CECILIA CASTILLO
Profesora, poeta, cuentista y periodista chilena.
Nació en La Serena, Chile el 23 de abril de 1949 y vive en Iquique desde 1975. Con presencia en la literatura del norte, a pesar de sus escasas publicaciones: el poemario BOLEROS en diciembre de 1996 y el volumen de cuentos CACTAE, Mujeres del Desierto en diciembre de 2002.
Es miembro de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH) nº. 1831, y de la Sociedad de Escritores de Tarapacá (SETA).
Publicó, entre otras obras: La calle mojada (2003).
BUITRES
(Comentario a una fotografía
de Kevin Carter de una niñita
desfalleciente acechada por un buitre)
Y volamos así, en círculos
engarzados en penas móviles
quitando la piel al mundo
enmascarándonos
antifaceándonos
¿alelados?
No.
Ya nada nos asombra.
Ya nada es inhumano.
Tragámonos hambres, guerras, pestes.
Sonreímos a los Jinetes.
Abrevamos Sus caballos.
Sudán es un lugar en Africa.
Sólo un lugar en un mapa.
Y esta ninã,
lo que pasa es que esta niña
tiene demasiados huesos.
(La calle mojada)
REFLEJOS
En hora de bostezo de gaviota
una ola rezagada
me pretende, me seduce
y coqueta...en puntillas me abandona
Yo suspiro y
te saluda mi sombrero desde lejos
desde a veces, desde sombra
Te saluda, te antecede, te convoca
mi mano ondulada de agonías
Te saludan el canto y mi rebozo
con un breve tinte de pudores
Suelo inmenso
libre amplio desierto de mis soles
Te saluda te sigue mi dolora
Retroceden mi brazo y su esperanza
Te saludan la espuma y sus reflejos
Color verde embotellado
Mi congoja y tu verso
Y el eterno díaynoche
Glaring, glaring
La Calle Mojada
Ya nadie recuerda, Amanda.
Manuel y Víctor
son cosa del pasado:
verdad y reconciliación -
borrón y cuenta nueva,
tal vez no haya ocurrido nunca,
dicen.
Ya nadie recuerda.
No corras, Amanda.
Ya nadie recuerda
que muchos no volvieron,
tampoco Manuel.
Ya nadie recuerda, de Víctor,
el crujido de su guitarra en agonía.
Pero, la calle
sigue estando mojada.
Mojada de orines y lágrimas,
mojada
de sangre
en cinco minutos.
La vida es eterna
en cinco minutos.
Ya nadie los recuerda,
Amanda.
EL PUEBLO ¿UNIDO? ¿JAMÁS SERA VENCIDO?
Más preguntas - ¿Qué pasó con las grandes alamedas? ¿A cuántos les son ajenas? ¿Ubi sunt?
Escucho a los "Quila", y, en lugar de disfrutar, sufro... Mi alma se niega a integrarse a las voces. También, ellos no son los mismos. Los escuchamos, aquí en Santa Laura, comunicarse en francés, abiertamente a oídos del pueblo que anhelante clama por escuchar las canciones que apelan al espíritu colectivo. Pero, los "Quila" de los noventas se niegan a preguntar "qué culpa tiene el tomate"- ¿por qué?, ¿es que ya no les conviene que "la tortilla se vuelva?"
Y el pueblo, ¿por qué no puede estar unido?
Por qué los jóvenes no pueden ya reír si no es con cerveza o "pito" que espanten la amargura?
Es tiempo de elecciones. Los muchachos de hoy interpelan a los "lolos" de los setentas:
-La política es corrupta - dicen.
Es cierto - digo - ingresen ustedes a la política y límpienla. Tal vez es corrupta porque ustedes no están.
Y, a pesar de este discurso optimista, la verdad, la verdad, tengo miedo de no creerlo ni yo misma. Tengo miedo de su desconfianza al preguntar - ¿Y si nos corrompemos nosotros también?
Pero, a pesar de mi desencanto, y a pesar de que
los álamos ya no crecen,
los álamos están torcidos,
los álamos no tienen hojas
me esfuerzo en volver a soñar con "las anchas alamedas", porque en mi médula algo quedará de ese idealismo generoso latinoamericano y
arrullada por mi sueño
me empeño en permitir que mi alma de poeta
aunque llore,
nunca deje de cantar.
Mi nombre
Anda, ¡llámame!
y que resuene tu voz entre cordilleras y valles
Llámame
con ese nombre secreto que me has dado cuando te sumergías entre el ansia y la culpa
Llámame
que mi nombre en tu boca adquiere un valor nuevo, impensado, provocante
Llámame ahora
y que penetren tus ganas entre mis cordilleras y mis valles
RESPUESTA DE UNA MUJER
Usted no se acuerda, Sergei.
Usted, claro, de minucias no se acuerda.
Cuando arrodillada yo,
junto a su lecho,
posaba una y otra vez
paños fríos en su frente.
Sufría usted, claro, de esas fiebres agobiantes.
De las que no se sufren, naturalmente,
por una simple mujer.
Se sufren por el dolor universal.
Querido:
Usted no me amaba.
Cómo pudo si no, ignorar que yo,
junto a usted en el gentío
comprendía perfectamente lo que se avecinaba.
Usted recuerda mi angustia, dice.
Mi angustia de
muchacha pobre
de ojos cansados y espalda fiera.
Me recuerda, dice, en su carta,
y le complace comunicarme que
no rodó por la pendiente.
Que ahora no me haría sufrir
como entonces.
Querido:
Tampoco me ama usted hoy.
Usted aún no me conoce.
Dice que no soy la de ayer
y que usted a mí no hace la menor falta.
Pobre amigo mío
que jamás me olvida,
que jamás olvida.
Que sigue dispuesto,
por la Causa,
a ir al fin del mundo.
Pero, querido, usted,
no sabe nada.
No sabe que lo perdoné enseguida
y
que lo necesito con demencia.
Que sigo, cada noche,
caminando por la estancia
mientras lo riño -
a usted a la pared
pegado - lo riño.
Lo riño y le suplico,
le suplico
que me permita
rodar con usted
por la pendiente.
INVASOR
El soldado miraba a la niña vietnamita
en completo asombro:
- Así es que también hablas francés-
-Sí- sonrió ella - Hablo francés e inglés,
cantonés y...
- Pero, no entiendo - interrumpió él-
¿En qué idioma piensas?
- Pienso en el idioma- dijo ella-
del pequeño detalle:
como alitas de grillo,
granos de arroz,
suspiros,
o la luz de una vela...
Y pienso en el idioma- continuó-
de la inmensidad:
como estrellas,
campos de arroz,
agua,
o un corazón.
...
Él la contempló largamente
tratando de capturar
el brillo tangencial de su mirada...
y
se quedó en s i l e n c i o.
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