martes, 25 de noviembre de 2014

GALWAY KINNELL [14.127] Poeta de Estados Unidos


Galway Kinnell

Galway Kinnell (1 febrero 1927 a 28 octubre 2014) fue un poeta estadounidense. Por sus 1.982 Selected Poems ganó el Premio Pulitzer de Poesía. De 1989 a 1993 fue poeta laureado por el estado de Vermont.

Poesía:

What a Kingdom It Was . Houghton Mifflin. 1960.
Flower Herding on Mount Monadnock . Houghton Mifflin. 1964.
Body Rags . Houghton Mifflin. 1968.
The Book of Nightmares . Houghton Mifflin Harcourt. 1973. ISBN 978-0-395-12098-9 .
The Avenue Bearing the Initial of Christ into the New World: Poems 1946-64 (1974)
Walking Down the Stairs (a collection of interviews) (1978).
Mortal Acts, Mortal Words . Houghton Mifflin. 1980. ISBN 978-0-395-29125-2 .
"After Making Love We Hear Footsteps". Copper Canyon Press. 1980. Missing or empty |title= ( help )
Blackberry Eating . William B. Ewert. 1980.
Selected Poems . Houghton Mifflin. 1982. ISBN 978-0-395-32045-7 . —winner of the National Book Award [ 2 ] [ 2 ] and Pulitzer Prize [ 1 ]
How the Alligator Missed Breakfast . Illustrator Lynn Munsinger. Houghton Mifflin. 1982. ISBN 978-0-395-32436-3 .
"The Fundamental Project of Technology". William B. Ewert. 1983. Missing or empty |title= ( help )
The Past . Houghton Mifflin. 1985. ISBN 978-0-395-39385-7 .
When One Has Lived a Long Time Alone . Knopf. 1990. ISBN 978-0-394-58856-8 .
Three Books . Houghton Mifflin Harcourt. 2002. ISBN 978-0-618-21911-7 
Imperfect Thirst . Houghton Mifflin Harcourt. 1996. ISBN 978-0-395-75528-0 .
A New Selected Poems . Houghton Mifflin Harcourt. 2000. ISBN 978-0-618-15445-6 . —finalist for the National Book Award [ 12 ]
The avenue bearing the initial of Christ into the New World: poems, 1953-1964 . Houghton Mifflin Harcourt. 2002. ISBN 978-0-618-21912-4 .
Strong Is Your Hold . Houghton Mifflin. 2006. ISBN 978-0-618-22497-5 .

Traducciones:

Yves Bonnefoy (1968). On the motion and immobility of Douve . Translator Galway Kinnell. Ohio University Press.
François Villon (1982). The poems of François Villon . Translator Galway Kinnell. UPNE. ISBN 978-0-87451-236-6 .
Yvan Goll (1970). Lackawanna Elegy . Translator Galway Kinnell. Sumac Press. ISBN 978-0-912090-07-8 .
Yvan Goll (1968). Yvan Goll, Selected Poems . Translators Paul Zweig, Jean Varda, Robert Bly, George Hitchcock, Galway Kinnell. Kayak Books.
Rainer Maria Rilke (2000). Galway Kinnell, ed. The Essential Rilke . Translators Galway Kinnell, Hannah Liebmann. HarperCollins. ISBN 978-0-06-095654-7 .

Novelas:

Black Light . Houghton Mifflin. 1966.




SHEFFIELD GHAZAL 4: CONDUCIENDO HACIA EL OESTE

Un camión de remolque que carga dos docenas de automóviles 
       aplastados se adelanta a un camión de remolque que carga 
       una docena de automóviles nuevos.
El aceite es una forma de la espera.
El motor de combustión interna convierte en movimiento la 
       estasis de milenios.
Los autos aúllan en caminos donde recién ha llovido.
Los aviones se elevan entre el aguacero y nos lanzan a través del 
       cielo azul.
La idea del avión subvierte la vida terrenal.
Las computadoras pueden producir explosiones nucleares en 
       cualquier lugar preciso de la tierra.
Un rayo está hecho enteramente de error.
Mercurys imprevisibles y errantes Cavaliers vagan por las 
       autopistas.
Una muchacha recuesta su cabeza en el hombro de un muchacho; 
       van en dirección oeste.
Los limpiaparabrisas hacen su trabajo, la añoranza de casa por un 
       lado, las ansias de ver mundo por el otro, en un puro ir y venir.
Esto le sucedió a tu padre y también a vos, Galway—enfermo por 
       quedarse, deseando llegar hasta los confines de la tierra, y 
       pasar al otro lado.




SHEFFIELD GHAZAL 5: PASANDO POR EL CEMENTERIO

El deseo y el acto fueron una combinación conocida como pecado.
El ruido de una uña sobre una pizarra espanta a nuestro huesos.
La escalera que lleva a la sala del dentista olía al fuego que hay 
       adentro de nuestros dientes.
Al pasar por el cementerio, me pregunté si los huesos de los 
       muertos se vuelven quebradizos y se desmigajan, o si 
       perduran.
Un perro roería su propio esqueleto hasta no dejar nada, si fuera 
       posible.
Los miércoles de ceniza un grupo de niños venían a la escuela con 
       sus frentes manchadas, en penitencia de antemano, con lo que 
       quedaba de ellos.
Los viejos sermones sobre los males de la carne a menudo 
       causaban que partes de la piel perdieran sensibilidad, y 
       algunas veces hasta las hacían caerse.
Si presionamos nuestros huesos frontales contra un madroño, el 
       frío subterráneo pasa a nosotros, haciéndonos temblar por 
       dentro.
Un arrepentimiento en el lecho de muerte que buscaba arrancar 
       una brillante y terrible amenaza puede desentrañar toda una 
       vida—y las vidas de aquellos que quedan atrás.
Los peces son la tierra santa del mar.
En ellos el espíritu es carne, la carne espíritu, la mente 
       simplemente un lugar más denso en la carne.
La mente humana puede ser el lugar más brillante de la tierra.
Al morir, el cuerpo se convierte en una sustancia ajena; una 
       persona que te amó puede lavar y vestir a este que por tanto 
       tiempo creíste que eras vos, Galway, unos pocos acogen la 
       memoria en él, pero algún otro lugar lo conocerá y le dará la 
       bienvenida.

(Traducción e imagen: G. A. Chaves.)




En el lodo de la marea, casi
al ocaso, reptaban por docenas
las estrellas de mar. Se hubiera dicho
que el lodo fuera el cielo y lo cruzaran
grandes estrellas imperfectas
tan lentamente como cruzan
el cielo las estrellas de verdad.
Todas se detuvieron
y como si sencillamente
se hubieran vuelto más sensibles
a la fuerza de gravedad, se hundieron
en el lodo, desvaneciéndose,
y se quedaron quietas. Cuando el rosa
de la puesta del sol rompió entre ellas
eran tan invisibles
como son invisibles al alba las estrellas.



ESPERA

Espera, por lo pronto.
Desconfía de todo, si hace falta.
Pero no de las horas. ¿No te han llevado
hasta ahora a todas partes?
Tus asuntos serán de nuevo interesantes.
El pelo será interesante.
El dolor será interesante.
Los brotes fuera de estación recobrarán su encanto.
Los guantes de segunda mano recobrarán su encanto;
tienen recuerdos que hacen necesarias
otras manos. Y la desolación
de los amantes eso es: un gran vacío
cavado en estos seres minúsculos que somos
reclama ser colmado; un amor nuevo
es necesario por fidelidad al viejo.

Espera.
No te vayas tan pronto.
Estás cansado. Igual que todo el mundo.
Y nadie se ha cansado suficiente.
Espera un poco nada más y escucha.
La música del pelo,
la del dolor, y la de los telares
que traman otra vez nuestros amores.
Escúchala, será la única vez,
para que escuches, sobre todo,
los alientos de toda tu existencia,
que las penas ensayan y a sí misma se toca hasta agotarse.




OTRA NOCHE EN RUINAS

1

Cuando anochece
la niebla se oscurece en las colinas,
púrpura de lo eterno,
pasa un último pájaro
—flop, flop— que adora
solo el instante.


2

Hace nueve años,
en un avión toda la noche en tumbos
sobre el Atlántico,
pude ver, encendida
por los rayos que le salían,
la cara de mi hermano en una nube
que miraba hacia abajo en el azul,
instantes del Atlántico
a la luz de un relámpago.


3

A veces me decía:
“¿Para qué sirve un día?
Esa hoguera que enciendes en la cima
de la desesperanza
podría iluminar el cielo inmenso,
aunque para incendiarlo, es cierto,
tendrías que arrojarte tú a las llamas…”


4

Se rasga el viento en los aleros
de estas ruinas, vacío,
flauta fantasma de los ventisqueros
que afuera en la tiniebla se levantan:
barrancas invertidas donde barre
la noche nuestras alas arrojadas,
nuestras plumas manchadas por la tinta.


5

Escucho.
No oigo nada. Solo
la vaca, la vaca
de este vacío, mugiendo
hasta los huesos.


6

¿Es eso un gallo?
Revuelve
la nieve
buscando
un grano.
Lo encuentra. Le saca llamas.
Se agita. Cacarea.
Brotan
de su frente las llamas.


7

¿Cuántas noches le tomará
a uno como yo aprender
que al fin no estamos hechos de ese pájaro
que se lanza a volar de sus cenizas,
y que nosotros,
cuando entramos en llamas, no tenemos
más trabajo que abrirnos
y ser
las llamas?

Versiones de Aurelio Asiain




El puercoespín (fragmento)

Colmado 
de hierbas, henchido de manzanas 
silvestres, a reventar de fibra y savia, inflado 
de adelfas, amentos de chopo, retoños 
de álamo y alerce, 
el puercoespín 
rebota y arrastra su última merienda 
entre el hielo y el lodo, entre rosas y solidagos, 
hacia el alto rastrojal. 

De carácter 
se asemeja a nosotros en siete formas: 
deja su huella en las letrinas, 
se transforma bajo la luz de luna, 
caga a las carreras, 
utiliza la cola para trepar, 
se ríe entre dientes cuando tiene miedo, 
se engenta si hay más de uno como él en cinco acres, 
sus ojos tienen su propio interior rojizo. 



Sheffield Ghazal 5: Pasando por el cementerio

El deseo y el acto fueron una combinación conocida como pecado. 
El ruido de una uña sobre una pizarra espanta a nuestro huesos. 
La escalera que lleva a la sala del dentista olía al fuego que hay 
adentro de nuestros dientes. 
Al pasar por el cementerio, me pregunté si los huesos de los 
muertos se vuelven quebradizos y se desmigajan, o si 
perduran. 
Un perro roería su propio esqueleto hasta no dejar nada, si fuera 
posible. 
Los miércoles de ceniza un grupo de niños venían a la escuela con 
sus frentes manchadas, en penitencia de antemano, con lo que 
quedaba de ellos. 
Los viejos sermones sobre los males de la carne a menudo 
causaban que partes de la piel perdieran sensibilidad, y 
algunas veces hasta las hacían caerse. 
Si presionamos nuestros huesos frontales contra un madroño, el 
frío subterráneo pasa a nosotros, haciéndonos temblar por 
dentro. 
Un arrepentimiento en el lecho de muerte que buscaba arrancar 
una brillante y terrible amenaza puede desentrañar toda una 
vida y las vidas de aquellos que quedan atrás. 
Los peces son la tierra santa del mar. 
En ellos el espíritu es carne, la carne espíritu, la mente 
simplemente un lugar más denso en la carne. 
La mente humana puede ser el lugar más brillante de la tierra. 
Al morir, el cuerpo se convierte en una sustancia ajena; una 
persona que te amó puede lavar y vestir a este que por tanto 
tiempo creíste que eras vos, Galway, unos pocos acogen la 
memoria en él, pero algún otro lugar lo conocerá y le dará la 
bienvenida. 





La traducción de Luiselli de dos de los diez cantos de The Book of Nightmares es exquisita. El lector podrá ubicarlos en el volumen del Año II, número 8 de Cuaderno Salmón (primavera de 2008). Yo intento, por mi lado, traducir un canto distinto pero que permita comunicarles la fuerza, la intensidad, el desgarro de la poesía de Kinnell. Escojo el Canto IV. El Juniata a que hace referencia el poema es un río que atraviesa parte del centro del estado de Pennsylvania y es afluente del gran Susquehanna.

IV

QUERIDA EXTRAÑA
PRESENTE EN LA MEMORIA AL LADO DEL AZUL JUNIATA

1

Habiendo dándome por vencido
ante el empleado traspuesto
bajo su reloj, que debería haberme despertado golpeando
ya es de mañana
en la chapa de metal cerrada a llave por la policía,
Pude oír las campanas
de la Vieja Torre, tenue campana del sanctus flotando
sobre la ciudad –tañido
de nuestros amores
la peristalsis de la voluntad de amar para siempre
que desciende, grano
a grano, hasta el último,
el más frío cuarto, que es la memoria—
y puse atención a los gusanos
que viven en las camas donde han muerto los viejos
y buscan salir
para penetrar en el cerebro y cortar
los nervios que sostienen al libro de la solitud.


2

Querido Galway,

Comenzó ya tarde una noche de abril cuando no pude dormir. Eran las noches previas a la luna nueva. Mi mano se dormía, el lápiz recorrió la página arrastrado no sé por qué. Dibujó círculos y ochos y mandalas. Grité. Tuve que arrojar el lápiz. Estaba temblando. Me metí en la cama y traté de orar. Finalmente me relajé. Entonces sentí que mi boca se abría. Mi lengua se movía, mi aliento no era el mío. El susurro que se abrió camino entre mis dientes dijo: Virginia, tus ojos relumbran hacia mí desde mi mundo. Oh Dios, pensé. Se me cortó la respiración, mi corazón se abrió. Oh Dios pensé. Ahora tengo un demonio por amante.

Tuya, sin fe para esta vida,

Virginia.



3

Al ocaso, junto al azul Juniata—
“una América rural”, decía la revista,
“ahora perdida, pero presente en la memoria,
un primario jardín perdido para siempre…”.
(“Verás”, le dije a mamá, “solamente creemos que estamos aquí…”)—
los cazadores de raíces
avanzan rumbo a los bosques, extraen
raíces del amor de los virginales claros, doblan
tallos sobre las empuñaduras de las palas
y las apalancan, con un gran,
sordo, último
retumbo
cuando cada raíz se desgaja de su sitio.


4

Llene una tetera
De agua azul.
Hiérvala sobre una fogata de varas
de fresno. Muela raíces.
Arrójelas. Déjelas que maceren. Recaliente
sobre las cenizas del fresno. Embotelle.
Séllelas con el pulgar
de un muerto. Que se maduren
cuarenta días en estiércol de caballo
en la espesura. Bébalo.
Duerma.


Y cuando te levantes—
si es que te levantas—será en el año sotíaco
hecho de enhiestos fragmentos
recuperados de todos los fracasos
de años previos, chatarra
y restos de tiempo que la mortalidad
no pudo moler para su pitanza de risa y sangre.
Y si hubiera un amor más
por conocer, un poema más
que abrir a la vida,
lo encontrarás aquí
o en ninguna parte. Tu mano se moverá
por su propia cuenta
por el curvado sendero,
atraído por el terror y el terrible señuelo
del vacío:
un rostro se materializa en tus manos,
en la absoluta blancura de las páginas
un poema se escribe sólo: su título –el sueño
de todos los poemas y el texto
de todos los amores—“Ternura hacia la Existencia”.


5

En esta orilla –nuestra orilla—
de las desvanecidas, azules aguas, te recuestas,
llorando en tu lecho, escuchando esos
leves,
temibles retumbos
de las despedidas que al ocaso allanan los virginales bosques.
Yo, también, he comido
la pitanza de la oscura orilla, en el colchón
del tiempo, donde un colgajo con forma de cuerpo
yace junto a un colgajo –sepulturas
arrojadas en medio
por quienes llegaron antes,
amantes,
o amorosos amigos,
o extraños
que amaron aquí,
o rechinaron sus dientes en la pesadilla aquí
o hablaron de sus aventuras de una noche,
de la campana del sanctus
sonando cada hora para morir contra el vidrio laminado de la ciudad—
Yazgo sin dormir, recordando
el desgarrado cuerpo
de la gallina, el calor de la carne de la gallina
asustando a mi mano,
todos sus deseos,
todos sus cadavéricos olores,
floreciendo de nuevo a la luz de las estrellas. Y luego la espera—
no muy larga, concedo, pero toda mi vida—
por el leve, tenue
impacto de su regreso contra las piedras.
¿Será alguna vez verdad—
todos los cuerpos, un cuerpo, una luz
hecha de la conjunción de la oscuridad de todos?


6

Querido Galway,

No tengo a nadie a quien dirigirme porque Dios es mi enemigo. Me dio lujuria y gozo y me cortó las manos. Mi cerebro ha sido ahogado con su sangre. Pregunté por qué he de amar este cuerpo que temo. Él dijo: es tan señorial, que no puede ser formado de nuevo –querido, radiante féretro. ¿No has estado nunca tan orgullosa de algo que lo has querido de presa? Su voz ahoga mi garganta. Alma de áspides, amo y captor: me quiere matar. Perdona mi ceguera.

Tuya, en la oscuridad,

Virginia



7

Querida extraña
presente en la memoria al lado del azul Juniata,
estas cartas
al otro lado del espacio supongo
serán todo lo que sabremos el uno del otro.
Tan poco de lo que uno es se teje a sí mismo a través del ojo
del vacío espacio.
No importa.
El yo es lo de menos.
Deja que nuestras cicatrices se enamoren.





After Making Love We Hear Footsteps

For I can snore like a bullhorn 
or play loud music 
or sit up talking with any reasonably sober Irishman 
and Fergus will only sink deeper 
into his dreamless sleep, which goes by all in one flash, 
but let there be that heavy breathing 
or a stifled come-cry anywhere in the house 
and he will wrench himself awake 
and make for it on the run - as now, we lie together, 
after making love, quiet, touching along the length of our bodies, 
familiar touch of the long-married, 
and he appears - in his baseball pajamas, it happens, 
the neck opening so small 
he has to screw them on, which one day may make him wonder 
about the mental capacity of baseball players - 
and flops down between us and hugs us and snuggles himself to sleep, 
his face gleaming with satisfaction at being this very child. 

In the half darkness we look at each other 
and smile 
and touch arms across his little, startling muscled body - 
this one whom habit of memory propels to the ground of his making, 
sleeper only the mortal sounds can sing awake, 
this blessing love gives again into our arms





Another Night in Ruins

1

In the evening
haze darkening on the hills, 
purple of the eternal, 
a last bird crosses over, 
‘flop flop,' adoring
only the instant.


2

Nine years ago,
in a plane that rumbled all night 
above the Atlantic,
I could see, lit up
by lightning bolts jumping out of it, 
a thunderhead formed like the face
of my brother, looking down 
on blue,
lightning-flashed moments of the Atlantic.


3

He used to tell me,
"What good is the day? 
On some hill of despair 
the bonfire
you kindle can light the great sky—
though it's true, of course, to make it burn 
you have to throw yourself in ..."


4

Wind tears itself hollow
in the eaves of these ruins, ghost-flute
of snowdrifts
that build out there in the dark: 
upside-down ravines 
into which night sweeps
our cast wings, our ink-spattered feathers.


5

I listen.
I hear nothing. Only
the cow, the cow of such 
hollowness, mooing
down the bones.


6

Is that a
rooster? He
thrashes in the snow 
for a grain. Finds 
it. Rips
it into
flames. Flaps. Crows. 
Flames
bursting out of his brow.


7

How many nights must it take
one such as me to learn
that we aren't, after all, made
from that bird that flies out of its ashes, 
that for us
as we go up in flames, our one work
is
to open ourselves, to be
the flames? 





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