miércoles, 15 de diciembre de 2010

2468.- XAVIER FARRÉ


XAVIER FARRÉ. L’Espluga de Francolí, 1971 es poeta y traductor. Traduce del polaco y del esloveno. Cabe mencionar sus traducciones de Czesław Miłosz (Travessant fronteres. Antologia poètica 1945-2000, Proa, Barcelona), de Adam Zagajewski (Tierra del Fuego/Terra del Foc, Deseo, Antenas, todas en Acantilado, Barcelona) y los ensayos de Zbigniew Herbert; y del esloveno, las traducciones de Aleš Debeljak (La ciutat i el nen, Barcelona, Edicions la Guineu) y Lojze Kovačič (Los inmigrados, Siruela, Madrid).
Como poeta, ha publicado Llocs comuns (Lugares comunes) (2004); Retorns de l’Est (Tria de poemas 1990-2001) (Retornos del Este –Poemas escogidos, 1990-2001) (2005); Inventari de fronteres (Inventario de fronteras) (2006). En 2008 aparece su último libro de poemas: La disfressa dels arbres (El disfraz de los árboles). Algunos de sus poemas han sido traducidos al croata, esloveno, inglés, polaco y sueco.





ISTRIA

Los territorios saben cómo adquirir los posos
de la identidad. Son pacientes, y esperan años.
Como aquí en la península. En lugar de barreras
para delimitarse, las capas se superponen.
Una huella encuentra su modelo unos metros
más abajo. Se puede hacer una prospección.
El poso es cada vez más rígido, un fósil
que no remite a ningún origen (pobre
Darwin ingenuo). Un corte y vemos las imágenes
engastadas. Habrá que buscar un alfabeto
para descifrarlas, o ya fue inventado.
La tierra desprende una amargura de hiel.
A un lado hay el mar; al otro, el mar.
Ni la salobridad podrá vencer el poso
que seguirá reposando en la península.





DESCUBRIMIENTO

Puedo recuperar los sonidos, la mente descansa,
no tiene que hacer ningún esfuerzo con la ayuda
de la vista. Es innecesario leer en los labios.
No tengo que buscar el significado, como llaves
al acto en el diccionario de los absurdos imaginados.
Y es extraño ver como otros signos se esfuerzan
para ocupar un espacio que les era propio. Lo entiendes.
La bifidez te va a acompañar para siempre sin descanso.








De Búsqueda


(VI)

La lluvia repiquetea en el alféizar hojalatado.
Marca un ritmo nada regular, una música
dodecafónica enmarcada con paciencia
en un esquema. Como los objetos de la mesa
que sólo acompañan a los libros. Poemas,
poemas en diferentes lenguas. Me zambullo
en ellos para extraer una confusión que antes
era inexistente. Como la de esta lluvia
que ha roto la serie de días con demasiado sol.
Dejo un libro en la hojalata del alféizar.
Cambia el ritmo, el sonido es seco, contundente,
sigue irregular. Se adentra en la piel del libro,
empieza a borrar las palabras, los límites
de los versos. Los poemas se extienden por toda
la página. La lluvia determina el ritmo del poema.
Siempre golpeando en el mismo punto.




(X)

A las siete, todas las horas son silencios
repetidos. Granos de arena en un reloj eterno
que no gira nunca. Silencios en las calles vacías.
El eco de tus pasos se repite dentro de casa.
Unos auriculares que sorprenden la memoria.
Busca otros ritmos en el estridor del día.
En el olvido de salir de casa. Adentrarse
en las venas, una inyección dolorosa. Pero ésta
no es la ciudad. La única expedición que te encamina
al silencio, horas repetidas, hojas acumulándose
en la soledad de los parcos recuerdos arremolinados
en periodos estivales. Y así, el refugio que buscas
emite tan sólo imágenes en una pantalla muda.
La calle queda desierta. Las horas inician el camino
de la oscuridad, como murciélagos. Miran el mundo
cabeza abajo. Sube la arena del silencio.




(XII)

Es el mundo de los ríos. La muerte y la vida
que se pierde como las venas de las ciudades.
Bombea del corazón para seguir los puntos
del cuerpo, lleno de heridas. La lucha de un felino
peligroso. Se acerca en silencio, y de un golpe
puede abrirte en canal. Y la construcción
de los puentes. El río los abre, el río los cierra.
El río los hunde. Un único movimiento.
Es el mundo de los puentes. Los andamios
que se desmontan al acabar el edificio.
Los puntos de soporte que desaparecen,
como clavos oxidados en medio de la broza.
El pensamiento para entrar en la calle busca
el puente en el mapa, el río que divide
la ciudad. Así es como puede ir hacia adelante.
Siempre dudando entre dos mitades.





(XV)

Entras en la plaza central. Te conviertes en el objetivo
de una cámara. Para extraer un informe preciso,
transparente. Las valoraciones serán sobrantes,
como los huesos lanzados al perro después de una buena
comida. Aparecerá una naturaleza muerta, pero la luz
será siempre diferente. Y las sombras esconden más
de lo que dicen. Son ilusiones del pasado paseándose
en el presente como un gato que conoce todos los rincones.
Sumérgete en las sombras, como para atravesar un filme
revelado antes de tiempo. Ahora los cafés están vacíos,
las terrazas esconden las conversaciones en las sillas
donde se hundían las figuras. Queda una escuadra
de manteles reflejando el sol. Como el marco
en una pintura que todavía se está secando. Faltan
las últimas pinceladas, y al final una imagen:
es la naturaleza muerta quien siempre nos define.
de ¿Elegías Centroeuropeas?







3

¿Cuál es la diferencia en la provincia?
El tiempo se detiene largamente, con letargo,
y no quiere despertar de su sopor.
El río, estrecho, baja como una serpiente
en plena digestión. Es un engaño el cuerpo
que pasa por las anillas. Una visión.
La ciudad termina pronto, como si el círculo
del compás se hubiese cerrado demasiado.

Esto es la vida en la provincia, imágenes
de pálidos reflejos. No necesitas ninguna
lupa, todo está ya aumentado hasta un límite.
El de las calles como cortes en guillotinas.
El de castillos que se erigen en colinas,
confines de la ciudad. El que marcan tus propios
pasos, cuando se detienen de repente
porque el espacio ha terminado en un vacío.







5

El café es el símbolo. Sólo aquí
las conversaciones son posibles.
Rodeado de una madera que alimenta
la carcoma omnipresente. Como la entrada
de un ejército hambriento después de un sitio
interminable. En medio de un decorado
en una película de los años 60. Delante
de una bebida que destila el color del lugar.

Las conversaciones toman cuerpo
y se condensan como los tres dedos de la taza.
Se vuelven negras y amargas.
Terminaran con un trago breve.
Ningún placer, ningún sabor. Sólo el líquido
que recorre las paredes de los conductos.
Un flujo de lava que escalda
el curso de cualquier conversación.





6

Es necesario el tranvía. El animal
de la ciudad. Un tintineo que avisa
del peligro inminente. Las vías,
dos caminos que no divergen.
No es necesario elegir, y así
no habrá ninguna diferencia.
El camino es siempre el más transitado,
no hay posibilidad de pérdida.

Destartalados, y viejos, cuentan los años
con los hundimientos en el asfalto.
Como la ciudad. La renovación aquí
no tiene parada, no se abrirán las puertas.
Y arriba, la telaraña que rodea
todo el centro. Cables que se cruzan
como figuras imaginarias. Signos
que saben cómo atrapar sus presas.





8

La gran eclosión, el punto álgido desde un siglo
de curvas que se enroscan como serpientes para
asfixiar a su presa. El intento de llenar el vacío.
Todo es la búsqueda del barroco en una hilera
de iglesias y de calles tortuosas que te conducen
al destino de todas las provincias. La derrota
que adquiere el color verde de las volutas. Una
capa de óxido sumergida en los eternos ríos.

Si coges un mapa de los países inexistentes
verás como aquí la forma es la espiral.
Una línea que circunda en sí misma para llegar
a un centro imaginario. De esta manera es cómo
hay que recorrer sin descanso las ciudades.
El vértigo del mareo en el momento de perder
los puntos de principio y final. Saber que el centro
significa una nueva curva. Para llenar el vacío.








15

Los meses fríos son un vidrio deslizante
que deforma todas las figuras. Tu cara
se ve como un pálido reflejo de la luna
en una noche de niebla. Crea unas bambalinas
donde todo es posible: el horror de encontrarse
delante de uno mismo. Ésta se convierte en
la imagen real, como una moneda después
de un baño de vinagre. Un resplandor agrio.

Tan sólo falta la nieve. Los cristales de los copos
que se adentran en los surcos del rostro.
Como una hoja de afeitar oxidada. Y en el suelo
tus propios pasos que conducen a un destino
borrado. Hay que recorrer todo el camino
sin descanso. Y no queda ninguna huella,
tan sólo el blanco en la retina, persistente.
Como la imagen ilusoria del imperio.






de POEMAS NUEVOS


I

Desnudas las paredes, desnudos los muebles, como bloques de hielo,
cámaras ocultas, desnudos los libros, al abrirlos, las hojas
destacan su blancura, como una sábana después de la colada,
sin rastros, se han escapado las palabras, los puntos, las comas,
los signos que ahora vuelvo a modelar para crear tu imagen.
Se destaca. Sonríe. Y prefigura la plenitud.

II

Solos los pensamientos, como un lápiz
en la mesa, no escriben ninguna línea,
ninguna palabra, tan sólo la mina olvidada,
negra, deja polvillo. Y al descubrirlo, lees
una imagen. Porque todos los signos son símbolos
de la misma imagen. Dibujada en los pensamientos.
Para acortar una distancia. Para llegar a ti.
Retiras el polvillo, y ves un gravado
que el pensamiento ha dejado impreso. Tu imagen
otra vez. Una seriación. Para multiplicarte en mí.





Silencio detrás de las ventanas, sólo algún tren
con su silbido, como el grito de un niño, llega
hasta ti. Para anunciarte en la multiplicación
del silencio. Para sumirte en los pensamientos.

La tv. emite imágenes mudas. Una realidad
fingida, unas bocas que se mueven a destiempo.
La lámpara en la habitación agiganta las sombras
de mis manos buscándote por todos sitios.

Los pasos, en el trayecto del baño a la cama,
resuenan como campanadas en una plaza vacía.
Todas buscan su camino. Y los pies lo saben.
Poder llegar hasta la línea de tu cuerpo.

Silencio detrás de las ventanas, imágenes mudas,
un silbido, unas bocas abiertas, unos pasos,
unas campanadas, una lámpara, una plaza, un grito:
me lleno hasta derramarme en tu presencia.








SOMBRAS

La luz en el escritorio es tenue. Tan sólo
proyecta sombras en los objetos apenas
vistos. Los diccionarios, joyeros empolvados
que esconden sentidos aún no descubiertos.
Los bolígrafos, que nunca acabarán
de escribir lo que les queda de vida,
en la tinta que se secará antes de que tengan
tiempo de formular un deseo en el papel.

Todo lo demás queda en penumbra, los sofás
que tal vez ya no recuerden el peso de los cuerpos.
El armario, privado de pensamientos, con maletas
vacías. Recuerdos de muchos viajes y de promesas
que todavía tienen que llegar. El techo alto, nadie
ha pensado a rebajarlo. Se escapa el frío
y no deja pasar ninguna migaja de calor. Es allí
donde las sombras se persiguen sin atraparse.

Y el ordenador, lo único que queda iluminado,
las teclas con las que lleno la blanca pantalla.
No, no tengo los dedos negros de tinta, ya no.
En los dedos tan sólo quedan las pulsaciones,
los golpes que repercuten en el vacío, un recuerdo
de caricias, de puntos que llegan hasta un cuerpo.
Los dedos ya no se ensucian de tinta para escribir
un poema, sino de sombras. Las de tu ausencia.









MOVIMIENTO

Ha llovido con fuerza toda la noche.
El ruido de las gotas al chocar
ha desvelado a los sueños que se perdían
en arroyos de un agua demasiado límpia.
Abajo el agua y los sueños. Contrapunto
de una existencia que se ha detenido
en un tiempo que lo termina definiendo.
Como un metrónomo en un mueble antiguo.

Las horas que no marcan el compás
se suceden, primero como hermanas de luto,
y después como manecillas muertas.
Se levanta la mañana, ni rastro de la lluvia.
Las calles secas, y el sol que resplandece
cuando el reflejo atrapa el bronce lleno
de verdín de los tejados. Tan sólo un insecto
puede adaptarse a estos cambios constantes.

Así empieza otro día, claro, limpio,
resplandeciente, fugaz como una estrella
que antes de que puedas formular un deseo
desaparece en la combustión.
Un solo instante, la curvatura rápida
para llevarse los segundos. La luz que cierra
un camino desaprendido en la oscuridad.
La lluvia, el sol borran los señales.









RECUERDO

El día se ha entristecido, la lluvia marca el compás
de las líneas negras como en un pentagrama.
Un pentagrama vacío de notas, no hay blancas,
ni negras, corcheas, semicorcheas, fusas, semifusas,
bemoles que den el sentimiento triste de la mañana.

Tan sólo hay estas palabras en el día, gris
como las palomas que ni se acercan a la ventana.
No tienen sobras de comida en ningún sitio, sólo agua.
Las gotas que resbalan por el vidrio. Crean
un nuevo lenguaje donde es difícil cobijarse.

A todo das sentido. A todo. A las líneas del pentagrama
del día, entre rayos amedrentados. La iluminación
fugaz. Un instante como una semicorchea perdida
en el vidrio. Ves cómo bajan las gotas, lentas.
Lento es el recuerdo. El recuerdo de ti.
Desvaneciéndose.
Una semicorchea.


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