luz de sus labios.
El corazón es hoy un río de hojas
esparcidas como las aguas,
altar donde reposan las cenizas del mundo.
De aquellos días sólo queda el rumor
de las cosas arrastradas por el tiempo.
Queda, dentro de unos ojos,
el verde inmenso de todo lo intocado,
el sueño de los sueños donde el alma se hundió
como brazo de hierro
sin palpar un instante su materia sobre la tierra.
Queda el rumor de la arena bajo los pies desnudos,
una carta rota, una flor,
cenizas de una flor donde el amor todavía respira.
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