lunes, 16 de junio de 2014

JORGE ONFRAY [11.919]


Jorge Onfray

Jorge Onfray (Chile, 1921 - 1987). Poeta. Autor de “Este día siempre” (1951), “Un festín para Adalberto” (1956), “Del corazón y del estío” (1958), “Leyenda de la rara flor” (1959). Este último libro, según Guillermo Carrasco, fue destacado por Allen Ginsberg, en ocasión de su visita a Chile en 1960, por su contenido homoerótico.

Fuente: “Jorge Onfray: el lenguaje de la flores”. Por Guillermo Carrasco Notario (Punto Final Nº624, 22 de septiembre de 2006).




COMIENZA EL SOLILOQUIO

El corazón
finalmente se descubre en la sed de su propio verano.
De si
se aparta el corazón y se contempla.
Sabe
él sabe que ya es tarde:
a los seres que, huyéndolo, aún lo habitan
él ya no habla
ni siquiera hablando está de los seres.
No han huido pero están huyendo.
que es peor, y él no los cree ratas siquiera,
que mejor seria, ni siéntese
siquiera barco en zozobra.
Habla de sí.
Es un poco imposible, mas hablaria si pudiese
de corazón.





Este día siempre
Autor: Jorge Onfray
Santiago de Chile: Nascimento, 1951


CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1951-08-19. AUTOR: ALONE
Ya no hay polémicas entre los viejos y los jóvenes. Antes discutían, luchaban, llamábanse unos a otros, mutua y despectivamente, atrasados, locos, decrépitos, insolentes, reaccionarios, revolucionarios, incomprensivos, incomprensibles, etc. Ahora no. se ha producido entre ellos el silencio. ¿Paz, armisticio, acuerdo amistoso? Nada. Es la distancia, la progresiva velocidad. Porque se puede discutir y pelear con un enemigo que está a la vista o, siquiera, a tiro de cañón; pero cuando los adversarios se alejan mil, dos mil, tres mil leguas, entonces no hay riña posible. Ni siquiera disputas teóricas. Unos y otros vuélvense la espalda y reanudan sus labores.

O sea que los extremos, una vez más…

Desde uno de ellos, mediante cierto telescopio, divisemos al nuevo astro que apunta en el remoto firmamento: “Este Día Siempre”.

Poco incitador el título. Pero algo significará, suponemos, en el lenguaje marciano. Y un título es un título. No importa.

La cara que descubrimos tras la puerta o portada parece de un niño que ha llorado o va a llorar pronto y a quien, como ocurre, esta expresión aflictiva envejece mucho. ¿Así nacen allá, entre los jóvenes, los nuevos poetas? ¿Con esa cara?

Pero si el dibujante no trata bien al presentado, el prologuista, desde la primera frase de la primera página, le endereza un buen golpe.

“Dice la Escritura –escribe Subercaseaux- que, de haberse encontrado a diez justos, se habría salvado la ciudad de Loth; lo que viene a demostrar a las claras que el Eterno no es tan exigente como se cree…” Razonamiento impecable, cuyo solo defecto consiste en que hace subir demasiado las sospechas.

Entonces ¿ni siquiera el panegirista obligado le gusta el libro, ni ante sus ojos hallan misericordia los poemas? Lo diré claro: “… solo tres justos: tres justos poemas…”

Son ocho.

Uno, “Majestad del Espanto”, viene dedicado a Vicente Huidobro; otro, “La Bodega Encantada”, a “Pablo Neruda, maestro y tirano”.

Mejor que el prólogo, dejan estas dedicatorias presumir la calidad, la escuela y las tendencias del autor.

Huidobro y Neruda, enemigos que el futuro reconciliará, abrieron en Chile la doble puerta por donde los buenos y los malos genios, ya sueltos en el Viejo Mundo y cansados de provocar destrozos, llegaron al Nuevo Continente a proseguir sus hazañas.

Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé, Verlaine, Guillaume Apollinaire, Blaise Cendrars, la genealogía es larga; no investiguemos más sus raíces; bástenos coger y probar el fruto del árbol, a sabiendas de que las ramas nos ofrecerán, eternamente mezclados, y tentadores, el bien, el mal, la verdad, el error.

Jorge Onfray, de ojos impenetrables, ante quien nadie sabe nunca a qué atenerse y del cual puede esperarse todo, inicia su canto o propone su enigma en tan claros términos, con tal ecuánime suavidad que deja al lector muy pensativo. Se dirige a Vicente Huidobro:



“Sobre el mar,
en las riberas de lo insondable,
sobre ese mar que tanto amabas,
allí donde a desembarcar iban los símbolos todos,
vaga tu miedo, en la noche, cual grito sin garganta:
niebla trémula, tu miedo de morir.
Yo escucho, oh, poeta, y a entender no acierto
la risa guerrera, las sílabas de doble filo, los sarcasmos
suaves como una suave piel erizable
con que a sol y a luna el espanto ocultabas.
Mi juventud de eso se alimenta también:
de una angustia que todas mis sedes cincela.
A la sombra del terror estallas siempre los más ácidos frutos:
la curiosidad
los deseos sin raíces,
la indiferencia a veces.
Pero a qué hablarte de mi juventud!”




Unas pocas y leves alteraciones del orden, el tono parejo, la dirección recta, no sé qué inmovilidad de la expresión bastan para imprimir a esta prosa un ritmo inquietante y convertir a la vieja idea central, el temor a la muerte, en un estremecimiento, en un subcutáneo escalofrío con algo, por encima, de solemne que se aproxima sin remedio.

O sea, en poesía.

Pues bien, he aquí cuanto, a nuestro entender, se llama estilo. Una música secreta, íntima, que aflora a la superficie y se arregla el camino, lo despeja de inutilidades, introduce cambios personales y quita a su gusto o pone adornos, marcando a cada paso su sello y haciéndose reconocerlo.

Se advertirá, en los últimos versos reproducidos, una suave corriente dirigida con intención hacia la extravagancia y notas que dan en el vacío, como cuando se toca un plano en sueños y cada tecla, en vez de resonar, se hunde; o cuando se lee y las palabras, en vez de unirse, resbalan, se disgregan y son reemplazadas por otras, indefinidamente.

Primer anuncio de una propensión que luego será dominante. Los demonios con quienes ha firmado pacto le reclaman. Y el poeta cumple. Se inclinó ante Huidobro, el muerto. Va a pagar su tributo al viviente Neruda.

“De los apartados dominios donde dora y madura la inocencia, al paso de las carretas sonámbulas, muy de aurora han llegado los fabulosos alimentos. –Mudos, ya sin sonido celeste y festivo – con cinéreo rostro de condenados – alzándose a mis ojos desde los doce rincones del año – equivocadamente hacia su destino. – Cansados, y fue en las calles una red de venas perfumadas, cada una distinta, cada una turbia y señalada. Cansados llegaron en su viaje último, sobrepasando el fango de las tristísimo calles”.

El drama de las legumbres arrancadas al suelo campestre y que vienen al sacrificio en el alba, cenicientas, como iban las víctimas al cadalso, traspónese aquí y vibra en un plano de extraña poesía, cocinada al modo nerudiano, con especias penetrantes, raras tintas y melancolía.

Bien.

No se necesita más. La cajita que tenemos delante se halla henchida de música, plagada de secretos; no hay para qué abrirla.

“¿A qué levantar –pág. 51- los párpados de este domingo y desafiando mirar? ¿A qué de nuevo bajarlos? Allí, en la alfombra precisamente, en esa mínima comarca galoneada de sol, alados y pesantes los números están. Es inútil. Temprano, impenetrable siempre en su flaca esencia, con la suavidad de quien dice: celemín, su imperio se ejerce”.

Detengámonos a tiempo. En los patios interiores asílanse de ordinario los casos sin remedio y nadie se declare inmune al contagio; cuando a menos lo piense, justo en ese momento, el de menos pensar, estará ensayando sin saber un paso de danza parecido y queriendo imitar al que grita como pájaro o aúlla como lobo.

Ya sabemos: se trata de un poeta. Un poeta nuevo. Pertenece a esa raza desconocida, a esa legión de seres raros, incomprensibles, a veces incómodos, siempre inquietantes que son los jóvenes. El tiempo dirá qué trae adentro.

Por ahora, nos cabe celebrar que cumpla el principio único, no solo “superior a la belleza”, como Barrés decía, sino más ancho que el bien y el mal, que el error y la verdad, que el placer y el dolor, porque semejante al destino antiguo, los condiciona y envuelve a todos: el cambio.



CRÍTICA APARECIDA EN LAS ÚLTIMAS NOTICIAS EL DÍA 1951-10-27. AUTOR: ELEAZAR HUERTA
Ha dicho Guillermo de Torre –cuya “Problemática de la Literatura” comentábamos la semana anterior- que la lírica tiene un doble interés en las letras: desde luego, muchas veces vale por sí misma; y, además, en momentos de transición o crisis se revela como el género que antes recoge las nuevas orientaciones y gira con ellas; en fin, que vale también como veleta literaria. Por lo mismo, es obligado atender en lírica a los autores nuevos. Miremos hoy hacia “Este día siempre”, el primer libro de versos de Jorge Onfray.

Por cierto que –saliéndome aparentemente del tema- acabo de ver un nutrido número extraordinario de cierta publicación chilena dedicada a la actividad y cambio del país en los últimos cincuenta años. Y, si bien he hallado reseñas sobre el avance social, político, sanitario, urbano, teatral y aun cinematográfico, no encontré nada sobre la poesía chilena de los últimos cincuenta años. ¿Tan poco vale la misma, ni por sí ni como exquisito síntoma? ¿Haría falta, acaso, hacer una defensa de la poesía en vez de examinar la obra de un nuevo poeta, como el señor Onfray; imitar el viejo gesto de Cicerón ante los utilitarios romanos, cuando pronunció su oración pro Archias?

Empero, volvamos a lo nuestro, si es que no estábamos en ello, para examinar estas poesías de Jorge Onfray, prologadas de un modo muy suyo –ágil, extravagante y apasionadamente- por Benjamín Subercaseaux.

Se trata de poesías que son, ante todo, glosa de otros poetas, poesía de la poesía. Y no trato al decir esto, de desvalorizarlas, porque no me refiero a la imitación de estilo, ni de temas. Se trata de otro fenómeno más sutil; el autor no crea desde sus propias vivencias, sino que capta las de otros vates –Huidobro, por ejemplo, o Neruda- y las viste con un nuevo ropaje.

Onfray, por tanto, es un virtuoso a su manera. Y un caso en que la lírica deriva hacia la dramática, recreando en cada poema diversas personalidades.

El nivel del acierto expresivo es, en Onfray, muy desigual. Así, por ejemplo, cuando nos da “su Huidobro”, tiene frases felices para captar los detalles de una infancia predestinada:



“el armario que crujiendo perpetuaba tus agonías,
el aro de los juegos, corona fúnebre rodando…”


Inclusive llega a síntesis magistrales:


“Crear lo que no ha sido creado aún
es diabólico modo de negar”.



Mas, al lado, abundan las caídas, las imágenes forzadas, los arranques retóricos en frío: “proféticas sábanas”, “pecho horizontal”, o ese encararse con el desaparecido para gritarle:

“oh padre y usurero de símbolos, respóndeme”.

Onfray juega con habilidad las frases paradójicas, con la técnica del pareado de rima interior:

“Venga la monja – cubierta de tomate,
venga el abate – cubierto de toronja”.



“El albañil con su traje de canela
y la centinela con su traje de añil”.

Hay en Onfray evidentes posibilidades, a mi modo de ver, por el lado de la finura mental o la emoción contenida. Los registros violentos y desmesurados son los que comprometen sus realizaciones.


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