jueves, 6 de septiembre de 2012

7724.- GIOVANNY RODRÍGUEZ


Giovanny Rodríquez (San Luis, Santa Bárbara, Honduras, 1980). Estudió Letras en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras en el Valle de Sula. Es miembro fundador de mimalapalabra y autor del blog www.mimalapalabra.com. Durante 2007 y 2008 coeditó la sección literaria del mismo nombre en Diario La Prensa de Honduras. Ha publicado los libros de poesía Morir todavía (Editorial Letra Negra, Guatemala, 2005), Las horas bajas (Editorial de la SCAD, Tegucigalpa, 2007) y Melancolía inútil (mimalapalabra editores, San Pedro Sula, 2010); y la novela Ficción hereje para lectores castos (mimalapalabra editores, San Pedro Sula, 2009), además de poesía y cuento en revistas y suplementos culturales de Honduras y de España. Ganador en 2006 del Premio Hispanoamericano de los Juegos Florales de Quetzaltenango, Guatemala, con Las horas bajas. En 2008 fue uno de los ganadores del certamen de poesía La voz + Joven, de Madrid. Invitado al Festival Internacional de Poesía de Granada, España, en mayo de 2010. Es columnista del diario Hoy de Guatemala. Residió en España. 




RÉQUIEM

I

Ebria y dislocada luz sobre cada escalera que asciende a las humanas soledades, luz del crepúsculo manchado sobre las piedras altas: desde dónde tu amarillo silencio, desde qué remota edad el acto de morir a esta hora.

Un solo color llena las bocas de las cosas.

La tarde es amarilla y lenta, pensativa y triste.

La tarde jadea y envejece, otra vez, en su perpetuo círculo de movimientos vagos.

Luz de la tarde, luz mortecina de la tarde: ésta es la hora última de los desposeídos, de los que alguna vez amaron y perdieron su amor porque era noble mirarlo todo del lado más lejano.

Aquí empieza a detenerse el tiempo, los pasos parecen flotar sobre las piedras, el mundo entero pende de una hoja.





II

De la última hora, la de la luz que arde, la hora incandescente, la que se desploma del cielo con un poco de llanto en las orillas, la del instante soñado por el ángel enfermo, por sus ojos enfermos y su mirada enferma, que observa y se deleita desde el revés del sueño; de esa hora vuelvo a estas horas, a mis horas oscuras.




III

El ángel ve caer también horas lejanas y posterga su grito al dios del tiempo y la memoria.

Vuelvo solo a mis horas oscuras y miro por los ojos de ese ángel de mirada enferma, miro atrás y nada sobrevive en el pasado, nada espera, inocente, el devenir del tiempo mientras la luz se cae de las horas.




IV

He aquí los ojos de un hombre que por las mañanas despierta equivocado y viejo, he aquí el pasado y su llaga fértil por donde vuelven a crecer lejanos arco iris.

Es preciso ascender cada peldaño, domar al aire que detiene los impulsos humanos, arrinconar en un espacio recóndito del alma las voluntades contrarias y ser fuertes, por un instante en la vida convertirnos en héroes, hasta que ya no sea necesario y el pasado sólo exista como una línea difusa dejada atrás definitivamente.




V

Vuelvo, pero volver no es sólo regresar al pasado.

Volver es deslizarse por una orilla más triste, mirar al suelo y levantar el hilo de los pasos, acumular un brillo insoportable en la mirada, un mundo de silencio en la garganta y un universo de piedras en el alma.





VI

Hasta aquí los ojos de este hombre viejo que he sido casi todas las mañanas de mi vida.

Que ninguna luz se afiance a mis párpados para volverlos agua.

Respiro por el tacto, me arrastro y busco la escalera con las manos para aferrarme a la memoria de los pasos de otros.

No seré más ese explorador de signos antiguos y olvidados, no comulgaré un día más con la tristeza.

Si alguna vez la vida me prodigó otra vida, fue cuando mis ojos vieron otros ojos y en ellos el tiempo ya no era un frágil destello equivocado.




VII

No diré más de lo que ya mis ojos confiaron en secreto a las paredes.

Mi silencio es mi voz, no mi secreto.

No escribiré sobre los huesos ajenos, aun cuando esos huesos griten, estallen de dolor acumulado.

Al filo del poema tragaré mi propia rabia, vomitaré la espuma de mis resentimientos, le ahorraré mi asco a la Poesía.

Mi silencio es mi voz.





VIII

En mi silencio habita una música honda que sólo ha de escuchar quien se asome a mí con su silencio.



IX

No sé por qué llega el amor con el sonido de una huella lejana.

Antes, cuando no había forma de arrancarle gritos a la luna, me alegraban los restos de la tarde que se había ido, me dejaba envolver por el aire que llegaba desde la otra orilla y le ofrecía versos a la primera hoja que se desprendiera.

Pero no sé, soy un poeta, un ex poeta ya, vencido en las cotidianas batallas de la vida, no soy capaz de comprender, de tolerar y amar las sales de los días.

Mientras tanto, soy apenas este hombre cansado, veo la luz descomponerse en una nueva jornada y veo la noche, en pedazos de sombra, que empieza a deslizarse hasta los pies del mundo.

Sólo sabría amar si el amor no fuera apenas el sonido de unos pies lejanos.




X

Luz de la tarde, luz que renuncia a su luz en los ojos mansos de este hombre cansado.

Nada que no sea la tristeza de Dios puede anochecerte, y nada sino la enfermedad del ángel que aguarda en los umbrales puede atenuar el latido que te sobrevive.

Cuando todo acaba, cuando la luz es sólo hueco, rincón vacío, ausencia de luz, este hombre que soy te sobrevive; pero el ángel aguarda y me ensombrece, con su mirada grácil aguarda y me ensombrece.

Luz de la tarde, luz mortecina de la tarde…





XI

Han pasado los años.

Lo sé por el sonido leve en mis pisadas, por el aullido que arrastra mi cuerpo en los atardeceres.

Han pasado más años de los que esperaba, de los que anhelaba el primer hombre que fui cuando una aguja violenta cambió el rumbo de mi sangre muerta.

Camino lento hacia ninguna parte, no por esta luz que adormece mis hombros sino porque la vida es cierta todavía.

Debí estar vivo sólo hasta que el último grito se me rompiera dentro.






XII

He venido temiéndole a la muerte.

Le escribí poemas decisivos, poemas para amarla, para entrar en ella, para enseñarle mis ojos abiertos y sus miedos, pero la muerte no me regaló sus ojos.






XIII

Nada hay ya para cambiarlo todo; todo es lento, todo es una sucesión interminable de voces sumergidas en la lenta espesura de la tarde, todo es una luz hepática comiéndome los ojos.

Miradlo todo, vividlo todo, leedlo todo, dijo una de esas voces ahora sumergidas, reconocedlo todo, dijo después, cuando todo era todavía blanco, cuando nada era nada todavía.

Pero ya nada hay para evitar que el ángel se acostumbre a esta manera inocente de dejarse ir a las profundidades.





XIV

Es extraño caminar a esta hora, avanzar por calles hasta una esquina absurdamente fría, sentir la punzada de la fiebre y encogerse, entristecerse un poco, pensar la vida retrospectivamente, con nostalgia, con dolor, con pesadumbre; acostumbrarse al frío, acostumbrarse a uno mismo dentro de sí mismo.





XV

¿Y qué si apenas conservo de las cosas pasadas este último aliento vespertino?





XVI

Dentro de algunos años nada habrá de luz para estos ojos cansados, no existirá esa música que le sobra a muchos y nos hace libres a unos pocos, me habré separado de las cosas bellas.

Me habré retirado de la pose metafísica, de la angustia y de toda esa mierda para distraer el tedio que entretiene a los cerebros sólo porque estaré más cerca de mis huesos que de las brumas mentales.

Seré apenas un vago recuerdo de mí mismo, una imagen borrosa a lo lejos, entre árboles tristes reclinados hacia un lado de la tarde, una cabecita calva dejándose vencer por el murmullo insistente de alguna canción lejana.

Alguien quizá dedique unos segundos a mirarme de lejos y sólo podrá pensar en ese espacio ocupado por un hombre difuso o por la sombra de un hombre, y habrá de convencerse entonces de la muerte.




XVII

Una vez conocí la lengua de los pájaros, ahí donde todo queda en silencio; respiré el lado lluvia del viento, saboreé la tierra húmeda, besé las últimas piedras del camino; llegué a morir de tedio, de tristeza, mientras tardes y más tardes hacían desfilar ante mis ojos su exacta dosis de melancolía inútil.

Pero eso es pasado.

En adelante seré otro.

En adelante seré tan leve como el aire que roza las hojas en las tardes.

Me dejaré arrastrar por las vicisitudes.

En adelante el hombre equivocado que he sido dejará de sonreír con ironía y empezará a pulir los rasgos de su indiferencia.





XVIII

Hasta aquí la música, la maldita música del alma, las notas ultrajantes.

Ahora soy otro.

Soy el otro que me sobrevive.

Soy el reverso insoportable para la Poesía.

En el anverso fui poeta e intenté la muerte y el amor y otras cosas inútiles.

Ahora soy otro.

Que nadie quiera imponerme ser quien ya he sido.





XIX

Ya la tarde es la historia de otras tardes, pero hay música aún, música lenta.

La angustia ha estado conmigo cada noche deslizando sus frías pesadillas.

Mis ojos guardan imágenes futuras y alguien vendrá otra noche para mirar con ellos.

Ya la tarde no es tarde, es otra cosa, es una música-huella profunda en los oídos.

Llueve nada más, ¿y qué es la lluvia?

Sólo una imagen rompiéndose en el aire.





XX

Aquí el ángel olvida, pierde la memoria, se despoja de alas y de vuelos posibles a la última noche quieta de las profundidades.

Aquí el maldito ángel se arrodilla y grita, por última vez, implorando perdón, a éste que lo mata.

En paz descanse yo, me dice, y yo repito con él porque es la misma voz que brota agonizante:

En paz descanse yo, en paz ustedes, Poetas, en paz ustedes con su Poesía a cuestas.









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