lunes, 4 de agosto de 2014

ERIKA MERGRUEN [12.651]

                                                                  Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo


Erika Mergruen

(Ciudad de México, 1967) escritora. Ha publicado los poemarios Marverde (Enkidu, 1998), El Osario (Ediciones del Lirio, 2001) y El sueño de las larvas (Leer y Escribir, 2006); el volumen de cuentos Las reglas del juego (Tintanueva, 2001) y La piel dorada y otros animalitos (Juan Carlos Vera, editor 2009); el libro de minificciones El último espejo (Posdata editores, 2013) y La ventana, el recuerdo como relato (DEMAC, 2002) con el que obtuvo el premio Autobiografías, Diarios y Testimonios de Mujeres Mexicanas, DEMAC 2001-2002.  Su última novela La casa que está en todas partes, está disponible en  Books Marketplace (e-book). Actualmente escribe una columna, Minutas de la sal, en La Jornada, Aguascalientes.




El osario (selección)


A cierto rey chileno

Todos dicen que eres un mal bicho…
LOS FABULOSOS CADILLACS

En la banca del parque
el muñón del asombro niño
se sienta hasta empolvarse.
En la fuente
los dioses juegan a ser nuestros.

—El rey de Santiago no quiere morir--

Las medallas tintinean
pulidas de silencio.
Sometidos al revuelo de las calles
lamentamos la suela gastada del zapato,
hijos pequeños de lo nimio.

Somos la tácita pupila
de la historia
madre que todo consuela
y justifica.

—El rey ha muerto--

Los niños y sus palos
mataron al perro:
Perdónalos, no saben lo que hacen,
pues aún no hay voz
  que detenga
  la caída
  de las cosas.

Al final
bajarás la mirada
(todos los muertos lo hacen).

—El rey ha muerto, viva el rey—.






Romance del Dulce Jack

Caminas bajo la noche,
en tus pisadas el eco
de las piedras y en tus manos
la memoria del acero.
Tu hambre infinita regresa
en busca de amor perpetuo.

La luna magnolia acecha
tu andar de amante perverso.

La encuentras en un portal,
sus labios hablan deseo,
tus pupilas dilatadas
escurriendo por su cuello.
Buscas los senos que asomen
prontos al sudor del miedo.

Caminan bajo la noche
—adivina del estruendo--
y grabas tu dulce nombre
en su vientre sin secretos.
Ya florecen las entrañas
en su rojo nacimiento.

Caminas bajo la noche,
amante dulce y perverso.
Hambre infinita, regresa,
a saborëar el beso
de la muerte azul que observa
tras el filo del acero.

La luna duerme en su eclipse
tus pisadas en el eco.





A la Balada de los ahorcados

Silencio.
En la encrucijada
los secretos escurren
a la tierra.

        Aún

        mueca de lengua ennegrecida,
        la gente ya no se vuelve
        ni se persigna.
        El niño conversa con los cuervos
        ahítos de pupilas.

Afán de guardar
el canon de los justos
que dormitan en cuartos
sin ventanas.

        Aún

        veleta azul del viento,
        danza de jirones,
        la gente transita.
        El infierno sólo es un momento.

En la garganta la vileza se petrifica.
Otras veces el espíritu
trepa por la cuerda
obstinado en su verdad.

        Posdata:
        Villon se ha ido
        ¡Rogad a Dios que nos absuelva a todos!
        rogad por una página
           donde poder mecernos.






Asombro niño

Los ojos ya no se asombran
ante la caída de las aves.

 A la paloma la muerte
 le ha blanqueado el pico,

          —no estés triste, sólo está un poco muerta—

Nuestras manos han crecido,
ya no temen al animal
que cruje bajo la cama.

 El funeral de camelinas
 roba el adiós
 de las manos pequeñas.

Nuestra paloma
dejó de ser azucarada.

          —no estés triste, los niños sueñan vuelos
             desde las azoteas.






Fe pequeña

Veo
estáticos templos
fachada tras fachada,
garigol de las plegarias.
En el marco de la puerta
el escudo,
mezuza del errante
que vela el ocaso.

Perderse en el brillo
pincelado de la imagen,
perderse en los torsos
quietos por las llamas.

Trueno tierra
 agua  viento
los dioses
abren sus fauces
y devoran el verdor de las selvas.

         (Grano florecido de los hijos de la guerra).

Las manos infinitas
sobre el mármol, sobre el muro,
sobre la roca de oro milenaria.
Manos caricia del vientre abultado
orientadas a la piedra negra
infinitas buscadoras de la luz.

Veo
mares de cirios,
versos en la arena,
invocaciones ocultas en los glifos.
Cantos de oriente
 y occidente,
danzas a los dioses oscuros.

         (Los dragones duermen en su cueva).

Rojo
el esternón que cruje
su alabanza al sol,
rojas las cinco llagas,
rojo fuego del arcángel sin dios.

Veo, fe pequeña,
los mismos peldaños,
el frío en las espaldas,
la memoria en los espectros.

        (Beben leche los elefantes de piedra)





El sueño de las larvas (selección)



Primero

Nosotros, los blandos,
escurrimos entre los rostros que han enmudecido bajo tierra,
entre la carne hinchada por viejos asombros
nosotros, la viscosidad del espanto,
escurrimos,
porque nada ha de permanecer y todo vestigio
viajará en nuestros cuerpos para ser diseminado bajo tierra:
trozos en los túneles, trozos ígneos,
trozos en la raíz más profunda.

(¿Y la voz?)
¿Quién posee la voz nunca escuchada?

Escuchad:
La voz de los muertos es el sueño de las larvas.






La muerte niña

Bajo tierra están el dulzor de los cuerpos
y la boca que cesa para que el canto sea inextinguible.
En los estratos dormitan los niños de los cuentos,
sus risas flotan y emergen: fuegos fatuos que iluminan
las alas de granito de una estatua sin plegarias.
El nicho más pequeño es el pensamiento azucarado
que nada entiende de palabras. Ahí los caracoles
se deslizan en las cuencas para hechizar
con tornasoles los ojos-lianas de nuestra historia.

Duerme, niño, que está la puerta abierta
y tras ella el camino de piedras azules
que arrojan los locos sin voz.
Anda y ve sobre el sendero
custodiado por árboles de vidrio
con sus frutos que rebanan los dedos
para no tocarte nunca,
duerme, niño, que ellos son marea
y narran las historias del polvo
y del polvo las estrellas escondidas
en los ojos de un lagarto, duerme,
niño, que la puerta se ha cerrado
y en el cuarto escurre el vacío
para no tocarte nunca, para nombrarte
siempre.





El que-sueña-cuevas

Escurrimos.
¿quién conoce el eco sordo de la piedra despeñada en el abismo?
¿quién el roce húmedo de aquellos que poseen?

El-que-sueña-cuevas dibuja estrellas en su nicho
para olvidar el ardor del aire en los pulmones.
Y guarda sus secretos, allá,
donde los azules rupestres vigilan.

¿Quién devora la mortaja para develar el secreto del-que-sueña?
¿Quién sacia la sed con la noche sin luna de sus venas?

En las calles él nombraba la palabra d/e/s/e/o
y los caracoles al escucharla trazaban senderos iridiscentes
para que él no olvidara.
En las noches murmuraba la palabra m/i/e/d/o
y con ella las polillas se tatuaban ojos en las alas
para que él poseyera su reflejo.

No hay horror en el gesto que sólo agradece la liberación de la carne
y sus condenas. Mueca amorosa, comunión con la tierra.
Sueñan los gusanos con la palabra nunca nombrada por tu saliva,
sueñan y escarban para probar el beso-helado:
buscan la piedra azul de las leyendas.

Bajo nuestra tierra
nada pueden los monstruos que habitaban tus días.
No poseen la palabra ni el fósil
ni la espiral del caracol que los guíe a nublar tu sueño perpetuo.

Duerme, el más azul de los besados,
que hemos de velar tu nicho, cómplice de nuestros cuerpos,
con nanas de gusanos que ahora conocen el designio.
Duerme, que después de la piedra-deseo
devoraremos tus labios.





El camarón

Horadamos el fango
en busca de sentidos.
Las corazas se expanden,
se ciñen,
entintadas de fantástico.
Aquéllas, transparentes,
exhiben sus jugos infinitos.

Bajo el agua
los chasquidos circulan
entre las agallas.
Palpamos con las antenas,
insectos sumergidos.
Cualquier grieta es suficiente
para comer la descomposición.

Dioses terrestres
nos han nombrado frutos del mar.
Nos curvamos ante la sentencia
y por las noches
nuestros ojos primitivos
se azoran con la fosforescencia
de los seres pequeños.

Lo sabemos.
Dentro de la coraza
la carne es blanda.





El corazón

Sístole, en la oscuridad
los sonidos rezagados son tremor de venas.

El latido incauto escurre
cuando la voz —del que no te pertenece--
calla. Se esconde en el aroma
de las manos pequeñas, late azucarado,
y se sueña volcánico en un territorio
de arterias dispuestas
a la imposibilidad del ritmo.

Los rojos se corrompen, el latido
es sordo en el cauce espeso.

Cuando seas corazón cansado,
coagulo silente,
dibuja el rostro de los muertos
en la grieta de la luna.








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