Avelino Gómez Guzmán
(México, 1973). Autor de El agua y la sal. Poesía. (Feta, 1998). Primera mención en el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino- 1997. Cuadernos de Tolimán. Poesía. (Col. El Pez de Fuego, Ed. Praxis, 1999). Vivir en el Puerto. Crónica. (Col. El Pez de Fuego, Secretaria de Cultura de Colima, 2001). El mal hábito. Poesía (Praxis, 2003). Primera mención en el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino-2002.
El agua y la sal
Testimonio del forastero
Yo que nunca conocí el lenguaje
de las naves del mar.
Yo que no leí lo que estaba escrito
en las hélices de los buques de carga
o en las cubiertas de los grandes transbordadores.
Yo que apenas viví el infantil temor
de un naufragio
cuando en mi imaginación
se hacía a la mar
un bote de cartón.
Yo que no soy siquiera
una mínima parte del muelle
que se cimbra en cada desembarco
también estoy aquí
resistiendo la tempestad.
Testimonio del guardián del muelle
Yo sé que a los amigos
se los traga el mar.
He visto los cardúmenes de mantarrayas
recorrer las caletas de la bahía
como reconociendo una habitación abandonada.
Conozco de memoria el escándalo de las gaviotas
que llegan con los bancos de sardinas.
Sé del asombro de los bañistas
cuando una mancha de malaguas
llega a invadir la playa.
Mas no
yo no recuerdo haber visto entre ellos a Santiago
—tierno amigo de mi casa
hijo único
y pescador por lo demás.
Después del borrascal
encontramos su bote
entre los peñascos.
No vi a Santiago regresar.
Yo sé que a los amigos
se los traga el mar.
Mensaje para tirar al mar en una botella
Tú no regresarás como cualquier extraño.
Este mar que te despidió con niños ahogados
siempre reconocerá tu nombre.
Cada ola tiene memoria de quienes
nos dejaron su distancia
y de las mujeres que hicieron del amor
su despedida más hiriente.
Aquí se guardan el adiós y los lamentos.
Tú que eres mi mejor aliado
en aquellos lugares
que tal vez ya no vea nunca
dime:
¿Allá no se sufre de silencios
cuando la nostalgia nos cierra los ojos?
¿También se extraña a la mujer que nunca fue nuestra?
¿Se le invoca en los momentos de ebriedad y de infortunios?
Eh compañero de naufragio
yo te digo mi promesa:
Tú no serás como aquel que regresó
y lo acusaron de ser extraño.
Eh amigo de lejos
un día alguien irá a decirte
que soy el hijo adoptivo que no conoces
y tras la lluvia saldrás a la calle
para ensuciar tus zapatos
en protesta por las lejanías.
Caracol
para Juan Pablo Gómez
Junto a mi oído
el mar ensaya una canción verde
...y azul oscura.
Es una sonata fresca
en la luz del mediodía.
Ven a sentarte a la arena y toma el caracol.
Dentro hay un laberinto
que el mar nunca ha deshabitado.
Escucha en él la voz de cada ola
cuando pule los guijarros de alabastro.
Ahora míralo
aquí está la flor oculta de las vírgenes
y el molde de la entrepierna de Eva.
Cuando acaricies la almendra rosa
en los labios del caracol
recordarás el perfume
de la mujer que será tuya.
Intermedio para relatar infancias
*
Aquí tienes
para los juegos
que no jugaste de niño
un puñado de pólvora y otro de carburo.
*
En el principio sólo teníamos la infancia
y era grande ser el más pequeño.
Crece despacio hijo mío —nos decían—
sabiendo de la ira y del desprecio
que viene con las edades.
Ah yo era tan mínimo y sencillo.
La ternura estaba a mi medida
y la sonrisa se entendía con el llanto.
Quién —padres, hermanos míos—
quién saber por qué el delirio hizo su nido
en la isla de mi infancia.
¿Desde qué generación viene este castigo
de crecer tan violentamente agril?
*
Qué será de nosotros
es decir
de mí
cuando por las calles
pase ululando el monstruo
al que dimos vida en la niñez.
En qué oquedad maternal
habré de guarecerme.
Quién ofrecerá una hogaza de pan
para mitigar el desamparo.
Quién —pregunto a ustedes—
depositará en nuestras manos
la fortuna del domingo.
Ah Niña de la Soledad
intercede por nosotros
los hombres de ocho años.
*
Ya no quiero llegar a casa
y tropezar con juguetes de madera.
No.
No quiero.
Otro día hablaré
de mi gran condición de hombre pequeño.
*
Me he desterrado de todo posible cuerpo.
No estoy en mí ni en nadie. Lo sé bien.
Otros
no yo
saben de la tristeza que nació conmigo
y del miedo sencillo
que crece entre mis llagas.
Me recuerdo en el huerto
donde una madre corta los frutos menos amargos
para los hijos que olvidaron volver a casa.
Me recuerdo en los ojos de mi hermano pequeño
cuando llora por mí
y por su infancia ligeramente cansada.
Estoy ausente
y el miedo me viene por gracia de aquellos
que hablan en pasado
y se sienten en el parque
a desgranar la vida.
La puerta del burdel
Quién de ustedes
compañeros míos
no recuerda a aquella meretriz
que por las tardes salía al balcón
a mirar la caída de la tormenta.
Quién de ustedes
pregunto
no pasó una noche con ella.
El aire que nacía de sus huesos
arrasaba de golpe
la lujuria de nuestro encierro.
Hablo de Ella
la que partió una mañana
y dejó correr la sangre
que no descansará más
en las toallas femeninas.
Hablo de ella
—nuestra maestra y concubina—
y pido que hoy
por esta noche
silenciosas se cierren
las puertas de todos los burdeles.
Texto extraído del libro El agua y la sal (1998). Consejo Nacional para las Culturas y las Artes (Conaculta)
Corte de pelo
Puede ser, Padre, que esa bicicleta verde no existió
sino que yo, todos los días, la soñaba.
Las tardes que subía a tu lado,
llevando mis ocho años en el esqueleto verde
de tu verde bicicleta. Y el camino
rumbo a la peluquería era la distancia
de dos meses y una melena de niño asoleado.
Los piojos mordiendo la raíz
del cabello y la mujer del estudio fotográfico,
ciega, que confundía mi tristeza con la enfermedad.
Y tantas fotografías rechazadas por mi cabello largo.
Y tantos recorridos verdes en la verde bicicleta,
rumbo al peluquero.
Ahora tengo tu estatura, Padre.
Y pienso que esa bicicleta no existió, sino que yo,
todos los días, la construía para que me llevaras
a cortar el pelo. Y a tomarme el retrato de niño
asoleado que secretamente guardo en tus ojos.
Carta
Es de mañana y hay barcos meciéndose en la bahía.
Si pudieras ver esta mansedumbre que me arropa.
Es la dulzura de la gente que sale y ama y canta.
Desde aquí pienso que soy un hombre que está listo
para ir a conocer otros mares, quizás los más fríos,
quizá los más sucios o aquellos que tienen borrascas.
Pero confieso que no sé hacer otras cosas que vivir
en este puerto. Suficiente hago con despertar
y tomar café y fumar decir que la vida es hermosa.
Digo que estar aquí es una despedida sin pañuelos.
No puedo pedir más, no quiero la ausencia comprometida.
Mi padre sigue en pie y mi madre no entiende de tejidos.
Aquí, los ciclones y las buenas noticias son puntuales,
y el puerto, a veces, es un gato dormido en una pecera.
Si pudieras ver que tengo en mí tanta quietud,
en esta mañana y en esta mesa, leyendo un libro de viajes.
Memorial del Agua
Fue necesario caminar entre rocas hasta herir los pies.
Fue necesario el terror ante el agua que no cesa.
Y el asombro ante el reventar de olas en los riscos
y con él venían todas mis voces.
Las palabras (lo recuerdo) levantan el vuelo como parvada de gaviotas.
Pero ahora me parece que el Océano y yo siempre fuimos amigos del mismo oficio.
Porque el mar pone sus manos sobre la herida y la hace arder.
(Coloca aquí sus manos y la carne se torna coral rojo.)
Ah todo el mar se ha quedado en mí y quema. Y ahora lo sé (lo sabemos):
Agua que no muere es el mar y es también la infancia.
Nocturno a mí mismo
Porque la amistad no tiene cama,
por eso contigo me desvelo.
Para que el amanecer acicale
sus patas de gato moribundo,
y los tragos de cerveza sean
como de trementina.
Pero nos odiamos.
Sobre todo cuando el sol
nos llega hasta los hombros y le escuchamos
cantar batallas de cementerio.
Sobre todo cuando el día
no quiere ser el rumor tibio en los mercados.
Poco antes de la marejada
a las cuatro en punto de la mañana,
antes de pensar en el motín de los barcos en que crecimos.
Antes también de sentir el miedo,
no el nuestro, sino de todo el vecindario.
Antes del tú y del yo pronunciados
desde el risco más alto.
Antes, poco antes,
unimos amistad y odio con un anillo.
Y salimos de casa, sonrientes,
junto a la anciana harapienta
que pasea su canasto de limones.
Raymond Carver escribe un poema de amor
En la cámara del insomnio
escucho la sangre de una confusa golondrina.
Soy un necio,
pienso en el arco de tu cuerpo
y nunca llega a mi casa el sueño.
Si tuviera que pagar por no tener el desvelo
te daría un dólar por tender mi cama.
Un dólar porque bebieras frente a mí
un tarro de leche.
Un dólar por acercarme al buró
el vaso de agua.
Un dólar por recoger de la mesa
mi tinta, los escritos.
Un dólar.
Pero soy otra vez un necio:
Ayer te quedaste con mi último billete
cuando en la barra me serviste un whisky
con esa misma serenidad que tienes para repartir besos.
Por lo demás, ya está amaneciendo.
De El mal hábito. Poesía (Praxis, 2003).
No hay comentarios:
Publicar un comentario