Pilar Gorricho del Castillo
Nació en Logroño (La Rioja) España el día diez de marzo de 1961.
Poeta clásica en sus composiciones ha editado tres poemarios y participado en diversas antologías clásicas y de verso libre.
"Los retazos de mi alma" es su primer poemario en poesía clásica.
"Girasoles de asfalto" auna el verso clásico con el libre.
"Y el vacío de los plenilunios" todo en verso libre.
Escribe por satisfacción personal y según su propia frase:
“ No escribo poesía para vivir, la escribo para no morir”.
Océanos.
Me canso.
Sucede que me canso.
No como Neruda de ser hombre
si no, de pasear mis edades
siempre por los mismos senderos:
esos que llevan a una Roma
de fontanas obtusas y taponadas
arrojando monedas
a los dientes de los crepúsculos.
Siempre el mismo empedrado sin costillas;
diseño de gigantes gateando
hacia un orbe nuevo de etéreas nostalgias.
Sin abrir las compuertas de las acequias,
veo anegarse frente a mis delirios
el minúsculo intento de romper cadenas
con la parsimonia del necio.
Voy plantando magnolias en los retretes
para olvidarme del desamparo,
y espero que broten entre el cieno
de lo estático.
Mientras, espero y espero
que los almanaques de las horas
alumbren pegajosos cadáveres
de física cuántica resolviendo
ecuaciones a destajo.
No apostando nada,
para no perder nada.
Regalando las barajas de las posibilidades
a los arcanos del desasosiego
que despojan almas
de sus engalanadas vestimentas
para transmutarlas
en homeless de una imprecisa ventura.
Sempiterna incertidumbre
de sofá y degollado mueble
que chirría hastiado mi nombre.
Camino de dameros en los pasillos que atravieso
con la premura de quien encontrará
entre las baldosas,
el santo grial de su existencia
y tan solo encuentra,
aquellas trampas para ratas
por donde siempre se vuelve a pasar.
¡No modifiques tu camino!
grita el estepario lobo del subconsciente
haciendo gala de su bastarda condición
de dueño y señor de un vitalicio feudo.
No retornes a Ítaca
pues ni siquiera
tienes un perro que te reconozca
ni Atenea que disimule tus facciones
rabiosas de cicatrices,
o te advierta de los peligros que te acechan.
Vuelve sobre tu rastro y camina
sobre el asfalto de las preguntas;
ponzoñosa arteria donde te reconoces.
Entre tempestades de mediocres membresías
y apuestos hijos de Abraxas,
pero te reconoces.
Muerden los templarios de las hecatombes
todo intento de traspasar
los arrabales de la remembranza
y caminar sobre las aguas,
como un Cristo que despojado de su ego
nos regaló un camino nuevo.
Océano,
dones de profecía entre serpientes
padre de ríos y arroyos-
" Poderosa corriente del río océano"
relató Homero.
Extenderse hacia el pecho de las aguas
circundando horizontes y suelo raso
como una orquesta armónica
con el sol como única batuta.
Es Titán quien copula mis futuros
sin pecado.
Que hasta la culpa y el yugo de su castigo
caducan,
escupiendo el beso del perdón
en nuestro maldito karma
el día menos esperado.
Abro la ventana de la algarabía,
entran machaconas moscas nacaradas
obturando la salida de este dédalo sanguinario.
Cierro puertas, y se aferran
a las grietas del alma
como un condenado a su última cena.
Ya
pasó
vuestro tiempo.
Los cíclopes reverencian mi paso
y gritaré a Polifemo que " ningún hombre"
jamás hiere.
Quebrantaré
el sacrílego dogma de la presunta
felicidad terrenal
de pies en el suelo
y cabezas en el cielo.
Océano donde beber las primeras aguas
diáfanas, y sanadoras
arropando,
los despojos de los hombres.
Me canso,
sucede que me canso,
no como Neruda de ser hombre
si no, de no saber ser niña
y
amada hija del oráculo de Nereos.
Trago de poesía.
Lo reconozco,
esta manía mía de hacer poemas,
esta mano izquierda,
lastimera e inútil
reclamando su lugar.
Este no parar de ver fuera
lo que debería estar dentro,
no es otra cosa que un trago de vodka
para mi cuadriculado espíritu.
Aún entono letanías
sosegando la sabandija del lóbulo.
Voy mascando el fracaso de los soles de agosto
por las callejuelas de plomo, y me hago lluvia
alguna tarde.
Escribo poemas de guerra sin mancha,
(la sangre es privilegio de corta estancia)
evasiva que va matando poco a poco,
los pronombres personales, ocultos
entre amapolas sudorosas.
Para no sentir el torpe ademán de los días ciegos,
los cincelo en las servilletas de barra y soledades.
Es más llevadero el golpe revestido de filigrana.
Y la piedra,
(sombrío tropiezo por enésima vez)
es menos hierática con forma silábica.
El despeñadero del pasado es eutanasia de lo venidero
cuando nos asomamos a lo nuevo con mirada de perros viejos.
Lo reconozco,
escribo poemas para no amparar al barquero
que desde la ribera pide indulgente un remo.
Su grito envuelvo en metáforas de galernas
y diéresis acartonadas.
-La miopía de mi corazón es óbice inmóvil-
Escribo vestida de vocablos para no sentir el látigo
de mi cuerpo cansado en las orillas del norte.
Lo reconozco, escribo poemas para no sufrir
el " yo" sin ornamentos que tal vez no pudiese
soportar.
Matar al dios que cimenté con mi costilla
para poder morir,
y escribir el poema de los poemas
cuando por fin vea mi vida
sin el filtro de la palabra.
Camino.
Quizás encontrar el camino
no sea el problema.
Ni el viaje una variante
de lo estático.
Quizás el problema sea
apuntar al cielo
y no saber si son las nubes
las que se mueven
o me muevo yo.
Escondite.
Me escondo
y me cubro con los vientos de las noches.
Tapono las fronteras
de este sentir extranjero,
con muecas de arlequines
y castigos de verborrea
donde oculto mi nombre.
Para no ser traslucida a esta dádiva
que atraviesa el portal de mi pecho.
Yo
me
escondo.
Para no parecer cristal de bohemia
en la mesa del titanic
pujo por las lindes de la catarsis
y deshago gritos como tormentas.
Que no se escuche
mi repentina carcajada
en las genocidas galerías
del lenguaje de los astros.
Me escondo del chiste de la vida
pues no entraba en mis planes,
llevar en las pestañas
una nube de bienaventuranzas.
De amores.
Volver a mirar a la cara del Dios
que me pintaste en los labios.
Ponerle ojeras y demacrarlo
hasta que se haga barro en las cuencas.
Meter el dedo en los rojos agujeros
de una expectativa,
y poco a poco
quitarle legañas y harapos
hasta que se haga hombre.
Tomarlo de la mano y sentir
tan solo la divinidad de lo asequible.
En eso consistía el amor.
Futuros.
Yo no tengo el esquema del futuro
ni peino el alma del siempre.
No sé dónde duermen las angustias
o cómo mueren los temores
cuando se enamoran de la elocuencia
de la templanza.
Yo no tengo el don de profecía
ni poder para traspasar montañas.
Quizás no sepa ni del amor su apellido
cuando abandona el carroñero habitáculo
del amor propio.
No tengo arcanos que me vendan
la sapiencia del manantial
o la verdad de la gota cuando se hace cántaro.
El menosprecio de las nubes tapando soles
se hace espuma en mis labios
cuando intento controlar tu beso.
No sé si se lo llevará el viento,
así como el no sabe cuando es brisa
que algún día tirará tejados de un bandazo.
No sé si irá a parar al mar
así como el no sabe cuando es río
que quizás sea solo
un vago recuerdo del camino.
La sonrisa del gato.
Te prefiero en horizontal,
esa es tu posición.
Como una raíz en la sonrisa
circundando el teorema y la mística.
Aprendiendo,
siempre aprendiendo de las piruetas
los privilegiados reductos.
-Sonriendo quién sabe a qué-
Horizontal presagio en afónica rutina,
de líneas rectas, lacónicas y pálidas.
En vertical,
pudieras ser mortífero rayo
promesa de tierra,
o herrumbre de arañazo en el árbol de la luz.
O hasta quizás, fotograma propio de la sabana.
Yo,
te prefiero horizontal,
como una raíz en la sonrisa
que de vez en cuando hago mía
para que fecunde el júbilo
de la ignorancia.
No dejas de ser paisaje del tejado
postrado en una muerte de lujo
y glorias en infinito plural.
Sin ti, las tejas son esteriles recolectoras
de lluvia.
Sin ti, no serían las bajeras de los coches,
improvisados soles a ras de suelo.
A días,
al mirarte,
pregunto por tu sonrisa al ayer
doliente, somnoliento.
El pánico me impide preguntarte a ti.
Quizás tengas la respuesta,
y sonrías por mis neuróticas cegueras
alter ego
de esas horas de luz que llevo en los músculos.
O por esa media vida
saboreada en los platos del saber,
escupiendo una percepción
reducida a ecuaciones comedidas:
( como tus pasos de vigilante extremo)
Premisas porfiando
del sentimiento, su ignorancia.
Tú,
sabes de la vida tan solo su color:
pardo,
como esa noche que habitas.
Cada día nacen lunas en tu lomo
de milagroso sigilo
y tu perezoso lameteo las convierte
en tiempo muerto.
A ti te quedan siete platos todavía.
No lo sabes,
no sabes siquiera
si tu estomago soportará
más viandas de arañazos y visión nocturna.
El futuro es un arcano dual para ti.
No sé si sonríes por las siete vidas
que te quedan por vivir
o por alguna que otra muerte
que ves pegada a mis ojos,
cuando me miras a mi.
La muerte en agosto.
La muerte no tiene vacaciones.
Se presenta sudada y mugrosa
en pleno estío
con su mono de trabajo
y su libro de contable venida a menos.
No atiende los razonamientos
intentando explicarle que agosto
es mes de bicicletas,
de higueras reventando soles
de lascivias enlatadas
con pronta fecha de caducidad.
Que los hastíos
se lavan en los océanos
el salpullido de los inviernos
y juegan a las letras perdidas
hastío -estío-
siesta-fiesta.
Que los cuerpos reposan
sobre la augusta hierba
el umbrío y lascivo renacer
y
no desean ser despezados por las moscas.
Que cierran las cunas de las ciencias
y renacen amores en las camas vírgenes.
Que los niños gritan en los parques
llamando a los días por su nombre
y son correspondidos
con la brisa perenne en sus ojos de fabulas.
Que en agosto,
echa el candado hasta el mismo Dios.
pero ella se obstina
en proseguir con su papel
de sicario esquirol
y salda cuentas sin calcular
los tiempos, ni los años.
Mater desolación.
A menudo se me olvida
que has muerto.
Abro tu armario con cautela
él respira...
pausado, sigiloso
pero respira.
Miro su esternón por si acaso
fuese una demencia mía ,
(como lo hacia contigo en la cuna)
e insufla más aire en sus grietas.
Los vestidos hacen cabriolas
al compás del blues de amy winehouse
“Lover never say goodbay”
el beis con capucha
que compraste días antes de partir
contornea su cadera con Shakira.
Tus chaquetas de lana,de vivos colores
(como la piel donde dormías
y el prefacio de tu sonrisa de amapolas)
forman un caleidoscopio sinfónico.
Los bolsos piden baile
a tus fulares invocando el mantra
de la diosa Ziva
“On namah shivaya”
reluciendo el plateado faro
de tu última cartera, aquella
que contenía cinco euros
para tu paquete de marlboro.
Saltan como palomas
a por su cáscara de pipas
entre la naftalina y el aroma
de tu perfume a azmicle y hierbabuena.
Se sienten cómodos y distendidos
en la fiesta del desconcierto,
sabiéndose únicos e irrepetibles,
dueños de mis silencios, cuando
vespertina los arrullo entre mis pechos
mamando la desfloración del recuerdo
salado de mi retina,
y esclavos de mi memoria cuando
por un breve instante queriendo apartarlos
de mis cicatrices, me desgarran con sus
torpes desmanes y abren sajaduras
prosaicas ,allá dónde habitaban poetas.
Respiran y están más vivos que nunca.
Pero tú hija ¡has muerto!
¡si supiese dónde has ido!
si supiese dónde reposa tu pelo
sin las gotas de aroma de lavanda que consagrabas
en la almohada cuando los sueños entraban
por la rendija de nuestros azulados misterios.
¿Dónde estás? ¿En alguna galaxia más allá
de la estratosfera pendiendo de una estrella?
¿Tienes frío? Tú, que siempre estabas helada
no te llevaste ninguna chaqueta
de vivo color para esta odisea.
(con ella ,quizás una noche de estas
te hubiese reconocido al otear el infinito).
La verde chaqueta sigue aquí
en ese cuadriculado milagro de roble
bailando con toda tu ropa
sin percatarse de tu ausencia.
Qué incomprensible ademán
de dislocados niños traviesos.
Nadie les molesta por la mañana
deshaciendo su somnolencia a golpe
de movimiento de percha,
ni por la noche batiendo alas de liquen
en el bosque de los pijamas.
Se han olvidado de su cometido
mostrando su lado más mimoso
en profana egolatría.
Se saben dueños absolutos
de mis lágrimas, de mi desamparo
y de todo el amor que guardaba para ti.
Branquias en la almohada.
Mis noches son de lechuzas
crujiendo muebles
en los vértices del escalofrío.
Larvando minutos como espadas
entre las tuberías que chirrían
como un cerdo en la matanza.
Respiro por branquias
y doy cuerda a irrisorios relojes
donde millares de demonios
acicalen su tridente en la punta de mi lengua
donde germina el verbo
renacer....
en todas sus conjugaciones.
Y cuando el primer rayo
asoma al quicio de mis delirios
mi anquilosado cuerpo se queda sin nombre
y mis recuerdos son arrojados al viento
como una moneda con miles de cruces
y ni una sola cara.
Y no acierto a recordar donde dejé
mis piernas para incorporarme.
Ya, apenas tengo memoria.
Tengo casa, pero nadie enciende la lumbre
de un hogar.
Nadie a quien arropar
ninguna cima que coronar
ni grutas del deseo.
Eso sólo pasa en otras hogares
en otras vidas,
en otras fuentes.
Me da las buenas noches
una lampara de techo
con la que hago muy buenas migas.
Yo cuento sus hojas
esculpidas en la tulipa como pecas picaronas
y ella se deja querer.
Me alimento de las sobras del manjar
de una suculenta supervivencia
que guardo en el congelador de las rentas
de los precoces olvidos.
Como perra rabiosa
muerdo las manos que me dan de comer,
ladro y escupo las babas por los callejones
sin salida que frecuento.
Me lamo sola las purulentas heridas
con la sangre de mi cordón umbilical,
que todavía caliente, es lo más parecido
a un abrazo.
Alguien, más enérgico que la propia vida
zarandeó estas paredes
y desde entonces asoman bufones
desde lo insondable de las vigas,
y de mi soledad
se van mofando con sus cascabeles rosas.
Cada noche sudo lustros sobre la almohada
en decúbito supino
por si acaso en medio de tanta oscuridad
la suerte se me presente de cara.
Mis sueños son negras palomas
defecando sobre mi cara los panes sin digerir,
sirenas de ambulancias tocan para mi
su mortal sinfonía en sol menor.
Invoco los infiernos
para vivir.
¿Y me pides
que sea como antes?
Cuando ha pasado una dama
negra
y besas por última vez
la congelada mejilla que nació de tu entraña,
tan sólo aciertas
a respirar como un pez
ahogándote poco a poco
en la pecera de las preguntas.
Y jamás
jamás
vuelves a ser como antes.
Dia de piedras.
Llegará el día del pergamino
y tendré que hablarle a mi voz.
Ese día callarán los argumentos
las alimañas desatadas
de una verdad desnuda.
Socavaran mis agrietadas manos
vislumbrando lo que hicieron
o dejaron de hacer.
Intentado ver la primitiva luz
hurgarán llagas,
promesas,
y los ingrávidos
dedos que en ellas moran.
Con estas manos pudiese haber
dado sustento a miles de platos
de clemencia.
Calorías disuasorias o alentadoras,
o quizás
desalar lágrimas anónimas
o hasta...
con precisión cirujana estirar
apéndices de fundamentos que impiden
al niño alzar la vista de la estirpe.
-Todos somos mancas providencias aquí-
Llegará el día , si,
y me preguntarán por estos ojos
rebosantes de moscas verdes gimiendo sucios.
Estos ojos que no quisieron ver más allá
del ombligo que me alimenta.
Estos ojos pardos de arena
que no se atrevieron a ser olas, abrazando
alienadas medusas.
Se niegan a ver, gramíneas de uno mismo
entre la errática eternidad de los parques.
-Aquí todos somos providencias ciegas,
ceja del placebo del misterio-
La boca que debería recubrir la arenga
del ecuánime,
soplar el viento hacia lo meridional
de la balanza, incluso
besar la compasiva lepra con frenesí
es ardua tarea para el mediocre
pellejo que habito.
-Nunca tendremos bastante.
Todos somos mudas providencias aquí-
Escudriñarán mi desnudo cuerpo como un mapa.
Carreteras visionarias entre las piernas,
territorios de espantos en este tronco
inclinado hacia la tierra.
Cuando el día traiga la umbría cuestionada
y los jinetes negros,
(victoria estática
cumpliendo de la piedra
su rotatorio sueño)
la trémula sentencia apocaliptica
del séptimo sello
yo aguardaré.
Malvivo esperando albas deslenguadas
dilucidando
esta demente ensoñacion de las rocas
insurrectas.
Esta sutil manera de esconderme
como ellas
entre la pasiva espalda de una tarada nube
y hacerme aire inmóvil.
Otoños.
No es esa vehemencia de las hojas
repoblando de crepitares la espesura.
Ni esta súbita lluvia
agregada a los cafes de paso.
No ha de ser el lunático antojo
de los días niños
por hacerse progenitores
de lo oscuro cuanto antes.
No ha de ser nada de esto.
Es un desafío desintegrando
las fauces del " ahora".
Una pesadumbre espasmódica asida
a las vicios del frio, del gigantesco frio
en un tuétano hecho papel.
Es un cáncer en las células del alma
de madre forastera.
Lobos de caoba; francontiradores
en los tejados de una escuela de corderos.
No, no es el otoño y su conjunto
de rojos casquivanos
y su jardinero trabajo.
Es no sentirse viento para tener
algo que descuajar de su natural estado.
No es la lluvia no.
Es no sentirse agua y no tener nada
que purificar en las bambalinas
del soñador.
No son los días cortos,
así,
como besos en los portales
con su impertinente nota de levedad.
No, no es todo eso.
A fin de cuentas las hojas se unen para caer
y crepitar todas juntas.
El agua se hará salitre de recordatorio
un día de estos.
Y yo,
yo estoy sola.
Retrospectiva.
Me veras en retrospectiva
entornando los acantilados
y fragmentos de sol entre los dedos
tornaran a mis oídos.
Dejarán su mística estela
las amapolas, los rastrojos
y la mansedumbre
parirá de nuevo
ya fuera del bosque donde cobijamos
la levedad de nuestra augusta
soledad.
Oraran sobre nuestro vientre
aquellos descendientes akasicos
magullando con su impronta
todo intento de amordazarnos.
Que ya no habrá horizonte
donde cubrirnos y regresarnos.
Nos tragamos todo el mar
para ir escupiendolo poco a poco
entre los huesos de esta sorda ciudad.
Esperas.
No me esperes todavía.
Los arrabales que te moran
son páramos desconocidos
para los cobardes.
No tengo prisa
en buscar tu cuerpo
entre las brumas de aquel adiós
de solitario hueco.
Debería estar contigo,
etérea
grácil,
las dos gimiendo siglos oceánicos.
Las dos, hechas constelaciones
de templanza.
Palomas de un tejado solo nuestro.
Sé que te dejado sola
en el aventurero pánico
del espacio sin flores.
Todavía no es mi tiempo,
la huida deja de ser opción
cuando la baraja muestra un último
as diáfano de humanos argumentos.
Aún tengo que rebuscar sonrisas
imperecederas
para regalar a la hiedra de los perdones.
Arrancar el misterio
a la boca de esa vida que quebraste.
Esto no entraba en nuestros planes.
Tú, la primera
mostrando tus heridas a la noche oscura.
Yo intentando hacer luz de la venda
que me cubre.
No me esperes todavía, aún tengo
que perdonarme
para llegar deshojada
hasta la azul tierra habitable
con un poema seco.
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