Juan Ojeda
(Chimbote, Perú 1944 - Lima, 1974) fue un poeta obsesionado con el dominio del conocimiento humano, quizá, como nadie en su generación, y con la idea de plasmar ese conocimiento trascendental en versículos angustiosos, tenaces, a veces retorcidos y como alargándose -cual tenebrosas enredaderas- hacia una retórica de lo sin salida, de lo vacuo y fútil de la existencia humana.
"Y sobre la tierra una ausencia de dioses" leemos en “Crónica de Boecio”, y es como si desde el principio el yo poético nos fuera preparando para un espectáculo desolador: el mundo abandonado a su propio infortunio, a su degradación imperturbable, y apenas algún remanso por ahí de congoja, de añoranza de tiempos distintos.
Si examinamos el índice de Arte de navegar 1962-1974 (Cronopia Editores, 2000) tal vez sólo obtengamos falsos caminos, vacíos, evasiones con respecto a las líneas maestras de su pensar, afirmadas de cierto en la filosofía de Martín Heidegger, y en una visión del tiempo que sacrifica el futuro en aras de un pasado decaído y de un presente en viaje constante a la disolución; lo metatemporal es solo un espejismo para él:
"Lo intemporal, pues, es un error de los sentidos/ y no anheles mayor ciencia que tu muerte y tus ojos/ que ruedan entre improbables imágenes".
Hablábamos de vías engañosas porque la mayor parte de textos menores en homenaje a personajes prestigiosos de la cultura occidental (Swedemborg, Eckhart, Paracelso, Silecius, Mallarmé, entre otros) muchas veces no pasan de ser excusas para prolongar las artísticas letanías existenciales del yo poético. Aquellas que encuentran su forma más lograda y hermética -aunque parezca paradójico- en uno de los poemas más ambiciosos de la segunda mitad del siglo veinte peruano: "Elogio de los navegantes"
Dos columnas centrales nos serán útiles apuntalar para afirmar nuestro ejercicio hermenéutico en adelante. Por un lado, la superación heideggeriana del tiempo -que al parecer Ojeda no compartió o simplemente no contactó en su época- como limitante del ser a partir de una convencional preeminencia del presente sobre el pasado y el futuro. Cito textualmente de "El concepto de tiempo", del filósofo alemán:
"El ser-ahí, concebido en su posibilidad más extrema de ser, no es en el tiempo. Se derrumba toda habladuría y aquello en lo que ella se sostiene; se derrumba todo desasosiego, todo trajín, todo bullicio y todo ajetreo (...) El ser futuro da tiempo, forma el presente y permite reiterar el pasado en el "cómo" de su vivencia. Visto desde la cuestión del tiempo, esto significa que el fenómeno fundamental del tiempo es el futuro."
Heidegger, pues, luego de establecer las coordenadas fundamentales del cepo existencial en el que se encuentra todo "ser ahí", da con una salida inesperada, iluminadora: el futuro es una forma de volver (al pasado) pero "este volver nunca puede convertirse en aquello que llamamos aburrido, en aquello que se consume y desgasta". El "ser ahí", así, puede proyectarse, aferrarse "precisamente a lo que no es pasado todavía y se ocupa de lo que quizá aún le queda".
El futuro, centralizado, por así decirlo, en nuestra percepción del tiempo, acaba con la visión desoladora de nuestro presente y con lo irrecuperable del pasado.
Por otro lado tenemos el episodio entre Caronte y Dante en el canto tercero del Infierno (Comedia). Allí Caronte reprende preocupado a Dante por su presencia "entre aquellos que están muertos". Como se sabe, Dante se apresta, acompañado de Virgilio, a abordar la nave del barquero de los infiernos. Esta escena es un leitmotiv incesante a lo largo de "Elogio de los navegantes", que trae al lector no poca lumbre sobre algunos pasajes especialmente oscuros.
"Somos la palabra muerta en otros bosques" se lee un poco más adelante. Y esta es otra de las ideas recurrentes en Ojeda. El lenguaje se hace inútil para descifrar (ya ni siquiera para describir) el hórrido espectáculo de la realidad abandonada de sentido, del mundo corroído por lo impermanente y la disolución, que cual plagas pandorianas asolan la faz mundana dejando una estela de vacío e irrisión. "En verdad sólo hemos acunado advenimiento", reconoce lacónicamente el yo poético, como si en tal estado sólo quedara para el hombre una turbia y hueca esperanza, ciego como lo concibe a futuro alguno, con un presente en fuga ignominiosa y con un pasado cuyas poderosas y herrumbradas compuertas se hubieran cerrado para siempre:
"Todo se diluye, nada queda: tal un fruto desnudo/ que retiembla en el vacío: Sombra. Ausencia/ como soledad de siglos, objetos que indican/ el fenecer gratuito soterrado en toda existencia."
El elogio de los navegantes, en este contexto, es el elogio de aquellos que han sido ganados por la muerte: los viajeros de Caronte precisamente. Ni el conocimiento ni un posible retorno a la tradición les son de mucha ayuda. Son torpes ilusiones que los alejan de la irrevocabilidad de las imágenes, del tiempo que es el único que "conoce la absoluta forma donde todo perece".
Hay, entonces, un presupuesto en todo el poema: el yo poético es una suerte de testigo excepcional de una caída degradante irrefrenable que, vestida de confusión e irrisión, bailotea una danza de muerte ante sus ojos atormentados que buscan refugiarse en la soledad. Acaso en la debilidad de una palabra todavía. Pero, cabrá la pregunta, ¿no somos todos un poco responsables de lo que vemos en lo real? Luego de despreciar el futuro como posibilidad de una temporalidad distinta, basada en lo por hacer y no en lo dado irremisible, ¿no somos acaso, un poco, los arquitectos de nuestra propia mazmorra, los terribles demiurgos de un paraíso de podredumbre y error cuyo canto -en el caso del poeta- es su único sentido?
No habiendo salida, estando todo perdido y todo esfuerzo casi convertido en risible, terminamos siendo pasajeros de esta barca insospechada que es el mundo y que nos lleva irredimiblemente hacia la muerte sin esperanza. Esta la tremenda verdad -¿hasta qué punto?- de un poema admirable por su arquitectura, por el increíble registro de sus imágenes entre desoladoras y fantasmagóricas, por la habilidad hoy casi inhallable de imbricar con éxito ideología y poesía, vida y muerte en honor a un mundo que pudo ser de otra manera. ¿Qué puede ser de otra manera?
Tomado de www.luzdelimbo.blogspot.com
La poesía oceánica y trascendental de Juan Ojeda
Lejos de los grupos de poder cultural, Ojeda no fue reconocido en vida, ni su obra comentada por los críticos literarios de moda. Pero este ostracismo fue equilibrado por los amigos (como los poetas Julio Nelson, Juan Cristóbal y otros) que no lo han olvidado, marcados a fuego por su poesía, la autenticidad de su vida y además porque ésta fuera truncada a los treinta años. Así, Jesús Cabel hizo posible la edición de Juan Ojeda: el signo y las palabras en Juan Mejía Baca, Lima, 1978 y Rolando Avila y Liliana Briagas de Cronopia Editores publicaron en el 2000 su libro inédito Arte de navegar con poemas escritos entre 1962 y 1974.
CRÓNICA DE BOECIO
He oído las voces, he oído los clamores,
absurdamente sostenidos como en una feria. He comprendido el propósito y la argucia,
y todas las cosas hacia atrás revolviéndose. El dolo preside en el consejo de los hombres y sólo la futilidad. Oh el tiempo, el tiempo de morir y sobre la tierra una ausencia de dioses. Hurtas voces
para el día que no amarás, y cuando lo puro te anuncia
no hallas en tu paso sino un camino mondo. Sobre el reseco musgo de ruinas se arrastra el día,
quebradizo como imposilble vuelo de crisálida. Dioses. Y sumergir gastados brazos en la irrealidad del camino. chapotear entre alas rotas, gajos de luz dura. mano de criptas que se elevan la garra humedecida de sombras. "En un puñado de polvo juzgarás el reino, y caminaremos sin pregunta possible que aplaque nuestro desconcierto.” Oh, este es un tiempo de prodigios. Escarbamos las anchas tierras con rnanos seguras, y nada hay allí que nos consuele.
Duras astillas de algún viejo cráneo, sucio por los cuervos,
este horrible viento que baja de las colinas próximas, arrastrando el hedor de los muertos, y no hay consolación. Todo se oscurece presagiando la muerte del día, y ya no habrá
más días sobre la tierra árida, o no habremos nosotros. ¿Cómo los dioses custodian lo eterno?
¿Quiénes oprimen con gravedad el sentido del mundo? Dioses. Dioses. Los he visto danzar con movimientos horribles: el viento removía el seco polvo de la Tierra Colorada,
y yo huía enloquecido, soportando las revelaciones. Arrastrarse hasta esos maderos hundidos,
el agua del mar dejando una fetidez maldita,
y hundirse entre el agua y la arena. "Soporta, soporta este Reino" Oh, es el exilio. ¿Pero dónde contemplaré un Origen que ordene este universo absurdo? La vida desciende en medio de las cosas,
vacía y sorda, y un ojo atento
rueda a contemplar el osario del mundo
y se anuda como un viejo vicio a cada objeto improbable.
Pero ya sabemos que todo lo real es precario,
y en qué sentido.
Así, oh alma mía, abstente de indagar o abandona el camino. ¿De quién es esa torpe mano que bate, angustiada, las sombras?
Oh, escucho todavía el vano estrépito de las voces que huyen. Así, pues, qué sabias palabras no podrán importunarnos, qué gestos
que no posean avara suficiencia en medio del Caos, y cómo viviremos estos días sin desesperarnos, y cómo hablar y en qué sentido. Oh alma mía, nada queda ya sobre la tierra
que hayas odiado con cierta humillación, la dorada máscara
que repite el esplendor de aburridos gestos aprendidos, sin duda, para consolarnos
y no hay consolación. Oh, es el exilio. Y no obstante, sobre nobles manuscritos convertí mis ojos al sabio ejercicio,
y allí todo era tan desolador como la misma realidad. ¿Acaso alimenta al espíritu el errante curso de los astros?
Oh, toda verdad hedía como un tiesto de ramas muertas. Así, hemos elegido, tal vez, un lenguaje que los dioses,
ahítos ya de días, abominan con innoble desencanto.
Tierra de los dioses que el hombre habita,
y bajo el murmullo del tiempo una muerte segura.
Pero los dioses se cuidan de ser demasiado terrestres,
Y esa es nuestra futilidad. "Entre la realidad y la irrealidad
conocerás el Reino". Y sabemos ciertamente Que el tiempo es menos real que los sueños, y chapoteamos
con nuestras pobres voces en un tiempo perdido. Ahora los hombres sólo hablan una lengua falsa, ¿los escuchas?
Nada hay allí que pueda servirte, todo es como una burla
o una insidiosa pesadilla. Ya hemos levantado sobre los días hórridos un tiempo más puro,
y no escuchamos sino las obcecadas voces de los desgarrados.
SWEDENBORG
Time held me green and dying
Dylan Thomas
¿Qué sentido, qué camino, qué inconstantes brillos
destellan en el vano ejercicio de los tratos humanos?
(Oprimirás con esos ojos labrados en la oscuridad —allí no hay interior ni exterior: sólo
muerte y origen— el horrendo manantial donde toda pureza se consagra.
Verás aún lo imprevisible en las úlceras de la hogaza.) ¿Qué conoceremos más tarde, qué conoceremos,
cuando de estos refugios se abra el miedo? ¿Qué renuncias,
horadadas las mermas de infortunio, que renuncias?
¡Qué hondo lo erróneo o las prisiones de la luz! Cesa un murmullo de aguas, y negra es la incierta tierra,
y has debido ocultar el rencor de tanto sueño hurgado,
habitar, ajeno, una sabiduría que es cepo y fracaso. Salir, huir, untar el mundo con el mundo mismo.
Y ya no podremos abandonar de la mente lo mirado. ¡Oh!
Huir, salir, durar
en las vertiginosas moradas del acto. ¿No descendcmos, consumándonos, entre improbables aguas?
Hay, en verdad, un terror que arrebataría lo humano:
aridez del. temor de haberlo contemplado todo,
de haber y no haber rasgado el tiempo (cuando había
tiempo) y éramos conforme al don de estar muriendo siempre,
formas que abrevaban su luz en una luz más intima
Nada poseemos fuera de lo erróneo.
Mira:
quebradizos presagios,
tan innobles y torpes como la dolorosa herrumbre
que el invierno oculta entre las piedras pardas.
Nos refugiamos en lo incomunicable,
y mientras rueda el día inerte
intentamos comprendernos, confundiendo el espíritu
con el olor muerto de unas sobras resecas. No podemos regresar sin detenemos. Y no hay seguridad sino esta obcecada pesadilla
que enterrará en el mundo nuestra fugacidad vacía.
Y todo allí será crujiente abismo,
sentirás estremecerse aullantes esferas rígidas:
Impenetrable río tiempo inmóvil pavoroso rostro de lo hueco. Lava, lava las pústulas del espíritu. No abandones et trato de lo pétreo, pero lava, lava estas sombras mientras se acerca la gran noche.
Recoge estos sentidos demasiado poderosos, trízalos.
Detesta los imperdonables cuerpos celestes,
y el curso de las estaciones te sea aborrecible. Oh, y hemos vivido entre objetos como grandes llagas
por donde la realidad se precipitaba abominablemente,
o gobernando a veces una insidiosa mueca
soportamos el hedor de la noche,
y tratamos vanamente
de retener el mundo en una duración quieta.
SOLILOQUIO
Para el que ha contemplado la duración lo real es horrenda fábula.
Sólo los desesperados,
esos que soportan una implacable soledad
horadando las cosas, Podrían
develar nuestra torpe carencia,
la vana sobriedad del espíritu
cuando nos asalta el temor
de un mundo ajeno a los sentidos. ¿Qué esperarías, agotado de ti
o una estéril música, cuyo resplandor al abismarse te anodaría?
Pero tú yaces oculto o simulas alejarte
De lo que, en verdad, es tu único misterio:
en la innoble morada de la realidad
nutres un sentido más hondo, del que ya ha cesado todo vestigio humano. Y destruyes el reino de lo innombrable, que en ti mismo habita. ¿Qué esperarías? ¿Sólo madurar, descendiendo,
en una materia más huraña que el polvo? Nada hay en los dominios frescos
del sueño o la vigilia. Así he considerado con indiferencia mi vida
y debemos marcharnos.
PARACELSO
Durch das schütternde Geschiebe' Den vom Tod gewiesnen Gang.
Stefan George
Descend lower, descend only Into the world of perpetual solitude
T.S. Eliot
Porque no debemos permanecer, La tierra se inclinó con un sonambulismo de voces, Y los caminos fueron colmados en la inerte morada. ¿Qué premoniciones sostener en este insidioso sueño? Caminar, sólo caminar, entre la sensación árida Como una prisión de los sentidos.
Y bajo los setos El ruido de imprecisas manos ordenando las ruinas. Silencioso día de la desesperanza en un ocio podre, Torpe día del mudar de hábito como vieja cánula Desvencijada, allegando los leños ásperos de la locura. ¿Es tiempo escindido en quienes, pronos y vanos, Elevan en el fervor del caos una vida desecada? En las pendientes del temor nada es ciencia.
Vivir Esa quieta cesación del sentido: caer dentro,- Nutriendo en un tiempo seco el tiempo de la herida. Esta confusión pútrida, que absurdamente llamamos realidad, Es sólo fabula que el cosmos remueve En nuestros pobres días hastiados.
No hay ciencia Aquí en el cepo innoble de las muertas esferas. Descender a estos lugares, Disgregado rumor y tiempo derrelicto.
Descender A las palabras inanimadas, no sentido del límite Sino seca memoria en un mundo seco, destitución
Que arde y celebra la carencia, Vértigo del mundo despojado de mundo.
Descender. al tiempo,
En lo sólido que toda duración oprime, El borde-de la fuente, la luz inmóvil en la arcada: Acércate al borde y verás el oculto origen. ¿No vivimos dentro del cadáver de un dios? Tal vez somos un don abolido por el nacimiento,
Pero ya nadie confía en estos tiempos. A los hombres les basta el pequeño mundo de sus días, Y no se cansan de mudar; lnútil es despertarlos de sí mismos,
Labor que ya la muerte prodiga.
Lo real renueva en el caos un idioma olvidado. Hay el tiempo de la prímula y el armadillo, Vados pétreos que el viento limpia en un gañido Y brillan las raíces huecas Balanceándose entre el hinojo y la escolopendra. Y el tordo: música incierta. El pájaro golpeó, Y aún se escucha su lamento entre los mudos setos. ¿Con qué infortunio el canicular destello Quebró los vidrios del viejo ventanal?
No celeridad,
Sino lo inmóvil gorjeando en lo inmóvil, la estación
Del baldado prestigio y el sopor reconciliado. En este reino el objeto arrastra sus dones Y marchitas yacen las hojas que ayer observamos. El muérdago silvestre y el vestigio rugoso del cedro En un confin del mundo abren preseas.
Los ojos Han labrado restos de muros ya contemplados.
Así la duración Es madurada en los sentidos muertos.
Y el abúlico tordo Impidió la floración y colmó los caminos. Miserla y putrefacción Entre las ramas insignes. Lo temporal y lo intemporal Vuelven a reconciliarse En un mundo carente de Realidad. Son torpes columnas las que sostienen las constelaciones, El céreo deambular de los astros como una preocupación seca. Todavía resuena el chillido de los pájaros, Hórrida quimera, agua que ya en nada aflora, La morada vacía que su ardor anticipa, Entre los cedros quemados por el sol. Sorda es la dilución de la vida en un estancarse Que brilla en las eras como oscuro homenaje. El armadillo lamió las galerías en la rota fuente del día Y mientras hurgábamos, el universo se había reducido. Lo intemporal, pues, es un error de los sentidos Y no anheles mayor ciencia que tu muerte y tus.ojos Que ruedan entre improbables imágenes.
LA NOCHE
A Malcolm Lowry In memoriam
En esta noche oscura de mi vida
que bien sé yo por fe la fonte frida, aunque es de noche. San Juan de la Cruz ¿Qué atroz misterio deambula en los posos resecos de la noche? Arrojado fatigosamente sobre la tierra árida te habrías contentado con nutrir el ardor
en el ventoso invierno, y ya nada sobrevive de tanta enconada miseria, ni las abluciones del corazón. Oh, si, ese mudo rumor, absorto y quieto labrado por incesantes, pavorosos pensamientos Inerte fuego abraza las heces de tu vida enferma Se escucha el parloteo abúlico en unas rocas frenéticas. Es el mar, dios apacible y rencoroso, Pétreo refugio donde resonarás para siempre como un agua rota. Y bajamos por la seca avenida hacia la noche cerrada
y luego caminamos a ciegas, sin movernos, y fue allí cuando estalló el sordo lamento Eran como murmullos rebotando entre las negras bóvedas ¿Qué mirabas? En medio de la noche nada se ve y nada se siente,
Sólo puedes hurtar al sueño una grosera ceniza.
La vida es muerte rodeada por la experiencia inútil
que yace sin fondo en la memoria. Hemos sido elegidos para perecer, y no obstante cavar en los rígidos dominios del tiempo,
y hallar la misma muerte royéndonos el rostro:
cada hombre es un extraño para el otro. Sólo la lívida noche que todo lo desordena, arrastra
hedores de voces tullidas, o rasga el espíritu
que aflora como aire detenido sobre la.tierra muerta.
ELOGIO DE LOS NAVEGANTES
At vos incertam mortales, funeris horam
Quaeritis, et qua sit mors aditura via. PROPERCIO (Elegiae, Lib.II,27) bist du mur ein trüber Gast
auf der dunklen Erde. GOETHE (Selige Sehnsucht, 19) LA LLAVE E-tu che se' costi, anima viva,
Pártiti da cotesti che son morti. DANTE (Inferno, 111, 88)
Funesto el mar de etemos elementos, morada del linaje humano: Oscuras cuevas, huesos de marsopa, obstinados helechos crecen Interminables en las ribas
—Allí el paciente cuervo ha tiempo
Malicia la carroña— Éstos son nuestros dominios: los pedruscos
Resecos, las raíces podridas y la tierra estéril.
Dime: ¿Andabas en los espacios consumados del puerto,
Llevando y trayendo los horarios, la gente aturdida? Deleznable substancia engendra la presurosa senectud De los días vividos, el laberinto de la carne convirtiendo
En multitud de rencores, la tierra donde se oprime la luz Sin aparente motivo.
Plegáronse a la imposible dicha
Los olvidados pormenores de una costumbre aborrecible, El pérfido lenguaje de un camino vano. ¿Qué esperamos, Si la oscura humildad de la indolencia nos oculta Nuestros propios caminos?
Aquí la tierra es seca, No hay agua, sino la mano blanca de las piedras En profusión continua, la mano oscura de las hojas
Cayendo precipitadamente de los árboles invernizos.
Sin embargo, fuimos en la densa noche acumulando Unas palabras usadas, el ostensible prestigio de la tribulación Purificada en el tiempo del cuidado.
Aqui la tierra es seca. Oh aparta de allí la noche: sólo ruinas y osamentas. No podrás antiguo, humano signo Descender oculto bajo el sueño, Mientras se ampare agrietada esta esencia hórrida En los días.
"La apariencia, la apariencia prefigura el castigo" —Eso pude decir mientras llenaban las naves— Prosigamos La lenta ascensión donde culmina el esfuerzo del hombre, sus hojas De tabaco maloliente en las horas de trabajo —Allí nos detuvimos A mirar al viejo blanco con antiguo pelo— Si hendimos el agobio en huidiza mano, Vamos diciendo intactos de este polvo, levantamos solos
Una idea, otro sentido a estas imágenes raídas: Solos, no hacemos. ¿Ves éste que incesante camina fastidiado Por tábanos oscuros?
De algún modo optó por mantener Limpia la mansión, aligerar su enfermedad de espíritu. Cayendo la nieve entre las breñas y los árboles:
Él hablaba De virtudes, y fue su amor virtuoso, y alta su esperanza más virtud Así pues, desconfía del que dice grandes viajes a lugares Remotos, porque hemos ubicado su nave entre las dársenas. Tú preguntas por asir designio atribuido Olvidas el origen en claridad venida a los principios
Que han hecho en tiempo a tu reposo. Sólo dices Que aquí no vamos, que los árboles despiertan
En la soledad más pura, que nos llaman así,
Cubiertos por la noche, porque somos la palabra Muerta en otros bosques
—Los caminos alzan,
Brotan de algo destruido— Sea tu tiempo orilla, brazos Que no permitieron la voz de otras raíces.
Y no permites Porque así amas lo tuyo, creas tu luz: cierras tus ojos, Tu cadáver por las calles errando entre cadáveres. Te sabes profundo, libre en tu soledad que nadie ciñe. En verdad, no haces nada: olvidas este olor de cuerpos cercenados No preguntes. Agita tus pasos porque todo Nacerá inevitablemente del desorden.
Entréganos tu voz y su camino
Para alzarnos de estas ruinas que han dejado. Hay terribles fundamentos hacia cada mano que tú miras, Hay venir del rostro helado en estricto, el signo de extinción Mirándote nacer al polvo.
Conducto de ser Ajado y siempre gemebundo, atribuidos A la perfección que no se alcanza: mina y claro de furor, Mas todo destejido, urgente, inopinados al penetrar, Recientes al paisaje que nació antes del paso. Toda creencia culminada en los fulgores: Tierra posterior y lánguida Oficiada mientras término osario nos decaen. Crecer como los mares que preñan las espumas,
Durar por la distancia más que uno mismo, Con todo y con fulgores, en uno y más allá
De la tierra calcinada.
Atisbar:
Fuerza aún en tanto polvo que nos come adentro: Pero mirar, surgir gritando Como. rocas, árboles, tallos. erguidos en la temerosa claridad
Que guardan las montañas.
Crecer, y no crecimos, no damos, No después de mucha o tanta eternidad de sombra, Por sentirnos poco en aquello que sale y desteje, Y abandona cuanto nace, acaba en la mirada. No hicimos, sino en ausencia por nosotros, en mares vacíos, Reducto que en silencio presagia la distancia, el monte Nunca halado después de los intensos crematorios, Las calles inundadas, el sol que agrieta en duras evidencias. Ser esto que pronuncia crujiendo, y sale a dar en mano El peso de la claridad venida a cargos: pero nada nuestro. Estuvimos preguntando en las noches: alimentad los costos, Sus vuelos, decíamos: y nosotros nunca, que no fuera el olvido, Abierto, penetrando a voz y penetrando, como salida llorosa En.cuanto apagan los ojos y no decimos nada, si por otros: Sus ganancias de nuestra raíz en grueso costo, La hierba que mastican y nosotros, nada Si fuimos, Tocamos las piedras metiéndonos, arando Por todas las materias que fluían, creados entre la elevación Del aire y sus vertientes, socavados para otra lentitud Inalterable, al principio común que nos guardaban los silencios: Solos, tomados sin fin, tangibles elementos Que alcanzaron el agua y sus fábulas crecientes,
Y esto nos venía, y fuimos, por pura descendencia Del sentido al material, juntando las caídas Hasta tocar solemnes la altura y el designio: en verdad Sólo hemos acunado advenimiento
Los lacerados puentes
Que en presencia surtan, aquí, detrás del pecho, De caminos que andamos y vamos, y el pecho con maderas, Puentes y senderos, ofrecidos: y nada, Nosotros nada, si lo que nos dicen: A otras dulzuras A otros animales A todos los aires A nunca nosotros
pero sí lo de ellos,
Que dejaron el camino y el puente. Venían evidentes con fría coraza y escudos de bronce; Nos llevaron a las piedras puras del alba que amábamos, Y allí nos quitaban, rasgaban la carne del pasto Y las aldeas, condecían nuestros brazos Como pájaros quebrados; y temíamos sus armas, Sus nuevas palabras urdidas desde otros mares. Y ahora tienen puentes que han hecho como cuevas Detrás de cada pecho; tienen los minerales, El trigo, las frutas húmedas Que hemos sernbrado rompiéndonos la piel. Ahora son de ciudad, después que los primeros se alejaron; Ellos ahora en sustituto, en nuevo A los que apagaron el sol y las cosechas Transitar funesto en las mismas aberturas Mirando, diciendo. Caminos que difieren la sensación de caer,
Entregados como estarse; alisados; entregados
Unos a laborar tras la espesura, Sin predios, por los puentes que han dejado.
Cansancio enervado en las pupilas, el cuerpo
Siempre negándose a no ceder, Mas la virtud de ser la misma cosa Y hacer cuanto describe, cuanto mata, hastiados.
Los meses perduran al margen del olvido, Acumulan cada entender, tomar el mundo, así.
Y después la respuesta: el decirnos ataviados, Entre ceremonias: alisados, entre murallas que pertenecieron Anteriores a nosotros; entregados Para desplomarse: la ceremonia inútil, los cimientos
Atendiendo su dolor hacia el contacto. Las cosas urdidas en extensión Concluyen por devenir, hacen proceso En otros territorios; y lo que antes fluyó perennemente,
Nos atribuye al curso, al elemento que decae— ¡Ah! la ausencia, este nutrir caminos Como sombra, unir tristes llanuras, abrumar Peso indeciso que pronuncia — Y cae la hoja A la apagada estancia que el tiempo mantiene Entre horas estrictas.
Sólo la forma crepita: Es eterno el día acudiendo a redimirlo— ¡Ah! la ausencia, acopia signos olvidados, Derramada estela, el indolente paso
Que alisa advenimiento
Así impasibles transitan
Las horas, desde el fondo que asciende plenitud, Hasta crecer arcilla inútil, raíces o ceniza. Todo se diluye, nada queda: tal un fruto desnudo
Que retiembla en el vacío. Sombra. Ausencia Como soledad de siglos, objetos que indican El fenecer gratuito soterrado en toda existencia.
Soledad. Y en verdad nos preguntábamos: ¿Qué eres entre tantas ruinas, sobre adustos muertos
que arrastran los días? ¿Qué atenta finitus entregan
Tus raíces?
Tus aguas dulces y profundas ¿dónde Reúnen sus huesos, la hierba exacta que retorna A los usos de los bosques, a tu piel antigua y terrena? Somos una edad desposeída, una hondura más de ausencias. Oh siempre errabundo sueño, tierra asolada Bajo un párpado insomne: todo es condición hundida
Que entreabre el silencio en la heredad. (Y ese puerto del entendimiento ¿podría acaso detener
La oscuridad del mundo?
Arrojados así a proceloso mar
Nuestra razón se empeña, y nuestra voluntad sostiene
El fruto del camino incierto: Aquí sólo hay árida tierra) Pero la historia que impulsa nuestros mares,
La Historia
Cuya inmanencia purifica las sombras que infestan nuestros ojos: ¿Puede entregarnos el fuego que signifique los caminos? Antiguos guerreros Esperaban las naves en los puertos, Reposados en las rocas que en el mar aún recoge Griterío de gaviotas, vuelo de abejorro en los helechos, Brazo al sueño del velamen en los árboles muertos: (Verdes saurios mordisquean sus escamas, la erizada carne
del tiempo que se tiende a contemplarse deviniendo) ¿Esperaré Una calma para hallar el universo Propuesto como cosa asequible? ¿Seré los guerreros acaso,
Olvidando mis actos en un tiempo presente, Para un tiempo pasado al que la herencia me une?
Las naves
Advienen con horrendas mercancias (oh anciano de precario pelo: Aparta a los incautos que merodean en el puente): el sueño aposenta Posibilidad de hallarme entre la hierba Sosteniendo el canto de guerreros antiguos.
Pero Io que fue acude en existencia gastada:
Animales que en edad de musgo y pedrerías Despavoridos respiraban en las playas, los frutos resecos Que recogíamos en barriletes de junco: todo tiene sentido Como cosa que fue, y retorna en su pura permanencia. Y cuando acudimos al dorado mundo de la magia,
Irreal materia nos asciende.
El pensar desliza Oscuras causas como significados: esta ropa Humedecida por las lluvias marinas, las pequeñas hojas del.sauce Y dulces cogollos en los montes. ¿Puedo entonces esperar en la noche La invocación del cacique en torno a la hoguera?
He mirado
A los marinos acercarse por el lanchón destruido; Las ratas allí trotan sobre la herrumbre.
Veo un collar De suave malaquita, de metales frescos con olor Como de mar; traje gris o pálido hace movimientos, Recortándose el perfil contra el ocaso desde el barco. Lo presente son estas sensaciones que acumulan formas, Y puedo comprender la esencia creciendo entre las piedras, Los morados moluscos en la rocalla húmeda.
¿Fueron
Los herederos que nutrían el signo para comunicarnos En el mes de la cosecha o anterior al grito de la lluvia Sobre las breñas musgosas?
Ésta es la tierra que trazamos
Para medir el fuego que maduró los alimentos del guerrero; Así los ríos donde el bagre se aleja de las hierbas Pavoroso de una mano que sostiene el sedal, antigua rnano Que venía de altas murallas de adobe o santuarios de piedra. Hemos caminado por la orilla contraria: encorvados árboles Y campesino arrea las mulas en los riscos lejanos. También debieron sonar las corazas ceñidas a los cuerpos, Y el sudor en las mallas de bronce.
Otros soldados Desde naves inmensas auscultaban la gente con sus armas:
El curaca vencido sollozaba rígido cerca al timonel.
Éstas son las regiones de sequía y abundante pesca, Grandes cerros y carroña viviente despeñándose; La lluvia baja a veces de las nubes en el mar, fecunda
Resecos algarrobos y se ausenta por años.
¿Somos herederos
De estas ruinas que me traen un olor del pasado?
El hechicero habló con el fuego y comprendió designios. (¡Y nadie se redacte título en los campos,
Hacedor de construcciones que después al alba
Nos diga que el saber le pertenece; Que por antigua substancia somos la piedra irredenta De alzarnos: que él conduce Hacia el gran conocimiento humano! !La edad de morir Se decrepita bajo estos vigorosos brazos! ¡Aquí hay montes, ríos, frondas Ubicadas al nacer, torrentes De cuerpos encendidos; hay indicios incontables, Nuestros, con historias iniciadas más allá del tiempo, Con hombres que han dejado días como campos!) Bonanza e historia: La lucidez que no atestigua la sonrisa del barquero, Glorias ahítas de pasado, bien a renunciar Cuánto de quebradura nos oprime, cuánto de herencia Se despeña hasta el profuso puente que nos ciñe. ¡Oh! navegamos entre graves escombros, escuetas claridades desenvuelve el día bajo esta lluvia de memorias acotadas.
¿Extenderé los ojos más allá de las hojas que palpitan Donde se agota el viento, donde golpean las sombras estas huellas, Entreabriendo un aroma perdido, de ausencia, que nada dice
De la hondura que sustenta mi sangre?
Escucha, escucha el sonido
De tus propias palabras: ¿qué resuena?
Infortunio en tu ropa,
Deterioro en tu alimento y destrucción.
Oh días: Olor de fruta o sombra, de caminos a mi voz, a mis brazos Nutra el furor que comulgaba el viento; sea libertad el polvo En que reposo, y este don vacío, escudo iluminado.
Oh días: Signos desangrando en mí, después de tanto humano entendimiento, Delante de mis pasos amarillos: pronuncian sólo las historias, Los caminos, para llamarme amor, y empezar de nuevo Con el alba en cada piedra.
(Hay un cauce que vierte. su idioma
Y desciende a la losa con pieles teñidas de frondas mortuorias, Confusas naves de polvo labradas, llanura anegando de muerte
Sus manos y días.
Cauce enhiesto De horror y de sangre extendida, donde iremos llevando Las huellas, el acto y la luz que alzó nuestros brazos.
¿Y así dejaremos la esencia humana: Nos iremos comiendo los frutos que saben a nada? Sólo el tiempo conoce la absoluta forma donde todo perece.) Abismadas aguas: pura extension aciaga. Una voz nos circunda De fulgores opacos: navegamos rezumando tinieblas en áridos días. Así, diariamente busco las estancias, los ríos, y pregunto Por mis manos, tu cuerpo: pregunto por el sol que desolla: y siempre
Encuentro.huesos, salobre arcilla de sombras y ciudades derruidas.' (¡Oh! Ese anciano de lanoso rostro conduce vehemente Tanta acritud, que la otra riba configura falaz toda esperanza.)
Antes la lluvia nos cantaba algo: ella sabía de las piedras, Nuestro musgo, de las paredes que morían, que nacían también
Detrás del alba.
Por las calles esperábamos, bebíamos La luz y sus memorias.
Teníamos hambre y sed, pero soñábamos: La voz salía como temerosa o frágil, cubriéndonos la boca De sílabas amargas. Y a pesar del cielo y sus árboles vacíos, Nos íbamos jugando en las vertientes.
La Iluvia nos amaba y destejía Su pradera suave en nuestros cantos.
Pero yo sigo, con sueño
O muriéndome, buscando las estancias, esperando ríos; y así camino, Persiguiendo los días, confuso hasta elevarme en mi caída...
Pero tú, que sólo vives del silencio: ¿lees estos vaticinios Engendrados en el tiempo de la hoguera? ¿Qué lenguaje somos? Venimos de un destino oscuro, dentro de convulsos mares Que atestiguan las tormentas.
Indagamos lo que detienen los nombres En un júbilo de ser, confundiéndonos y amando, repartiendo Algo nuestro en cada sangre, guarneciendo la descendencia tomada,
Que hace llama entre las naves
Mis Radicales frutas son las naves,
Mis naves tibias durmiéndose al crecer, hasta llenarme De tendencias donde miro el mar, los puentes y las viñas, Después del catálogo perenne.
Mis frutales recodos, testimonios, Abdicados cauces, creencias, asunto entre osamentas, fríos resoles Para esta invitación contada, estos lugares integrados sin espacio, Puros intentos de mover la quebradura, con fenecer asegurado En naves, dudas y aires de mis ojos clausurados a lo eterno, A la convicción de ser sin tiempo
Porque ya no conocemos
La tierra, el crepitar del día que antecede, que dice Tentándonos a fijos restos de otra muerte, sostenida Entre permanecer y ahondarse humanamente:
Intemporal en senectud
Abrigo un desmonte como códice, estampida de esta constancia Para aumento de tu muerte y mi término, la cabellera Del viejo en ti, acreditada porque hacia horrendos mares Navegan los esquifes.
Nosotros, a fin del argumento entre las ribas,
Confinados a puentes y llanuras, haciéndonos como que entramos:
¡Oh ciudades! ¡Oh funestos lugares!
Mi vida representa Estas hermosas tumbas, los principios atenuados al devenir, Mas diciéndome que aquí estoy, y establezco la tierra En las raíces, conociéndome en los ríos, rocas, desiertos de luz
Donde el caer pervive, y el término, su cavidad saliendo a paso, A cuerpo y tránsito su eterna emanación de días, soles, semanas, Y siglos de sangre, siglos de grito y tiempo de sabernos como muerte: Días en semanas, meses de claridad y días de muerte viviéndonos, De vida recobrada en otro tiempo muerto.
Así acudes por ensamble
A intentar en reinos, desunido de esto, importunado para más Del que acrecienta su lucidez en tu abertura.
Invicadas* potencias De eternidad a cuento de minucias, de razones en pie cuando Los miembros legan esta tierra, el mar insigne entre sus algas De muerte unida a tu semblanza.
Breñas iluminadas cuando del monte Se destruye lo comprendido a las alturas; preferente acoso En abandonar a mucho disimulo el tumo de embalaje Ya distante de las naves:
"Amanezco ausente
A reparar mis cosas rotas, a penetrar hasta la hondura Donde nace mi silencio; contemple inasibles hojas en mis manos, Breves días circundando la frente en que dormitó; y siempre Sobre mi pecho encuentro los dientes de la muerte Atisbando mis recuentos".
Eran tus pertenencias,
El gran campo convencido para el día en soledad, El cauce que improvisa tus ansias.
Descubrirte con las cosas,
Adusto referir lo cotidiano entrado ya en tu historia: La cantidad de herencia que posee el fuego.
Calles
Que provienen del fin en que tu sed reposa.
¿Qué es la obra
En el mundo, las diarias conjeturas tenidas en ti, el caminar
Notando la pregunta en cada rostro, urgido para celebrar tus pasos En terrible gravedad de encuentros?
Y después el polvo que anuncia, El sudor reciente compilado en los trabajos, con sólo remover
Cualquier objeto.
Entre frondas y ríos cantabas:
"Hoja tras hoja fueron juntando los días atavío perenne, Mientras debajo de la luz crecía un racimo de sombra: Cuánto humo inauguraba ausentes frutos en el alma:
Pura ceniza entregarían los brazos consumados.
En tanto, Desterrado ya el recuerdo, lejana la extendida hoguera, No quedó sino asir una amarga máscara de olvido". ¡El canto!
Turbios párpados al aire que continuo
Deshace toda frase humana.
Nos hemos pertenecido en ocasión,
A voz desestimada que venía en goznes, así entendida la premura. Por otro lugar: cortejo lúcido ensamblado con el brazo, El ojo que destaca.
Si tomábamos las cosas en su resplandor, Ello venía por denuncia, antecedido en coyunturas que han hecho Como piedra estos crecidos, esperados gritos.
Esa la gloria Del que abre compartiendo: afán de concluir en decidida y plena, Impostergable carta.
¡Claridades envejecidas en brazos y lenguas,
Profundas concavidades aparecidas al fin y al inicio De lo que acontece y no descansa!
Ellos urgen: somos los muertos Y los hijos de los muertos, buscamos soledad para decimos. (El existir tiene sentido en cuanto hacemos.
Ellos saben Las ruinas y no hacen.
Dicen la muerte contenida en todo acto, Los conductos de acabar aún gritando.)
Y por cada indicio
De mundo inhabitable, una evasión; otra azul que permanece Fustigada.
Y en aires, en azul que carga pasto alucinado, Hierbas luminosas desde una mano retirada a océanos Rastreando la hondura de las aguas.
Meses de estar buscando Como sueños, dúctil la memoria en las roturas, pero del mar Todo llevado en imágenes, en excusa de estos documentos que coligen Plena ausencia.
Permanecen todavía, en evasión, densos y oscuros Contenidos en su laxitud atormentada, asiendo estados Hundidos en sueños o largas historias, en el contorno puro En que devienen las cosas.
Así olvidan los montes quebrados, Los conjudtos rotos que por parque, por calles también piden, Y vivimos. Y más sobre el silencio, hurgando entre las frondas Derruidas estancias.
¡0ficios, surcos, cauces por donde
Acude la sangre!
Y aún silencio, raíces hacia los celestes cantos. Yo no enturbio, no oculto lo que adentro abisma: vivo arraigado A un mundo de signos diluidos, entre crudas extensiones, Senderos de apagados rostros, amargas espesuras que inician El criterio.
Levanto el brazo, pido claridad, y una estela De ceniza profunda emerge con su prédica de pálidas sandalias. No hay otro camino que el desorden, la exacta libertad de juicio Para alzarnos. iOh!, existir ensangrentados de llanto, Bajo las inermes plumas de un cauce inseguro; hollar la ruta, Mientras un hundimiento de huesos nos devuelve a la sombra: No hay otro camino que el desorden, el peso de atisbar rotunda Esta futura emanación de días.
(Tú haces soledad,
Inmensa piel transida de oquedades, sobre ruinas que muestran Su carne devastada; haces plenitud en dioses que permiten: Así incrementas tu cadáver y te dices puro.)
Yo no enturbio:
Refiero estos profundos costos, tal la esencia bajo sí, humana, Asida.
Me defiendo y te defiendo, gritándome, a simple tacto Que en desorden, en fuerza y salto lleva conjuros hasta alzarnos. Soy desde mi voluntad de hacer, arraigado a una confusión Que no he creado, como estando sobre aires y tumultos encendidos,
Cosas que me arraigan por vivir y encontrar mis pasos y mis tierras
Frecuentadas de actos.
Voy contando los días, al par de lo que vivo
Y lo encontrado, la última intención y el fruto, nunca los descansos.
De nada mi ser, algo que busco me retiene a ser luchando, Contenido en tiempo que pronto acallará.
Antes haré, tendré los mares,
El ojo limpio en que limpiar mis ojos.
Soy voluntad estricta,
Actitud de hacer, más siempre voluntad entretejida hacia lo eterno. Nacen mis pasos en la extensión que sustentan las montañas, Sobre la tierra tremante de los bosques y sus cuencas crecidas, Dentro de cada aire que golpean las tormentas; surjo hasta enterrar
El aroma de las cosas perdidas, llameando como sol 0 luces descubiertas, como tronco encendido; y desde allí mi sangre: Cavernas y polvo, vacías aguas de días sumergidos entre muertes. Nazco y canto la evidencia de una estación imperturbable, Porque soy, y amo el espacio que nutren las piedras en los ríos, Porque me pertenecen estas manos erguidas en angustias y rocas, Y estas pupilas que empezaron a latir entre las hojas, que salieron Girando y reuniendo todo el amor de las raíces.
Broto en cada espacio Que los árboles alzan en las noches crecidas, me pertenecen los aires Y las voces detrás de los montes, y estas manos dicen de mi fuerza En los días oscuros.
La voz haciendo, alzo mi voz entre las ruinas,
Dudo, atisbo midiendo lo que ardía en mis comarcas, hundiéndome Por sólo descubrir y asir entre mis manos: llama que oscila Desde la intemperie.
Porque soy amando, creciendo del grito
Mi nueva residencia, bajando hasta tocar la copa dulce
De los bosques, con el amor que brota como garra. Y cste cuerpo, este musgo adentrado, estas memorias Que entreabren su entidad definitiva, también de amor Arraigan mi morada.
¡Soy triunfante luz en todo lo que nutre
La ausencia, naciendo a iniciar mi viaje por entre las piedras profundas! Entonces amo mi devastada piel entre humosos escombros, fundamento Asido a cada hoja mutilada; y encuéntrome gritando aún de ser
En mis fatigas.
Mas así de verme, así conozco calles, Salgo a surtar mi relación a los creyentes, doy paz y forma, Despierto hacia adentro y al fondo arraigo. Entonces, después de mucha ceremonia retorno a mis internos,
Aduzco ensamblado: conducto de mi estar haciendo entre las frondas Nuevo fuego.
Pero así, las extraviadas rutas, lo que figuré
Por mis caminos, entre leyendo y asir la vida, llevándome a mi sangre; Así hago el valor, pienso en la insurgencia y los profundos costos, Digo que encontraré la luz y sigo caminando.
Invierno y lluvia,
Monumento y hierba, junto a la tormenta que nos come. Pero así, en la ciudad y sus muertos, sus alimentos devastados, (Oh tiempo en mordedura) su ardiente esperanza De ser inútilmente: así, invierno y lluvia, nací diariamente A otras andanzas, dejo los connubios y pregunto: ¿Qué de luces han gestado estas colinas, para haber amado Una fría cadencia, un mito, la fresca espuma de los meses oscuros? ¿Qué de luz ofrecen sus vertientes?
¿Qué legado principal, Royéndonos, en tanto los árboles pronuncian también sus muertes? Oficios de perfecta umbría, donde estamos, sin entender Otro camino que las manos, la voz en mano, desigual, en tácita, Alineando para otros por sus puentes en ideas, forrnas, Y nada nosotros padres, hijos de una tierra vasta, de collados Fértiles, y nada este torrente.
Todo conducirá a la destrucción,
Al sernos acabando la hoja empeorada, siempre que siga; Puro desorden hasta entrar en nuestra realidad,. alzando tiempos— Las muertes vienen entre semanas de sombra, y comemos, Seguimos frecuentando, amamos; por algún sitio nos desolla el aire; Se aprende a caminar los signos, las tertulias, aquellas de principio; Porque somos aquí, seguimos el camino, y es el escombro, presente, Que anuncia tenaz—
Sabernos: un entender como otro, este sentar
Denuncias, de activarse, sea desde el lugar donde se nace al polvo, Sea también, sin ocultar, la misma fuerza.
Si nos irrumpen,
Nos comen a poco, tal náufragos, casi a medida de la descendencia
Al paso, de la ocasión, nos
comen, lo sabemos; si ya por ropa, Andar, nos piden algo, alegran de nuestra sangre, Se van riendo: ¿acaso es por nosotros?
De aquí nos han desarraigado; Se llevaron también lo que era para amar, como que el corazón, La piel de sus cosechas; y decían que era su corazón Y lo mascaban, y decían que era mayor la timidez en la cosecha, Y deshechaban.
Sólo algo nos quedó, por una tradición profunda Que nos camina los huesos.
Y nos quebraron al suelo, Sin corazón con que empezar a levantar la hierba rota. Por eso nos reuniremos, con principios, a dentada única, Con muelas, porque tanto esperar es también un abandono. Si todo viene de otros, que dejaron libros, que bebieron como matar, Pisando, hollando el maizal que descubría su carne de luz pura, Y viene a nuestras bocas sólo entre preguntas, Entonces nada es creación, fuerzas en que avivaron las entrañas Y los brazos, las esperanzas nuestras.
Es de otros, que amaron Y en cada rincón nos mantenían en silencio; que dijeron Que éramos así, que estábamos felices; y.después justificado el cuerpo De alguien que fue antecesor, tendió, mirando sus conquistas, Las legumbres por acá, donde ahora nos cuesta oscuro estos resoles. Pero somos miles, despiertos y desnudos, llenamos las comarcas De bocas restallantes; pedimos lo nuestro, para adentrarnos sin miedo, Arañando, bramando como las piedras, sin lágrimas.
Pedimos eso, Lo que nos pertenece por linaje, por inicio frutal de árbol Y ramajes, para urdir la realidad con nuestros brazos, Y destrozar ideas, lo que nos lleva ahora, y encontrar, erguidos, Las esencias, lo que entraña sernos en mares, montcs, Húmedas raíces que nos dicen lo nuestro.
Fatigados de cadáveres
Que irrumpen las calles, ansiamos en cada territorio negado, Con los brazos esperando.
Navegamos entre libros oscuros,
Saturados de muerte que nos nace en cada cosa que no es nuestra, En cada orilla que no tiene sentido fuera de este oficio, Siempre entendido como andarse conjugando el fundamento De ser a peso del silencio.
Así las frías cuevas de apariencia
Donde la soledad crujía, tus rnanos bajo su incertidumbre Acopiando un movimiento ajado en la gratuidad de las palabras; Tu rostro en buen entendimiento, así tu rostro en las razones
De estas ruinas que el mar bate oscuramente con su mano rota.
¿Qué relación entonces habremos de indagar para alzarnos? Y después de un paseo fortuito, después del esfuerzo y el premio:
¿Podrías contener el mundo en tu propia contingencia?
Negras aguas del Orco, navegamos con economía y resignación;
Ya los dorados días se alejaron, y tornó el viento a remover
El polvo de la tierra estéril.
Estos son los meses de acrimonia
Y habitual satisfacción, el tósigo en las calles Donde el humano infortunio camina codeándose, insinuando Débiles apetencias que la carne nutre silenciosamente. ¿Declinará el aire invernizo en los cuartos recién deshabitados?
¿Habrá tiempo para regocijarse, compartiendo alimentos sin mediar
En la bondad que pueda importunarnos?
Estos son los meses razonables,
El fecundo elemento que la extraña sapiencia no logrará arrebatarnos.
Aquí están los armarios, el escaparate cariado y los oscuros aposentos; Más allá, sobre las piedras pardas, el río con sus dedos terrosos. Sin embargo, no hay agua, sólo ese anciano longevo; las cosechas Fueron arrasadas por funestos ventarrones.
Aquí la tierra es seca. Hacia el Cerro Colorado guiaban mis pasos un interés desconocido. Crece allí la hierba del salitre y tierras aceitosas, el paciente Griterío de los cuervos del mar.
Enfermos estuvimos esperando En los muelles, caminando hasta la Plaza de Pescadores, pequeñas
Cosas solícitas.
Habían cargado los navíos, y tú querías preguntar,
Arboles diseminados en campos amarillos, el tiempo perdido Entre la salvación y la gloria.
Vayamos pues, y poseamos
Cosecha para los meses de escasez, holganza en los tributos. (En la blanca cornisa dormitó el gorrión, y fueron mis cantos
Que escuchaba ya distantes).
¿Y quiénes regresamos a poseer la dignidad
Que no acontece, satisfechos de nuestra pobre muchedumbre de miserias Siempre recordadas?
El fervor que una elección distiende En su templanza interna, precarios con lícita necesidad de orden, El fervor, unas veces enunciado en ese movimiento tierno De un rostro conmovido: ¿desdice acaso el bien que podría obtenerse Aún en la propia negación de los actos reales? Vayamos pues, Y oprimamos el silencio en los áridos confines, el canto del gorrión Ya cerca del parapeto antiguo, donde veníamos a contemplar Gesticulaciones inútiles de aburridos náufragos que la marea Recubre con unas algas negras.
Reino de la prevaricación
Y el desmedro: escucha, escucha el trote de las ratas En la tierra estéril, mira la nave y laméntate, obcécate en obligaciones
Groseramente sostenidas.
Reino de la acritud, desfallece
Y te mostraré las ganancias y las pérdidas.
Luego prosigamos Conversando con ambigüedad: "No deseaba hacer esto.
Mire Ud. mis manos, La sangre está seca".
Alimenta tus responsabilidades, arruga el Universo Y laméntate apacible hasta que haya tiempo para matar y tiempo Para regocijarse.
¿Qué dicen los aedas en laudables murmurios,
de esta humana máteria vinculada a la promiscuidad y el dolor? Ciudades llenas de comerciantes prósperos he visto, los escaparates Sutilmente adornados con luminosos estuches que mostraban Un gusto refinado por las piedras antiguas, doradas sortijas y ojos Con incrustaciones de platino y rubí. "Para entender sabiduría y doctrina; Para conocer las razones prudentes": He aquí la tierra estéril. "Para dar sagacidad a los simples, Y a los jóvenes inteligencia y cordura": He aquí la tierra estéril. He aquí los presagios; y apresúrate que el viento corre hacia el mediodía. Ven y caminemos hasta esos promontorios eriazos donde sólo la corneja Grita, asustadiza y con augurios de muerte; alisa Tus dulces cabellos húmedos de mar, atiza los muslos blancos de la mañana Que se tiende como una virgen terrible.
Y tú, que remueves el polvo Buscando la llave: apártate, de estos que son muertos.
¡Reino de la maceración y el vestigio!
Veo las uñas del día podrido,
El viento podrido, la nave podrida Y nosotros esperando.
1963 - 1965
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