Minerva Salado, periodista y poeta, nació en Regla, La Habana (Cuba) en 1944 y, aunque en la actualidad reside en México, retorna una y otra vez al universo de la infancia y adolescencia desde el exilio. La autora, licenciada en Periodismo en la Universidad de La Habana, ha ejercido su profesión en diferentes medios con cargos importantes. Ha sido Jefa de Prensa del Ministerio de Cultura de Cuba, y trabajado en periódicos de gran tirada (El nacional, en México). Profesora de Ciencias de la Comunicación, ha desarrollado trabajos de investigación sobre literatura juvenil y ha publicado diversas obras en el Fondo de Cultura Económica y en la Universidad Autónoma de México. Por otra parte, su obra poética ha aparecido en diversas antologías, revistas y periódicos siendo reconocida con diversos premios como el Premio Julián Casal por Tema sobre un paseo (1978). Herejía bajo la lluvia fue merecedora del premio Carmen Conde y publicado por la editorial Torremozas en el año 2000. Otras obras son: Al cierre (La Habana: Unión, 1972) Tema sobre un paseo (La Habana: Unión , 1978); País de Noviembre (La Habana, Letras Cubanas, 1987); Palabra en el espejo ((La Habana: Letras Cubanas, 1987); Encuentros casuales (México DF.: Factor, 1990) y Ciudad en la ventana (México: UNAM, 1994). Por Al cierre recibió en 1971 el Premio “David” instaurado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) para jóvenes poetas. En 1977 obtuvo el Premio Nacional de Poesía de la UNEAC por Tema sobre un paseo. Ha publicado también varios libros de ensayos, entre los que se destacan Un juguetero prodigioso (La Habana: Unión, 1988), compilación de artículos propios acerca de la cultura cubana, provenientes de las páginas de la revista Cuba internacional. Es cofundadora del mensuario cultural Gaceta Convite, publicación del Centro Histórico de la Ciudad de México. También ha coordinado la Colección Libros para jóvenes, destinada por la Editorial Trillas a la adaptación de obras clásicas de las letras Universales. Recientemente ha publicado Ciudad oculta.
Según Minerva Salado, la poesía es un elixir que tiene propiedades curativas. A través de la escritura poética uno puede desvelar sus galerías más íntimas, de manera que ese recorrido hacia atrás, te sirve de bálsamo y reconstituyente. El poeta estira el hilo de sus emociones y deja que el lector penetre en el laberinto donde se desteje a cámara lenta, todo lo vivido. La paleta de los sueños se torna clarividente: los seres, las cosas, olores y sabores de la Habana, se cruzan en un territorio de nadie con el amor como fuerza centrífuga y la miseria de las cosas que no pueden salvarnos, pero que nos rodean. El lector se siente un privilegiado ante esa escritura capaz de salvarse a sí misma, que reinventa el tiempo y lo narra con un tono agridulce. Minerva Salado se mueve con pasos muy seguros: sus palabras mantienen en todo momento el tono adecuado, se deslizan ante nuestros ojos de forma decelerada, para que penetremos en cada uno de esos símbolos y metáforas y los paladeemos, hasta reencontrar ese hilo de emociones con el que nos sentimos identificados, como si al atravesar esos espejos de colores que relatan unos sueños, nos viésemos reflejados cada uno de nosotros, a pesar de la distancia. Nos hallamos una poesía trazada con maestría, capaz de conmocionar al lector y mostrarnos, de paso, una radiografía difuminada de la Habana.
Alicia En Mi Ciudad
Los espejos ocultos están frente al Paseo del Prado
para que tú los atravieses.
Del otro lado esperan todas las ilusiones
las piedras en el centro de otro orden
los rastros y los pasos.
Los espejos descubren los caminos
sin saber demasiado hacia dónde
penetran en las estridencias de los sueños
fantásticos como nunca antes
ilusorios
reales para los que olvidaron la esperanza.
El azogue de los espejos parece
una tentación a la que pocos renuncian
los otros yacen sobre las baldosas
sin tiempo para más
esperando en la raíces de una ciudad
que cada día se evade
sin dejar de ser ella.
Suplantada
acartonada
enmascarada
y sin embargo ella bajo toda escenografía
creada
encallecida
abandonada
hermosa para siempre
Ciudad Ciudades (I)
Para Tenochtitlán, desde la isla Juana
La Habana húmeda a mis pies
desatada y húmeda como las caracolas
los ruidos e su nombre y el silencio de ti
de tu impaciencia rondándome los gatos de la sombra
y tú sin mi ciudad sin su herejía bajo la lluvia
sin la humedad que cubre las ventanas
los raíles de punta
el colibrí de ayer en la arboleda.
Ciudad Ciudades (II)
No estuve para siempre en la ciudad
la amé con una queja con un grito de espanto
pero la amé sin fin
sin desconcierto
recorrí las costumbres de tus manos
el trazo de tu cuello el resplandor insomne de tu boca.
La ciudad me conmueve y atenaza
penetra con su daga mis vestigios
y encuentra la verdad bajo su talla.
Un canario despierta
y yo tengo un secreto como un nido
como un terrón de azúcar en la mano.
Ciudad Ciudades (III)
Fue como una conquista la ciudad
cinco ratas huían por cada beso tuyo
cinco animales muertos
cinco cloacas trascendidas por cada virtud
en cada uno de tus gestos una hazaña
en tus cuestiones la razón de existir
los titubeos para abrirse camino entre los sueños.
No estuve en la ciudad no la atrapé en su época
pero se hizo entrañable sobre el suelo que nos crecía juntos
me poseyó su extraña alevosía la feroz certidumbre de tus manos
y comencé a fundar sobre cuerpo
catedrales
pirámides
canales
en el urgente espacio de su templo.
No estuve para siempre
pero grabé en su carne el nombre
de tus calles me asaltó la extensión de la llanura
en el temblor del tiempo.
No estuve pero supe encontrar sus laberintos
y al calor de sus grutas construí la palabra
que me acogió de nuevo como una identidad
y abrió las avenidas en que pude tocar
-ya para siempre-
el corazón intacto de los dioses.
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