martes, 12 de agosto de 2014

JOAQUÍN GURRUCHAGA [12.825]


Joaquín Gurruchaga 

Poeta vasco, nacido en San Sebastián en 1910. Falleció en Madrid en 2000.

Miembro de la vanguardia artística surgida en la década de los años treinta del siglo veinte en su ciudad natal, en la que estableció amistad e identificación cultural con Gabriel Celaya -el amigo que le animó a escribir siempre- y Jorge Oteiza. También sostuvo una relación de amistad con otros poetas de su tiempo, como Federico García Lorca o Manuel Altolaguirre, quien iba a publicar su primer libro de poemas en 1936, circunstancia que quebró la guerra civil. Hombre de gran sensibilidad y profunda educación estética, comenzó estudiando arquitectura en la Universidad de Zaragoza, pero se decantó por la Filosofía. También estudió Ciencia Políticas.

Como hombre de pensamiento y sentido crítico, decidió no acepar cargo alguno en la Universidad mientras viviera Franco. A su muerte, fue decano de la Escuelas de Bellas Artes de San Fernando. Su poesía editada se contiene en tres volúmenes, publicados por la editorial Calambur: Últimos Poemas (1983-1992) (1995), El tiempo, el humo, el pasado (1996) y Primeros poemas (2000). Este último poemario -por orden de edición- está dedicado a Gabriel Celaya, quien fue el principal animador de la dedicación de Gurruchaga a la poesía. Dejó mucha obra inédita. Sus ideas estéticas le llevan a estudiar la imagen, convirtiéndose en promotor en España del cine de Luis Buñuel, siendo el productor ejecutivo del film Tristana (1970). También tuvo siempre una querencia por la música, heredada de su padre, violinista profesional. Una de sus últimas comparecencias tuvo lugar en San Sebastián, asistiendo al ciclo que sobre Jorge Oteiza se celebró en el centro cultural Koldo Mitxelena.


             LXXXIII

Hay palabras encerradas
en espacios oscuros,
y palabras en libertad.
Ahora paseo con palabras
que salen a respirar
por primera vez.
Palabras que han abierto los ojos,
palabras que han nacido,
que se han despertado de repente.
Ahora pasean conmigo
por primera vez.
        

              XLVII

Pensar es un equilibrio,
una piedra, una madera,
un silencio que dura,
mientras dura.
Pasan cosas a su alrededor:
ruidos, palabras, gritos, pasos.
Pensar es un equilibrio,
una arquitectura,
una piedra callada,
la voz de una madera.
Un ritmo que casi no se oye.          

                   
                    LIX

Presionar las palabras para que
exhalen su milenario aliento,
su respiración contenida,
su verdadera vida escondida en las piedras.
Pequeñas piedras grises,
voces aprisionadas,
pájaros escondidos
en grandes y pequeños
espacios de penumbra.


La obra poética de Joaquín Gurruchaga, ha sabido hacer de la contemplación un reducto donde no caben huidas, del paisaje la familiar música en la que abismarse en la presencia de las cosas. Poeta de tardía difusión, en 1936 vio cómo el comienzo de la guerra truncaba una edición ya preparada para la revista Héroe, comandada por Manuel Altolaguirre. Desde entonces su inquietud creativa, en compañía de poetas como Gabriel Celaya, quien no dejó de reconocer la superioridad artística de su amigo, ha ido integrando sin estridencias los rasgos más significativos del cancionero popular, el sensualismo modernista, influencias varias de las vanguardias europeas, y las afiladas y contundentes maneras de lo que hoy se ha dado en llamar poesía de la experiencia.

Sin contradicciones en sus diversas formas, las composiciones de Gurruchaga precipitan en una serena comprensión de la arquitectura del poema. La concepción romántica que las anima tiene como resultado una poesía profundamente aferrada al hombre; poesía despojada, asedio e indagación de todos esos indicios con que el tiempo y el silencio habitan el gesto cotidiano. En continua tensión hacia la naturaleza, la obra poética de Gurruchaga traza una línea sin fisuras desde el asombro que procura el mundo objetivo, hasta su lenta interiorización y conquista, desde el paisaje descubierto hasta el paisaje revelado.

Danza de los elementos

Sin abandonar el tono elegiaco, Gurruchaga desgrana percepciones, cumple con la detenida observancia de las formas de la naturaleza con gran sensualismo y medida música. En su pretensión por abarcar todos los estados de un mismo elemento, se suceden en dinámica conjunción las transformaciones del agua, las danzas de la arena, el aire desde sus manifestaciones físicas a esas otras circunscritas al mito donde el más etéreo de los elementos abandona su exiguo cuerpo. Aparecen entonces álamos, que son las formas divinas del aire, o los silfos, personificación de un mundo aliviado al fin de su pesada materia.

Sobre estos tres elementos básicos, aire, arena y agua, fundan estas nítidas composiciones una férrea cosmogonía de las intimas pulsiones que atraviesan lo humano. Cada uno de ellos se desdobla en función de que la naturaleza le sea o no propicia. Así la arena se debate entre los remansos de las playas que hacen inteligible la luz, la consumación del amor en los cuerpos, y la violencia de sus partículas erizadas por la brisa, los huracanes y demás galernas, o apelmazadas por la lluvia y los temporales; arena en movimiento, desatada, que ciega a esos mismos cuerpos y los condenan a sus límites y temperaturas devolviéndoles su densidad. Del mismo modo, el agua se tensa entre el mar y la nube; el aire entre la brisa y el incorpóreo Silfo.



Yo sueño con un hombro desnudo.
Con un hombro desnudo de brisa,
sin sueño de pestañas ni párpados de álamos.
Con un hombro desnudo
de lombrices de tierra húmeda.
Yo, acaso una piedra, acaso un pájaro.
Yo rey de los silfos.



Las cualidades de lo húmedo, negro y oscuro de todos los mundos concretos, la ceguera ante sus sombras y simulacros abandonados en la huida del tiempo, y enfrente la luz cuajada de todos los amaneceres o el inmóvil ocaso, el tiempo al fin detenido, mundo revelado en el amor y la nada, en la desaparición del “Yo”, conquista de la desnudez.

La realidad se acota en una impresión física, concreta, biográfica; asomado a un balcón, el poeta enfrenta la noche, da cuenta del tiempo en una ventana mojada, o escruta el silencio en la memoria de algas y tamarindos que poblaron las costas de su infancia. Después acude siempre la conocida pregunta: ¿Qué hago sentado / en esta silla, / hombre sin alma, / hombre muerto que vive? Como si estar despierto o dormido fueran estados que el hombre alienta en la naturaleza, Gurruchaga denuncia las apariciones, de cada objeto su espectro, todos esos reflejos de la luz sobre el agua, las colinas sin eco ni vida, la ceguera de párpados y cortinas negando un mundo abierto, el estruendo del tiempo cuando huye clausurando el latido de las cosas. Gurruchaga se detiene en todos los instantes para asomarse a su duración, donde siempre otra faz del mundo nos aguarda.



Son las cinco de la tarde.
La chimenea encendida.
El otoño, el viento, el frío,
la lluvia en los cristales.
En la terraza, ni un grito,
en los jardines, ni un pájaro.
Lenta, desnuda y sola.
se estremecía mi mano.




Conquista del jardín

En este proceso de despojamiento que va desde la conjugación simbólica de los elementos primarios de la naturaleza –en los poemas de juventud escritos entre 1929 y 1933–, a esa otra etapa iniciada en 1934 con la serie Nocturno: Soledades, la voz de Gurruchaga abandona la piel del paisaje y se ahonda, sin menoscabo del sensualismo logrado en sus primeras composiciones. El símbolo cede y el poema se afila y gana en concepto. Gurruchaga ya no sabe lo que toca ni lo que mira, tan sólo ve crecer por el aire una vida que ya nada contiene; nuestros cuerpos, de pronto, dulcísimos, sin forma.

Estas composiciones surgen de otra luz. Se agruman las tardes, las noches piden ser amansadas, es preciso reconciliar a las cosas con sus sombras. Muchas las dicta el miedo; temor del alma callada de las cosas, miedo a no ser mío, a ser destruido en un minuto de cansancio, a dejar de ser amado, nos dicen sus poemas. Para Gurruchaga estar en el mundo requiere de una heroica atención hacia ese algo que inquieta y habla. / Leve y levísimo, vive ante nosotros; quietud divina, bajo cuyas manos / algo eterno nos llama desde un lugar que fue.

Buscamos en nuestros reductos la delicia templada de los días, mañanas vivas y leves de aire blanco, árboles igualmente cálidos, cierto amor, esa cosa que vive sorprendida entre arbustos. Mientras tanto:



El jardín nos oprime, pesado como un sueño,
y bajo su temor hay heridas remotas,
siglos muertos
que la tarde comprende y el jardinero adora.



Las composiciones de Gurruchaga destilan una honda intimidad, el anhelo que las impulsa desgrana la naturaleza, la hace surco. Todas sus manifestaciones se combinan en un intento por hacer comprensible esa etérea presencia que todo lo envuelve.



Me lo has dicho en el vuelo de los pájaros,
en esa nube blanca que se oculta,
y en ese rumor largo de los bosques.
¡Oh mar, amada y muerte, te comprendo!



Cada uno de los elementos que participan en la naturaleza, las horas del día, las mañanas, sus noches, componen los distintos rostros del mundo, porciones de existencia, que viven en íntima complicidad con el poeta. Así, al igual que sus párpados y sus manos, también los árboles y los pájaros, el mar, una desasistida naturaleza, se estremece al dictado del tiempo y el silencio: las áridas voces de la intemperie. Las composiciones de Gurruchaga son destempladas pulsiones que buscan resolver la presencia del mundo en un abrazo, que pretenden su intemperie más amable.



¡Oh tarde que te alejas de mis brazos
para volver a mí callada y virgen,
transfigurada y nueva en las estrellas!



Conquista de las sombras

El conjunto de los poemas de madurez de Gurruchaga que abarcan el periodo comprendido entre 1982 y 1992, bajo los títulos El tiempo, el humo, el pasado (1996) y Últimos poemas (1995), revelan las formas de ese último abrazo. Palabra y memoria horadan cada instante en un denodado empeño por arrebatarle al tiempo su duración, al silencio una callada voz redentora. Se suceden secos los episodios de infancia, tenues noticias de una incipiente guerra, memoria percutida que reinventa con el sabor de lo vivido su historia. Y sin embargo, el tiempo desvanece el humo del pasado. Ahora las palabras proyectan sobre este poeta en continuada vigilia las sombras de las cosas, sólo los nombres recortan un difuso perfil al mundo. Vivimos en el tiempo enumerando todas estas sombras: Ahora mi sombra me alimenta. Los objetos piensan cosas que no sabemos, conquistemos la brisa de sus voces, el rumor en que desasistidos respiran nuestro mismo aire.



Nadie conoce
la soledad de los paraguas.
Nadie sabe que los patios aman a las flores.
Y que el humo de una chimenea en invierno
es un sonido que se desvanece sin ser oído.
No sabemos nada los unos de los otros.
No conocemos la voz de los armarios.
La antigua vida de un jarrón.
Las palabras a media voz de las alfombras.
La estúpida violencia de los timbres.
Y la crueldad o ternura de un teléfono.
No sabemos nada de las cosas.



Las Palabras, esos peces oscuros / peces quietos, pájaros escondidos en jardines y pequeños espacios en penumbra, extrañas mariposas entre piedras, serpientes en las aguas sin luz del océano, son la única realidad posible, sitiada por un mundo abismado en mar, en cuyo fondo todas las cosas callan.



Palabras instantáneas
que nacen y no ven, que viven
y no existen,
sin principio ni fin, como un cielo
que tiembla.
Palabras que mueren en silencio por la tarde,
en las calladas ramas de los árboles.
ya solo oigo en el aire un endecasílabo.

            


Primeros poemas     El tiempo, el humo, el pasado     
Últimos poemas (1983-1992) 
http://poeticasdeixil.blogspot.com.es/2010/01/joaquin-gurruchaga-san-sebastian-1910.html





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