Miguel Luis Rocuant
(1877-1948)
Escritor
y crítico de arte chileno nacido en Valparaíso; fue además diplomático y
miembro de la Academia Chilena de la Lengua. Como poeta escribió los
libros Brumas (1900), Poesías (1905) y Cenizas de horizonte (1921). Su
actividad como novelista ha quedado reflejada en los títulos El
crepúsculo de las catedrales (1935) y Con los ojos de los muertos
(1940); se le deben también los ensayos Las blancuras sagradas (1921),
Los líricos y los épicos (1921) y Tierras y cromos (1921). Con el libro
titulado En la barca de Ulises (1933) se ha adentrado en el mundo griego
a través de la literatura de viajes.
A DIOS
I
¡Oh Dios! ¿En dónde estás? ¿qué abismo o cumbre
han rozado tus amplias vestiduras?
¿Te arrastras como el mar, flotas cual lumbre
de algún bucle del sol, en las alturas?
II
La altiva Humanidad que no se abate
porque la azotes tú desde las nieblas,
te pide, nuevo Ayax en el combate,
una luz que desgarre las tinieblas…
III
Yo te he buscado en la ribera sola
donde grita EVOHÉ bajo la bruma
la desnuda bacante de la ola
coronada de pámpanos de espuma.
Yo te he buscado en la región superna
que las noches sacuden a su paso,
como cuervos que van, con hambre eterna,
tras las carnes sangrientas del ocaso.
Y te busqué bajo la nave santa
que sostiene la arcada con sus músculos;
y sólo vi al color que ríe y canta
en orgías de auroras y crepúsculos.
Ni en éter, ni en altar ni en océano,
encontró el rayo audaz de mi mirada
ni un solo rasgo de tu rostro arcano,
ni un solo embrión de eternidad, ni nada!
IV
Sólo sé que eres grande, que en tus velos,
con que los limbos del espacio absorbes,
dan sus velas al viento de los cielos
las galeras errantes de los orbes.
Que hasta la vida de los astros mismos
la mide la clepsidra donde moras
al verter, grano a grano, a los abismos
la limpia arena azul de las auroras.
Que no piensas, ni sueñas; que a tu mente
explosiones de mundos ya no arrancas,
de aquellos que se alzaron de tu frente
como inmensa espiral de águilas blancas.
Sé también que eres frío, que eres triste
como el postrer fulgor crepusculario,
que no sabes de Cristo, que ni oíste
los golpes del martillo en el Calvario.
Y que no pasas, cual pasabas antes,
cerniendo noches, devorando edades,
con los pliegues enormes y flotantes
de tu trágico tul de eternidades!
EL SUEÑO DEL ÁRBOL
El árbol yerto a la primera y leve
escarcha cristalina, del otoño
sc estremece, despierta y se remueve
creyendo florecido algún retoño.
A la brisa más fría, cual si fuera
A los cálidos soplos con que anima
la tierra y el azul la primavera,
inclina su amplia, rumorosa cima.
Y si esa leve ondulación desprende
el hielo nocturna1 de alguna rama,
lo imagina una hoja que desciende
y se pierde a lo lejos en la grama
Y desde el tronco a la más alta fibra
de su ramaje tembloroso queda
soñando que un rumor de flores vibra
entre las hojas, que la brisa enreda.
Mas luego viene el día; se difunde
celeste luz en el confín, y el manto
de la soñada floración se funde,
gota por gota, en silencioso llanto
Así también el corazón que espera,
en los instantes de fervor, de brío,
ve surgir claridad de primavera
que anima todo el horizonte umbrío.
Al verla, sueña revivir, sonríe
con alegría de estival orgullo,
y siente que su vida se deslíe
en esperanza de amoroso arrullo.
Mas la verdad sus claridades vierte
y se disipa el ilusorio estío,
queda el ensueño detenido, inerte,
y vuelve el mustio corazón al frío
Vuelve a sentir que su alegría expira,
que se han desvanecido los renuevos,
que era su floración una mentira,
mentira el rosa de los sueños nuevos.
Y perdida la luz que del hastío
lo llevó a la esperanza postrimera,
deja correr en lágrimas de frío
el soñado calor de primavera.
MÁRMOLES
¡Labra el mármol, amigo! Cuando en mi sien vacila
una idea insegura-como gota que oscila,
próxima a evaporarse al borde de la flor-
el verso me parece una veste ligera,
y tener en relieves de blancura quisiera,
de esa chispa de ensueño, el desnudo esplendor.
La escultura es el ritmo y el aleteo .... Traza
relieves una línea, y en la piedra re enlaza
el ensueño que intenta su vuelo describir;
pero ya detenido, sus fervores palpitan,
y en el blanco tumulto de las formas agitan
de sus alas el raudo, presuroso batir.
El ritmo anima el mármol que es mole de blancura,
el que va por los frisos, en la suelta locura
de bacantes helenas olvidadas del tul;
el que sueña en estatuas de grandes ojos ciegos,
y el que avanza con pasos de intercolumnios griegos,
por la serena falda de una colina azul ,...
Yo sé que aún no esculpes tus sueños, que la arcilla
te suple la pureza que en los mármoles brilla,
que ignoras de los bloques el claro resonar,
y que rota la espátula y perdido el escoplo,
sólo enlazas la línea como lírico soplo
cuando animas la greda con tu leve pulgar.
¡Y quiero que tú esculpas! Yo quiero que tú bregues
con la luz del realce, la sombra de los pliegues
y la línea que busque gloriosamente un fin;
y quiero que a tu gama de blancos sueños áticos,
cuando modules gestos, ya heroicos o ya extáticos,
Corneille le dé sus bronces y sus sedas, Racine.
A veces, en mi anhelo, imagino tu esbelta
figura de esforzado .... En blanca blusa suelta,
hirsutos los cabellos, a la luz del taller,
persigues con atento mirar desde tu banco,
lineales melodías por el silencio blanco
del mármol en que sueñas un cuerpo de mujer.
¡Ya tomas el escoplo! Al beso de la línea,
la piedra se estremece, y cándida, virgínea,
esboza cuerpo eréctil, sin velos de pudor,
que luce de tu ensueño la nívea hermosura,
desnuda, esplendorosa, vestida en su blancura
de frío, de pureza, de luz y de candor.
Y vívidos, radiantes de alegría los ojos,
sigues, bajo la lluvia de los blancos despojos
que saltan a los golpes de tu hierro vivaz,
los últimos contornos, que la piedra te esconde,
pero que tú ya sientes, sin saber aún por dónde,
correr en melodía tumultuosa y fugaz.
Al verte así, en momentos en que nada te arredra,
fecundando la núbil blancura de la piedra,
ansío que a los sueños que llevas en la sien,
-ya esculpas tus idilios en pálidas baladas,
o eternices tus luchas en tragedias nevadas,-
Carpeaux les dé sus ritmos y sus sombras, Rodin.
*
¡Amigo, sueña! ¡arde! Suba el sol o tramonte,
no quieras con tus manos palpar el horizonte
que en torno de los ojos te despliegue lo real:
vivir de sueño níveo es una vida intensa,
y si en él tu vehemente anhelar se condensa,
tendrá que ser glorioso, tendrá que ser triunfal.
Un día,-cualquier día,-sobre terso alabastro,
el golpe de tu escoplo temblará como un astro,
y serán esculturas los sueños de tu fe;
los sueños que, vestidos de blancuras pentélicas,
se elevan de tu frente, cual las trombas angélicas
que evapora en celeste claroscuro Doré.
Y en tanto, si no esculpes, si al mármol milenario
aún no has dado golpe de cincel visionario,
y a veces desesperas y lloras de dolor,
tal vez, sin que lo sepas, un gesto de tu arcilla
es ya un instante plástico en que lo eterno brilla
sujetando tu gloria. en inmóvil temblor!
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