Melissa Nungaray
Nació en Guadalajara, Jalisco (México), el 29 de septiembre de 1998.
Ha publicado en las revistas: Casiopea , Alforja , La Rueda, Reverso , Ventana Interior, Ciclo Literario, Periódico de Poesía, Punto en Línea, El Humo, Papalotzi, Voz que madura, Letras Salvajes, De la tripa y El Faro Cultural.
Está incluida en: Muestrario de letras en Jalisco (Impre-Jal, 2007), Medusas (Star/Pro, México, D.F., 2008), Canto de Sirenas (Cascada de palabras, Cartonera, México, D.F., 2010), Poesía para el fin del mundo (Kodoma Cartonera, Tijuana, B.C., 2012) y El viento y las palabras (de próxima publicación por la Editorial La Zonámbula).
Es autora de los poemarios Raíz del cielo (Secretaría de Cultura de Jalisco/Literalia, 2005), Alba-vigía (Editorial La Zonámbula, 2008), Sentencia del fuego (La Cartonera, Cuernavaca, Morelos, 2011) Y Travesía: Entidad del cuerpo (Editorial La Zonámbula, 2014).
TRAVESÍA: ENTIDAD DEL CUERPO
1
Multitud aturdida en campanas sollozando,
arrastrándose en la ira
revolcada en la elipsis de la luz mayor.
Veo, pero no escucho.
Es la encarnación de mil cuerpos
con cada gota de la misma alteza del infierno,
bufándose del yerro.
Creaciones inéditas bailan en el limbo,
frotan sus órganos en paredes de hocicos sin fondo,
se almacenan y llegan al Olimpo
para recordar el tiempo en el que la tierra se consumió.
Estoy harta de entregar mi pequeño rostro a diario,
iría por segunda vez
al lugar amargo y silvestre,
los hijos del diablo lo llaman
bóveda eterna, demasiado salvaje.
Lamen sus huellas
hasta encontrar una que se le parezca,
decapitan sus orejas, elevan su cuerpo y regalan sus lenguas
hasta la última boca de silencio.
Ahora sólo gritan sus cuerpos.
2
Me piden que hable, no puedo decir, no me lo
permiten.]
No entiendo mi lenguaje donde las aves intercambian sus picos,
corrompen sus alas y muerden sus ojos,
sigo pero siempre caigo en plumas volátiles de sangre
estampadas en la piel, se unen en las venas.
No puedo alejar lo que me hizo nacer en este siglo,
no sé como volver a este cuerpo
hay luces que me impiden entrar.
Desecho las palabras de este organismo
siguiendo el ciclo ancestral de la poesía
que es la vida advirtiéndome de las horas
que cantan el arte de las sombras.
Tan apegada a la cueva que separa mis trozos
de brazos que aún me quedan en la tierra.
No puedo saber el principio de mis palabras,
cansada y a la vez satisfecha de mis pasos
alzo mi negra y oculta voz,
y entierro mi cuerpo.
3
Ver la lectura de las nubes
ansía dejar las aves muertas de dulzura,
lanzar la caricia en la textura
de la balanceada lengua del león.
Palabras que palpan el yerro de la paloma,
el llanto que la luz no quiere tocar
en filosos archipiélagos
que la luna lanza en su reflejo.
4
Se agotó la saliva del secreto.
Tratemos de negociar el candente frío
de la resistencia maldita
en la jerarquización de los sonidos.
Todos escuchan el parloteo
de los bienaventurados
en campanas opacas de sentido.
5
El sol de la mañana
forma la noche de la luna.
La seriedad de las paredes,
las miradas del licor.
Adicta a leer los actos
en una esfera escondida
en las páginas del reverso,
deambulo
para formar la silueta
de la tinta.
6
Líquido accidental de la escritura,
entidad del misterio.
Al borde del deseo la cueva del delirio
tan cerca del enredo.
Acrecientan la sincronía
en la enorme salida.
Cada señal es un mito
en la fatalidad,
el minuto exacto se estrangula.
7
Un sinfín de jaulas,
rumbo versátil del vínculo.
Repentinamente las letras
atraviesan la tubería
turquesa del hospicio.
La hosquedad de las aves
interrumpen el prejuicio
en la tierra oscura del ahora.
Melissa Nungaray
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