Reginaldo Vásquez
(1903 - 1977). Poeta chileno. Autor de un único libro de poesía: “El querido animal”, publicado por el editor italiano Ferdinando Ongania, en el año 1952. Hay noticias de un segundo libro inédito llamado “Sagrado círculo”, con ilustraciones de Edmundo Concha.
EL QUERIDO ANIMAL
Preso en su armadura musgosa,
Enredado en melodías castigadas,
Canta a la vida,
Canta el prólogo de todos los futuros,
El Querido Animal.
Espejos vencidos de imágenes
Impregnan su ansiedad de marfil.
Con su traje de polvo ensangrentado
Y purificadas yemas,
Acompañado de su sombra pisoteada,
Interroga a los signos verdaderos.
Hay en la copa de su sed una catarata mordida.
Encima de los arcos,
Con la desventura a cuestas murmura pasiones incoloras.
Contornos puros
Exhortan su caminar lamoso de distancias.
Su equipaje de alas amarra las alturas.
Por el inmenso lomo de la tierra,
Ondas de él mismo se saludan.
Su canción es eterna,
Sus notas crean armonía.
Es noble dentro de su miserable marco desgarrado.
Miradlo.
Materiales de su gran aliento, de su jornada precisa,
Se descubren en cada descanso.
Inciensos naturales
Humedecen su pupila milenaria con gotas de astros.
Permanentes látigos
Sacuden el caparazón de su alma estrujada.
Mientras se baraja en potencia,
Busca mechas para sus leyes inmutables.
En su ser
Siempre hay un anfitrión brindando por el amor,
Siempre un liquido que apaga las pavesas de una llama inmóvil.
Con la inteligencia encima de su instinto,
Montado en el presente,
Lee un poema interminable
Escrito en las espaldas de otro muerto.
Las noches fuman opio calentado,
El, zumo de pensamientos crecidos.
Cuando suelta su canto de colores,
El silvestre grito calla,
Se levantan las ausencias y los mástiles,
Y un tropel de pedestales le sonríe.
Las mujeres
Le comtenplan con su letrero de carne,
Y en los brazos de su “yo”,
Atando horizonres,
Sus sueños bailan desnudos.
II
¡Oh! Hermoso animal,
En tu pecho
Cuelga el índice de todos los momentos.
En tu frente,
Dos luciérnagas iluminan las flechas.
Porque eres grande
Con sus rodillas volteadas al cielo llora religiones.
Con tu escudo primitivo
Y esperanzas salvadas,
Construyes la torre de los años, con nómades estilos.
Tú
Creaste la llama del beso
Y la perla en la lágrima.
Primogénito del cosmos.
Sangre de sol.
Las avenidas de cicatrices tienen flores
Y aroma tus raíces.
Pastor de ideales.
Ave de mil paraísos están tejendo tu lecho.
¡Que nunca muera el olivar de tu conciencia!
Enredos inmensos
Y misterios azules
Te ocultan las escalas y las curvas.
En el claroscuro de los dioses,
Fue un susto tu primer saludo,
Un aullido tu primer dilema.
El primer eco
Aún vive, aún se arrastra sobre la esfera del tiempo.
Enigmático, respira dolorido.
No se han ido todavía
Las sombras que vieron tus dolores, los enfermos días.
No importa:
El rosal silvestre,
El rosal de espinas indias,
El que perfumó tus sueños,
Siempre florece silencioso.
Poeta con báculo de culebra encendida
Y empuñadura fabulosa.
La luna
Palpitante mira tus auroras purisima.
En tu caverna moderna
Remiendas la red de los océanos
Cuidas los ungüentos de la mente
Y frotas tu lámpara en los sueños.
El Escultor del Tiempo
Con sus manos heridas y temblando de miedo,
Sigue puliendo tu cabeza caliente,
¡Oh! Querido Animal.
Con leyendas vividas,
Delirando tu honda, palpa el infinito.
POESÍA
Rosa extrema,
Impalpable rosa trastornada.
La pezuña quemante de los dioses
Abrevando besadas carreras,
Se ha detenenido en el valle de la inercia,
En los estáticos alientos del sudor.
En el fragante nacer de las entregas.
Yo,
Con los aniversarios de mi canto en gracia,
Decrépito te escalo con mi frase muerta.
Hay transfiguración,
Hay un nuevo semblante en la herida de la espuma.
Verdad, verdad,
De mis lágrimas cae un tigre desollado,
Y la más femenina de las horas soba mi piel.
Frente a tus rodillas laicas
El santo y seña del espíritu,
Solemne se arrastra frotando aceites.
Cuando venda el último pecado,
Compraré la mañana de los bosques.
Eterna novia del perfume triste,
Convalesciente,
Convalesciente moriré amando tu sonido.
El querido animal
Autor: Reginaldo Vásquez
1952
CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1952-11-23. AUTOR: CARLOS RENÉ CORREA
En una bella edición ilustrada por Herminio de Ambrosio, el poeta Reginaldo Vásquez reúne una selección de sus poemas. Vásquez no había publicado anteriormente otro libro, pero desde hace largos años ha vivido entregado con entusiasmo al cultivo de su poesía. Muestra una forma nueva en la poesía chilena, con raíces en poetas europeos y que recuerdan, a veces, a León Felipe. Gusta Reginaldo Vásquez de una poesía truculenta que muy de tarde en tarde purifican algunas imágenes bellamente conseguidas.
A veces no sabemos si estamos leyendo al prosista Reginaldo Vásquez o al poeta; tal es la mezcla de elementos de que atiborra sus creaciones. No sabemos si por inexperiencia o arbitrariedad el autor destruye toda musicalidad y se goza en injertar palabrotas que disuenan. El hombre se identifica con “el querido animal”, el cual:
“Con su traje de polvo ensangrentado
y purificadas yemas,
acompañado de su sombra pisoteada,
interroga a los signos verdaderos”.
Conceptualmente, la poesía de Reginaldo Vásquez tiene mérito indiscutible. Dice cosas interesantes, pero como las puede expresar un filósofo o un ensayista. Sin embargo, el poeta tiene también lugar predilecto en este “querido animal”; un realismo crudo y sórdido le sale al camino y refiere con exactitud sus visiones del hombre y del mundo. No hay aquí asomos de una espiritualidad verdadera y se transparenta, en cambio, un materialismo “sartriano”. El agua siempre es turbia para el poeta; todo está oscurecido y parece que el hombre hubiera perdido para siempre hasta el deseo de cantar con verdad de niño y claridad de hombre bueno. Libro atormentado es este, síntesis de una actitud que es señal de amargura interior, acaso sin remedio.
CRÍTICA APARECIDA EN LA NACIÓN EL DÍA 1952-12-07. AUTOR: MARIO OSSES
En la famosa diatriba contra los despreciadores del cuerpo de “Así Hablaba Zarathustra”, reivindica Federico Nietzsche los valores de la naturaleza pagana, al paso que en “El Espíritu Como Enemigo del Alma” (1932), su discípulo Ludwig Klages va tan lejos que atribuye la crisis de nuestra cultura esencialmente a la debilidad primaria o animal por que atraviesa. Para Klages se ha interrumpido el “magnetismo de la conexión vital”, y no es raro entonces que el mundo se nos escape por entre las mallas especulativas.
Buena parte de la poesía contemporánea recoge el aviso, ya desde Walt Whitman. En Chile incuban los acentos poderosos de Pablo de Rokha y Neruda: se inician con “Los Gemidos” y culminan en “Residencia en la Tierra”.
Así se restituye a la naturalidad el prestigio que una profesión enervadora del pensamiento le había empañado.
Cuando acogimos este “Querido Animal”, pensamos que se trataba de un solo poema versolibrista, de una sola oda en diversos estallidos, prosecución de aquellas “Hojas de Hierba”, aventadas y rotas por un vendaval de sensualidad cálida en las postrimerías del siglo diecinueve.
No es eso. El título pertenece al primer poema, y no hay nada que se parezca al “Canto a Mí Mismo”, salvo una que otra instancia.
“El Querido Animal” es el cuerpo, nuestro amado solidario, transeúnte y caduco. Vásquez empuña la atemperada rienda de la sabiduría cincuentona y lo conduce con “la inteligencia encima del instinto” (p. 19).
Ya lo tenemos al paso, y mansamente nutriéndose de supraterrestres evasiones que la razón atalaya:
“Pastor de ideales.
Aves de mil pájaros están tejiendo tu lecho.
¡Que nunca muera el olivar de la conciencia!” (p. 20)
La poesía de Reginaldo Vásquez es de sequedad cerebralizada, abstracta y generalizadora; las imágenes son inteligentes, de escaso peso concreto y elemental. Campea preciosismo de buena ley, sin que falten símiles transparentes, oportunos y hasta profundos.
Sin embargo, de las filigranas del ingenio en que nuestro autor suele complacerse, a poco la transpiración deviene monótona y se va diluyendo insistentemente en el símbolo; cuando no comienza por él y lo lastra con determinaciones exuberantes que remedan a ciertas páginas baudelerianas. Allí prosperan lo horrible y lo alucinatorio. Puede espigarse en “Gestación de un Silencio” (p. 49), Éxodo (p. 57) y “Estremecimientos” (p. 65).
Los contrastes, retorcimientos y violencias se suman al énfasis de aguafuerte que caracteriza a algunas composiciones, entre las que podemos incluir aun la que se denomina “Acuarela” (p. 41). Son formas neoconceptistas, donde a la alta temperatura de condensación que fragua la inteligencia corresponde una sensibilidad más o menos frígida.
¿Procederá recordar que Reginaldo Vásquez cede a la moda del participio como epíteto, que con tan buena fortuna florece en el “Canto de Amor a Stalingrado” y con tan lamentable en los imitadores?
“Con la respiración extinguida,
con una hoja de parra quemada,
caído llegó a la curva el mensajero”
(“Canto Anochecido”, p. 29)
Nos impresiona singularmente el poema “Disminuyo”.
Por lo común, por el derroche discriminativo, el prurito de análisis, el exceso de luz recóndita que puebla la poesía de este libro, enceguecen la sensibilidad y privan a la imaginación de respirar a la propia altura; el vate nos lo da todo.
Nos prohíbe suponer, ir allende. Esa es su personalidad, ya la alabemos ora la censuremos. También ocurre en estos versos, escuetos y simples, donde se plantea el “sentimiento trágico de la vida” con estoicismo. Conmueven por su límite, por su acerada y viril resignación frente a lo inapelable:
“Arropando mis huesos y mi sangre,
calladamente, disminuyo.
Me aliviané de taras y me cargué de arrugas,
y enredado en mi barro canto una tentativa florecida.
En las selvas del devenir,
mudo se va agrandando el olvido.
En el agua, en el aire y en el sueño,
la flor más pura aun me da su aroma”.
Si hubiéramos de clasificar este libro, no vacilaríamos en colocarlos entre “La Miseria del Hombre”, de Gonzalo Rojas, y “En Torno a Cierto Fuego”, de Hugo Goldsack. El primero es más directo, numeroso y fuerte; el segundo, más sutil y de mayor equilibrio.
En los poemas finales, Reginaldo Vásquez emprende con delectación el cultivo de lo esotérico y lo macabro. A pesar de las tinieblas y del venenoso aroma que procuran estas nuevas “Flores del Mal”, no nos atrevemos a asimilarlas al manierismo decadentista ambiente. No. El nuestro es poeta imaginativo y no maldito: carece de “fobias” y “filias”, y en cambio puede verificarse el gran sentimiento de comunidad que lo enciende en las composiciones “Madre Proletaria” y “Canto al Niño Abandonado”, escritas con suma inteligencia y puño varón.
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