Leticia Quiroz
(Navojoa, Sonora, Mexico 1978), estudió Literaturas hispánicas en la Universidad de Sonora; es coautora de las antologías: 99 poemas mexicanos de amor (Grijalbo) y Cartas inolvidables de la literatura universal (Planeta), ha colaborado en diversas publicaciones a nivel nacional y estatal. Fue becaria del ISC en 2011 para escribir el libro: La perdurable sombra de una casa. Actualmente es maestra de literatura en centros de readaptación social para menores de edad.
Se gesta el silencio
crece
semilla húmeda
brazos de agua cristalina se extienden lentamente.
Recorre el temblor en las piernas
toma el fuego del vientre
se desliza
caricia templada
ternura humilde y respetuosa
en la garganta
propaga ojos de agua
sumerge las palabras
los labios reconocen su raíz
sin reservas
ojos y cabellos se entregan
al vientre de una madre que siempre añoran
el silencio enaltecido
sumerge los oídos hasta el fondo
y entonces lo otro deja de sonar
sólo la vista vive.
Eso aunque fugaz
es la paz.
Me gustaría
que conservando esa mirada
te llamaras distinto
acabaras de llegar del sur
tu calle no fuera transitada
ni tus perversiones tan hijas de tus ausencias
que tu hermano no tuviera tus ojos
y tu padre retirado en la playa
me llamara por mi nombre
que tu historia no terminara siempre en la banqueta,
y conservando intacta la sonrisa
la espesura de tus ojos
y la humedad de tus labios
fueras otro
y me hubieras encontrado en otra parte
en una fuente o sembradío
o una procesión de mujeres piadosas
y ojos de rabillos afilados
y no en este baldío abrasador
esperando el veneno de tu mano.
No hay más que sentarse a la puerta
a esperar la lluvia
si acaso no llega
se asoman los fantasmas
y como uno ya no quiere nada con ellos
barre para alejarlos
pues si alguno se cuela por la ventana
y susurra en el aire pesado
y húmedo de la casa
se sabe que sin la lluvia no se es nada
que sin la trampa de la lluvia
uno está a la intemperie del viento
dúctil
sin trampas ni cobijos
y sólo porque la lluvia no llegó esa noche
se quedó en la esquina con la mujer del pelo lacio y negro como sus ojos
esa que no eres tú
por más que lo has querido.
Sosiego
Y repetir ardiendo hasta el descanso
que no es para llorar, que no es decente.
Y porque a la verdad, no es para tanto.
Fuego de pobres
Bonifaz Nuño
Se me cae de las manos
un temblor melancólico,
en las uñas un rubor de nacimiento
se gesta silencioso y brillante
la tarde se abre de par en par
son la mañana y la noche
dos páginas en blanco
botones de plata pulida
ojos deslumbrados mirando fijamente.
Todo huele a esporas, hierbas o té.
El vientre extraña la ausencia meticulosa
en cambio el vapor y sus gotas tibias
humedecen tejidos y poros
una fiesta cristalina y serena
germina en las comisuras del cuerpo,
las arrugas de la frente
y las cicatrices en las rodillas
guardan silencio expectantes,
no es suya la gloria de estos días
su tragedia se ampara en sus grietas.
Ni sombras ni asombro,
lleno y sitiado el cuerpo
se deja tomar lentamente,
son días de abrir botones
cambiar sábanas
recoger semillas
días que vienen escalando
uno a uno los segundos
pacientes esperaron su turno
para llegar a la estación puntual
como las canas o los músculos.
Los otros días
los de la cuna
la sal y el yodo
se retiran,
-un paso atrás todo lo que no es este día
pues se me ha caído un desconcierto
y mientras no aparezca
habrá que agotar el júbilo
beber su pulpa
alimento para desempleados de la tristeza
para aquellos que lo han perdido todo
hasta el cansancio
aquellos a quienes sin temblor ni arena
les llegan días de humedades
como ríos verdes
nubes portentosa
y hormigas diligentes.
Este es el invierno del desencanto
una brisa humilde
poblando el vacío
y humedeciendo
tierna y cálidamente
la conciencia de los perdedores.
De pronto
uno se siente fuerte
cree que puede volverle la cara a la ciudad
que ha visto quemarse
una y otra vez
quiere creer
ahora no habrá sal
ni derrumbes.
Y así
obviando las sombras y sus persecuciones
en la distracción de los días crédulos
se acumula poco a poco
un sedimento nostálgico
primero la sospecha:
algo por ahí se echa a perder
después la certeza:
algo se ha perdido,
el ufano atrevimiento se ha debilitado.
Uno comienza a olfatear,
el hedor es fuerte
se huele las manos
bajo las mangas
los pies
todo está impregnado con la misma sustancia
entonces uno toma un vaso
y lo que bebe le sabe amargo
si se pone una camisa causa escozor en el cuello o la cintura
si abre una puerta algo golpea en la cabeza
y es catastrófico
porque le está sucediendo
y además
ha tomado el periódico
la correspondencia
o uno de sus libros
y lo han confirmado:
está enfermo.
Entonces le duele todo
las pestañas
la muñeca que dejó en la banca a los cinco años
el pastel para mamá que se resbaló de las manos antes de llegar a casa
y llora por sus manos de mantequilla
el rayón en sus zapatos nuevos
por aquella vez que no dijo te quiero
y se quedó sólo mirando.
Llora
se queja y se duele
porque se le ha constipado una arteria
o un puente
o algún sentido
o todo junto
porque todo se comprime
y todo el mundo
sus tragedias y espectáculos
simulacros y revelaciones
todo el mundo
se contrae en el embudo de su cabeza
y es tanto
y tan mundano
que debe alzar la voz
el canto
la mueca o alarido
algo tiene que abrirse
y donde más le duele comienza a sobarse
a murmurar reproches y consuelos
poco a poco sana su distracción
su ilusión anacrónica e improcedente
comienza a verse de nuevo
el látigo de su orgullo increpado
vapuleado por su despotismo
entonces de alguna ventana
orificio
muro o percha
se descuelga una elegía desbordada,
pero en el cosmos infinito
no es más que un grito desde un abismo súbito
sin permiso para abrirse paso
un mimado afán sin intención regulada
o certeza de razón.
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