jueves, 27 de septiembre de 2012

7937.- FLORENTINO GUTIÉRREZ GABELA



Florentino Gutiérrez Gabela
(León, 1953). Es técnico de telecomunicaciones. Poemas suyos pueden leerse en revistas digitales como Destiempos, Palabras Diversas, Almiar/Margencero, Revista Literaria Remolinos y Gibralfaro. Ha publicado, además, los poemarios Liturgia del tiempo, Caballos del Paraíso, Últimas devociones, La vida y otros agravios, La ciudad de los lenguajes, Alba de otoño, Los paisajes oscuros y Vivir no es una utopía, todos con el sello Visión Libros.



La noche de los cuentos

¿Puedo yo, François Villon, malviviente y proscrito,
saludar a las constelaciones desde mi soga
de ahorcado?

Yo maté a los espías de las estrellas delatoras
al señor feudal de las tempestades
a los guerreros templarios de la Edad Media
tampoco niego haber matado a Nietzsche y a Kant
me entristecí por Pound y Genet
me conmovió Rilke
he amado a Rimbaud en el corazón de París
me emborraché con Dylan Thomas en las tabernas
de Gales
idolatré siempre a los malditos y alucinados
admiré a los metafísicos y surrealistas
a los que fueron precoces en su muerte
todos los versos alcohólicos de los bohemios
a los heterodoxos desde hace mil años
a todos los poetas suicidas de todos los siglos
a Maupassant en su manicomio,
he visto a Karyotakis disparándose al corazón
un verano de mil novecientos veintiocho,
a Lowry bajo su volcán en Cuernavaca
a Celan en el Sena, a Silvia Plath
seducida por el arte de morir a los treinta años
a Pavese el bello verano del cincuenta
¿acaso tendrá la muerte tus ojos, Pavese?

Poetas de las pirámides
soñadores de las estrellas
el pájaro duerme.
Se acabó la noche de los cuentos.






Capítulo anacrónico para un Adán lírico

Ya escribiste tu epopeya falsaria
y eres uno de los sobrevivientes en este umbral
de los siglos, un Fénix
que ha escrito su genealogía aferrado a su cruz lignaria,
el sicario maldito lapidándose enloquecido
entre las reliquias de los jerarcas
y un sicomoro espectro de un Egipto fúnebre.

¿Has tocado ya la esquila de los leprosos
o el cuerno de los faunos?
¿te has asomado a las balaustradas
donde Juan el Evangelista anunció el Apocalipsis?

Caín no gozó el próspero paraíso
y se escondió bajo el helecho y la hojarasca.
Ya abriste los diminutos infiernos
en los que zumban los aguijones de los elegidos, pisaste
los erizos y musgos que poblaron los desiertos,
anidaste letárgicas malezas.
Todavía hay la misma hendidura bajo la tierra
y el tambor de ébano suena aún
sobre las lápidas de un campamento donde florecen
el roble sagrado y el hierro de las espadas.
El mismo séquito se alimenta en la oscuridad
de la misma lluvia
que ahuyentó a las alfareras del Éufrates.

¿Cómo se empuña un cuchillo
contra el humo rojo de la sangre?
¿bajo qué helados páramos
reposarán las vísceras de tanta hambrienta soledad?

Ningún cautiverio será tan infame como ese refugio
con el aroma cortante del invierno
bajo la morada de tu propia desnudez.
Cuando el desconocido que duerme bajo las estatuas
encienda la lámpara
con la llama de los alquimistas,
presérvate de la injuria
y de la arpía soberbia de la justicia,
en el bestiario idolatrado de los regentes
hay un decálogo
que se rompe con la fragilidad del barro, y no atiende
al intruso dios que contempló la luz primera
ni al fósil flamígero
que se asombró ante el primer ocaso.

Las saturnalias son crespones para el viejo imperio,
Heliogábalo sobrevive en el Tíber
y sus restos resucitarán
en las valvas de otra historia.
No crezcan tus alas
con el fraguado polvo de la maquinaciones,
no reposen sobre el precario vidrio deslumbrante
por la nevada,
a veces cimbra una esfinge hasta su derrumbe
y tiembla el claustro de los faraones
y los escorpiones de Isis
abonan el oro de las tumbas.

¿Qué esplendor,
qué rostros agraviados por la tristeza
se corromperán aún entre raíces
hasta hacer su metamorfosis y yacer, sin embargo,
en el túmulo profanado del colibrí?






Noche

Tu hermosura va creciendo como el ópalo
que traspasa el valle,
allí donde mansamente vuelan pájaros
y se cubren de naufragios las palomas

en el hondón del páramo interminable
donde va latiendo la llama
y clava luego su venablo de luz nupcial
en mi pupila de algodón

más allá donde no hay rutas y se nubla el ojo
de siniestra soledad.

Y pregunto en la ingravidez de esta constelación

qué lira quebrada suena
cuando los desheredados de la luz
celebran su alumbramiento de eclipses
y presagios.








Apuntes para navegantes

El mar sagrado es un gran rey de las tormentas.

Las naves parten tras los años con plenitud
y esplendor

luego el sol batalla contra la ventisca
las mareas se amotinan contra la luna
las olas humedecen un ocaso poco antes de morir

se añoran tabernas
puertos lejanos
barcas que crujen en las playas vacías

y una mujer que espera y sabe que los náufragos
nunca mueren del todo
mientras las estrellas brillen.

 




Una calle vacía

Una calle vacía
es como un nombre olvidado para siempre
es un paisaje de espaldas al mundo.

Duro es el silencio entonces

y tú vas por la acera pisando la angustia
el desperdicio
todo lo que la vida no quiere.






Recuerdo de tu voz todos los océanos

Entra la noche en tu mirada
como fuego,
yacen trigos en la hondura irisada de la boca

gráciles fulgores
y pétalos de olvido
vadean tenues tu levedad inabarcable.

Recuerdo de tu voz todos los océanos.

No existe el roce ni la herida
y apenas tu claridad sonora me comulga
y me persigue.

Los niños jugarán con tus ojos
yo te oigo crecer bajo los juncos

y en los sótanos, las iglesias y los pantanos
escucho mi latido de muerto

entonces no soporto tan grande dolor.







El poeta

I

Tenemos que escribir el poema.

El raído verso
humilde
absolutamente necesario
desposeído
entrado en la noche
percatado de su temeridad, donde la vileza es oscura
y nos amenaza
y si es preciso, huir,
porque la poesía también es desesperación y blasfemia.



II

Fuiste tú, poeta, quien dijo todas las verdades,
el combatiente que llenó de violetas todas las heridas,
el que removió veneros, losas, lamentos,
quien sembró de versos
los campos de la revolución, los bulevares
coloreados de los motines,
la pólvora por despertares de ilusionados manifiestos
cuando aún los cerezos vigilaban la noche.

Tú, el que fuiste agitando los soles de las mañanas perdidas,
quien se acordó de los pobres navegantes
sin voz y sin alas de la tierra.
Fuiste tú, poeta, quien fraguó los almidones de la palabra
en perfumados atardeceres,
la simiente esperanzada por las feraces tierras del oprobio.

No sé a qué vienes a este exterminio,
a qué atrio de liturgias te diriges
cuando no eres más que un grito inválido
rindiendo pleitesía por las dehesas del sueño.



III

El poeta no sabe
que se muere muchas veces ensimismado
con el tiro de gracia de su propia revolución.




Los poetas que amaron la vida

Me gustan los poetas muertos que amaron la vida.
Los que sobrellevaron el pecado
con la pompa inmaculada de sus generaciones.

Aquellos que burlaron con la metáfora a los inquisidores
los tuberculosos y los suicidas
los que rimaron con su hambre las posadas y los prostíbulos
los que cubrieron de coplas las empedradas plazas de las aldeas
y animaron con la musa del vino
las noches de las ventas.

Los que vencieron con hidalguía y recato
las infamias y la injuria,
los que aventuraron leguas con menguada bolsa
perseguidos por letrillas y sátiras
y aliviaron las alforjas de los caminantes.

Los menesterosos y los pícaros
que divirtieron con su plática a los nobles y los villanos,
aquellos que engalanaron los corrales de bucólicos entremeses
y alumbraron liras y madrigales a la tenue luz de los candiles.

Los cautivos y desventurados,
los burladores de conventos y licenciosos amoríos,
los que con su pluma adornaron sutiles epigramas
y cantaron en sonetos su infortunio.

Los amantes de los duelos y los entierros
los que sembraron las tumbas de epitafios tempranos.

Me gustan los poetas muertos que amaron la vida.
Los que reposan sus nombres
en los olvidados libros de las estanterías
bajo ilustradas cubiertas y el polvo cansino del recuerdo.







¿Por qué mueren los poetas?

Cuando bebemos ese licor amargo
en medio de espejismos turbios,
percibimos olor a pólvora,
oímos el cargador en la sien humilde
o a esa bestia de alcoholes y sudor bajo la piel,
las frías corrientes se derraman en parajes
donde la luz se agobia,
las pasiones deshabitan su hondo perfume
y las olas se estrellan contra la suciedad trashumante
de los recuerdos.

Entonces cuelgan los pies de los áticos,
cae metralla por las venas
y un lodazal de pecados rutilantes nos cierra los ojos.

Una oscuridad amante queda como herencia.
La belleza sobre la arcilla ingrata de la muerte.

Maiakovski, Pavese, ¿por qué mueren los poetas?






Leopoldo María Panero

Tan sólo mendigo de sangre
o abrazos silenciosos,
suicidios eternos en la mirada estrellada
por la razón perdida y cruel
que azuza los perros.

Acércate a la falsa paz,
la inservible costra del día
que purifica los cerebros del agua.

Toca a ceremonia tu lengua
y a credo tu locura.

Agarra el cuello pertinaz de la existencia
hermosa copa asesina
bebe la torpe hora acuchillada de tu lucidez

delata la promiscua comunión
del vino y la vida.






Bukowski

Bukowski, viejo amigo,
nos veremos
en algún sórdido bar,
algún hipódromo
o cualquier burdel de triste vida
apestando a cerveza
y verás en qué mediocres
nos hemos convertido,
—perdedores urbanos del alcohol
y la tristeza.






François Villon

A qué esperan para trenzar tu soga de ahorcado
y escuchar tus dientes crujir como un blasfemo penitente

para no oír más que el ruido horrible de tus huesos
y a esa enorme cabeza redentora
donde un cuervo anidará en sus ojos.

A qué sentencia aguardan
para que tus crímenes te lleven a ese patíbulo oscuro
y escupan tu balanceo rendido ante los lobos.






Sylvia Plath

No pudiste ignorar la huella fría de la existencia
ni el frío miedo por ese lado oscuro
donde se alojan las tentaciones

no soportaste el juego de seducir otra primavera
y con treinta años
alambraste de oro y piedras blancas
el caprichoso aire de la muerte.

Morir es un arte
y el gas de la eternidad
te hirió con toda la perfección y complacencia.






Del cuaderno del poeta

Jugábamos y combatíamos a nuestro modo
tan épica batalla
y albergábamos tristeza a raudales.

Bien recuerdo en las estremecidas venas
la fascinación por vivir

hemos olvidado el valor de la lucha de hace tiempo
y solo una cierta conspiración de otoño trasnochado
nos mantiene en pie.

Hoy, cuando ella, la vida, me mira
con un cierto desafío,
yo abandono aquella manipulación de las edades
y contemplo cómo escribe nuestro destino
mientras el cerezo blanquea nuestra soledad.

Hoy no hay porvenir ni revolución pendiente
para alistarnos.

Pensar si ha valido la pena
sentir la plenitud del sueño
será lo que nos consuele.






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