martes, 23 de septiembre de 2014

ESTEFANÍA GONZÁLEZ [13.421] Poeta de Asturias


Estefanía González

Nació en Grado, Asturias, en 1970. Es poeta y filóloga. 

Ha publicado: 

-Hierba de noche (Ediciones CGP, Madrid)
-Raíz encendida, Ed. La Baragaña, 2014




Todo en silencio
mientras se desmorona el castillo,
sus altas torres, las estancias
cerca del cielo, las montañas.
Menos el grito repetido.
Un pliegue de silencio
en el silencio.
Todo se cuela
como el viento helado por la grieta,
el castillo derrumbado.
Nunca los ángeles tuvieron miedo al dolor
antes de ser absorbidos
como flanes o gelatina,
como dibujos animados,
como relojes de arena,
retorcidos, estirados.
Me imagino que él,
el niño que mataron el sábado en el parque,
se metía un flan de un bocado en la boca
y luego reía como un surtidor,
y el mundo entero reía.
Todo silencio. Valle, río hondo
en el bosque, campanillas
y dientes de león.
Una fuente pequeña y roja
de silencio
en el silencio. ~





Fantasmas

No tengas miedo.
No es nada.

Son fantasmas.
Les gusta abrazar a los vivos.
Los enciende el roce de la carne.
Con los ojos cerrados esperan
a que pases a tientas
por el oscuro pasillo y
cada noche
te atraviesan.

Ya ves,
el éxtasis. ~





Amo las explanadas.
Si yo fuera un dictador oriental
mandaría construir una plaza
de un kilómetro y medio y plantaría
plátanos
alrededor.

Una plaza mate y limpia.
Me sentaría en el centro
en una sillita de mimbre, sola
bajo el cielo blanco.

Escucharía el viento
los crujidos de la tierra
ecos de pisadas ligeras.

Flotaría luego como una hoja
con los brazos abiertos. ~






ESTEFANÍA GONZÁLEZ - RAÍZ ENCENDIDA
Ed. La Baragaña, 2014




Está aquí
lo que a sí mismo se teme
y desesperadamente se disipa.
Fuerza que busca gastarse.

Está aquí lo que quiere
entrar en la noche
como quien se entrega a la muerte.
Perderse: sacrificarse.
Deshacerse en el mundo
como el rojo más grave

en dul cí si mas esporas.

Fuego que a sí mismo se quema.
fuego desamparado
que todo viento aviva.

          



El poema no cesa de morir.
A las dos líneas muere y nace de nuevo
como el día espiral.
Surgen estancias a su paso y son ya viejas.
Se deshace en los dedos
el poema.





Hay dos árboles cuajados de brotes blancos. Un grupo de frutales desnudos ha atrapado el arco iris un poco más allá. Son tan delicados que se elevan flotando sobre la loma. La carretera mojada, el arco iris en el suelo, el arco iris en los árboles. Todo es un arco iris. Incluso las cumbres nevadas.


El cielo se abre, el sol, ah, mete su manaza y llega hasta mi corazón y lo acoge y arrulla. Giro y subo sobre el valle, tan caliente en el puño del sol que podría deshacerme. Abajo, el río, cinta plateada, las casitas que han sido derramadas al azar, el sol que me ciega, que arremete contra un cordero negro y contra un cordero blanco, el arco iris. Los arbolitos esperanzados, ciegos de sol.

        



Hilandera

Es necesario tejer un poco cada día.
A pesar del ala ancha de tu sombrero, el sol ha quemado tu rostro, espigadora.
Yérguete.
Ya es el crepúsculo y las esporas y el polvo destellan al sol que cae.
Siéntate bajo aquellos árboles y teje el hilo dorado de tu crisálida.

Desaparece.
Te ha envuelto el silencio.

Desaparece en tu tapiz
en tanto tejes.

          
  


Han subido los bosques de espuma.
Han subido las aguas del embalse.

Aves extrañas vienen a descansar aquí
y un cielo de madejas grises las aplasta.

Pleno clamor de primavera.

Salto en las olas de los bosques
tiernos de abril.

La lluvia murmuraba en otro tiempo.
Caía a los caminos en torrentes.

Las niñas se tumbaban a lo largo
en estrechos regueros y dejaban
que sus melenas fueran arrastradas.

Bosques de espuma.
Aguas de abril.
Ejércitos de árboles se levantan.

Las yemas de mis dedos
cada día más verdes
a punto de brotar.

      



Estábamos en la azotea jugando con el gatito. Le hacía rabiar y se dejaba arañar la mano mientras yo observaba y me sorprendía de que el gato estuviera disfrutando. Él me miró y se rió de mí. Me llamó boba. Tenía toda la mano arañada y me puso un dedo en los labios que noté caliente como si estuviera lleno de sol. Cogió al gatito y me lo pasó por el cuello y dijo:
— Acarícialo, mira, qué suave.
Te quiere.
Me puso el gatito sobre los labios para que sintiera su suavidad.
— Te quiere.
Te quiere muchísimo.
Mira cuánto te quiere.
Pequeño.
Acariciaba al gato y con él me acariciaba a mí. Acariciaba al gatito que estaba en mi cuello, en mis brazos, en mi pecho, acariciándome con su pelo delicado, y sus manos me tocaban a mí. Yo notaba la sangre que vibraba dentro de sus manos. Decía:
— Mi cosita preciosa.
Y poco a poco fue acariciándome a mí a la vez que al gatito, y llegó a acariciarme a mí con sus manos, hasta que posó al gatito y decía:
— Mi animalillo delicado.
Mi animalillo tan delicado.

      



Fue un lío entre Cagliostro y eso que echan los niños al nacer, como restos de nada del estómago, algas marinas y limo (de ahí de donde vienen, tan hondo) y bueno, eso es el meconio, pero yo pensaba que era cagliostro y no, el calostro, calostro, es la leche primera que se echa al parir, que es un agua pura y perfecta para su boca y que sabe a fondo marino. Bueno, también cuando rompes aguas huele a fuente. Y eso, tanto fluido la vida, ya se sabe lo del semen, su sabor de mar. Fluidos y viscosidad. Aún más: los bebés están llenos de granitos porque su piel es grasienta. Vienen rebozados en algo gris y cuando salen disparados, agarrán-dose a sí mismos en medio del espacio, al extremo del cordón, la enfermera los para en el aire como un portero, enfermeras de reflejos perfectos, pequeños astronautas de barro, de ojos cerrados. Tanto fluido. Cagliostro. ¿Por qué lo habrán llamado así? Es cómico. Me lo imagino con zapatos rococó y… Joseph Balsamo, calostro. Sangre.

           


Esto es uno que va a un entierro ¿oíste?
Va a un entierro y el cura de alzacuellos
habla como un doblaje de los años 30,
Ashley o alguien así,
esa última sílaba casi inaudible
tan digna de conmiseración,
antigua como los fonógrafos.
resulta que al tío le da la risa
busca a su mujer para que no se desperdicien
ese cura, esa voz aguda
porque con ella
un cruce de miradas
y todo existe, con ella
¿oíste?

Solo con ella

y no está.





—Querría que se muriese.
—¡No es cierto!
—Por supuesto que lo es.
—¡Dime que no es cierto!
—Vale, no es cierto.
—Sí lo es.
—Como tú digas.
—¿Es cierto que querrías que mamá cayera muerta en este
instante?
—Sí, es cierto.
—Oh no, por favor, no, ¡es como un asesinato!
—Si tú lo dices.
—¡No puedes desear eso!
—Vale, no. Es verdad. No lo deseo.

       


Desperté en medio de una fiesta
en el aire detenida. En el instante

de su plena magnificencia.

Me zambullí en la gente y fui carne.
Qué gigantesca cola de leopardo
este ser de innumerables cabezas.

Entre guirnaldas de papel saltamos
abrazados al sol. Nos lanzan agua
desde las ventanas y somos gotas.

No deseo encontrarme.





PRÓLOGO para «Raíz encendida» de Estefanía González

AL OTRO LADO DEL CIELO
Juan Gallo

Camino, bosque, costa o «ciudad por la que huyo». Un horizonte angosto donde no es fácil soportar lo cotidiano, los pueblos reales o ficticios «de la hendidura», sus almas oscurecidas. Es aquí –y no en un aula o biblioteca– donde se plantea la pregunta «¿qué o quién soy yo?». 

De entrada, aparecen personajes que resultan familiares en la autora. Figuras que trabajan con hebras largas y vegetales, que poseen manos ágiles y vista atenta. Soy hilandera, tapiz, espigadora... Cerca siempre de lo terrestre, ascendente, cíclico; soy crecimiento y espacio; soy una extensión viva.

El significado de estas figuras raya en lo mitológico. Engloban, además del propio personaje, la materia y el producto de su actividad. Por ello: «Me entretejo con la realidad y me expando como un tapiz»; «Soy hierba que acaricia el viento»; «Teje el hilo dorado de tu crisálida». Es la vida misma, de una persona y de la naturaleza, y es además su transformación en formas ulteriores de vida dotadas de un significado mayor. Más denso.

Su trayecto comienza ahora. Ante el horizonte oscurecido.

Está aquí 
lo que a sí mismo se teme [...]
Está aquí lo que quiere
entrar en la noche.
Y en efecto lo hace. Entra en la noche para pronunciar sus respuestas, múltiples y diversas incluso en un mismo poema. Si tomáramos uno solo de ellos por separado, probablemente obtendríamos una imagen equivocada de la autora. Si leemos in extenso, en cambio, se nos aparece una polaridad que permea la obra y que aflora regularmente a la superficie. Renuncia y concentración. El deshacerse, por una parte; y el buscar, conservar y devenir lo esencial, por otra. Una vía negativa y una vía positiva en este itinerario, con seguridad algo más que literario.

Renuncio a la compañía eterna de los que amo. [...] Renuncio a la esperanza, renuncio a esperar nada y, finalmente, en una última terrible renuncia, renunciaré a mi cuerpo, renunciaré a mí, a mi persona, a eso que lleva mi nombre y a sus innumerables sacudidas.
Dejarse ir, abandonarse y deshacerse «en dulcísimas esporas», un zumbido de abejas, mariposas lacias o sencilla ceniza. Caer como una «mujer descoyuntada» «babeando colina de la disolución abajo». Por este motivo, es reiterada la presencia de los elementos y, en especial, del fuego, el destructor y renovador.

Ah, pero esto no es todo. ¿O acaso es posible una renuncia absoluta? Y, sobre todo, ¿es esto lo que desea la autora? Pues no es menos cierto que ella se afirma como custodio de lo propio, de las letras, de los prados. No es creíble, a última hora, admitir que renuncie así a los seres que ama, «a la vida, que amo tanto».

He pensado en la necesidad de tener algo que sea mío o, mejor aún, de encontrar eso que es solo mío.... Lo esconderé, no lo miraré jamás, no vayan a verlo otros a través de mis ojos... Ahí está.
La oscilación entre renuncia y esencia, camino tortuoso, se apuntala sobre instantes singulares. Un destello, un farol sostenido en la costa embravecida, el canto de un pájaro o un temblor que se siente correr. Toda la sección última del libro entrevé asimismo un mundo idealizado en forma de selva primordial, paradisiaca, tal vez infinita. De esta forma, pájaro, luz, temblor, paraíso y mensajero, entre otras, son claves que remiten en una misma dirección.

En el silencio solo nuestros pasos
y ese desenvolverse la existencia
hacia la noche. Pones un dedo
en los labios y señalas un pájaro.

Un temblor luminoso. 
Ha volado.
Pájaro que disipa el miedo. O, en otro momento:

Un pájaro de clara sombra viene conmigo.
Lo hallé en la loma al despertar. [...] 
Es delicado: tiembla ante tus ojos. [...]
El temor se deshoja ante su baile.
No todo se pierde pues en el itinerario de la renuncia. Siguiendo el clásico «Donde se cierra una puerta, otra se abre», en el propio acto de la renuncia algo se acepta o se descubre, en ese instante, o bien a partir de él resalta nítido sobre el paisaje de la hendidura. Algo nacido en una experiencia dolorosa y que por ello se siente como propio, como más cercano a lo que se es.

Perderse: sacrificarse.
Deshacerse en el mundo
como el rojo más grave.
Rojo de sacrificio, naturaleza permanentemente entregada y generosa de Estefanía González que dista mucho de ser una criatura arrojada al ciclo azaroso de las transformaciones. Ella muestra –o tal vez nació con este conocimiento– que «para subir a las moradas que deseamos, no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho». Naturaleza extendida, ofrecida a todos, abismos de tiniebla y fulgores instantáneos. Ella se vuelve obra: «Desaparece en tu tapiz / en tanto tejes»; y el poema, pues, retiene algo de su hacedora, ese algo único que sigue buscando con afán.

Así la obra:

El poema no cesa de morir.
A las dos líneas muere y nace de nuevo.
Como su autora:

Las yemas de mis dedos
cada día más verdes
a punto de brotar.




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