CRISTIÁN ARREGUI BERGER
(Santiago de Chile, 1975). Poeta y Artista Visual Chileno.
Licenciado en Estética en la Universidad Católica de Chile. Con estudios de Magister en Artes, mención Teoría e Historia del Arte en la Universidad de Chile.
Autor de: "Los gritos de la sien", Ediciones Entreguerras, (1996), "Cantos de Cain", Be-uve-dráis Editores, Santiago de Chile (1996), "Facies Nigra (1), Vida y muerte de Pablo Neruda", Jemmy Button Editores, Santiago de Chile (2004), "La nada misma", Ediciones Corriente Alterna/ Be-uve-dráis Editores, Santiago de Chile, (2007). Sus textos han sido publicados en revistas como: "Entreguerras", "La gran piramide polar", "Derrame", "Bajo los hielos", y "Punto Seguido", (Colombia). Ha colaborado en diversas exposiciones visuales conjuntas del Grupo Surrealista Derrame. Actualmente es editor de la revista cultural 2010.
LA NADA MISMA (FRAGMENTO)
EPOPEYA DE LA NADA
IX
Fundamos nuestro reino en un espacio vacío
Construimos nuestra choza en ningún lugar
Conquistamos, con nadie luchamos
Nada tuvimos que ganar y sin embargo ganamos
Este triunfo fue una derrota
Y este perder fue nuestra victoria:
Todo el universo perdido de antemano.
CANTOS DE CAÍN (FRAGMENTO)
Ser poeta es haber jugado solo
un juego que no calzó con la multitud
Es haber nacido en la puerta giratoria de los espejos
dándose de cabezazos con la propia imagen
Es presentir que al otro lado habrá alguien más
Siempre ese alguien más
que se nos pierde en la espera
como un verso que olvidamos escribir.
Ribera Sur, poemas del movimiento social de Aysén
Por Cristián Arregui Berger
Reproducimos estos poemas quedan cuenta del sorprendente movimiento social que sacudió a Aysén y al país entero, donde reside el poeta en la actualidad.
A Iván Fuentes, Misael Ruiz y los miembros de la Mesa Social, en recuerdo de esos primeros días; vueltos a reunir en el ‘Punto Cero’.
Lejos del poder y la gloria
De la tierra, la Palabra. Junto al camino tantas veces transitado,
vemos el rostro de un vecino. Cambia según las horas de su día
y la preocupación de sus noches. ¿A quién pedirle potestad
en el circuito de nuestra resistencia cotidiana?
Son de otros el poder y la gloria: los fundos, el agua.
Pero tienen voz los ríos. Tiene voz la faena
del campo y del mar. Y tiene voz el frío: Es la nuestra.
La escuchamos junto al fuego de la estufa.
Nos cobija la demora del hombre por el hombre.
Afuera no ha parado de llover. Tomamos mate.
Nosotros hemos hecho este adentro.
No calzamos en la foto del turista
No es como el mar. La ola de nuestras voces
se parece más al silencio, fíjate, al de la casa
cuando afuera arrecia el temporal. Lo que deseamos
es la dignidad de nuestra existencia, sin más. Apagado el TV
los niños ya dormidos, ese intervalo
en que la noche nos devuelve.
Estas marchas no son como las de otras rebeliones.
El fuego que hemos ido a encender a la calle
no es un fuego distinto al de casa.
No somos como el mar, ni como la tierra.
No somos como los bosques. Nunca calzamos
en la foto del turista. Somos, como salmones,
machos o hembras, remontando el río,
la vida nos va sacando el color de adentro.
No somos tampoco un canto de protesta. Llega un día
en que la canción termina. Pero la ola sigue.
En el cuerpo se va quedando
todo lo que del día fue radiancia.
No somos héroes ni santos ni estrellas de película.
Somos padres e hijos, asalariados, pero sin patrón.
A menudo nos ha sobrado la violencia,
muchas veces nos faltó el valor. Pero basta.
Ya está bueno. El problema tuyo es también el mío.
Trae a tu gente. La provincia entera será la casa.
Ya no queda miedo
Ya no queda miedo. Se ha perdido en las miles de hectáreas sin un alma.
Se murió esperando un hospital. Lo derivaron de O’Higgins a Coyhaique, no alcanzó a llegar.
No le alcanzó la leña, se durmió en el frío. Llegó la nieve, perdió el forraje.
Se nos murió el miedo, che. El mate hace tiempo que no aguantaba otro lavado.
Hacíamos el teatro de seguir chupando, porque alguien nos dijo que hacer patria era eso.
Pero no. La patria fue llevar y juntar nuestros pellejos, enarbolar juntos las negro-tricolor.
Ya no queda miedo. Nos dejaron vaciados. El tiempo nos llevó la juventud, la pinta.
Las mujeres, firmes a nuestro lado, siguen amasando tristezas y esperanzas.
Depusimos las redes, para pescar hombres, conciencias, era tiempo ya.
Todos esos peces que huían de los sueños, los trajimos a la olla común.
Ya no queda miedo. Lo lavó la lluvia que caló hasta los huesos.
Lo pisó la gente que marchó por las calles. Nos aplaudieron los discursos,
les emprestamos el verso. Ya no queda miedo, y si llegase a haberlo,
haremos como si no. Ahí están nuestros viejos y nuestros chicos que nos miran.
Estamos cerca. Hay quienes piden ver un charco de sangre,
pero arde más la sangre que despierta, la paciencia que se hiende
en las horas de una toma, en el camino, en la desgarrada lucha
de nuestra humildad.
Y nos querían devolver el miedo, gancho, quitar la unidad.
La sala de reuniones tenía el aire viciado,
los ajustes, las presiones, los intereses de tal o cual partido.
Nos pegaron la encerrona.
Entonces abrimos las puertas, las ventanas
y entró Aysén.
Se vuelven a encender las barricadas
Se vuelven a encender las barricadas.
Los pescadores y campesinos regresan a sus puestos de combate.
La noche será larga.
Un cura camina entre el grupo.
Los encapuchados le muestran sus rostros y piden la bendición.
Santa María de la Divina Providencia:
Una sola radio en toda la Tierra
da testimonio de la noche.
Poca patria
Yo quería morir con ellos
pero no alcanzaba mi alma la cumbre de sus cansancios
ni mi piel el temple de sus oficios.
Duele no ser pescador, no ser campesino,
no ser jinete de Valle Huemules.
Los sociólogos, los eruditos,
los doctores de toda escritura:
mucho simulacro y poca patria.
La poesía es hoy un asunto de cobardes.
Cuando Aysén estuvo unido
¿Te acuerdas de esos días en que todo Aysén estuvo unido?
Caminabas por las calles a oscuras,
iluminadas de vez en cuando por fogatas.
Había otro fuego. Te inclinabas
ante el fervor de su aura.
Viste al Cordero esa Cuaresma, en el Puente,
recibiendo piedras y balines.
Tuvo hambre ¿le diste de comer? Tuvo frío ¿lo abrigaste?
Estuvo herido ¿lo visitaste?
Nunca olvidarás el Puente Ibañez de esas noches
con el viento que auguraba otra batalla: la más grande,
la del alma. La de todas las almas juntas.
Y decíamos: “Quizá se corte la luz. No importa.
Quizá se acabe el gas. No importa.
Escasean los alimentos. No importa.
Vamos a resistir. Vamos a reinventar la solidaridad.
La justicia es un valor absoluto.
La verdad también”.
Y ahora vuelve a circular el discurso por las calles
El sonido del poema no se oye.
Los árboles cortados se reemplazan y ya crecen.
Quedan los testigos, pero cada cual vuelve a sus oficios.
Los niños se aburren en la escuela.
Se firman entregas de terrenos, cuotas de pesca.
Pero sabemos que la victoria es otra.
Y si vuelve a encenderse ese fuego por las calles
Buscaremos las cenizas esparcidas en los barrios
Para trazar el signo en nuestras frentes.
¿Te acuerdas? La lucha tiene un esplendor
que la victoria no conoce.
Esta gente que arrimó su sílaba a la tierra
Y esta gente que arrimó su sílaba a la tierra
Del mallín brotó la patria, la pequeña patria
que el país esconde.
Esos días que guardamos dentro
Hijo, te contaré la historia de un bosque y un mar con olor a gente.
Se levantó un día de la tierra y se tomó las calles de los pueblos.
Fueron días en que guardamos tantas cosas dentro.
Nos mentían del gobierno. Aprendimos del puñal en los noticieros y los diarios.
Pero nosotros, en Aysén, estuvimos en la verdad.
Te diré cómo lo notaba: cada quien se mostraba como el que era.
Había fuerzas que trabajaban a fuego el metal noble
y al innoble lo quebraban. Eran tiempos de cuaresma y conversión.
Se acercaba Pascua. No nos atrevíamos a pensar quién sería el Cordero.
Pero marchamos juntos por las catorce estaciones
y cargamos la misma cruz: “Tu problema es mi problema”.
No sé si era de ñire o de lenga la cruz. Quizá era de coigüe. La leña estaba cara.
Pero supimos perdonar al enemigo y por eso muchos nos desprecian.
No importa, hijo. Perdonar podemos, olvidar no.
Una gracia nos hirió y su estigma no se cura.
Esta serie de poemas fueron inicialmente escritos durante febrero y marzo del año 2012, en Puerto Aysén. Un año después fueron revisados, corregidos y terminados por el autor.
La nada misma
Cristian Arregui Berger. Bouvedrais Editores & Corriente Alterna 2007. Poesía, 104 págs
Por Juan Mihovilovich
El polvo sobre el polvo, la esfera que gira temerosa, alza el vuelo, desciende y se posa en ninguna parte. Y dentro de la esfera nosotros, el, vosotros, ellos; y el poeta discerniendo sobre el sentido de la Nada, del Todo, de uno mismo. El poeta, transido, cansado, maloliente a veces, dubitativo, férreo, mordaz, hiriente, sagaz, pálido de vivir y de morir al mismo tiempo…y oh, el tiempo, esa cosa que se nos parece y que se divulga y crece siendo Nada. He ahí el drama de la comedia: vivir, vivir que algo queda. Morir, morir, que algo nace. Y Arregui navega en ocasiones por el deslinde de un sueño colectivo: avanzamos hacia el mero hecho de existir y entonces, habituados a no vernos nunca nos consolamos mirando hacia lo alto, pero, ¿es en verdad hacia lo alto que miramos cada día? ¿No nos seduce a diario el pan, la vigilia, la comida, el sueño y otra vez el despertar hacia la nada que nos consume cotidianamente?
En esta vorágine de sentimientos esparcidos como sobre una tela infinita, la eternidad ha creado ese infinito por compasión, para no quedarse sola y perdida en medio de la Nada. Allá, en los confines de un principio que somos y en el que nos movemos, somos y seremos, la idea de Arregui no es la idea conformada por el conformismo común, por que da lo mismo, y/o porque es lo mismo cada cosa. No pareciera que fuera de ese modo, aunque en ocasiones sus versos supuestamente en entredicho dan la impresión de consolarse con los contrarios. No hay tal. Es apenas un juego serio que nos deja indefensos contemplándonos por dentro. Si, esto somos, ni más ni menos: / ¡Nada soy!/ fue su más fuerte grito /no en la victoria, sino en la derrota/ esa derrota que era la victoria de sunada/ Guerrero de la nada, tuya es la gran valentía/ Toda tu lucha por nada/Todo tu corazón lleno de nadidad/ Nulo en el triunfo y en la derrota…/ (Epopeya de la nada. II. Pág. 46-47).
Somos el eco de un canto que no cantamos, pero que paradójicamente nos creó, nos dio forma y contenido, o más bien, se materializó y rodó por los bordes de los ríos, los bosques y las plantas, caminó por caminos inexistentes y construyó huellas que se borraron al mirar hacia atrás. Y el individuo, maravilla de las maravillas, no vio nada detrás y al contemplar hacia adelante vio que nada se alzaba por sí mismo, sino que todo obedecía a una naturaleza que lo excedía, que lo sobre pasaba y que, no obstante, lo hacía caminar extasiado de un paisaje que ya no era suyo, que quizás nunca lo fue o que olvidó que lo fuera. /Un ave de luz cruza el cielo/ ¿En quién me he reconocido?/ No cantes ya las viejas consignas del militante/ Canta la libertad de los árboles, la voz de las aves/ Canta el canto que cantado Es/ Y nada más. (El canto anonadado. Pág. 89)
La nada se construye, si, se construye en medio de un universo ajeno (¿?), pero ¿será posible que nada nos pertenezca, ni siquiera ser parte de esa nada que nos atosiga y nos aplasta contra una pared de sombras y de dudas? Si al menos supiéramos mirarnos los unos a los otros para vernos solos y parecidos. Si al menos tuviéramos la entereza de saber que la muerte es cada día y que los segundos no corren en contra, sino que avanzan con nosotros, quizás La Nada que Arregui nos otorga como una bofetada cósmica no sea otra cosa que una llamada de atención, una patada en el trasero para despabilarnos en medio de nuestra comodidad citadina mientras los pueblos se yerguen a lo lejos sembrando y contando los días, las semanas y los meses, hasta que un año cualquiera alguien muere, otro más, y la pregunta retorna con más fuerza, con saña, con fiereza, para quedarse allí, apenas como la pregunta de siempre y de ninguno.
Este no es un libro para decir tan poco de él, o no decir, sencillamente nada. Este es un libro deslumbrante, que nos socava el poco espíritu que nos queda, que nos ataja a la hora en que descendemos a las profundidades del sueño sin saberlo, que nos revierte el sentido del sinsentido acostumbrado. No. No es un libro sobre La Nada Misma. Es un poema a la belleza de estar vivos y ha olvidarnos que lo estamos. Es una sátira. Lo es. Es una epopeya. Lo es. Es una ascensión a ras de suelo y un culto sobrenatural a lo que naturalmente obviamos: la vida para ser vivida y amada.
Fuera de ello, La Nada Misma es una ofrenda que nos desnuda en cada verso. Esta es una apuesta al infinito cuya finitud nos recorre de pies a cabeza desde que gritamos el primero de nuestros días sobre la tierra que abominamos. Esta es una llamarada que no se consume en el acto de la escritura misma. Y aunque “Entre una y otra nada transcurre el Infinito y no hay ni una sola palabra que nos revele la verdad…” “O vivamos apoderándonos de la nada y la guardemos en el bolsillo para no mirarla a los ojos…,” aunque el estropicio humano nos saque la lengua y se nos burle en la cara como un error de la creación, a pesar de ello o por ello mismo, la poesía de Cristian Arreguini con mucho es nada.
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