miércoles, 19 de noviembre de 2014

IGNACIO DI TULLIO [14.069] Poeta de Argentina


Ignacio Di Tullio 

Buenos Aires, Argentina  18 de agosto 1982.
Poeta y traductor. Estudió Ciencias de la Comunicación y Literatura. Trabaja como profesor universitario y en la escuela Secundaria En poesía, escribió los libros Abrazo a la distancia (2006) y Famiglia (Inédito, 2010). Coordina talleres literarios y de escritura creativa.



Ignacio Di Tullio / De "Famiglia"


REPUBBLICA ITALIANA
Passaporto per l´ estero
7 Genn 1950

El padre de mi padre me mira fijo desde el papel amarillento. Quiere escapar de la fotografía. Su pasaporte dice manovale, figlio di Enrico e di Giovanna. Pondrá manos a la obra, cruzará el océano, bajará de un barco. Con esa mirada podría arrancar orejas con los dientes. Quiere desgarrar, fornicar, comer tierra. Vulnerar el corazón de una nación. Un hombre capaz de comerse a otros.
¿Pero qué culpa tenía tu hijo de todo esto? ¿Por qué no puede pronunciar tu nombre? Me contaron acerca de las trompadas en las orejas. Y ahora a mi padre le falta oído para algunas respuestas.
En la foto de la renovación tampoco quiso hablar. Luce cansado. Viste saco y corbata, se ha sacado el bigote. ¿Cómo será vivir en las fotografías descargando golpes en la cabeza?
Yo debería poder decir nonno. Mi padre, hablar de vos. Pero tiene tu nombre empozado en una mano. Y cada vez que lográs escapar de las fotos, la cierra.




Recuerda siempre al hombre
que cada sábado te despertaba
para que lo ayudaras con la casa.
Decía para qué llamar a alguien
si el único problema
que no tiene solución
es la muerte.
Recuerda su cara crecida de sombra
y los ojos achinados
por el humo del cigarrillo.
Subía a altillos y tejados
pero lo esperabas al pie de la escalera
con la caja de herramientas.
Fuiste su instrumentista.
Odiaste a ese cavernícola
que decía dejá y pedía
que le alumbraras con la linterna.
Parecía que no enseñaba pero recuerda
cuando arreglaba las cosas
te pedía que lo acompañaras.
Recuerda
su catequesis


Mi padre elige frutas

Mi padre elige frutas en el mercado.
Detuvo su coche camino al trabajo
para bajar a tocarlas.
Desoye las recomendaciones del vendedor:
sus manos sabias bien educadas
prescinden de consejos
saben que se someten a una cuestión moral.
Presiona con sus yemas la piel de un durazno,
verifica la blandura de su carne.
Después pesa una pera en el hueco de su palma.
Con la otra mano envuelve una ciruela
y se adueña del mundo.
También su padre elegía las frutas camino al trabajo.
Entraba con mi padre y sin decir palabra
sujetaba una fruta en cada mano, las pesaba
y lo educaba en el ejercicio de la duda.
Era una escolástica muda y presencial.
Las frutas maduras siempre son las más dulces:
Ahora es mi padre quien deja caer el proverbio.
No me mira al hablar. Piensa en voz alta
y espera que me agache a recogerlo
y lo elija, si quiero.


Pienso en mi padre

Pienso en mi padre:
cuarenta años visitando la misma peluquería,
retomando las cosas, su callado ritual.
El hombre golpea siempre en el mismo sitio:
trabaja para tener las manos limpias,
escribe el largo poema de su reincidencia.
Otra vez, mi padre
confiándole su vida a un desconocido,
cortándose el pelo:
las tijeras silencian muchedumbres a cada susurro;
dos filos parecidos a dos riesgos cualquiera.
Y reflejada en el espejo
una inocencia de humano abatido,
Toda una resignación.
También un peluquero, hace cuarenta años
escribe el mismo poema.
Allí se marcha mi padre vivo una vez más.
Cierra la puerta a espaldas de la fatiga de las tijeras
y de un hombre de manos limpias que barre los cabellos
de los hombres.


En respuesta a la más primitiva pulsión

En respuesta a la más primitiva pulsión
Unos chicos juegan al fútbol en una plaza.
Si fuera por ellos jugarían hasta caer muertos.
Como un matemático calculo sus edades,
trato de reconocer un algoritmo oculto en sus movimientos
un patrón que me devuelva
el estado puro de las cosas
pero claro, hay ciertas cosas que ya no comprendo.
El que hace el gol sale corriendo perseguido por la manada.
Otros dos se matan a trompadas adentro del arco.
Yo observo la violencia del relato y pienso
ellos, que ahora cifran la infancia
ignoran que un día serán hombres
y se acabarán los juegos.
Soy un adulto jugando a recordar
la niñez del miedo.



A través de la oscuridad

A través de la oscuridad
veo la percha
colgando de la puerta del placard.
Mi uniforme de hombre
prolijamente dispuesto
como cada noche:
pantalón, camisa
y un saco arrugado por el cansancio
esperan que dentro de cinco horas
alguien les preste un cuerpo.
Una humanidad duplicada
ficha y cumple horarios,
los trabajos nocturnos
a espaldas del mundo.
Son las dos:
aquel difuso ser que no soy
cuelga de una percha.
Se cobra cada hora
y espera a que se hagan las siete
para que alguien me vuelva a llamar
como dicen que me llamo.



El sudor de mi padre

Cuando yo tenía siete años, todas las mañanas después del ejercicio, mi padre dejaba su remera colgando del perchero, secándose. Mientras se duchaba, yo entraba a su habitación y olfateaba con curiosidad biológica. Varias veces al día regresaba a comprobar cómo variaba el olor del líquido seco en su ropa. No tenía la violencia del uniforme de los desconocidos. Con el correr de las horas, la ropa de mi padre se transformaba en el sudor seco de sus respiraciones. Mismas ropas, vueltas a sudar, cada día, durante semanas. Otras veces, después del trabajo, en sus camisas, la calle: los lugares donde había estado. Cuando yo tenía doce años, en la intemperie seca en su ropa, la esencia densa y concentrada de quien él era. Mi padre, sus jugos: no recuerdo el día exacto en el que todo el proceso fisiológico se convirtió en un solo aliento. El día de la transpiración, cuando agua y palabras brotaron de una misma sangre. 





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