Armando Añel
(La Habana, Cuba 1966). Escritor y editor cubano. Entre los años 1998 y 2000 se desempeñó como periodista independiente en Cuba, siendo cofundador y vicepresidente del aún activo Grupo de Trabajo Decoro. Tras recibir el premio de ensayo anual de la fundación alemana Friedrich Naumann en la primavera de 2000, viajó a Europa, donde residió en España e Inglaterra hasta radicarse en Miami, Estados Unidos, en el verano de 2004.
Fue corresponsal en Londres de la revista madrileña Arte y Naturaleza, y en España, editor del diario digital Encuentro en la Red y la revista Perfiles del Siglo XXI. En Miami, ha sido editor en español de las revistas Islas y Herencia Cultural Cubana. Literatura y artículos suyos aparecen regularmente en publicaciones de Estados Unidos, Latinoamérica y Europa. Ha publicado los libros Erótica (cuento, La Habana, 1996) y Escuela de vida (biografía, Miami, 2006), y la plaquette de poesía Éxodo (La Habana, 1995).
Kilómetro Cero
A solas con la sociedad
yo tenía un reloj, una pantaloneta, unos cigarros
aquella espada que jamás vendí
cerca de veintinueve poemarios
tenía una licuadora
una pista de circo, una plaza con árboles
una libreta de racionamiento
a solas con la sociedad
a la sombra de mujeres sudorosas
de escaleras que daban al vacío
de faroles pálidos, de enjambres de moscas
yo tenía una bicicleta
tenía unas gafas plásticas
una laptop para extender el diálogo crítico
una angustia estéril, perniciosa
sobre chancletas de cuero roído
a solas con la sociedad
sobre el kilómetro cero
escapando en todas direcciones
solo ni conmigo mismo
Iceberg
hay problemas con el hielo
serios problemas con el hielo
nos lo había advertido aquel cardiólogo
aquel tipo, aquella circunstancia habituada a padecer
problemas con el hielo:
puede haber problemas con el hielo
hubo, hay, habrá problemas con el hielo
tampoco hay espacio suficiente
ni agua suficiente
ni suficiente conductividad
no hay nadie que se sacrifique alimentando el hielo
mirando crecer el hielo
quien no pone de su parte no nada contra nada
ni siquiera a favor de la corriente
mas según la teoría el hielo es sobre todo
una presencia latente
cortante en la punta de algo que remotamente
es la coronación del hielo
y la nieve fluyendo a través
de los telediarios
y el sumbido de la sed en las dunas, los acantilados, las gavetas
las fosas comunes, las balsas de los náufragos
y el sopor de unos ojos que me buscan y tropiezan
y tropiezan y se apartan y tropiezan
y finalmente me encuentran y tropiezan
en la noche en que la noche es el aroma
la somnolencia de un perfume
en la noche en que no hay hielo y mucha yerba
en que no hay yerba y mucho humo
El Juego
Curioso cuando menos. He estado repitiendo a Nietzsche a través de Benoist (a Nietzsche y a otros muchos antes que él). Esto a propósito de los juegos de rol y su transpolación a la vida misma.
Eterno retorno. Ojo con eso.
“Nietzsche –asegura Alain de Benoist–, proponía actuar con la misma seriedad que el niño en sus juegos, es decir, considerar las cosas serias como un juego”.
Dado que esto no es serio. No puede serlo. La madurez del hombre no sólo consiste en encontrar la seriedad con la que jugaba cuando era niño, sino en asumir el juego de la vida como una constante inamovible. La vida es juego. Repetirlo hasta entenderlo hasta digerirlo hasta respirarlo. Hasta vivirlo.
Jugar, jugar.
Ella carece de armadura y juega a la orilla del mar. Juega conmigo. Celebramos juntos. Un castillo de arena sucede a otro castillo de arena a medida que las olas los arrastran consigo, como el deseo al pensamiento.
Ella sin armadura dado que nada, absolutamente nada, la protegerá de mi inocencia, de su inocencia. Dado que somos niños, levantamos castillos muertos a la orilla del mar, sucesivamente diluidos en el mar. De esto se trata la vida.
El juego termina. Comienza el juego.
Fecundidad de los contrarios
que en las noches pueda escuchar
el rumor de la humedad sobre las piedras
el acoso de la grieta en las paredes
la determinación de las hormigas
que en la penumbra pueda distinguir
la voz del sapo de la voz del toro
el estruendo de la gota china
el pavor de la sobreabundancia
que haya paz
que haya guerra
que la fecundidad de los contrarios
ponga las cosas en su sitio
Una vez más el iceberg
en medio de los desatinos
un montón de hielo, sombra petrificada
un gaznatón de hielo, un puñetazo
vapor de agua que se enciende
y se adormece y se licúa
la extenuación de estar de pie pidiendo el último
en esa plataforma de nieve
como un guante, un gaznatón, una pedrada
como la niña
sin los dedos de las manos
como la ilustración frente a la niña
incapaz de pasar página
en medio de las lamentaciones
una montaña de hielo, una tribuna blanca
sin banderas ni ovaciones ni estremecimientos
sólo el pasado, sólo la paradoja de seguir creciendo
desde abajo, más abajo
hacia abajo
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