lunes, 4 de agosto de 2014

XITLÁLITL RODRÍGUEZ [12.657]


Xitlálitl Rodríguez 

Nació en Guadalajara, Jalisco, México  en 1982. Estudió Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara y actualmente radica en la Ciudad de México. Es autora de los poemarios Polvo lugar (La Zonámbula, 2007), Datsun (Punto de partida, UNAM, 2009), Catnip (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2012), y Apache y otros poemas de vehículos autoimpulsados (Ediciones Mono, 2013).



Sirvo mis ojos al espejo
que ventila una habitación sin muebles
para nombrar este hueco de ciudad
desde mi cuerpo de palabra no dicha.

No hay nada al alcance de un tropiezo
o de un descanso matinal que me sostenga la memoria del sueño.
La luz ya no es luz
es un rastro de cortina
enredado en la madeja de mis pasos.

El suelo es blando, las puertas se fueron en desbandada.
En esta casa vivo como lluvia en barco de papel.

Y sin embargo, ando a tientas
porque cada noche me asomo al espejo
y lo escucho repleto de rostros usados,
del contorno del verano sobre el follaje de la cama,
de las hojas, del cabello furioso, de estos ojos que sin querer lo habitan.

poema publicado en Polvo lugar (2007) México: La Zonámbula.





Mis manos son dos garzas de madera
suspendidas.

Cuando el lago sube al aire, se transforma en aire.





A nosa tumba ten algo de raíz e de rotunda música de vento
e de chuvia que non cesa.

Olga Novo

A la Catedral de Santiago de Compostela
y a algunos de sus lugares circundantes


En la rueca de los mil senderos que dan redondez al mundo,
se espesa un vaho de cementerio devanado desde la permanencia rumiante del primer tiempo
en el que un cúmulo circular de piedras repentinas
domesticó las furias oceánicas y el graznido que el viento arrancaba a la intemperie.

eu atopei nas árbores o canto dunha meiga que irrigoume as entrañas

Una moura de ojos largos como un álamo a la deriva
atiborró el rostro de las montañas con su aullido de loba,
con su lengua empotrada en la textura del granito
e incrustó en mis intestinos los cardos propiciados por un roce con la muerte

eu atopei nas árbores o canto dunha meiga que irrigoume as entrañas

Desde un claro de la fraga,
dos torres se abalanzaron a la vista como una estalagmita de murciélagos,
cataratas de cuñas rocosas,
vértigo que ocho campanas desplomaron en ciudad,
laceraciones devotas que se formaron en los calderos de las horas;
y hasta ellas ví correr una parvada de oraciones peregrinas
de las que pendían una vieja con el azote de su espalda
y una flor calcárea.
Ambas descendieron lentas como copo de magnolia en regazo de la tarde,
para incrustarse al mundo bajo el auspicio sideral del olor botafumeiro

eu atopei nas árbores o canto dunha meiga que irrigoume as entrañas

Entre el robledal cuyas frondas de lluvia simulan un pájaro en su estado gaseoso;
instalé mi asombro de pararrayo
y deambulé con la boca abierta como con un infarto de huracán enfurecido en las costillas

Desde este punto álgido
olfatee las veredas que construyeron tu nombre,
con un lengüetazo de animal hambriento raspé tus paredes
hasta que una respuesta de salitre respiró dolorosamente desde la osamenta de las calles.

eu atopei nas árbores o canto dunha meiga que irrigoume as entrañas

De esta visión de flagelos luminosos y de nubes enloquecidas por las caudas de su especie
adherí mis pasos consonantes a los tambores que de esta tierra emanan con voz de oráculo
para extender la vorágine capilar de mi presencia en una plegaria de atuendos ancestrales

cantou con tu palabra diluida
cantou con esta asfixia de bruja en pira
cantou con las tumbas gregorianas de los parques
cantou con el aguijón del océano en las rodillas
cantou con una gruta de coral
cantou con una larva de arrecife

Canto, y ando con mis cabellos suspendidos en su cúspide de espasmo
entre esta ciudad de medusa transparencia
cuyas gentes desprenden un aire de órgano frutal
que se asemeja al astro más próximo
y del que bajo
-coma ti, coma unha meiga-
convertida en sendero.

poema publicado en Polvo lugar (2007) México: La Zonámbula.





Polvo lugar

Pausa poética


ADVENTICIO

A veces hay luz.
Desciende limpia como aire hasta tocarnos el miedo
nos muestra al mundo como un panal
de hojas hechas al viento.
        Es la histeria de los sauces en otoño. 
Y no se sabe más 
no se es lo bastante libre para orillarse
ni alojar la ponzoña en calidez ajena
sólo la muerte nos germina.
A veces hay el sol
      vertido en aves múltiples y trinos
y no se escucha más
A veces hay la luz
          cegadora
Nosotros, hermanos,
esperemos.


Datsun (fragmentos)

Yo también hablo de la rafflesia. De la aralia sieboldii oscura, increada, nocturna, de la jenia forsteriana, philodendron scandens, gonmphocarpus fructicosus, evocada, invocada, abocada, diente de león, rumex, acetosella, ñame silvestre, sagitaria, susana de ojos negros, sello de salomón, phytophathora infestans, lepidodendron, saprolegnia (ésta es el moho del pan).

Y sólo vive en los libros de la botánica

A Datsun le gustaban los campos de coca. Las hectáreas de amapolas. El humo del opio y la nieve de rosas blancas, rosas frescas, rosas uvas por la nariz corriendo, por la puertita de debajo de la lengua, por las venas no porque desconocía el arte de las agujetas.

De pronto le dio por usar vestidos. Nada de tubos largos y afeminados, sino carpas de maestra rural. Los que no traen agujetas al costado. los que se despintan en las sábanas. Los de pasadores en el pelo. Los que se ponen de una zancadilla adentro el escote. Los humeantes de sopa. Los de algodón. Los que al desplazarse, dejan algo de tela suspendida en el paso anterior y luego mandan sus hordas a las rodillas. Para marcharse, Datsun los usaba.

(…)

La colonia era de esas redondas que tienen calles sin autos y sin bocas de tormenta para que los confundidos pasen. Lo único luminoso que había en ella era un hospital con escaparates. Datsun pasó enfrente y se detuvo para observar el cuadro de camillas y persianas, con sus bases de aluminio y sus sonidos fáciles. Una anciana con atributos humanos indispensables: una mano, un pie, un dedo con olor a alcanfor, era la oferta. Anunciaba un gran insumo al consumidor de sí mismo.

Datsun entró.

Todo depende del tipo de planta en el que esté interesado en convertirse, dijo una voz combatiente ante la indecisión de la compra.

En una urraca, no.

Las urracas no son plantas. Me llamo Cloris –intentó disimular el chillido que tienen los pájaros sobrevaluados por la literatura–. ¿Puedo ayudarte en algo?

Pues no sé… algo pequeño… verá usted, sólo tengo una maceta de unos cuarenta centímetros de diámetro y otro tanto de altura.

¿De sol o de sombra?

Vivo en una ciudad jorobada, opacada por algo de arriba.

Partículas de metal, partículas de dióxido de carbono, bolitas de polietileno…

Vive aquí mismo. Una de sombra perenne le vendrá bien. El invierno es confortable con un centenar de hojas a cuestas. Aunque, para fines de hacer válida la póliza de garantía (Datsun desconocía el significado de esas palabras), debo aclarar que nadie ha logrado convertirse en planta por completo. Sólo un hombre en su lecho aseguró haberse visto en el espejo convertido en un camote. Su piel era rancia y estaba agrietada por albergar al gusano que le comió los riñones. Días antes de su muerte se intuía el aspecto verdoso en sus vísceras, aunque su dermis lo ocultara con las llagas más voraces. Pero él lo sabía, yo lo sabía. Dijo que apenas y llegó a la raíz, pero estoy segura que, por dentro, el musgo cubría sus órganos. Casi lo logra. Yo en cambio, carezco de pigmentos en la carne porque soy banal y porque soy urraca. En algún momento mis ínfulas de manzana se convirtieron en largas plumas blancas que antecedieron a las negras. De noche voy por la calle cantando horrible para despertar a los tibios cachorros que tiritan bajo sus sábanas, y que repasan con mi aullido sus lecciones del día. Yo soy una urraca. Él es un camote. La anciana del aparador es un arándano.

Nos están viendo desde afuera, dijo Datsun.

Están confundidos.



Si en sus siguientes libros Xitlálitl se aleja un poco de este tono narrativo, no abandona, sin embargo, el gusto por la imagen y por ciertos personajes: los animales, los gatos, los tiburones, y una cierta ternura que no contradice esa sensación de fascinación, libertad y sorpresa ante el descubrimiento de las trampas del lenguaje, sino que la recalca. Dejo aquí dos poemas de su libro Catnip, escritos también en prosa, como la mayor parte de los poemas de esta autora.



El arenero de la Infanta Sinalefa (fragmentos)

Los gatos somos como una puerta desvencijada: no permitimos el paso pero sí atisbar la luz. Somos una especie de ventana hacia el claro, aunque nunca estamos dentro. El Ser-ahí es un perrito y va al claro a orinar y a olisquear descuidadamente, como todos los cachorros. Va a revolcarse en el pasto fresco con la lengua relajada en el hocico. Nosotros lo cuidamos. Vigilamos que vuelva a casa: las noches en el claro pueden producir pesadillas o ideas confusas sobre una merienda caliente.

Una vez agotadas la argumentación, la oralidad, la retórica y la tensión muscular que hacen al cachorro correr en círculos, persiguiendo su propia cola, nos

acercamos, le lamemos la nariz, acurrucamos nuestro pelaje de invierno contra su cara, hacemos una travesura o dos, como sacar al pez de su pecera, o rasgar una cortina; y así logramos traer de regreso a nuestra anónima, anímica propiedad.

Aunque no sigo la luz, he muerto y lo contrario varias veces. Los sueños son un largo cabo suelto, un nido de leche agria que revuelca la lengua sobre sí misma y así mata. Soy un gato de tres pies o una mesa surrealista. Un gato de bigotes atrofiados (fado oscuro e inagotable). La belleza convulsiva no es más que un camión de pasajeros rodando sobre mi pasta trasera. La Marquesa es un travesti que salió por cigarros y un paquetito de Whiskas a las 5:17. Aunque no la sigo, he muerto y lo contrario. Muero en su casa abierta donde a luz tira en todas direcciones. Lo contrario es seguirla y atraparla. Nunca hay suficiente fiereza. La luz no teme. No hay un frasco satisfactoriamente peligroso para contenerla. Los gatos, sí, los gatos desnudos la seguimos y atrapamos rayos láser como a moscas. Al diablo con mi disfraz de animalia. Al diablo con mi cojín de angora. Somos tan rápidos como el estornudo de un planeta, sentimos la arcada de la galaxia. La luz es nuestra presa, la hemos visto y la tenemos en la mira. Ella lo sabe. Pasa chirriando como una rata jugosa, como un faisán en la configuración más nítida del hambre. Duele no alcanzarla, duele saber que sigue ahí, detrás de la ventana, sobre el sillón o en la cima del refri madurando vegetales, alimentando cloroplastos como a pollos, acedando mis croquetas. Alguien tiene que pagar por esto, yo ya he pagado ocho veces. Vendrá una más y tal vez llegue la muerte como un gatito a acurrucarse y no como el dragón furioso que me revienta en las azoteas durante el invierno. Sé que no hay salida y no pienso voltear atrás. Voltear es de hombres y yo soy un gato. Los hombres son injustos con los gatos porque la curiosidad mató a Orfeo. Sé que moriré una vez más. Sin contrario. Pero hoy, Nepeta Catarea, has perdido.




En su libro más reciente, Apache y otros poemas de vehículos autoimpulsados, las imágenes de la ciudad aparecen bajo una luz nueva, como de calle recién llovida y descubierta, en una sucesión que acompaña el viaje de vehículos diversos: desde triciclos marca Apache hasta borricos en jaripeo. Me parece de una inteligencia deliciosa esa forma en que se recurre al lirismo sin caer en convencionalismos de ninguna especie. Dejo aquí dos poemas de ese libro, y anuncio desde ya el siguiente, Jaws, que Rodríguez trabaja actualmente, donde el tema del lenguaje se aborda de una manera aún más frontal, a través de la metáfora del agua y lo fluido.




Bicicleta

La tarde es el interior de una cuchara.
Por dentro
la curvatura del movimiento
se eriza sobre un riel y dos llantas,
el zanco en espiral del equilibrio.
Este vestido en que ando
es un derrame de camino
raya ausente raya blanca
sobre el asfalto
La tela crece
se esponja con el pedaleo
de inhalaciones huecas.
Todo es ondulación y retorno,
y entiendo que el horizonte
no es más que metro y medio de poliéster a la redonda.
Andar en bici con vestido
no es hacer silbar las banquetas
con doce centímetros forrados de charol.
La bici con vestido
anda en los espejos
de una ciudad acantilada
memorizando, sobre mí,
la resonancia de una estación perenne.






Burro

Un cuajo para la panela
indispensable
al sol durante varios días
hervir enfriar colar
la leche
la sangre
no recuerdo el resto
sólo que era importante
cuidar al burrito de enfrente
no darle alfalfa (es cosa de caballos)
pero echarle un ojo
Hasta acá los gritos: ¡Puertas, señores!
Todo el corral era jinetes
jinetes gallos, jinetes pollos, jinetes patos
sobre burro
Bajo al lienzo. Primer pial. Fallo.
Segundo pial. Fallo mejor.
Tercer pial, ya saben lo que sigue.
Maltrato animal
la soga de mi abuelo
esto es un trato
sin espuelas
sin silla
a pelo
Primer reparo. Me le quedo.
Segundo reparo. Me le quedo.
Tercer reparo, ya saben lo que sigue:
caigo de boca al piso
caliente de la Costa Sur, mi Costa Azul
Y el corcel ditirámbico
ese Equus africanus
en peligro de extinción porque ya todos pueden pagar
vehículos alazanes
recibe aplausos
La panela
como pasa generalmente
cuando no se tiene práctica
se cortó.




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