Richard Henry Wilde
Nació en Dublín, Irlanda el 24 de septiembre de 1789 y murió en Nueva Orleans el 10 de septiembre de 1847 a punto de cumplir los 58 años.
Hijo de Richard Wilde y María Newitt.
Emigró al joven continente en 1802, estableciéndose en Augusta (Giorgia).
Fue un hombre de negocios y había estudiado leyes en su juventud. Ejerciendo la abogacía en el estado de Augusta. Fue procurador general de la corte superior del condado de Richmond, Georgia, y fiscal general de Georgia, entre 1811 y 1813.
Entró en política y en 1814, fue elegido como representarte de los demócratas-republicanos para el 14º Congreso de los Estados Unidos.
De 1840 a 1843 viajó por Europa. A su vuelta se estableció en New Orleans, donde ejerció de profesor de derecho constitucional en la Universidad de Louisiana.
Estudió a Tasso del que escribió una autobiografía crítica.
Quiere hacer de los objetos y de sus experiencias el punto angular de su Poesía, excluyendo todo sentimiento.
CIV
Colosal wall and column, arch and dome
Overhanging cliff and cavern, and cascade.
Ruins like those of Egypt, Greece or Rome,
And towers that seem as if by giants made;
Surprassing beauty – overwhelming gloom-
Masses of dazzling light and blinding shade,
All that can awe, delight, overpower, amaze,
Rises for leagues o leagues to our bewildered gaze!
Antonio J. del Puig, traduce por primera vez a la lengua española, este poema en su obra. “ANTOLOGÍA DE LA POESIA DEL SUR DE LOS ESTADOS UNIDOS”.
CIV
¡Muro y columna colosales, arco y cúpula,
Acantilado y caverna, y cascada.
Ruinas como aquellas de Egipto, Grecia o Roma,
Y torres que parecen hechas por gigantes;
Sorprendente belleza – que me saca
De mi Desgracia.
Masas de abrumadora luz que ciega todo
Deslumbramiento,
Toda lo que puede aterrorizar, encantar, dominar,
Sorprender,
Se levanta para fundirse íntimamente
A nuestra mirada desconcertada!
FLORIDA
¡Te ruego, hermana apacible, no me imites!
La alegría es una palabra extraña a mi oído
Excepto la de los extranjeros.
Me endurecí mucho,
Pero hay sonidos antes los que el alma se contrae
Para oír a los que la aman:
Si la gangrena ensucia o no aparece la pena
Sobre mi mejilla,
Es quizás porque, al percibir el rastro
Del tal Interceptor,
Un cierto corazón emparentado, se afligiría.
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