Eduardo Correa Olmos
(Viña del Mar, CHILE 1953-2014) conjugó su creación literaria entre la poesía y la narrativa teniendo a Valparaíso como eje casi constante.
Fue autor de los poemarios “Bar Paradise” (1986), “Bar Paradise II” (1987), “Márgenes de la Princesa Errante” (1991), “La Desmesura de la Calma” (1999), “Fragmentos de La Babel” (1988-1989) y “El Incendio de Valparaíso” (2002), además de las primeras novelas y relatos postmodernos que Valparaíso tenga memoria, como “La Perla del Barrio Chino” (2001).
Correa se destacó por formar a una gran generación de profesionales en la Universidad de Playa Ancha entre los años 1990 y 2000, amén de su trayectoria como académico y ensayista sobre arte. En 2009 fue reconocido por sus 25 años de trayectoria en la UPLA y en el 2010 se acogió a retiro voluntario.
En el año 2007 fue postulado para el Premio Municipal de Valparaíso por la Dirección de Cultura de la Municipalidad, galardón que fue entregado a Arturo Morales, desatando gran controversia entre los evaluadores técnicos (Cristián Vila Riquelme, Darcie Doll y Álvaro Bisama) quienes tras evaluar los antecedentes llegaron a la conclusión que Eduardo Correa era quien tenía más mérito para recibir el galardón. Sin embargo, los concejales de la época decretaron que Morales fuese el ganador, con lo que según los evaluadores, la historia de la literatura porteña era la que perdía.
Además recibió el premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura que exige presentar obras inéditas en las categorías de poesía, cuento, novela y ensayo; y “Paula” por sus publicaciones canónicas de tres décadas donde destacaban “Bar Paradise” y “El Incendio de Valparaíso”.
Su forma de poetizar -un texto entrecruzado que se sostiene en la mera función poética- denotó seguridad y armonía; y apuntó en lo más conceptual al fracaso de la escritura, cuando no de la cultura, en el terreno de la comunicación.
Pesar y sorpresa ha causado la repentina muerte del poeta, escritor y exacadémico de la Facultad de Arte de la Universidad de Playa Ancha, Eduardo Correa Olmos, durante la madrugada del martes 6 de mayo de 2014.
Dictó clases en la cátedra de Teoría y Estética del Arte de la carrera de Licenciatura en Arte, y Teoría de la Imagen en Periodismo de la UPLA. Además ocupó el cargo de Secretario Académico de Facultad de Arte en la década del ‘90.
Dictó clases en la cátedra de Teoría y Estética del Arte de la carrera de Licenciatura en Arte, y Teoría de la Imagen en Periodismo de la UPLA. Además ocupó el cargo de Secretario Académico de Facultad de Arte en la década del ‘90.
Muestra de la obra de Eduardo Correa
[Selección y nota introductoria por Antonio Rioseco Aragón]
Revista Antítesis, Nº5
Eduardo Correa Olmos (Viña del Mar, 1953) ha repartido su creación literaria entre la poesía y la narrativa teniendo a Valparaíso como un topos casi constante. La postal es asediada desde distintos flancos, destruyendo y reconstruyendo un imaginario, y generando a su vez una crisis en una ciudad ya casi imaginada. Para ello convergen tanto realidad como metáfora, filtrando en el relato una nostalgia incómoda que rechaza una versión comercial de ésta. Es un incendio que destruye y renueva al mismo tiempo, haciéndose cargo de la tensión que se genera entre el mito de Valparaíso y la constatación que el habitante hace de la realidad, provocando una demencia esquizo-patrimonial incurable. Mito doblemente refrendado, pues está también la memoria que recrea, con una estética afilada y hábil, el pasado de un país en el cadalso, utilizando imágenes sacadas de la cotidianeidad y no de los macrorrelatos. Es una ciudad que vuelve a construirse a la medida del ciudadano.
Como podemos evidenciar en la entrevista aquí incluida, y lo desarrollado en el ensayo de Rodrigo Arroyo, son tres los poemarios que sostienen la poética recién enunciada: Bar Paradise (I y II), Fragmentos de La Babel y El Incendio de Valparaíso, y es por ello que he querido incluir aquí parte de esa producción, omitiendo –con pesar– los espacios propuestos por el poeta en Circus Baroque y Márgenes de la princesa errante. No es, entonces, una muestra antológica, sino más bien una pequeña vitrina hacia el Valparaíso de Correa, a fin de evidenciar lo más representativo –a mi juicio– de su escritura, y de contrarrestar un poco la invisibilidad de unos de los mejores poetas de nuestra región.
De Bar Paradise, Primera entrega (Tinta Negra, Valparaíso, 1986)
Crescendo: in-crescendo
Se llenó de espuma la escena,
las paredes horadadas por la metralla
dejaron escapar silbidos verdes
y nos quedamos tan ahí,
irreverentes, atentos a lo que venía.
Bar Paradise se fue desperezando en la noche,
un reggae saludaba alguna claridad
que alumbraba nuestras pupilas y los vasos.
Hermano, ese que va ahí es el Marley,
Mismísimo Bob, volado hasta los huesos.
Pasa sin vernos, porque nuestros cuerpos
no son más que los cadáveres de nuestros cuerpos,
aturdidos después de ese Apocalipsis
que ni siquiera reconocemos.
No hay premios, estrellitas doradas habrá,
mientras nos deshacemos en disculpas
en el centro mismo de este recinto
que no conduce a parte alguna.
Aluvión
Y bajaron los cuerpos,
enredados entre desperdicios,
basurales, hasta el centro de la ciudad
sepultando y sepultando cadáveres
inquietos, antiguas modernidades.
Las escaleras siempre pequeñas. Un retrete,
cabriolas y volantines. Locuacidades de
enamorados, cortaplumas, alveolos,
crónicas del desperdicio inmenso del cielo.
Llueve
y bajaban los rostros, las litografías
hasta el mar siempre presagio,
mientras los impávidos veíamos los signos
guarecerse entre los artificios.
De Fragmentos de La Babel (poemario inédito, 1988-1989)
Luego de la catástrofe
Cuando ocurrió lo de la bomba
estaba comprando en el emporio.
Salimos a la puerta y vimos los destellos.
Tuvimos tanto miedo.
Me puse a temblar entera y me aferré
al escapulario de la Virgen del Carmen.
“Confiesa la verdad”
Le largué el rosario de avemarías
hasta que sentí el culatazo en la guata.
Por estar sin desayuno, vomité bilis verde.
Los helicópteros se reían, eso parecía al menos,
y unos camiones parados en la esquina
anunciaban viajes imprecisos.
Arranqué con la malla y el azúcar
y partí en caravana para los cerros.
Abajo la cosa ardía de miedo.
Yo me arrodillé en el sitio exacto
donde había muerto el Luchito
atropellado por una micro Barón
hacía tantos años.
En el fondo nadie podía ser tan inmortal.
Así que cerré los ojos sin pensar en nada.
La peluquería
Más a este costado. Aquí un poco menos.
Deje no tan largo este mechón. Se sabe
que el equipo que gana es el que mete goles,
siempre va a ser así. Aunque no llueva.
Antes uno se compraba ternos en estas fechas.
Ahora, por fin vino la calma. Hay que darse cuenta.
Los amigos vivían en la otra esquina. Aquí un
poco más y estamos listos. Como cuando niño.
Así, colegial, con el puro copete. Así, y ahora
a la calle que nos espera la muerte.
De El Incendio de Valparaíso (La Cáfila, Valparaíso, 2003)
Uno
Y vio que descendían desde el cielo los aluviones y le bajó el miedo en el rostro.
Despertó con las premoniciones en la punta de la lengua y fue el miedo el que también le hizo hablar de esa manera.
Tantas cosas estaban pasando que ya en nada podía creer.
Entonces, como le habían dicho cuando era pequeña, su voz se fue tornando menos melodiosa.
Había visto tantas desapariciones.
Su voz se fue convirtiendo en un hilillo de voz.*
* “No puedo hablar con mi voz sino con mis voces”. A. Pizarnik.
Últimos cantos de Balacera recomendada
Queríamos creerle al infierno para tener alguna fe.
Las cosas se estaban poniendo feas y las voces que antes nos arrullaban ahora servían para transmitir mensajes de guerra, declaraciones juradas y spots de tiendas a crédito.
Queríamos que volvieran las fiestas tan lindas que hacían en Valparaíso.
Pero sabíamos también que Valparaíso era una metáfora y que toda metáfora era una suprema traición.
Era como quitarle a la jeringa su preferido lugar.
Entonces no nos quedó más remedio que aferrarnos a estos rastrojos de textos, a estos jergones que eran los lugares que apreciábamos y mucho.
Las desérticas calles de la ciudad eran incapaces de entonar melodías. Y ahí con los ojos llenos de lágrimas le dije a aquel pedazo de muro Venceremos. Y ahí con los ojos llenos de lágrimas oriné contra el muro tratando de escribir un inmenso No nos moverán mientras las viejas se reían y los enfermos intentaban atraparme para devolverme al verdadero lugar de origen.
Mi madre y el rostro imaginado de mi madre se fundieron en una cornucopia indescriptible y me dispuse a soñar esto. Única cosa que puedo hacer en tiempos de penurias.
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