Luis Moreno Villamediana
(Venezuela)
Luis Moreno Villamediana nació en Maracaibo el 2 de septiembre de 1966, licenciado en letras Universidad del Zulia. Villamediana ha publicado “Cantares digestos” (1995), “Manual para los días críticos” (2001), “En defensa del desgaste” (2008). Recibió el Premio Internacional de Poesía Pérez Bonalde (1997) y el Premio de Poesía de la Bienal José Rafael Pocaterra (1992). Obtuvo en la primera semana del mes de diciembre de 2011, el Premio de Poesía Eugenio Montejo y Premio Nacional de Cuentos Guillermo Meneses.
Así, mismo, como se diría
como un perro, más bien, sentado sobre el piso
reteniendo el orine,
como un pedazo de papel/uno usado/no demasiado sucio,
como un paraguas amarillo
que espera
o apenas mojado/el mío,
como alguien que camina con ganas de sentarse
a ver el día nublado/de febrero,
como una revista doblada en las esquinas
de las mejores fotos,
como el piso donde el perro se cansa/y se acuesta,
como las lámparas encima,
como el polvo
donde nacen ciudades de dunas de espejismos,
todo dorado entonces,
como un insecto cualquiera en un frasco de vidrio
turbio,
como un suéter colgado/para el frío
de fines de semana,
como los árboles de afuera del café bajo el viento
del norte, hoy, que muere
en el golfo de México,
junto a casas de madera y pintura caída,
junto a barcos de pesca
malolientes
junto a la tierra grisácea de esas playas, cerca,
como un panal, como un hormiguero,
como un trueno bajo una montaña,
como un pedazo de tierra bajo un trueno, entre bambúes,
como un lago bajo una parcela,
como una larga frase que respira sube y acaba
y se repite,
con cambios ligeros,
como una frase sin planes de viaje/o verbos
principales,
como un cansado pedazo de papel sobre el suelo,
como el polvo, amarillo, muy seco, junto al lago,
como el orine desde un fondo de nubes/
a ramalazos,
a cuántos kilómetros de la orilla
contados desde la terraza de otros observadores,
este hombre Luis, así, podría decirse,
como un naufragio, o lámparas,
bajo tempestades
El azúcar, como puede verse
nunca pensé mucho en la imagen
de los granos de azúcar, regados
en la mesa
como planetas sobre el quieto hueco oscuro
campo del cielo; sin mayores estrellas;
con atención se mueven/
giran/cambian
la dirección del día
y sin darnos cuenta/las veletas
sin viento dan falsas direcciones
y entramos a edificios que no nos esperan,
las medias se nos caen,
olvidamos los lápices
y debemos escribir con la punta del dedo
ensangrentada;
sube la marea por la dulce gracia de esos pocos granos
que la costumbre de olvidar desconoce;
los barcos sin remedio se hunden
bajo el convenio del polvo/los cristales
de azúcar pegada al codo al libro
descansando en la mesa;
que no/si he de morir/se me castigue
por el desdén o la ingesta impropia
de esos meteoros de la tierra, encogidos,
de esos granulosos
soles de cada día
como el pan/o la muerte;
que los recuerdo; juro; me tiro al piso;
salve
Muerte compartida
¿en qué piensan las mujeres que amamos
cuando no están pensando que no deberían ya más
estar pensando en uno,
si en uno piensan
cuando van a dormirse o a lavarse
las manos, a oscuras
(un segundo siquiera) en el baño
con la puerta entreabierta?;
¿y a quiénes/cómo/les hablan
mientras cavan un pozo/despacio/y nos guardan/
con la sola elección de esas palabras
que escuchan otros/distintos,
“cierra la nevera es de día tengo los pies dormidos”?;
¿y cuánto de nuestra sombra
cabizbaja inmóvil silenciosa crispada,
si de nuestra sombra algo ven,
logran ver/
detrás suyo/
cuando ven un espejo?;
¿con qué entonces sueñan las mujeres que amamos
después que han decidido
que es mejor recordar un hoyo un pedazo
del aire/recortado/borroso/
en el lugar/allí/donde estuvimos
con tal vez un sombrero
roñoso tal vez/o memorable?; (un sombrero de fieltro;)
¿duermen acaso las mujeres que amamos,
hablan o se alimentan
o igualmente no amar las hiere tanto?;
nosotros a los que no aman ellas no dormimos,
como moscas rondamos las ventanas, o arañas,
vemos televisión sin saberlo o que importe,
conversamos lo justo apenas
para que el mar no nos arrastre
si nos confunde con una anguila muerta;
pero es bueno callarlo;
egoísta sería no respetar todo eso
con que se nos olvida;
ser tanto amadas un poco/me imagino/
ha de doler
y ellas/las que amamos/lo saben;
algún duelo ha de haber
en ocultar que se es el universo
Midiendo las distancias y su posible destrucción
ah las paredes de tela desgarrada,
sin embargo,
los millones de hongos entre el lugar ese
donde te sientas, ahora, con piernas cruzadas, descalza,
y este lugar,
con demasiado tanto de otra gente
ocupada con sus libros y sus computadoras
sus refrescos, ah
los invisibles camiones entre ambos llenos de sombreros de fieltro
y conejos de plástico, estériles, y frutas, limas, de algodón,
ah las yardas (oh) los kilómetros tus millas (ay)
de tu sombra a mi sombra,
propia la tuya, propiciada la mía,
bajo magnolias el cielo descapotado, seco
en definitiva,
la sangre así perdida
que no puede/tal vez/la sangre/
de uno a otro buscarnos
sin perderse de nuevo sin remedio,
ah y todo, más esa sangre,
si nomás renaciera
como de todito el polvo del mundo las mentiras
de mi propia esperanza
para echarse a perder/en definitiva,
ah y a toda tienda de antigüedades ir contigo
a todo paseo acompañarte por el lago
hasta olvidar los días tras días tras días tras días
en que sólo pensaba en actuar con coraje y fuerza y un hacha
enorme sobre el cielo
los camiones,
los muros
y ah que te devolvieran
entre extraño dolor y rara pleitesía
Los finales sin ruido
no todo acaba con bulla,
no siempre se escucha la explosión de las válvulas las tuberías
cuando todo termina,
ni por reflejo/cuando todo termina/se agrietan las casas vecinas
ni se sacuden los pericos mojados porque se dieron cuenta/
tarde tal vez/
de que eso se ha perdido entre (todo)
agudos dobleces,
en los suburbios/cerca
de despoblados bulevares y avenidas con grandes charcos
que sólo reflejan la calma del cielo,
no los hundimientos secretos,
no las vacías cisternas sin tapa/plaga
tampoco;
mi final de cada día,
la conversión de una sombra con cierta estructura
en sólo una sombra o en pura estructura/
pálida y frágil/
y cubierta de manchas de mostaza y óxido,
ocurre en una caja/sin ecos/
entre secos y cortos ruidos atenuados
que hacen los pulmones cuando claudican los oídos
las corrientes de aire visible adentro las entrañas
los talones cuando se rompen las rodillas el pelo las nalgas,
pero más nada,
como si el paso de enfermo a hongo a olor a polvo
fuese la destrucción de un plato
(uno de postre) (uno blanco) (azul en el borde)
(sin más señas)
no en el cuarto de al lado/
siquiera/
sino en vasto comedor pringoso abandonado
donde hacen fiesta las moscas,
las moscas distraídas,
sobre el dibujo de frutas amarillas/rojas
en manteles de hule
Capítulo Sobre el descubrimiento del Ser
si mirara hasta dentro, de esto, digamos, como hacen
las estatuas,
con los párpados cerrados, pero en verdad mirando
todo allí, como estatua,
las costillas de piedra de la estatua,
la vida callada, de piedra, de esa estatua,
¿qué vería uno, uno que es otra cosa, al parecer,
no un colgajo de piedras,
como la tal estatua?;
a lo mejor, quién quita, la foto de sí mismo, de niño,
rodeado de más rostros, felices, como en un cumpleaños;
a ese cartón llamamos Ur-recuerdo;
ojalá hubiera sido, yo, Niño en otra parte,
con la misma familia;
tengo nostalgia de todo lo omitido
desde siempre, una lámina, distinta sin duda, con las mismas personas
de esa fotografía;
ojalá un cartón diferente se irguiera en recuerdo,
con una casa algo oscura,
con un invierno de luces opacas, muchas sombras en todas las paredes, lo que uno pensaba que podrían ser fantasmas de muertos obstinados; no está del todo mal imaginarse esos desvíos de uno, esas disímiles posibilidades, de eso llamado el Ser;
el Ser de mi infancia pudo tener otro pasaporte; quizá verde; me gusta creer que la luz de un candelabro, cuando hay frío alrededor, define la hermosura del Ser; del Ser el humo de una vela en las paredes escribe una historia;
es eso lo que veo adentro al mirarme;
Luis con una gorra gastada encima;
algo de cuadros escoceses, algo encontrado en un closet, húmedo,
una tarde, sobre el coco;
quisiera haber sido más torpe al hablar,
confundir frases del idioma de mi padre
con otras, de una lengua materna
igualmente confusa;
pero me tocó este falso dominio de estas santas palabras que uso
con la certeza de un loco
que repite
lo mal oído en una grabación;
siendo yo he estado años, y ya estoy exhausto;
este tipo, este Luis, de tantos años consigo solamente,
esta máscara real,
con los ojos volteados hacia aquello más suyo,
llegó hasta sí de lejos, de un gran viaje, dormido, todo el tiempo dormido en otro destino anterior a éste que tiene; después de pasar años siendo el mismo, y, cansado, se ha puesto a recrearse, sentado en un sillón, otros asientos, otras fiestas bajo astros desiguales;
de dónde es este Luis ya no importa;
apenas cuenta de dónde vaya a ser cuando cierre los ojos
y con secretos bombillos —adivine su corazón de roca
cambiándose de lado,
en su cuerpo,
—diga siempre otra cosa, nunca lo que se oye,
una oración que no se pronostique,
quizá un reclamo por no estar de más eras cansado
de la misma igualdad
Capítulo A propósito de las renovaciones
si hay que volver al pasado y destruir la casa vieja, con mandarria,
mis padres, mis hermanos
y yo-esto;
echar abajo los escalones de madera, teñidos
de cera roja;
cambiar la estructura del garaje, hacerla oscura, como una bodega;
darles menos luz a los pasillos;
mantener el jardín con la mesa de hierro, pintada de negro, y las sillas de hierro, pintadas de negro; mantener las negras hormigas del jardín, que comíamos, a veces, mis hermanos y yo,
no por el hambre, sino por la costumbre, no siempre ejercida,
de alimentarse de bichos; (más de cien patas por cabeza;)
derribar el cuarto de huéspedes, en la planta baja;
abrirle una ventana a la cocina, que dé a alguna calle
flanqueada de tilos
y plátanos deformes;
a veces quiero traicionar mi infancia;
quiero un loco en un desván, alguien que cuente historias, de la guerra, de un paisaje, lunar y tranquilo, posterior a todo, de una vida de comerciante, o de mercero, en una ciudad de bajos edificios, muy cortos, de un amor postergado por varias mudanzas,
con caballos,
de país en país, hasta éste, cambiado, donde el loco hace ruido, con un plato de peltre, al mediodía, el loco, que pide la comida;
las traiciones modestas,
incompletas,
sonsas,
no me llenan de culpa;
el Ser se forma de imágenes, también, recibidas de noche,
en el sueño,
donde son comunes las metamorfosis;
pongo en mi puesto otro niño de seis o siete años, con los mismos juegos pero otras estaciones;
la casa igualmente ha mudado de aires; hay más eco en los muros tiznados;
va a empezar a llover por dos meses,
hay que ventear las sábanas, los guantes, las cobijas, y disponer las velas,
prepararse para seguirle el viaje de esquina a esquina a las arañas,
translúcidas
e inofensivas,
y resistir los embates de la ciudad, que se hunde;
me emociona haberme separado
de mí mismo
al nacer
UN SAUNCHE TIENE DERECHO A VOZ
Y A VOTO
YA que eso que voy a comer y por gusto llamo «pan» no me habla,
ya que eso desgraciadamente delante de mí se hace el mudo,
voy a volverme un dios y a concentrarme
hasta un punto tal
que pasando por encima de la autoridad de todos
los ingredientes
y dejando de lado su aspereza,
el color dorado de su concha,
la presencia constante del queso,
lo voy a hacer hablar como si de mí mismo
se tratara
y a hacerle decir «señores,
déjenme en paz,
de muerte natural quiero irme al infierno»
(De Manual para los días críticos)
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