domingo, 12 de diciembre de 2010

JOSÉ MARÍA EGUREN [2.432]


José María Eguren

José María Eguren Rodríguez (n. Lima, Perú; 7 de julio de 1874 – n. Lima, Perú; 19 de abril de 1942) fue un poeta, periodista, escritor, pintor y fotógrafo peruano. Entre sus obras las más destacadas fueron Simbólicas y La Canción de las figuras.

Nació en Lima el 7 de Julio de 1874.Fue hijo de doña Eulalia Rodríguez Hercelles y de don José María Eguren y Cáceda, siendo bautizado el mismo día de su nacimiento en la parroquia San Sebastián. Por su precaria salud, fue débil y enfermizo desde pequeño. De niño y adolescente pasó largas temporadas en el campo, en las haciendas Chuquitanta y Pro, donde su padre era administrador y donde su familia se refugió lejos de los estragos de la guerra del Pacífico y sobre todo de la ocupación de Lima. Es posible que esta experiencia inmediata con la naturaleza refinara sus sentidos, lo que luego imprimió en su poesía. Realizó estudios escolares tardíamente desde 1884 en el Colegio de la Inmaculada (Lima) de los padres jesuitas, y luego en el Instituto Científico de Lima. Tiempo después abandonó los estudios regulares, por lo que tuvo una formación autodidacta, inculcada por su hermano mayor Jorge.

Más tarde, en 1897, se traslada al distrito de Barranco, luego del fallecimiento de sus padres y dispersada la familia, junto a sus hermanas mayores Susana y Angélica (quienes permanecieron toda su vida solteras) y de las que nunca se separaría. Barranco era una tranquila villa-balneario junto al mar y próxima a Lima, donde residirá en paz y sosiego absolutos durante más de treinta años, donde recibía a sus amigos y discípulos, como los poetas Martín Adán y Emilio Adolfo Westphalen.

Por los mismos motivos de salud, compensará esa deficiente educación con la lectura voraz, primero de escritores y poetas románticos y modernistas, como Julio Herrera y Reissig; y luego de poetas decadentistas y simbolistas europeos, principalmente franceses, como Baudelaire, Verlaine, Mallarmé, pero también D'Annunzio y Edgar Allan Poe; de la literatura para niños (hermanos Grimm, Andersen); y de los grandes maestros del prerrafaelismo y el esteticismo inglés (Ruskin, Rossetti, Wilde). Todos ellos dejaron de alguna manera huella, pero muy asimilada y personal, en su obra de creación y en su pensamiento estético.

Desde temprano, Eguren colabora con poemas en las revistas de la época: en 1899 publica, por consejo de su amigo José Santos Chocano, sus primeros poemas en las revistas Lima Ilustrada y Principios. Luego en publicaciones de la década de 1910, como Contemporáneos, La Noche, Cultura, Colónida, (revista esta donde recibió homenaje por parte de los poetas Abraham Valdelomar y Alberto Hidalgo); y en los años veinte en Amauta, El Mercurio Peruano, Prometeo, Presente, Social, Boletín Bibliográfico de la Universidad de San Marcos, Variedades y Mundial.

Es así que en 1911, animado por sus amigos los poetas Enrique Bustamante y Ballivián, Julio A. Hernández, y con el entusiasmo del maestro Manuel González Prada, Eguren publica su primer libro capital: Simbólicas, que significó el nacimiento de la poesía peruana contemporánea. El libro fue celebrado por mucho, con la excepción de un ataque malévolo por parte de Clemente Palma. En 1916, con la publicación de La canción de las figuras, se cimentó su prestigio, no solo en el Perú sino en el extranjero.


César Vallejo, 1929.

En marzo de 1918, César Vallejo le hizo una célebre entrevista, como corresponsal del semanario trujillano La Semana, en la que Eguren dice al inicio, entre otras cosas:

¡Oh, cuánto hay que luchar; cuánto se me ha combatido! Al iniciarme, amigos de alguna autoridad en estas cosas, me desalentaban siempre. Y yo, como usted comprende, al fin empezaba a creer que me estaba equivocando. Sólo, algún tiempo después, celebró González Prada mi verso.
Desde Lima: Con José María Eguren
Se dedicó también, intensa y continuamente, a la pintura, y fue un artista plástico de gran interés que plasmó en sus acuarelas y dibujos, las figuras y motivos enigmáticos de su misma poesía. De hecho, participó tempranamente en una exposición en el año de 1892. Su obra plástica fue alabada, entre otros, por el crítico más importante de la época: Teófilo Castillo. Eguren también se dedicó a la fotografía, para lo cual construyó una pequeña cámara fotográfica, con la que retrató a amigos y familiares.

En 1928, Martín Adán publica La casa de cartón, con dedicatoria "a José María Eguren". En 1929, cuando ya estaba olvidado por el canon literario peruano, la revista Amauta organiza un homenaje a Eguren, en el número 21, en el que colaboran con ensayos y poemas ilustres escritores como José Carlos Mariátegui (quien ya le había dedicado un estudio en su libro Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana), Jorge Basadre, Xavier Abril, Gamaliel Churata, Carlos Oquendo de Amat, María Wiesse, entre otros. Además, Mariátegui editó ese mismo año, dentro de su Biblioteca Amauta, el tomo Poesías de Eguren, que era una selección extensa de sus cuatro libros de poemas: a los dos primeros editados por el mismo poeta, se añadían los hasta en ese momento inéditos Sombra y Rondinelas. Tiempo después, en 1930, el crítico peruano Estuardo Núñez presentó su tesis en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos titulada La poesía de Eguren, que luego fue publicado en libro (1932), y que se constituyó en el primer estudio riguroso sobre la obra poética de Eguren.

Para sustentarse económicamente, Eguren inició en enero de 1930 la publicación de prosas de carácter principalmente ensayísticos en revistas y periódicos de la época (como La Revista Semanal, El Comercio y La Prensa), las cuales luego fueron reunidas bajo el nombre general de Motivos, como fue el título de una de los primeros de aquellos textos, y que se constituye como su último libro redactado en vida, ya que por esos años Eguren ya no escribía poesía.

Por su situación precaria, Eguren ya en edad avanzada, gracias a las gestiones de su amigo el poeta José Gálvez Barrenechea y a la sazón ministro de Instrucción, aceptó en 1931 un cargo como director de Bibliotecas y Museos Escolares del Ministerio de Instrucción (luego, Ministerio de Educación), hasta 1940. Por ello, a veces debía caminar desde el Centro de Lima hasta Barranco, sobre todo recorriendo a pie toda la extensión de la avenida Arequipa, como alguna vez lo atestiguó en una crónica el escritor Ciro Alegría.

Gabriela Mistral, años '50.

En 1938, recibió la visita, a su paso por Lima rumbo a Nueva York, de la poeta Gabriela Mistral, su fiel admiradora desde Simbólicas.

En junio de 1941, por comunicación de José de la Riva Agüero, Eguren fue elegido tardíamente como miembro de la Academia Peruana de la Lengua. Sin embargo, debido a su precaria salud, no pudo leer su discurso de aceptación ni ejercer el cargo. El reconocimiento oficial de quienes lo ignoraron durante décadas, llegada demasiado tarde, pues a Eguren le quedaba casi un año más de vida.

Eguren, ya en su vejez, se trasladó (junto a sus hermanas mayores) a una casa de la avenida Colmena en el Centro de Lima, a cinco cuadras de la Plaza San Martín, al tener que vender la propiedad en Barranco. Ahí, bajo el cuidado de su amiga la artista plástica Isabel de Jaramillo "Isajara", falleció José María Eguren el 19 de abril de 1942. Sus restos descansan en el Cementerio Presbítero Matías Maestro.

Características de su obra

José María Eguren es el único representante del Simbolismo en el Perú; es decir, del simbolismo tardío que se desarrolló posteriormente al Modernismo.

En sus trabajos sugiere ambientes irreales cargados de significaciones , liberando al poema de toda connotación objetiva. Su trabajo tiene gran importancia, ya que se considera como el que inaugura la poesía contemporánea en el Perú.

A Eguren se le atribuye uno de los roles más decisivos para la iniciación de la tradición de la poesía moderna peruana, la que después se consolidaría mundialmente con la presencia e influencia que ejerce la profunda e intensa poesía de César Vallejo. Mariátegui dijo de Eguren que "representa en nuestra historia literaria la poesía pura".

Su poesía está desligada de la realidad.

Según Mariátegui, "representa en nuestra literatura a la poesía pura; porque su poesía no tiene máculas ideológicas, morales, religiosas o costumbristas e ignora lo erótico y lo civil".
Con Simbólicas (1911), su primer libro de poesía, inaugura la poesía contemporánea del Perú: "Deja atrás a los melifluos versos románticos y el sonsonete clarinesco del Modernismo".
Eligió un vocablo preciso y sugerente, lirismo profundo, lenguaje musical, ensueños, visiones infantiles y alucinatorias. Pero la característica principal (de Simbólicas) la constituye su mundo medieval visto a través de lo gótico.

Obras

Poesía

Primeras ediciones

Simbólicas Lima: Tipografía de La Revista, 1911.
La canción de las figuras. Prólogo de Enrique A. Carrillo. Lima: Tipografía y Encuadernación de la Penitenciaría, 1916.
Poesías. Incluye: Simbólicas, La canción de las figuras, Sombra y Rondinelas. Lima: Editorial Minerva – Biblioteca Amauta, 1929.

Poemas extensos

"Visiones de enero". Publicado en el Homenaje a la Independencia del Perú, en: revista Mundial, Lima, No. 167, 27 de julio de 1923.
Campestre. Introducción y notas de Ricardo Silva-Santisteban. Lima: Ediciones de La Rama Florida, 1969.

Antologías

Sus mejores poesías. En: Boletín Bibliográfico de la Universidad de San Marcos , Vol. I, No. 15, Lima, diciembre 1924. Selección de Pedro S. Zulen. Estudio crítico por Enrique Bustamante y Ballivián, pp. 207-224.
Poesías. Presentación de Manuel Beltroy. Lima: Compañía de Impresiones y Publicidad – Colección Antología Peruana, 1944.
Poesías escogidas. Selección de Manuel Scorza. Prólogo de José Carlos Mariátegui. Lima: Patronato del Libro Peruano, 1957.
Antología. Selección. Prólogo y notas de Julio Ortega. Lima: Editorial Universitaria, [1966].
Primeros poemas: Simbólicas. Anotaciones de Luis Miranda E. Huancayo: Universidad Nacional del Centro del Perú, 1970.
Antología poética de José María Eguren. Selección y prólogo de Américo Ferrari. Valencia: Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo, 1972.
Antología poética. Nota y selección de Manuel Mejía Valera. México, D. F.: Comunidad Latinoamericana de Escritores, 1974.
De Simbólicas a Rondinelas. Antología. Edición de Gema Areta. Madrid: Visor de Poesía, 1992.
El cazador de figuras. Antología poética. Selección y prólogo de Jorge Eslava. Lima: Ediciones Alfaguara - Serie Roja, 2009. ISBN 978-6124-0390-34
Antología comentada. Selección, prólogo ("José María Eguren"), cronología y bibliografía de Ricardo Silva-Santisteban. Lima-Ica: Academia Peruana de la Lengua – Biblioteca Abraham Valdelomar, julio 2012. 766 pp. (Colección Escrito en el Agua; 1). ISBN 978-9972-2993-7-7 [Contiene: "J. M. Eguren", "Esta edición", cronología, una selección de poemas y prosas de sus diversos libros comentados por varios ensayistas peruanos y extranjeros, noticias sobre los ensayistas, y bibliografía de y sobre J. M. Eguren].

Obra poética

Poesías completas. Presentación de Delfín A. Ludeña. Nota preliminar de Jorge Basadre. Estudio crítico de Manuel Beltroy. Barranco, Lima: Colegio Nacional de Varones José María Eguren, 1952.
Poesías completas. Recopilación, prólogo y notas de Estuardo Núñez. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1961.
Poesías completas y Prosas selectas. Recopilación, introducción y notas de Estuardo Núñez. Lima: Editorial Universo, 1970.
Obra poética completa. Prólogo de Luis Alberto Sánchez. Lima: Editorial Milla Batres, 1974.
Obra poética. Motivos. Prólogo, cronología y bibliografía por Ricardo Silva-Santisteban. Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho – Colección Clásica No. 228, 2005.
El Andarín De La Noche. Obra poética completa. Edición, prólogo y notas de Juan Manuel Bonet. Madrid: Huerga y Fierro Editores – Colección Signos, 2008.

Prosa

Motivos estéticos. Recopilación, prólogo y notas de Estuardo Núñez. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1959.
La sala ambarina. Lima: Ediciones de La Rama Florida, 1969.
Poesías completas y Prosas selectas. Recopilación, introducción y notas de Estuardo Núñez. Lima: Editorial Universo, 1970.
Motivos. Buenos Aires: Editorial Leviatán – Colección Poesía Mayor No. 14, 1998.
Obra poética. Motivos. Prólogo, cronología y bibliografía por Ricardo Silva-Santisteban. Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho - Colección Clásica No. 228, 2005.
Motivos. Edición, prólogo y notas de Juan Manuel Bonet. Madrid: Huerga y Fierro Editores – Colección Signos Versión Celeste, 2008.
Motivos. Con 40 fotografías del poeta. Edición y prólogo de Ricardo Silva-Santisteban. Lima-Ica: Biblioteca Abraham Valdelomar - Leonidas Cevallos Editor - Colección Clásicos de la Provincia 6, 2014.

Obras completas

Obras completas. Edición, prólogo y notas de Ricardo Silva-Santisteban, Lima: Mosca Azul Editores, 1974. 550 pp. [Incluye: Simbólicas, La canción de las figuras, Sombra, Visiones de enero, Rondinelas, Campestre, poemas no recogidos en libro, poemas circunstanciales, Motivos, La sala ambarina, otras prosas, correspondencia, entrevistas, reseñas de la época y bibliografía de y sobre el autor].
Obras completas. Edición, prólogo, notas, bibliografía y dirección de la edición por Ricardo Silva-Santisteban. Estudio y catálogo de la obra plástica y fotográfica de Eguren por Luis Eduardo Wuffarden. Fotografías de Daniel Giannoni. Lima: Banco de Crédito del Perú, 1997. 731 pp. (Biblioteca Clásicos del Perú; 7). [Edición aumentada de la publicada en 1974].

Traducciones a otros idiomas

Simboliche. A cura di Roberto Paoli. Edición bilingüe. Bolonia: Il Libri di in Forma di Parole/Marietti, 1991. [Prólogo: “Eguren tra elegia e parodia”, pp. 7-37].




Portada de la 2da ed. de “Colónida”en la que figura José María Eguren.


MARCHA FÚNEBRE DE UNA MARIONNETTE 

Suena trompa del infante con aguda melodía… 
La farándula ha llegado a la reina Fantasía; 
Y en las luces otoñales se levanta plañidera 
La carroza plañidera. 

Pasan luego, a la sordina, peregrinos y lacayos 
Y con sus caparazones los acéfalos caballos; 
Van azul melancolía 
La muñeca. ¡No hagáis ruido!; 
Se diría, se diría 
Que la pobre se ha dormido. 

Vienen túmidos y erguidos palaciegos borgoñones 
Y los siguen arlequines con estrechos pantalones. 
Ya monótona en litera 
Va la reina de madera; 
Y Paquita siente anhelo de reír y de bailar, 
Flotó breve la cadencia de la murria y la añoranza; 
Suena el pífano campestre con los aires de la danza. 

¡Pobre, pobre marionnette que la van a sepultar! 
Con silente poesía 
Va un grotesco Rey de Hungría 
Y los siguen los alanos; 





Canción cubista 

Alameda de rectángulos azules. 

La torre alegre 
del dandy. 

Vuelan 
mariposas fotos. 

En el rascacielos 
un gallo negro de papel 
saluda la noche. 

Más allá de Hollywood, 
en tiniebla distante 
la ciudad luminosa, 
de los obeliscos 
de nácar. 

En la niebla 
la garzona 
estrangula un fantasma. 





El andarín de la noche 

El oscuro andarín de la noche 
detiene el pasa junto a la torre, 
y al centinela 
le anuncia roja, cercana la guerra. 

Le dice al viejo de la cabaña 
que hay batidores en la sabana; 
sordas linternas 
en los juncales y oscuras sendas. 

A las ciudades capitolinas 
va el pregonero de la desdicha; 
y en la tiniebla 
del extramuro, tardo se aleja. 

En la batalla cayó la torre; 
siguieron ruinas, desolaciones; 
canes sombríos 
buscan los muertos en los caminos. 

Suenan los bombos y las trompetas 
y las picotas y las cadenas; 
y nadie ha visto, por el confín; 
nadie recuerda 
al andarín. 




El bote viejo 

Bajo brillante niebla, 
de saladas actinias cubierto, 
amaneció en la playa, 
un bote viejo. 

Con arena, se mira 
la banda de sus bateleros, 
y en la quilla verdosos 
calafateos. 

Bote triste, yacente, 
por los moluscos horadado; 
ha venido de ignotos 
muelles amargos. 

Apareció en la bruma 
y en la armonía de la aurora; 
trajo de los rompientes 
doradas conchas. 

A sus bancos remeros, 
a sus amarillentas sogas, 
viene los cormoranes 
y las gaviotas. 

Los pintorescos niños, 
cuando dormita la marea 
lo llenan de cordajes 
y de banderas. 

Los novios, e la tarde, 
en su alta quilla se recuestan; 
y a los vientos marinos, 
de amor se besan. 

Mas el bote ruinoso 
de las arenas del estuario, 
ansía los distantes 
muelles dorados. 

Y en la profunda noche, 
en fino tumbo abrillantado, 
partió el bote muriente 
a los botes lejanos. 




El dominó 

Alumbraron en la mesa los candiles, 
moviéronse solos los aguamaniles, 
y un dominó vacío, pero animado, 
mientras ríe por la calle la verbena, 
se sienta iluminado, 
y principia la cena. 

Su claro antifaz de un amarillo frío 
da los espantos en derredor sombrío 
esta noche de insondables maravillas, 
y tiende vagas, lucífugas señales 
a los vasos, las sillas 
los ausentes comensales. 

Y luego en horror que nacarado flota, 
por la alta noche de voluntad ignota, 
en la luz olvida manjares dorados, 
ronronea una oración culpable, llena 
de acentos desolados, 
y abandona la cena. 




Favila 

En la arena 
se ha bañado la sombra 
una, dos 
libélulas fantasmas... 

Aves de humo 
van a la penumbra 
del bosque. 

Medio siglo 
y en el límite blanco 
esperamos la noche. 

El pórtico 
con perfume de algas, 
el último mar. 
En la sombra 
Ríen los triángulos. 





La canción del regreso 

Mañana violeta. 

Voy por la pista alegre 
con el suave perfume 

Del retamal distante. 
En el cielo hay una 
guirnalda triste. 

Lejana duerme 
la ciudad encantada 
con amarillo sol. 

Todavía cantan los grillos 
trovadores del campo 
tristes y dulces 
señales de la noche pasada; 

Mariposas oscuras 
muertas junto a los faroles; 

En la reja amable 
una cinta celeste; 
tal vez caída 
en el flirteo de la noche. 

Las tórtolas despiertan, 
tienden sus alas; 
las que entonaron en la tarde 
la canción del regreso. 

Pasó la velada alegre 
con sus danzas 

Y el campo se despierta 
con el candor; un nuevo día. 

Los aviones errantes, 
las libélulas locas 
la esperanza destellan. 

Por la quinta amanece 
dulce rondó de anhelos. 

Voy por la senda blanca 
y como el ave entono, 

Por mi tarde que viene 
la canción del regreso. 





La dama I 

La dama I, vagorosa 
en la niebla del lago, 
canto las finas trovas, 

va en su góndola encantada 
de papel a la misa 
verde de la mañana. 

Y en su ruta va cogiendo 
las dormidas umbelas 
y los papiros muertos. 

Los sueños rubios de aroma 
despiertan blandamente 
su sardana en las hojas. 

Y parte dulce, adormida, 
a la borrasca iglesia 
de la luz amarilla. 




La luz de Varsovia 

Y en la racha que sube a los techos 
se pierden, al punto, las mudas señales, 
y al compás alegre de enanos deshechos 
se elevan divinos los cantos nupciales. 

Y en la bruma de la pesadilla 
se ahogan luceros azules y raros, 
y, al punto, se extiende como nubecilla 
el mago misterio de los ojos claros. 




La niña de la lámpara azul 

En el pasadizo nebuloso 
cual mágico sueño de Estambul, 
su perfil presenta destelloso 
la niña de la lámpara azul. 

Ágil y risueña se insinúa, 
y su llama seductora brilla, 
tiembla en su caballo la garúa 
de la playa de la maravilla. 

Con voz infantil y melodiosa 
con fresco aroma de abedul, 
habla de una vida milagrosa 
la niña de la lámpara azul. 

Con cálidos ojos de dulzura 
y besos de amor matutino, 
me ofrece la bella criatura 
un mágico y celeste camino. 

De encantación en un derroche, 
hiende leda, vaporoso tul; 
y me guía a través de la noche 
la niña de la lámpara azul. 




La Pensativa 

En los jardines otoñales, 
bajo palmeras virginales, 
miré pasar muda y esquiva 
la Pensativa. 

La vi en azul de la mañana, 
con su mirada tan lejana; 
que en el misterio se perdía 
de la borrosa celestía. 

La vi en rosados barandales 
donde lucía sus briales; 
y su faz bella vespertina 
era un pesar en la neblina... 

Luego marchaba silenciosa 
a la penumbra candorosa; 
y un triste orgullo la encendía, 
¿qué pensaría? 

¡Oh su semblante nacarado 
con la inocencia y el pecado! 
¡Oh, sus miradas peregrinas 
de las llanuras mortecinas! 

Era beldad hechizadora; 
era el dolor que nunca llora; 
¿sin la virtud y la ironía 
qué sentiría? 

En la serena madrugada, 
la vi volver apesarada, 
rumbo al poniente, muda, esquiva 
¡la Pensativa! 



Las bodas vienesas 

En la casa de las bagatelas, 
vi un mágico verde de rostro cenceño, 
y las cincidelas 
vistosas le cubren la barba de sueño. 

Dos infantes oblongos deliran 
y al cielo levantan sus rápidas manos, 
y dos rubias gigantes suspiran, 
y el coro preludian cretinos ancianos. 

Que es la hora de la maravilla; 
la música rompe de canes y leones 
y bajo chinesca pantalla amarilla 
se tuercen guineos con sus acordeones. 

Y al compás de los címbalos suaves, 
del hijo del Rino comienzan las bodas; 
con sus basquiñas enormes y graves 
preséntase mustias las primeras beodas. 

Y margraves de añeja Germania, 
y el rútilo extraño de blonda melena, 
y llega con flores azules de insanía 
la bárbara y dulce princesa de Viena. 

Y al dulzor de las virgíneas camelias 
van pos del cortejo la banda macrobia, 
y rígidas, fuertes, las tías Amelias; 
y luego cojeando, cojeando la novia. 




Lied I 

Era el alba, 
cuando las gotas de sangre en el olmo 
exhalaban tristísima luz. 

Los amores 
de la chinesca tarde fenecieron 
nublados en la música azul. 

Vagas rosas 
ocultan en ensueño blanquecino, 
señales de muriente dolor. 

Y tus ojos 
el fantasma de la noche olvidaron, 
abiertos a la joven canción. 

Es el alba; 
hay una sangre bermeja en el olmo 
y un rencor doliente en el jardín. 

Gime el bosque, 
y en la bruma hay rostros desconocidos 
que contemplan el árbol morir. 




Lied III 

En la costa brava 
suena la campana, 
llamando a los antiguos 
bajales sumergidos. 

Y como tamiz celeste 
y el luminar de hielo, 
pasan tristemente 
los bajales muertos. 

Carcomidos, flavos, 
se acercan bajando... 
y por las luces dejan 
oscuras estelas. 

Con su lenguaje incierto, 
parece que sollozan, 
a la voz de invierno, 
preterida historia. 

En la costa brava 
suena la campana 
y se vuelven las naves 
al panteón de los mares. 




Lied IV

La noche pasaba, , 
y al terror de las nébulas, sus ojos
inefables reían de tristeza. 

La muda palabra
en la mansión culpable se veía,
como del Dios antiguo la sentencia.

La funesta falta
descubrieron los canes, olfareando
en el viento la sombra de la muerta.

La bella cantaba,
y el florete durmióse en la armería
sangrando la piedad de la inocencia.




Lied V 

La canción del adormido cielo 
dejó dulces pesares; 
yo quisiera dar vida a esa canción 
que tiene tanto de ti. 

Ha caído la tarde sobre el musgo 
del cerco inglés, 
con aire de otro tiempo musical. 

El murmullo de la última fiesta 
ha dejado colores tristes y suaves 
cual de primaveras oscuras 
y listones perlinos. 

Y las dolidas notas 
han traído la melancolía 
de las sombras galantes 
al dar sus adioses sobre la playa. 

La celestía de tus ojos dulces 
tiene un pesar de canto, 
que el alma nunca olvidará. 

El ángel de los sueños te ha besado 
para dejarte amor sentido y musical 
y cuyos sones de tristeza 
llegan al alma mía, 
como celestes miradas 
en esta niebla de profunda soledad. 

¡Es la canción simbólica 
como un jazmín de sueño, 
que tuviera tus ojos y tu corazón! 
¡Yo quisiera dar vida a esta canción! 




Los reyes rojos 

Desde la aurora 
combaten los reyes rojos, 
con lanza de oro. 

Por verde bosque 
y en los purpurinos cerros 
vibra su ceño. 

Falcones reyes 
batallan en lejanías 
de oro azulinas. 

Por la luz cadmio, 
airadas se ven pequeñas 
sus formas negras. 

Viene la noche 
y firmes combaten foscos 
los reyes rojos. 




Antigua

De la herbosa brillante hacienda
en la capilla colonial,
se veían los lamparines
cerca de enconchado misal.
Y en solitarias hornacinas
de vetusto color añil,
cuatro madonas lineales
óleos de negro marfil.
Y su retablo plateresco
sus columnas de similor,
estaban mustias, verdinosas
por el tiempo deslustrador.
Y los pesados balaustres
e incrustaciones de carey
eran de años religiosos
quizá del último virrey.
Era obra de antiguos jesuitas,
techo de roble y alcanfor
que despedía de murciélago
un anciano y mustio olor.
Sus caprichosos ventanales
veían pesebre y pancal
donde trinaban golondrinas
al balido del recental.
Oíamos arrodillados
los niños desde el coril
la misa llena de murmurios
y de fresco aroma cerril.
Divisábamos cerro alegre,
por el antiguo tragaluz,
la murmuradora compuerta
y los sauces llenos de luz.
Y llegar oímos un coche
de híspidos galgos al rumor;
dos huéspedes se acercaron
y una niña de Van Dyck flor.
Estaba de blanco vestida,
con verde ceñidor gentil,
su cabello olía a muñeca
y a nítido beso de abril.
Diamante era en luces añosas,
luz en cofre medioeval,
acallaba aroma de cirio
con su perfume matinal.
Y nos miraba dulcemente
con primaveril sensación,
junto al melodio desflautado
que era de insectos panteón.
Relinchaban en el pesebre
el picazo y el alazán;
soñamos pasear con ella
a la luz del día galán.
Llevarla ofrecimos, fugaces
por la toma, por el jardín,
por la cerrada vieja colca
y por de la hacienda el confín.
Sus mejillas se coloreaban
con primaveral multiflor,
sus lindos ojos se dormían
al áureo y tibio resplandor.
Y nos hablaba con dulzura
y cariñosa inquietud;
cundían sueños plateados
al ígneo sol de juventud.
Sonó la campanilla clara
seguida de dulce rumor
de los tábanos. Nuestros padres,
los de ella oraban con fervor.
Al lado, con grandes espuelas,
rezaba ronco el caporal,
y también los peones que saben
misterios del cañaveral.
La acequia de cal y canto
que iba del estanque al jardín,
nos llamaba con el ensueño
de madreselva y de jazmín.
Correr ansiamos con la niña
y en camelote navegar,
para sentir, al aire verde,
un repentino naufragar.
Y salvarnos en la isla rosa,
vivienda del insecto azul,
como en el árbol de los cuentos
donde canta el dulce bulbul.
O llegar a la gruta vistosa
con los brillos del zacuaral,
que habita el hada del estanque,
que es una garza virreinal.
Mas ella lanzó agudo grito
a un pajizo reptil zancón,
y los orantes la rodearon
blancos de desesperación.
En su cara sombras de muerte
y de amargura descubrí:
tenía en la pierna celeste
un negro y triste rubí.




El caballo

Viene por las calles,
a la luna parva,
un caballo muerto
en antigua batalla.

Sus cascos sombríos...
trepida, resbala;
da un hosco relincho,
con sus voces lejanas.

En la plúmbea esquina
de la barricada,
con ojos vacíos
y con horror, se para.

Más tarde se escuchan
sus lentas pisadas,
por vías desiertas
y por ruinosas plazas.



El cuarto cerrado

Mis ojos han visto
el cuarto cerrado;
cual inmóviles labios su puerta...
está silenciado!...
Su oblonga ventana, como un ojo abierto,
vidrioso me mira;
como un ojo triste,
con mirada que nunca retira
como un ojo muerto.
Por la grieta salen
las emanaciones
frías y morbosas;
¡ay, las humedades como pesarosas
fluyen a la acera:
como si de lágrimas,
el cuarto cerrado un pozo tuviera!
Los hechos fatales
nos oculta en su frío reposo...
¡cuarto enmudecido!
¡cuarto tenebroso
con sus penas habrá atardecido
cuántas juventudes!
¡oh, cuántas bellezas habrá despedido!
¡cuántas agonías!
¡cuántos ataúdes!
Su camino siguieron los años,
los días;
galantes engaños
y placenterías...;
en el cuarto fatal, aterido,
todo ha terminado;
hoy sus sombras el ánima oprimen:
¡y está como un crimen
el cuarto cerrado!




El dolor de la noche

Cuando tiembla la noche tardía
en los arenales y los campos negros,
se oyen voces dolientes, lejanas,
detrás de los cerros.
¡Es el canto del bosque perdido,
con la gama antigua de silvestres notas,
o el gemir del turbón ignorado,
por vegas y sombras!
¡O el distante clamor de las fieras
que en las pampas brunas
y en las lomas y campos eriales
envían al hombre sus iras nocturnas!
¡El coro que sube remoto  a los cielos
será de la muerte la roja palabra
o el clamor de ciudad brilladora
que se hunde, se apaga!
¡El rondó que triste
las pendientes dormidas circunda:
el grito del odio será de los montes,
será de las tumbas!
Cuando se obscurecen las bromas erguidas
en los arenales y los  campos negros,
cómo suena el dolor de la noche
¡detrás de los cerros!




El estanque

¡El verde estanque de la hacienda,
rey del jardín amable,
está en olvido
miserable!
En las lejanas, bellas horas
eran sus linfas cantadoras,
eran granates y auroras,
a campánulas y jazmines
iban insectos mandarines
con lamparillas purpuradas,
insectos cantarines
con las músicas coloreadas;
mas, del jardín, en la belleza
mora siempre arcana tristeza:
como la noche impenetrable,
como la ruina miserable.
Temblaba Vésper en los cielos,
gemían búhos paralelos
y, de tarde, la enramada
tenía vieja luz dorada;
era la hora entristecida
como planta por nieve herida;
como el insecto agonizante
sobre hojas secas navegante.
Clara, la niña bullidora,
corrió a bañarse en linfa mora,
para ir luego a la fiesta
de la heredad vecina;
ya a su oído llegaba orquesta
de violín, piano y ocarina.
Brilló un momento, anaranjada,
entre la sombra perfumada,
con las primeras sensaciones
del sarao de orquestaciones.
¡Oh! en la linfa funesta y honda
fue a bañarse la virgen blonda;
de los amores encendida,
la mirada llena de vida. ..
¡EI verde estanque de la hacienda,
rey del jardín amable,
hoyes derrumbe
miserable!




La muerta de marfil

Contemplé, en la mañana,
la tumba de una niña;
en el sauce lloroso gemía tramontana,
desolando la amena, brilladora campiña.
Desde el túmulo frío, de verdes oquedades,
volaba el pensamiento
hacia la núbil áurea, bella de otras edades,
ceñida de contento.
Al ver oscuras flores,
libélulas moradas, junto a la losa abierta,
pensé en el jardín claro, en el jardín de amores,
de la beldad despierta.
Como sombría nube, al ver la tumba rara,
de un fluvión mortecino en la arena y el hielo,
pensé en la rubia aurora de juventud que amara
la niña, flor de cielo.
Por el lloroso sauce, lilial música de ella,
modula el aura sola en el panteón de olvido.
Murió canora y bella;
y están sus restos blancos como el marfil pulido.




La niña de la lámpara azul

En el pasadizo nebuloso
cual mágico sueño de Estambul,
su perfil presenta destelloso
la niña de la lámpara azul.

Ágil y risueña se insinúa,
y su llama seductora brilla,
tiembla en su cabello la garúa
de la playa de la maravilla.

Con voz infantil y melodiosa
en fresco aroma de abedul,
habla de una vida milagrosa
la niña de la lámpara azul.

Con cálidos ojos de dulzura
y besos de amor matutino,
me ofrece la bella criatura
un mágico y celeste camino.

De encantación en un derroche,
hiende leda, vaporoso tul;
y me guía a través de la noche
la niña de la lámpara azul.




La ronda de espadas

Por las avenidas
de miedo cercadas,
brilla en la noche de azules oscuros,
la ronda de espadas.

Duermen los postigos,
las viejas aldabas;
y se escuchan borrosas de canes
las músicas bravas.

Ya los extramuros
y las arruinadas
callejuelas, vibrante ha pasado
la ronda de espadas.

Y en los cafetines
que el humo amortaja,
al sentirla el tahúr de la noche,
cierra la baraja.

Por las avenidas
morunas, talladas,
viene lenta, sonora, creciente
la ronda de espadas.

Tras las celosías,
esperan las damas,
paladines que traigan de amores
las puntas de llamas.

Bajo los balcones
do están encantadas,
se detiene con súbito ruido
la ronda de espadas.

Tristísima noche
de nubes extrañas:
jay, de acero las hojas lucientes
se toman guadañas!

¡Tristísima noche
de las encantadas!



La sangre

El mustio peregrino
vio en el monte una huella de sangre:
la sigue pensativo 
en los recuerdos claros de su tarde.

El triste, paso a paso,
la ve en la ciudad, dormida, blanca,
junto a los cadalsos,
y al morir de ciegas atalayas.

El curvo peregrino
transita por bosques adorantes
y los reinos malditos,
y siempre mira las rojas señales.




Las torres

Brunas lejanías...;
batallan las torres
presentando
siluetas enormes.

Áureas lejanías...;
las torres monarcas
se confunden
en sus iras llamas.

Rojas lejanías...;
se hieren las torres;
purpurados
se oyen sus clamores.

Negras lejanías...;
horas cenicientas
se obscurecen
¡ay, las torres muertas!



Los ángeles tranquilos

Pasó el vendaval; ahora,
con perlas y berilos,
cantan la soledad aurora
los ángeles tranquilos.

Modulan canciones santas
en dulces bandolines;
viendo caídas las hojosas plantas
de campos y jardines.

Mientras sol en la neblina
vibra sus oropeles,
besan la muerte blanquecina
en los Saharas crueles.

Se alejan de madrugada,
con perlas y berilos,
y con la luz del cielo en la mirada
los ángeles tranquilos.



Los delfines

Es la noche de la triste remembranza;
en amplio salón cuadrado,
de amarillo iluminado,
a la hora de maitines
principia la angustiosa contradanza
de los difuntos delfines.
Tienen ricos medallones
terciopelos y listones;
por nobleza, por tersura
son cual de Van Dyck pintura;
mas, conservan un esbozo,
una llama de tristura
como el primo, como el último sollozo.
Es profunda la agonía
de su eterna simetría;
ora avanzan en las fugas y compases
como péndulos tenaces
de la última alegría.
Un Saber innominado,
abatidor de la infancia,
sufrir los hace, sufrir por el pecado
de la nativa elegancia.
y por misteriosos fines,
dentro del salón de la desdicha nocturna,
se enajenan los delfines
en su danza taciturna.



Los muertos

Los nevados muertos,
bajo triste cielo,
van por la avenida
doliente que nunca termina.

Van con mustias formas
entre las auras silenciosas:
y de la muerte dan el frío
a sauces y lirios.

Lentos brillan blancos
por el camino desolado;
y añoran las fiestas del día
y los amores de la vida.

Al caminar, los muertos una
esperanza buscan:
y miran sólo la guadaña,
la triste sombra ensimismada.

En yerma noche de las brumas
y en el penar y la pavura,
van los lejanos caminantes
por la avenida interminable.






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1 comentario:

  1. Buena compilation, saludos de Peru. Deberia haber traducciones de la obra de Eguren en ingles y otros. Felicitaciones

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