viernes, 17 de diciembre de 2010

JAIME SÁENZ [2.486] Poeta de Bolivia


Jaime Sáenz


(Bolivia, 1921-1986) 
Poeta y narrador boliviano nacido en La Paz. Escritor rebelde, marginado, alcohólico, no es sólo uno de los pocos enfants terribles de las letras bolivianas, sino que es parte integrante de una vida que asumió la escritura con vocación monástica. Entre sus obras destacan, El escalpelo (1955), Aniversario de una visión (1960), Visitante profundo (1964), Muerte por el tacto (1967), Recorrer esta distancia (1973), Bruckner. Las tinieblas (1978), Imágenes pacenhas (1979), Al pasar un cometa (1982), La noche (1984), Los cuartos (1985), La piedra imán (1989) y Los papeles de Narciso Lima Acha (1991), éstas dos póstumas. Su última obra arroja luces sobre otros dos importantes aspectos de su existencia, la sexualidad y su atracción por el nazismo, similar en algunos aspectos al de Ezra Pound. El impacto del alcohol en su vida está ampliamente explorado en quizá sus dos libros más importantes, el poemario La noche (1984) y la novela Felipe Delgado (1989). A partir de la década de los sesenta Saenz no volvió a beber hasta poco antes de su muerte en 1986. La ciudad de La Paz fue su espacio vital y el permanente trasfondo de su obra.



Espacio y Silencio


Mirando la ciudad apoyado sobre una peña
escucho el ruido con toda atención 
cada lamento cada grito cada rumor 
miro en la altura más allá de las luces 
me detengo en el sendero con mis pasos 
tiemblan las sombras
un hálito se desprende a ratos del cielo 
me inclino sobre el abismo busco entre las breñas 
entre los arbustos con calma y paciencia 
escudriño el silencio en el horizonte
alzo los ojos en pos del crepúsculo 
con el soplo del viento azotando mi cara 
ningún sacrificio ninguna muerte ninguna música
ninguna conjunción de los astros mis votos
mis promesas mis plegarias
el júbilo el llanto la ira la meditación la agonía
nada ha servido de nada
sé que no existes pero estás aquí
pensé encontrarte en alguna cara en alguna mirada en medio del gentío 
en la quietud del campo en el curso del río en el vuelo del moscardón 
traté de inventarte de alguna manera traté de soñarte traté de escribirte 
donde tú estás me encuentro yo mismo a ti te sucede lo mismo. 





 La muerte por el tacto.

(A modo de manifestarse
estupor ante lo bromista
de la mirada.)

I

Olvidó los océanos y las voces
replegado con los demás en el apagado símbolo de los puentes
– hizo perdurar el crepúsculo
al igual de la condición de los afectos al árbol
los ensangrentados
los de largas cabelleras
los forjadores del viento
los que con la impasibilidad de las cosas han depositado un pétalo
una arena un aire en el arco olvidado de aquella cumbre
los que iniciados en los triunfos de la naturaleza
en las revelaciones de las edades y de las lluvias
anuncian las transformaciones del sonido, figura tuya -no sé aún quién eres
los que sean lo mismo que los ríos parte vital de las montañas
los que sean
los que realmente vivan y mueran sin hacer gesto de desagrado
los que se queden imberbes y también los barbudos y los barrigones
dignos y naturales cuando el sonido y el viento son una misma cosa
cuando no existe necesidad de que no hayan moscas
cuando no se tiene que pagar para que besen a los delegados
y el beso no sea más que beso y no señal torcida hipócrita y atentatoria
cuando el matar no es condenable sino sólo matar
y el término con que se designa la acción desaparece
cuando te topes en las esquinas con alguien idéntico a ti
y puedas decirle ‘hola’, ‘ojalá’, ‘tal vez’, ‘recuerda’ o ‘quien sabe’
indistintamente
como si te refirieras a él o a ello o a ellos o a ti desde la luz hacia la luz
es necesario que escriba una carta para poder ver mejor la luz de las cosas
luego de leerla alumbrado por el antiguo vuelo de mis amigos muertos
es necesario que recuerden todos su amor a la música, su sosiego y su desdicha,
y su propensión a la risa
así como las arquitecturas que urdían cuando podían hacer lo contrario
y su lamento, el lamento que ya fue analizado sin usar la substancia humana,
sin planes, sin palabra ni consulta, pero con ademanes repetidos bajo la mirada
que caía desde un pedestal diseñado en otro tiempo para ensalzar a los mendigos,
a los valientes y a los inventores del azúcar y del resorte
y sus proyectos,
los rigurosos alegatos en favor del desquiciamiento,
de un anti-orden, para el retorno profundo al verdadero ordenamiento
sus conmovedores argumentos para comprender
finalmente el simple significado de la estrella
sus penas tan dignas de respeto
sus venias (te explican el punto de partida de la vida)
encerraban una melodía ingenua y lejana
y te inducían a ser más bueno y desentrañar con mayor autoridad
los signos misteriosos de las nubes y de las calles
hacían que te vieras tal como eres (tu contenido, las propias venias que jamás harás)
y les intitulabas medida de todo,
y solución secreta de todo, y surgía de tu sombra una venia destinada a ellos
y les intitulabas ‘caro destino, gayo amigo’.


II

Mi soñoliento cuerpo despierta finalmente, y me hallo frente a mis amigos muertos
y me levanto triste a veces porque de haber un muro a mi frente,
de haber una valla o un duende a mi frente,
yo no estaría triste ni pensaría en ti ni en mí ni en ellos
y es así que salgo encorvado a contemplar el interior de la ciudad
y uso del tacto desde mis entrañas oscuras
en el secreto deseo de encontrar allá,
allá el medio propicio para hacer que el mundo sea envuelto por el olvido
para que el olvido impere en las primeras máscaras inventadas por la humanidad
para que el olvido sea la fuerza motora y suprema y para que del olvido sólo surja el olvido
¡no puedes tener idea del olvido porque no conoces a mis amigos muertos!
y para que en el curso de las edades el olvido llegue a generar la soledad
para ello habrás de estar presente en aquella estrella
en el rumbo indeciso,
en el caos de la mirada
en modo alguno para determinar,
y sí para que se justifique la razón inexorable de lo habido y lo por haber
de modo que lo armonioso sea siempre armonioso, has de estar presente sin poder saberlo
y yo estaré presente y no podré saberlo pero seremos el olvido y la soledad
porque ya hemos sido olvido y soledad cuando nada sabíamos
cuando no teníamos la noción de la oreja y del dolor
ni sed
yo te anuncio que sabemos y seremos
harto conocido es el continente de aquel o de aquellos
o del que hace cábalas con una jorobita
conocemos a las gentes pero sólo tal cual son y no las sabemos tal cual no son
pese a que carecen de la facultad de no ser porque no saben que pueden no ser o ser
las saben en toda su magnitud mis amigos muertos
y yo hablo de ellos con seguridad y orgullo
son mis maestros
el que hayan muerto dice que han existido eternamente antes de que yo existiera
su muerte y sus muertes me enseñan no sólo que puedo ser fabricante de azúcar
sino marino, relojero, pintor, físico, geomántico y muchas otras cosas
que puedo tener además desconocidas profesiones y que puedo afectar alegría
coma o no.

Todos han alcanzado un nivel suficiente
para descifrar los anhelos que formula aquella lagartija
no se deciden a hacerlo
creen que no hay motivo o no se imaginan creer que haya un motivo
por eso se quedan quietos tocando el tambor
prefieren mirarse a sí
solamente se comunican entre sí
no con lo tenue de las cosas
viven cautamente entre sí
no prefieren alaridos
ni guardan algo en su corazón
para alabar la sombra de aquel zócalo que gime
su congoja no es grande su alegría no es alegría
sus manos no son todavía manos
parece que sus cabellos no han alcanzado la jerarquía total
decide tú.

Yo me escondo de las extrañas costumbres
—de la actitud con que no se debe resumir una tesis adorable
acerca de las cosas sencillas y perfumadas
soy partidario de las lombrices y de los peces
de las estrellas que cantan
guardo devoción por la mirada de los niños
y me gusta dibujar cuando llueve
y cuando se humedecen mis ojos,
me es necesario poder hablar el idioma secreto originado durante el triunfo de las cosas
juzgo conveniente alabar la esencia de aquel anciano
y detenerme cuando el ayudante de hornero le hace muecas descriptivas
al animal que pasa fugaz ante la sonrisa de la viejecita del dintel
en fin, adoro las voces claras, los trenes y las ciudades
y por todo lo que digo
adoro mis entrañas oscuras.


III

Has visto -te has visto-
sentado frente a algo pero no has querido verlo
porque quisiste palparte y tu cuerpo no había
-entre ráfagas has visto y no habías-
te has palpado y te acordaste de tus sueños
pero no querías saber y por eso tu tacto no quería nada
y no quisiste palparte para no dejar de creer que todavía no habías.
En este residuo indefenso,
en esto que queda de mí,
no creo encontrar nada que interese a nadie
las cornetas gimen
tocadas por el mago oculto
nada tienes que ver tú
ni los tambores
ni los valles negros
que tocan para sí
y por eso vivo para mí
no me importa que mi presencia aparezca en todas partes
-he decidido olvidarme de mí y del resto de las cosas y de las personas
en tanto el dolor milenario tenga como principio
y como fin las coles con que adorna su olvido aquella mujer muerta
durante los albores de la mañana diré:
de no haber habido yo no habría habido este aposento,
ni tampoco habría habido
esa viejecita que me vendió una mesa cuadrada con patas torneadas
y un cajón donde se guardan cosas con llave.
De no haber habido yo no habría habido aquella pizarra
ni la bata azul de paño
que se salvó milagrosamente de las inundaciones
ni este encendedor trastornado ni aquel puñal
ni esto ni aquello
es que este caso tan concreto de melancolía
necesita un petardo que haga salir de su aflicción a aquel hombre dormido,
dé una curva y venga a mí para recibirlo con un brazo en alto
y estalle y forje así un sueño al pie del viento y de la lluvia.


***


Nada puede convencerme de lo enfermo que estoy,
mascando lo que no se sabe,
pensando lo que no se sabe,
en espera de la revelación integrada por los ríos
y la esencia de la música y por el desaliño de la vida
yo no existiendo
otro existe en lugar de mí pero dentro de mí
y es como lo mirara diez veces
cada una de las diez veces que lo miro.

Estoy cada vez más enfermo que todo,
más enfermo que un colibrí.
Los días, las lunas y las moscas aparecen forjados en la colina pálida que recorre
-deja que esa espada esté en mis sueños
esté en mis pobres sueños de ángel solitario y jubiloso.

Te tocas y no hay música.
Te tocas y súbitamente sabes que no hay tú,
y lo que tocas no sirve más que para saber que no tocas
lo que tocas no hay
no es ilusorio porque todavía no has muerto
por qué no has de hablar en serio
y ver si pasa algo en el cielo que siempre es nuevo
si pasa algo en tus manos
y en la superficie de tu carne,
cuando conspires contra la armonía
y contra la propia mirada y revientes como un tallo sin haber dicho “a”.
El derredor de lo que no hay no podrá más
y hará que estés callado y vistas al mundo con un ropaje inmenso y hondo
para que nadie lo vea ni desde el principio ni desde el fin
para que en el albor la rítmica de lo desconocido
vuelva los ojos hacia una totalidad ciega y callada
y juzgues perplejo
el que ahuyenten con agua a los perros
-justifican jubilosos la vida para que otros duerman
las cosas son contempladas como si no fueran parte de uno mismo
cual si no se fuese un decir más de la vida, uno más con los otros
que también se hurgan las uñas y salen a las calles,
y miran la vida a través de sus hijos
que a su vez miran la vida como si tuviesen hijos al instante de mirar la vida
te tocas y no hay
tienes miedo -sabes que no habrá fórmulas
una sonrisa para la vida
y ensayas tu tacto
desconfías.

Todo es movilizado por el tacto desde el principio de los tiempos.
El tacto es el mayor milagro porque hace que rueden dos bolitas siendo tan sólo una
y se confirma lo yerto por el tacto
de qué te sirve el tacto si estás tan triste
nadie dice que sin tristeza disfrutarás mucho del tacto
sino que estarás más ávido
el tacto al servicio de lo que has tenido y podido
sin que un gesto de olvido te dé la medida del olvido
el tacto al servicio de lo elemental
de modo que nada turbe su uso y beneficio
y tengas al fin algo más concreto que la mirada y la vida.
Se vaporiza el tacto y lo previo y lo sin remedio es mágico.

Yo te digo: te esperaré a través de todos los tiempos.
Siempre estaré aquí o allá, estaré siempre tanto en ti como en las cosas
y tú lo sabrás cuando te rodees de la melancolía por el tacto.
Yo estaré siempre: conocerás que estoy, por el tacto;
siempre estaré en ti, aunque tú no hayas;
porque cuando no hayas, sabrás siempre que no eres.
En la espera de ser, estaré siempre.
En ti me quedo yo, confiado, y olvido a mí, y me cierro, y me vierto,
y amo a todo y renuncio a todo.
Yo me quedo en ti porque así es mágico
y porque basta un instante para confirmarme por el tacto.






Como una luz

Llegada la hora en que el astro se apague,
quedarán mis ojos en los aires que contigo fulguraban
Silenciosamente y como una luz
reposa en mi camino
la transparencia del olvido.

Tu aliento me devuelve a la espera y a la tristeza de la tierra,
no te apartes del caer de la tarde
-no me dejes descubrir sino detrás de ti
lo que tengo todavía que morir.




Eres Visible


Permaneces todo el tiempo en el olor de las montañas
cuando el sol se retira,
y me parece escuchar tu respiración en la frescura de la sombra
como un adiós pensativo.

De tu partida, que es como una lumbre, se condolerán
estas claras imágenes
por el viento de la tarde mecidas aquí y a lo lejos;
yo te acompaño con el rumor de las hojas, miro por
ti las cosas que amabas
-el alba no borrará tu paso, eres visible.





Ven

Ven; yo vivo de tu dibujo
y de tu perfumada melodía,
soñé en la estrella a que con un canto se podría llegar
-te vi aparecer y no pude asirte, a turbadora distancia
te llevaba el canto
y era mucha lejanía y poco tu aliento para alcanzar
a tiempo un fulgor de mi corazón
-el que ahora estalla ahogado por alguna lluvia compasiva.

Ven, sin embargo; deja que mi mano imprima
inolvidable fuerza a tu olvido,
acércate a mirar mi sombra en la pared,
ven una vez; quiero cumplir mis deseos de adiós.




A ti


Al calor de tu forma progresa mi sangre, en el aire
de sueño
el clima para lo solo eres tú
-una sombra canta para ti en el fondo del agua al
compás de mi corazón
y en tu mirar mis ojos están silenciosos por la música
al soplo de la luz,
en el cielo y en la oscuridad.

Esta noche reuno tu forma,
el eco de tu boca en medio de una olvidada canción
-y te doy un abrazo.




Las Tinieblas.


a Corina Barrero


1

Es una línea circular, muy larga, ajena en absoluto a sí misma,
que separa las tinieblas de las tinieblas.
En el anverso de la mano izquierda, se halla el espejo de la mano derecha.
La mano derecha se desliza y se pierde en su propia imagen.
Las tinieblas solo se reflejan en las tinieblas, y de tal manera, no puede reflejarse.
Pero sin embargo se reflejan con un reflejo cualquiera,
por lo que pasan desapercibidas a nuestros ojos.
Pues la mano derecha sirve para encubrir,
y la mano izquierda, para tocar, para mirar y para conocer.
He aquí que la mano derecha tiembla con las tinieblas;
y la mano izquierda es quien la hace temblar.


2

Se apaga y se pierde un reino de luz sobre la tierra,
con espesas sombras en las amplitudes
—en las amplitudes,
donde todo se encuentra y donde todo se pierde.
Es posible apartarse del camino y mirar, en lo oscuro,
las brechas profundas en la carne y el hueso,
y hacia lo alto y desaparecer,
en las amplitudes.


3

Con la caída conocerás la penumbra, y con la penumbra, la oscuridad.
Con la oscuridad conocerás lo oscuro,
y con lo oscuro, lo que no es.
Con la primera caída, te olvidarás de ti, y no recordarás haber caído.
Con la segunda, que será la primera, conocerás la tercera;
con la tercera conocerás la segunda, y con la primera, la cuarta.
Mas ninguna será la primera ni última.
La última será la primera, y la primera, la última.
Así conocerás el curso circular,
y participarás de las tinieblas en el vertiginoso giro del que ya participas,
habiendo penetrado a partir de este momento en las tinieblas
—nadie te empuja;
nadie te llama.
Nadie te obliga,
pues tú decides
—de ti depende.


4

La oscuridad es menos pesada que el aire; el aire es más pesado que la transparencia.
En la sequedad se encuentra el secreto de las tinieblas; en la falta de agua
—en la inmovilidad del movimiento;
en la falta de espacio —pues en la misma medida que la amplitud crece,
el espacio decrece.
Así se explica que el hombre, para avanzar cuatro pasos en las tinieblas,
debe caminar durante muchos años;
pues un día de tinieblas, vale más que quince mil años de transparencia.
Por eso los hombres amantes del alba, los hombres afectos a la alegría,
comen de todo y no saben de nada.
Prematuramente se les arruga la cara, y se les achica los ojos;
cambian y vuelven a cambiar, de la noche a la mañana;
y cuando resplandecen de alegría,
hacen un gesto.
Por eso los que aman las flores, los que aman la jardinería,
los que aman el espectáculo ameno de la naturaleza en general,
carecen de fuerza y no tienen idea de la energía,
se vuelven locos y no saben qué hace,
y como son incapaces de dominar el dolor,
en realidad no aman por amar sino porque tienen miedo,
cuando creen amar al mundo y cuando no lo aman en absoluto,
y cuando el mundo no los ama y los rechaza y no quiere ni mirarlos.


5

Por eso los hombres afectos a las tinieblas, los hombres que a nadie aman,
son los que aman.
Y por eso no aman al mundo; por eso mismo que lo aman —pues no lo aman.
La apariencia del mundo les infunde recelo.
Solo viven para mirar la imagen desnuda del mundo.
Con el ojo puesto en pedruscos —con el ojo puesto en la sustancia de los pedruscos.
Con el oído atento al fragor del polvo que se calcina
—con el oído atento al fragor de la tierra que se consume
—estos hombres, secos, flacos, callados, en mucha parte,
son los causantes de muchas cosas.
El mundo que se destruye quién sabe cómo,
por inmisericordes fuerzas que vienen no sé de dónde;
y los esfuerzos del hombre obstinado, que vanamente se empeña en recoger los escombros
—eso les interesa.
Las tormentas, los terremotos, las epidemias —y por eso están aquí.
El socavamiento de ciudades y murallas, de grandes obras y de colosales trabajos,
por ejércitos de hormigas que se cuentan como arenas en el mar;
las víboras, los alacranes y los moscardones que infestan la faz de la tierra,
siempre amenazada por espesos miasmas
—un mundo despiadado, invisible y temible,
que no cejará hasta no haber aniquilado al género humano
—eso les interesa a los hombres amantes de las tinieblas;
los frutos silvestres que, asumiendo hermosa apariencia,
atraen al hombre ávido, y lo matan;
las trampas mortales que el mundo, en lo oculto, utiliza para atrapar al hombre.
Las hambrunas y los maleficios y las calamidades.
Los azotes y los flagelos que hacen despertar al hombre.
Eso les interesa, y por eso están aquí.


6

La fuente de sabiduría, de fuerza y de experiencia, lo constituyen los muertos;
la puerta siempre abierta,
el camino de los que transitan con rumbo cierto, en el vivir real y radical,
lo constituyen los muertos.
Pues nada tan oscuro como la oscuridad de los muertos.
Nada tan verdadero, nada tan verdaderamente humano como la carne de los muertos.
Ningún olor tan oscuro como el olor de los muertos;
ninguna contemplación como la contemplación de los muertos.
Ningún silencio como el silencio de los muertos;
ningún otro silencio se deja escuchar en silencio.
Nada como la inmovilidad; nada como la fuerza expresiva que mana de los muertos.
Por eso los hombres amantes de las tinieblas,
escudriñando el estar de los muertos encuentran el camino cierto.

En el olor y la forma, en el peso, en la densidad.
En el tacto y el oído —el objeto no se mira.
Lo que se mira es el mirar que se está mirando;
y tal el mirar de los muertos, que consiste en el no mirar.
Es oscuro.
Y por eso mismo, ni se mira, ni se toca, ni se huele, ni se escucha
—en lo oscuro,
todo ocurre a la vez y de un solo golpe.


7

La caída repentina del cabello —vuela por los aires y te molesta.
La caída repentina de los dientes —primero se pudren, luego se mueven, y luego se salen
—de un momento al otro, llega la hora.
En tales circunstancias, es necesario concentrarse y meditar.
Cada cosa importa una revelación,
según te sitúas a respetuosa distancia del mundo que te rodea.
La notoria sequedad de la piel, que poco a poco se adelgaza,
con una transparencia muy extraña, y se pega a los huesos.
Un vago temor, inconfesado, de mirar el espejo.
Una indolencia, una impavidez ante ciertos conflictos de índole puramente práctica,
que atingen al diario vivir,
sin que uno haga nada por remediar nada, tranquilamente sentado, quieto y sereno.
Con hambre o sin hambre, con sed o sin sed, con frío o sin frío,
qué importa esto o lo otro —durmiendo en una cama torcida,
saliendo o dejando salir, exhibiendo por calles y plazas una cara que siempre es la misma.
Y que lo vean vestido, desvestido o con el culo al aire,
eso no importa
—todo es lo mismo.
Y sin embargo, de pronto unas aprensiones, unos resquemores miserables,
el alma pendiente de un hilo por no haber saludado a zutano,
o por haberle puesto mala cara a mengano,
cuando todo esto uno se siente abrumado,
y se le ocurre pensar en viajes a países lejanos y nada menos
—y se queda mirando la pared del frente,
ahora que el tiempo se acelera a lo largo de los días y las noches.


8

Paradójicamente, cierta paz interior parece nutrirse con un hervor de ira
—con un hervor de ira, con un hervor de júbilo, con un hervor inexpresable.
Con un sentimiento provocado por el cuerpo físico, por este instrumento del vivir,
con desesperanza, con calma, y con mucho dominio y con mucho rigor,
ante el inminente acabamiento de la extraña aventura,
incomprensible y pavorosa que se llama vivir.


9

Echase, pues, a esta altura una mirada retrospectiva sobre los años vividos.
Y en verdad se siente uno fuerte entre los fuertes
—capaz de vislumbrar las tinieblas que parecen vislumbrarse
y hacerse perceptibles con un soplo en la oscuridad de este cuerpo;
capaz de confundirse  con las tinieblas y dar el salto,
asir aquello que se yergue más aquí y más allá de este cuerpo,
con aires de atroz inmensidad y no obstante con ojos sumamente humanos
—con ojos más humanos que los ojos que miran estos ojos.
Con un olor vacío,
con un olor seco y distante.
Con un olor antiguo, inconmensurable, y sin embargo muy próximo.


10

Pues ya las tinieblas se aproximan. Ya el espíritu de las tinieblas se avecina.
Ya las tinieblas se deslizan, con misteriosa amplitud en este recinto,
en este cuerpo, atravesando la piel, atravesando las venas, atravesando los huesos,
atravesando la médula,
con místico ritmo, al conjuro de las metamorfosis y de las transfiguraciones;
ya las tinieblas se difunden y prosperan en estas y en aquellas amplitudes,
en las cuales mi alma habrá de morar
—en un reducto impenetrable,
con eternidades de tinieblas configurando eternidades de tinieblas
en lo que dura la vida del hombre
—en lo que dura la vida que mira la vida que vive este cuerpo;
este cuerpo, la carne y el hueso.
Esto que se mira,
esto que duele y que preocupa,
esto que muere, eternamente.
Este cuerpo.
Eternamente,

en las tinieblas.



Recorrer Esta Distancia

(fragmento)

Estoy separado de mí por la distancia en que yo me encuentro;
el muerto está separado de la muerte por una gran distancia.
Pienso recorrer esta distancia descansando en algún lugar.
De espaldas en la morada del deseo,
sin moverme de mi sitio – frente a la puerta cerrada,
con una luz de invierno a mi lado.

En los rincones de mi cuarto, en los alrededores de la silla.
Con la indecisa memoria que se desprende del vacío
- en la superficie del tumbado,
el muerto deberá comunicarse con la muerte.

Contemplando los huesos sobre la tabla,
contando las oscuridades con mis dedos a partir de ti.
Mirando que se estén las cosas, yo deseo.
Y me encuentro recorriendo una gran distancia.







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