sábado, 21 de junio de 2014

ERNESTO GUZMÁN [11.965]


Ernesto Guzmán

Ernesto A. Guzmán (Bulnes, CHILE  1877 - Santiago, 1960). Poeta, aparece antologado en la antología Selva Lírica (pág. 28). Publicó "Albores" (1902), "Vida interna" (1909) y "Los poemas de la serenidad" (1921), entre otros libros.




MADRE

He buscado tu rostro en mi recuerdo
y la misericordia no ha llegado…
Guiadas por el mío, no han podido
mis ansias entreverlo.

No dejaste
de ti más que mi espíritu y mi cuerpo;
pero en ellos estás y en ellos sufres
y gozas todavía, y en mi ensueño
resplandece tu ensueño: se estremece
en mi interior tu carne que hoy es tierra,
y esa tierra está lejos.

Y esa tierra
que tu cuerpo es ahora, no me cuenta
ni me enseña siquiera cómo guarda,
cómo tiene y conserva en sus partículas
los aspectos de cielo y de este verde
de campo recogidos por tus ojos!…
ni cómo los instantes sucesivos
de tu conciencia guarde disgregados!…

La unción de tu mirar y el religioso
panorama del mundo cómo quedan
en la obscura manera de esa guarda!…
y cómo tus dolores y esperanzas
reposaran entonces… de qué suerte
y en qué forma estarán tu pensamiento,
tu voz, tu regocijo y tu cariño!…
Qué escogidas raíces penetraron
y se hicieron solemnes en el templo
de ese tu corazón; y por qué tallos,
colmados de su carne, ascendió luego,
humanizando savias, a hacer flores
y a poner su bondad en el perfume…
y quién pudo sentir toda la nueva
majestad de esas hierbas bajo la honda
claridad de ese día que habrá ungido
de algún virgen asombro las pupilas…
y en qué cosa ha dejado todo su oro
tu personalidad!…

Y el suelo crece
¡oh, buena madre mía! y yo lo siento…
Yo lo siento crecer a costa tuya,
y tú invades mi pueblo, y me lo llena
este suelo que crece… y es por eso
que ningún conocido allí me resta,
porque me aguardas tú; y es tu presencia
la que siento en las gentes y en las casas,
y en las hojas del árbol y en la hierba
que acaso tus piedades fecundizan…
y en ellos calla todo, porque me hablas
y en ellos vives tú.

Yo no conservo
la imagen de tu rostro, y la memoria
de mi visión es frágil y no puede,
a pesar de mis ansias, entreverlo…
Pero en mi ser estás: en él resides
y colmas mis robustas alegrías
y mis altos pensares; formas todos
mis agudos sentires, y agradezco
tu manera de hacer mis padeceres…
Yo te pongo a vivir aquí en mi cuerpo,
y he venido a mostrarte por el mundo…

Me diste en el aliento de la rudas
estrofas de mi abuelo, mi quimera…
que domina en mis horas todavía!…

Los recogidos versos que he podido
llenar de mi presencia, estaban hechos
ya en el lejano ritmo de la vida
de tu virgen entraña. Y aquí en ellos,
en todos los mejores, tú has dejado
la hermosura que tengan y pusiste
tu ternura al hacerse… Estás en todas
sus salientes imágenes, y en cada
austera concepción se hacen sensibles
tu fuerza y tu nobleza, madre mía!





JESÚS

Aquí bajo este sol que me liberta
de las malas pasiones, porque es tibio
como mano de madre; en esta tierra
toda nueva de flores y llamados
sucesivos y pródigos, suprema
por la reciente lluvia y puesta hermosa
de solemnes comienzos; bajo todo
esto que solemniza en mis adentros
y de envíos me sacia, en que el espíritu
es resplandecimiento y es propósito;
Jesús, yo te comprendo. Eternizaste
tu yo en algún instante parecido,
pero más grande que este mismo instante
que me hace soberano de la hora
y de la eternidad y de la tierra.
Ahora te comprendo, Jesús!
Fuiste
en todos los minutos de tus años
sereno enteramente; como hierba
húmeda sobre el suelo, tus acciones
y tus voces sumían sus raíces
lozanas en tu cuerpo ¡qué de extraño
que sintieran los hombres un callado
rumor de tierra que elabora y nutre
al acercarse a ti! porque en tu cuerpo
hacía resonancia toda cosa
y dentro de tu alma se agrandaba
el alegre universo!
¡Saturado
de todos los aspectos, poseído
de los ecos diversos y la gracia
de horizontes sobrantes!…
Tus dos ojos
eran dos corazones, e infundían
en la profundidad del organismo
cálidos crecimientos; suscitaban
en los hombres maduros una fuerza
que los hacía niños, y ponía
bajo sus rudos sueños la confianza,
que fertiliza todos los instantes.
Eras el admirado permanente
del minuto y la brizna: los hallazgos
acudían a ti desde la hierba,
desde el astro lejano o la partícula
de polvo del camino; ningún hecho
te negó su recóndita sustancia,
ninguna sensación, su preferencia,
y ningún pensamiento dejó su obra
para ti sin cumplirse: tú tenías
más atención que el sol y penetrabas
todos los hemisferios del espíritu.

¡Oh Infinito Remanso serenado
de mirar a los cielos cara a cara!

Todo lo más pequeño, lo superfluo
y lo insignificante se tornaban
magníficos en ti: se hacían hondos
los gritos de las bestias; la montaña
turbadora y estéril, florecía
meditaciones altas; el comienzo
del balbuceo humano se llenaba
de grandes pensamientos; los endebles
y diminutos brazos se cubrían
de resueltas acciones; y la nube
tenía una conciencia bienhechora.

Maravillado y Pródigo, tus manos,
mensajeras de ti, manos de siembras,
no pudieron cerrarse, como fuente
que por las altas cimas con el cielo
comunica, y agotarse no puede.





Vida interna
Autor: Ernesto Guzmán
Santiago de Chile: Impr. Cervantes, 1909

CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1909-08-26. AUTOR: OMER EMETH
“Vida Interna” es una minúscula colección de poemas en que todo es singular y extraño, desde las ideas hasta la métrica y el idioma. Si, pues, rareza y originalidad fuesen una sola y misma cosa, podríamos saludar en “Vida Interna” y en su autor una obra y un poeta verdaderamente originales.

De una lectura cuidadosa de esos poemas resulta, por desgracia, que todo allí es una imitación y, si se quiere, exageración de ideas y métodos harto conocido desde más de veinte años.

Puede ser que E. A. Guzmán no haya leído a Verlaine, Mallarmé, Viélé Griffin ni a Maeterlinck; pero no faltan aquí o en Europa prosistas o poetas de habla castellana que, habiéndolos leído, habrán sido para el joven autor chileno los “vectores” del contagio simbolista y decadente.

Los lectores de Maeterlinck recuerdan, sin duda, cuán propenso es aquel célebre escritor belga a husmear y descubrir misterios en todas las cosas.

Hablando, por ejemplo, de Melisanda, el viejo Arkel, enseñado por Maeterlinck, dice: “Era ella un pequeño ser misterioso, como lo es cualquiera…”. Asimismo, uno de los protagonistas dice en los “Ciegos”: “Jamás nos hemos visto unos a otros. Solemos dirigirnos mutuas preguntas y contestarlas; vivimos juntos, juntos estamos siempre, mas no sabemos lo que somos”.

Iguales ideas hallaríamos fácilmente en los poemas de Verlaine, y podríamos confirmar con citar de muchos autores lo vulgar que es hoy en día esa sensación de soledad.

Podríamos, además, demostrar que, a pesar del carácter de novedad que tuvo hace cuatro o cinco lustros, la tal sensación es ya añeja, puesto que el Fantasio de Musset, a mediados del pasado siglo la experimentaba y expresaba con más intensidad que nuestros poetas.

¿No es él quien dijo: “¡Ay, todo un mundo es lo que cada uno de nosotros lleva en sí mismo! Un mundo desconocido que nace y muere en silencio ¡Ay, qué soledad, esos cuerpos humanos todos!... ”?

Con esto, pues, se verá su E. A. Guzmán no ha participado del contagio poético a que acabo de aludir.

Dice, en efecto, su mejor intérprete, Pedro Prado, en el prefacio de esta obra: “Esa sensación de soledad en que nadie repara, se desprende de cada una de estas páginas. Lector, antes de leerlas, piensa un momento. Considera ese conjunto heterogéneo que forma tu ser, considera el universo que en ti ha penetrado por tus sentidos hacia tu corazón. Echa tus ojos sobre los seres que te rodean y dime, viendo que tus miradas parten únicamente de ti en todas direcciones, que solo en ti se hace el mundo entero…” (pág. 7).

Hela ahí, pues, la sensación de soledad y de misterio, cuya falta de originalidad quiero subrayar, sin negar por eso su carácter poético. Mas no me satisface la forma con que la hallo expresada en “Vida Interna”.

Y para que pueda el lector juzgar si es legítima mi displicencia, voy a citar largos fragmentos del pequeño poema “El Espíritu”, en el cual hállase íntimamente combinado el simbolismo con el decadentismo.

Dice el señor E. A. Guzmán:



“Me ha cogido la hora en esta plaza de mi pueblo:
He sentido despojarse
de su peso mi cuerpo, y me han llenado
ausencias de raíces el espíritu.”

……………………………

“El libro sigue abierto y es su página
itinerario y término de mi hora:
hay hermandad de sangre entre el estado
en las líneas prensado y mi momento.”

…………………………….

“Y ha llegado aquel joven y en la página
ha mirado un momento, y sonreído
a mi beatitud piadosamente…
Le hablé en seguida de esto que nos hierve
bajo de las cortezas de los cuerpos,
de los pobres rebases hacia afuera,
de los densos rebases hacia adentro,
de lo que me aplanaba en ese instante
haciéndome livianas las entrañas,
y se fue compasivo sonriendo…
No pudieron mostrarme mis palabras
No logré echar mi sangre dentro de ellas!
Oh! Esta mi plaza de mi pueblo interno!...” (P.87-89).




Estas líneas, son verdaderamente típicas y representativas de toda la obra.

Lo que se advierte en ellas es el gastado simbolismo francés con su niebla, su vaguedad y la natural falta de precisión de sus símbolos.

El lector vislumbra algo o cree siquiera vislumbrar, pero, como el mono de la fábula, podría a menudo decir: “No sé por qué causa no distingo muy bien…”

Es claro que allí hay algo, ¿sensación?, ¿idea? Pero es ese algo tan impreciso que vien pudiera ser… nada.

Todo depende del lector y de su actitud para resolver logogrifos poéticos… Es, en suma, una “cuestión de comentarios” y harto sabemos que un comentador es un Paraf capaz de hallar oro hasta en las arenas del Mapocho. Semejante a esos mineros que, antes de poner en venta su mina, cuidan de “fusilar las vetas”… el comentador enriquece el texto y halla entre ripios la más auténtica poesía.

Semejante simbolismo no debe, sin embargo, hacernos olvidar que todo en el Universo es profundamente simbólico.

Porque, en verdad, de un piso a otro reina, en esa fábrica inmensa un visible paralelismo.

En el animal halla el hombre un esbozo de sí mismo o, como lo dijo cierto poeta, “una parábola de ser”. Pero como igual cosa puede decirse del animal comparado con la planta y de esta comparara a su vez con el mineral, dedúcese de allí que el hombre halla una representación simbólica de su naturaleza hasta en los últimos átomos de la materia y una concordancia misteriosa entre las leyes de su espíritu y las del Universo.

No otra cosa pretendió enseñarnos Carlyle cuando dijo que “todo lo visible se emblema y que la materia existe solo espiritualmente, siendo por esencia destinada a dar cuerpo a la idea que representa”.

Fácil es ver el alcance poético de esta doctrina, recordando una hermosa frase de Taine.

“Hay, por cierto –dice él-, una alma en cada cosa, y la hay asimismo en el Universo. Sea cual fuere el ser, bruto o racional, definido o vago, brilla más allá de su forma sensible una esencia secreta y un no sé qué de divino que divisamos a la luz de sublimes relámpagos, sin jamás alcanzarlo ni penetrarlo”.

“He ahí, agrega el gran crítico, el presentimiento y la aspiración que impulsan y mueven a toda la poesía moderna”.

Esto presiente y a esto aspira E. A. Guzmán, pero su simbolismo decadente no le permite alcanzarlo.

Muy al contrario, sírvele de concha, como a su “caracol”, o de jaula como a su “jilguero”, y llega el poeta a escribir versos en que, como en las gavillas de la pág. 57, hay “lenguas que quisieran gritar y que no pueden, porque tal vez estén apelmazadas en una oscura atrofia de vocablos”.

Menester es, pues, buscar remedio a ese mal y recordar que solo puede hallárselo dentro del marco, infinitamente extensible, del simbolismo racional, advirtiendo, además, que será vano todo esfuerzo para crear una nueva lengua poética.

No olvidemos, en efecto, que la poesía castellana posee ya la más sonora y flexible de las lenguas.

Agréguese a esto que, hace años, el simbolismo decadente murió en Europa y que no hay motivos para resucitarlo en Chile.

Todo aquí se opone a ello: la raza, el idioma, el ambiente y, más que todo, “el cielo azulado”, la naturaleza esplendorosa, enemigos natos del “chiaroscuro” [sic] y de las nieblas.

Someto estas opiniones a nuestros jóvenes poetas y pido a mis lectores perdonen la desmedida extensión de este artículo.



“Y ha llegado aquel joven y en la página
ha mirado un momento y sonreído
a mi beatitud piadosamente…
Le hablé en seguida de esto que nos hierve
bajo de las cortezas de los cuerpos,
de los pobres rebases hacia afuera,
de los densos rebases hacia adentro,
de lo que me aplanaba en ese instante
haciéndome livianas las entrañas,
y se fue compasivo sonriendo…
No pudieron mostrarme mis palabras
No logré echar mi sangre dentro de ellas
¡Oh esta mi plaza de mi pueblo interno!”

……………………………………..


“Porque no puedo
vaciarme todo entero con mi angustia,
salirme todo entero de aquí dentro
y adensarme en las fibras de tus fibras,
y hacerte de mis células tus células,
y mi sangre en lo interno de tu sangre
regando de mi vida tu cerebro,
ir a hacerte en tu yo con mi retina
espiritual un yo que fuera carne
de este mío!...”





La fiesta del camino
Autor: Ernesto Guzmán
Santiago de Chile: Impr. Universitaria, 1921


CRÍTICA APARECIDA EN LA NACIÓN EL DÍA 1921-10-16. AUTOR: ALONE
Sin duda alguna, este libro de versos no es un libro cualquiera; se aparta lejos de las imágenes comunes, de los pensamientos hechos de las frases que han perdido su relieve a fuerza de circular. Influido por la corriente renovadora que huye del fácil sentimentalismo, el señor Guzmán manifiesta un santo y saludable terror ante las comparaciones usuales y prefiere extraviarse por el sendero propio a seguir el camino polvoriento del rebaño. Debemos agradecérselo. La vista se gasta contemplando paisajes conocidos y acaba por no distinguirlos unos de otros; cuando la perspectiva cambia, aunque sea rompiendo un poco la armonía, parece que nos rejuveneciéramos. Se aspira con deleite el aire fresco que no se sabe de dónde viene y el paladar se complace en un sabor original.

No analicemos, leamos con los ojos entrecortados esta “Oración”:



“Yo, pecador, Señor, en el pecado
te encuentro; se me vuelven tan agudos
los sentidos entonces, que parezc
ansioso receptáculo extendido
a las afluencias de ámbitos dispersos…
Y me pongo a crecer en infinitas
direcciones, y casi es una angustia
este hacerse espacioso y ser como árbol
que se siente poblar de un armonioso
brotar de ramas nuevas…
Aromado
de tu íntima presencia, yo me siento,
Señor, en el pecado, este pecado
de mirar en el fondo de tus ojos
la hondura y el alivio de tu cielo;
de escuchar en el arco de tu frente
la agitación callada de tu vuelo;
de sentirte como alma del perfume
y albura de sus brazos; como paso
de ritmo en su ondulada cabellera,
llamado en el abrigo de sus labios,
afluencia de latidos en los senos
y acopio de acogidas en las manos…” (pág. 27).



Esta composición, una de las mejores del libro, a juicio de entendido, puede darnos el tono de todo el volumen, con sus dos o tres buenas cualidades –sencillez, novedad, frescura- y sus numerosos y “graves vacíos”. Tan graves y numerosos que nos hacen temer si el poeta, al huir de la poesía fácil, no habrá dado sencillamente en la prosa difícil. A vuelta de dos o tres imágenes fluidas, cálidas, sugerentes, que se deslizan entre las estrofas, tenemos un exceso de abstracciones casi ininteligibles: “afluencias de ámbitos dispersos… afluencia de latidos en los senos… acopio de acogidas en las manos…” Hay que pensar eso para saber lo que significa y la poesía no debe pensarse demasiado. Se rompe. La visión no logra organizarse conforme a ninguna lógica y no solamente cada verso, sino hasta cada palabra tiene independencia, marcha sola, monologando, como si estuviera mala de la cabeza. A poco que se fije la atención -¿y cómo impedirlo?- desaparece la impresión de sencillez, nótase la violencia de las asociaciones, buscada con sabio refinamiento y en vez del bardo que habíamos creído divisar, nos encontramos con un retórico demasiado experto, con un constructor. Los extremos se tocan; escapando del artificio por odio a lo vulgar se cae en el artificio opuesto, en el raro y alambicado, no menos frío.

Esto en la mejor composición del libro, sin contar el desabrimiento de la “Fiesta” ni la monotonía del “Camino”




Los poemas de la serenidad
Autor: Ernesto Guzmán
1942


CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1942-07-12. AUTOR: CARLOS RENÉ CORREA
Ernesto A. Guzmán ha roto un silencio de varios años y de nuevo entrega un libro, el cual viene a ser como un resumen del camino. Lleva el nombre de una de sus obras más celebradas. “Los Poemas de la Serenidad” y se divide en jornadas que titula: “La Recolección”, “Los prisioneros”, “El libro suyo”. Como ayer, nos llega hoy una poesía decantada y elegante; a veces fría por su cercanía con lo parnasiano, otras simbólica, pero siempre profundamente sincera.

Ernesto A. Guzmán ha enriquecido la poesía chilena con una veta personalísima, especialmente en sus últimos poemas. Verso blanco, metro libre; nos sentimos en compañía de un gran espíritu leyendo el prólogo que dice:



“Nací en mi verso claro y en mi palabra dura;
ansié sentir el pulso de Dios en cada uno.
Mi tierra unció a mis manos esfuerzos de hermosura;
por eso no he pedido mi báculo a ninguno”.



No conocemos personalmente al poeta, pero por referencias sabemos que goza de una vida solitaria, de puertas cerradas. No es raro entonces que deba abrir las ventanas de su yo para dar paso a sus exquisitas sensaciones y sugerencias de la belleza, del canto en su más pura esencia.

El poeta posee un lenguaje purificado y un verso que ofrece hallazgos y sutiles armonías interiores. A veces la profundidad misma de su poesía lo desliga un tanto de la emoción y le escuchamos decir en su poema “El Campo”:



“El campo es como fuerza vigorosa
que penetra en la sangre y que le pone
alivios de quietud… Él ha posado
a modo de un remanso de verdura
sobre el parejo cauce de mi espíritu…”



La vida interior de Ernesto A. Guzmán es, sin duda, excelente en frutos; sus ojos, aislados de los contertulios que muchas veces turban la serenidad, pueden mirar con emoción y comunicarse en estos versos de la siega:



“El llano en oración!
Siento la fiesta
de la serenidad en las espigas;
y dentro de los tallos en el fondo
de cada fibra yo adivino el tacto
de unas manos que amasan vagamente
la levadura de la vida, aquella
que pone dilatado de fermentos
de las almas el pan…”



El poeta busca la semejanza de la tarea campesina con la realización espiritual de labores que se le parecen. En su poema “El acarreo” escribe:



“Camino del mercado; cómo es largo
este viejo camino!
Se diría,
al verlo descolgarse desde el cerro
y tenderse en el llano, que parece
la más vieja bandera…”


Y concluye:



“Oh, lo que pasa
dentro de cada cerebro y no se puede
jamás vaciarlo totalmente en otro!

Los pobres acarreos interiores!....”



Reúne este libro poemas tan hermosos y de firme calidad poética como lo son “Jesús”, “Agua de riego”, “La fiesta del camino”, “Inscripción de cementerio”.

Ha vivido interiormente en una perpetua alabanza por las cosas creadas; en su contacto ha experimentado la emoción de la grandeza de lo pequeño; se ha purificado su palabra y, a pesar de pensamientos e imágenes que se repiten, logra entregar el buen trigo ya guardado en su granero. Con la misma emoción de la primera lectura, volvemos a leer aquellos versos de “Agua de riego” que dicen:



“Agua de manos blandas y livianas,
agua maravillada, agua de riego…!
Como frase de niño que refresca
los áridos pensares del abuelo
y le ablanda durezas del espíritu…”




Sus versos de “La Fiesta del Camino”… están puros, vigorosos y sugestivos como entonces:



“Gracias, porque mis ojos están nuevos
todavía, y mi cuerpo está liviano!”



Ha fijado serenamente, con cierta tristeza interior, su lapidaria “Inscripción de Cementerio”:



“Tierra de corazones que han sufrido,
humanizada tierra, aquí ha salido
en la flor, hecha carne perfumada,
a invadir los senderos… ¡La pisada
sea blanda y piadosa, peregrinos,
porque no se lastimen los caminos!”

Bien pudiéramos llamar a Ernesto A. Guzmán el poeta de la acción de gracias, ya que su voz está siempre orientada hacia una generosa exaltación del bien que ha recibido de Dios y de sus criaturas. Los años, lejanía de las primeras jornadas, el torbellino de las nuevas generaciones, no han turbado estos “poemas de la serenidad” que hoy salen al mundo en nuevo espejo de bruñida luna, fría y transparente, pero también profunda y misteriosa.




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