WILLIAM BAECKER (1943). Brasileño de nacimiento que reside en el Paraguay desde la edad de cinco años, Baecker es un poeta paraguayo de carácter soñador y melancólico. En 1995 ganó el Premio Roque Gaona. Perteneció a la tertulia de José-Luis Appleyard y se benefició del gran saber literario de este poeta hoy ya desaparecido, con el cual coincidió en melancolía y en una actitud no optimista. Leemos en su primer poemario En una lejanía, de 1972:
Tú que me arrojas
a la callada dimensión
de mi tristeza
como un guijarro hallado en el camino...
En un poemario posterior y bajo el título de "Para morir clavel" leemos un poema que comienza:
En cada letra de tu nombre
-en ese abecedario alucinante
de padecidos cantos que ciñeron
un tiempo mi memoria-
tal vez ya estaba escrita la derrota
que habría que seguir
para alcanzar tus órbitas errantes...
"Su poesía" -escribe José-Luis Appleyard- "es sencilla y honda, profundamente dolorosa... Se advierte en los versos de En este memorial una elaboración que delata el dominio que tiene el autor sobre la materia que trabaja, pero esa artesanía formal, lograda sin duda, no compromete la espontaneidad del pensamiento..."
Y el poeta José Antonio Bilbao, comenta En este memorial: "No hay euforia en sus versos. Están invadidos por la tristeza, la nostalgia, enseñoreadas por la soledad. Ésta es su acompañante, su amiga, la confidente de su nostalgia".
La escritora Gladys Carmagnola asevera: "Un verdadero poeta. Sí. No es posible eludir esta verdad que define a William Baecker desde mucho antes... y que no se debería nunca soslayar, porque él la ratifica en cada obra".
Además de En una lejanía, Baecker es autor de tres poemarios más: Cuando cesan los sueños (1993), Era un simple cariño (1995) y No hace falta decirlo (1998). H.R.A.
MÁS QUE EL AGUA Y EL PAN
Más que el agua y el pan
y el sol del mediodía en el otoño
te busqué, te buscaba
como a un rojo clavel para mis ojos
vacíos con tu ausencia:
como anillos sedientos de esperanzas,
hambrientos de ilusiones digitales,
tiritantes de angustias como altas nebulosas
perdidas en espacios,
en silencios que el beso no adivina.
Más que el agua y el pan
te busqué, te buscaba
levantando
catedrales de sueños
que entonces fueron una
multiplicada y sola soledad
suplicante de voces con presagios
de alegrías ocultas y secretas
porque sé y lo comprendo:
Porque en toda alegría
hay siempre una tristeza ilimitada,
un llegar a destiempo a toda hora,
un callar cuando el grito es inminente
y el dolor
un collar de diamantes
ceñido a lo que fuimos sin quererlo.
Más que el agua y el pan
te busqué, te buscaba
moneda sideral para mis manos
encendidas de amargas trayectorias,
te busqué, te buscaba
antorcha en el terror de los nocturnos
minutos de ansiedad que taladraban
mi ruego de habitante planetario,
mi canto de soldado derrotado,
mi derrota ante el sol de tu presencia.
De: EN ESTE MEMORIAL.
Fondo Editor Paraguayo. 1975.
POR QUÉ ...
Por qué no habremos de querer nosotros
un lugar en el patio, un rincón
donde podamos esperar el alba
haciendo pétalos de rosas.
Por qué no habremos de querer
una carta, un verano,
un aroma de cosas que son nuestras
o un silencio poblado de esperanzas.
Por qué no habremos de querer nosotros
una palabra simple, sólo nuestra,
que al escucharla nos recuerde el canto
que hicimos nuestro a fuerza de adorarnos.
Por qué no habremos de querer
un pedazo tan sólo de universo
para sentirnos astros, de repente.
Tú que me llamas al dolor de sentirme sólo tuyo
como una cosa tuya desde siempre;
tú que me arrojas a la callada dimensión de mi tristeza
como un guijarro hallado en el camino;
aquí vuelvo a tus juegos infantiles.
Aquí mi ardiente anunciación de soledades
se conmueve hasta verse como un hijo
sencillamente tuyo;
aquí nuevamente mis manos
-oh capricho de trompo-
te muestran las honduras de sus líneas.
De: EN UNA LEJANÍA.
Cuando cesan los sueños
Cuando cesan los sueños,
cuando sus luces huyen de los ojos
como pájaros sin rumbo;
cuando regresa el agua al mar
llevándose los rostros y los besos;
cuando un viento incesante borra el nombre
escrito en los abrazos que vivimos;
cuando cesan los sueños,
cuando llegan los días del insomnio
y una lluvia de pétalos marchitos
se incendia en la nostalgia,
sólo queda el aroma del recuerdo
fijado en esta rosa que te dejo.
Y qué es este recuerdo
Y qué más da.
Si todo nos unía,
hoy todo nos distancia.
Los momentos felices
-las efímeras luces de bengala-
no eran más que tristezas compartidas;
fueron sólo relámpagos que huían
de tus calladas cosas y las mías.
¡Y qué más da!
Construimos en tiempos diferentes:
vibrabas la aventura del momento
y era mío el dolor. Y la esperanza.
Y nada más.
¿Y nada más?
¿Y qué es este recuerdo que nos une
y qué, esta soledad que nos separa?
Si todas tus tristezas
Apenas una lágrima.
Y no me engaño.
Las cosas fueron simples
como una simple giralda
abierta a los embates de los vientos.
No sé si tú también
ingresarás
al libro de los rostros que pasaron;
no sé si alguna vez
este sereno amor que dan los años
volverá nada más como palabras
para mojar
los estériles días de tu ausencia.
No sé, pero, lo pienso:
si todas tus tristezas y las mías
uniéramos de pronto,
no estaría tan solo como estás,
ni estarías tan sola como estoy.
Y así las cosas
Sólo me queda un dejo de tristeza
y otro tanto de amor
que no fue tuyo.
No hubo tiempo.
O tal vez
el tiempo nos urgió beber de nuevo
de otro cáliz de amor
porque a veces morimos por amarnos
y otras veces amando nos morimos.
Tal vez no lo recuerdes, sin embargo,
a veces descendíamos al fuego
y en esa urgente agonía de adorarnos
nacíamos los dos
para morirnos.
Y así las cosas,
tus antiguos deseos y mis sueños
se alquitaran en lutos infinitos
para estallar relámpagos y olvidos.
Ya ves a qué llegamos
Y bien,
ya ves a qué llegamos:
las brumas del otoño nos devoran;
un tiempo más y tus hijos y mis hijos
se irán
así como se fueron
los pájaros del beso y del abrazo.
Y no habrá más recuerdos
con sabor a alegrías que nunca comprendimos.
El tiempo es un tiovivo de esperanzas
y al final
sólo queda su música lejana
y en los ojos el pálido rescoldo
del instante de amor que consumimos.
Y bien,
ya ves a qué llegamos:
nos queda apenas
el dolor de saber que nos amamos
y esa triste dulzura
de no querer decir que pronto
nos iremos.
Quién podrá recorrer
Hazte a un lado
y deja que me habiten las tristezas:
serán la levadura
que habrá de madurar
las nuevas esperanzas.
Mientras tanto,
¡quién podrá recorrer
los vastos territorios de tu ausencia
sino este inmenso dolor en llamaradas
y esta triste alegría
de olvidarte!
Cómo el tiempo envejece
Sólo el tiempo dirá.
El tiempo,
¿Lo has pensado?
Acabo de arrojar
los absurdos relojes que dejaste,
esas pequeñas cosas
que aún no entiendo por qué las reunía:
las cartas,
los retratos,
la primera página de un libro
donde, tal vez enamorada,
me escribiste un elogio...
¡Y tantas otras cosas!
Encendí una fogata
con todos los recuerdos.
Y en esa padeciente pira de tristezas
oí tu voz, apenas resonancia,
subiendo al infinito.
El tiempo,
¿lo has pensado?
¡Cómo el tiempo envejece
los relojes!
Los altos barriletes
¿Qué serán de las horas venideras
cuando este largo silencio
se habitúe al cansancio de la espera
y eleve sobre el monte de mis simas
los altos barriletes del olvido?
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