martes, 17 de junio de 2014

FERNANDO YACAMÁN NERI [11.938]



FERNANDO YACAMÁN NERI 

(México, D.F, 1985). 
Licenciado en Letras Hispánicas. Finalizó dos diplomados de creación literaria: el primero en la Escuela Dinámica de Escritores y el segundo impartido por el Instituto Nacional de Bellas Artes. Es editor en el estudio de diseño «azulgris.com» y docente de Historia del arte a nivel licenciatura. 
Su obra literaria se ha publicada en cuatro antologías por parte de la Universidad Autónoma de Aguascalientes y en la antología Permanencia del deseo.  Ha colaborado también en diversas revistas, como: “Picnic”, “Crítica”, “Parteaguas”, “Tierra Baldía”, “Lee más” y “Punto de Partida”. Además en páginas electrónicas: «revistareplicante.com», «Gibralfaro.uma.es», «resonancias.org», entre otras. Con el apoyo del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes 2010, ha terminado y publicado en una antología su novela corta Los ángeles del último sueño. 
Distinguido con el segundo lugar en la sección de ‘Narrativa’ del premio “Punto de Partida” por la UNAM 2009 y el premio “Elena Poniatowska” de 2009, convocado por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. 
Bajo la batuta de la escritora Ana Clavel escribió la novela colectiva Las orquídeas. Junto a la directora Claudia Santiago escribió la dramaturgia de la obra Náa gunaá, con temporada en abril del 2013, en el foro de las artes del CENART. En diciembre del 2013 se publicaron dos de sus cuentos en la antología Narrativa de Aguascalientes 1990-2010, editado por el Instituto Cultural de Aguascalientes Escribió la dramaturgia del unipersonal Destrozando el tiempo, que se presentará el 2 de abril en el salón de danza de la UNAM del Centro Cultural Universitario. 
Su libro Ya quiero despertar se publicará a mediados del presente año bajo el sello editorial Foc.




Pulso

Los cangrejos se vuelven luminosos, en el cielo las aves son puntos que abandonan el mundo, la luz del faro sombrea olas que se estrellan contra las montañas, el viento atrapa arena que se adhiere a nuestros cuerpos centellando, despiertan fantasmas y deambulan entre nosotros, en el muelle que está a punto de hacerse trozos y nos detenemos justo en el momento que el mar moja nuestros pies.

Ayer marinos, hoy calaveras ríen frente al mar.

La luz del faro nos ilumina como criminales que intentan fugarse de esta guerra, que al ya no caber en este lugar, se ha metido en la noche, en la herida de tu frente que se expande, en mis manos que se alargan hasta desaparecer en tu cuerpo, en tu pecho la sangre galopa como las olas que se estrellan contra la montaña. Deseo llegar contigo hasta el fondo del océano, para recorrer el mundo desde sus entrañas.

Que nuestra muerte sea rápida, como el aletear de un ave.

Al pisar el muelle, flotamos como los fantasmas que ven al horizonte y a los barcos que se hunden justo en el momento de abandonar los límites del mundo. Escuchamos el canto de sirenas y el canto en la garganta de los ahogados. Se asoman ojos y al fondo encontramos cuerpos de medusas y monstruos que agitan el mar. La luz del faro alumbra, distorsiona y agiganta nuestras sombras contra la montaña y desaparecen.

Al dar el salto se abre la noche.

La corriente me arrastra, la montaña se desdibuja, el paisaje son líneas de diferentes tonos, descargas eléctricas se apoderan de mi cuerpo y retumban, en el cielo sólo quedan puntos, mis manos se alargan hasta desaparecer.

Al mirar atrás, te encuentro al fondo del pasillo de este barco hundido.





La senda del bestiario

Naturaleza muerta enreda mis pies. En el lodo agonizan serpientes y sapos hinchados. El cielo retumba y se abre. Detrás de las nubes: los dioses.

Escucho mi eco
Te escucho atrás de las montañas 
Te escucho desde el fondo del cielo

Pero no te encuentro y el paisaje se derrumba, es fango y algunas ranas croan. Puntos centellan en la tempestad, deben ser ojos, pero no son los tuyos. Las  luciérnagas revuelven más la noche al crear su propia constelación.  El veneno de la serpiente pulsa en mis pupilas y por instantes te busco:

Desde las montañas, como las águilas 
Desde los árboles, como los búhos
Desde el lodo, como los insectos

Quizás ya estamos muertos y somos luciérnagas.





Fractales

Pétalos suspendidos en el aire,
adornan muertos.

Flores en el aire,
giran como nebulosas;
nace el umbral iluminado.

Naturaleza muerta en el aire.

Las flores caen 
y marcan el camino sin retorno.






La obsesión que abre e ilumina mis venas

En mi locura de mar abierto 
despiertas mis sueños a la orilla de la isla que se hunde
en tu ombligo navegable
en tu espalda
                    dejarte mis brazos
y mis labios en tus labios de crepúsculo
que me llevan a otro continente  
y descubres mi brillante paranoia.

La noche cae atrozmente dentro de las venas de mi sangre 
y escapas por la puerta que se abre en el espacio 
suicidas ríen en cada estrella
                        el universo es la lluvia 
                                        que se desprendió de tus labios.






El prólogo de lo que nunca fue

Los dos se acercan mientras se hablan al oído. A cada paso la música suena más fuerte y cimbra en la sangre. En sus ojos el abismo y con la mirada pactamos la noche que ya latía en mi pecho. Bailamos. Pierdo mis manos bajo su ropa, mis labios se evaporan en los suyos, mi cuerpo es luz derramada entre sus brazos.

Acabamos contra la pared que se expande. Mi lengua herida navega y se pierde mar adentro. Ellos al mirarse navegan a un mundo que centellea en sus pupilas. Al besarse las venas de su cuello se hinchan, su tormenta revienta en mis entrañas y en sus lenguas descubro tatuajes de símbolos.  

La noche acabó en la cama, en las sábanas que cobran movimiento y su oleaje revienta en nuestros pies. Las nubes se evaporan, el sol deslumbra y su corona rasga mis ojos. En sus brazos la fuerza del océano revienta en mi espalda, sus labios desaparecen en mi pecho, sus barbas desgarran mi piel. Mi piel es la arena que aprietan en sus puños.

El sol ha perdido su corona, cae sobre el océano y nos rodea. Por un instante el universo es espuma, escurre en mi pecho, en el vientre, en nuestro sexo erguido. El océano se hincha, es una ola que rasga el cielo y su luz revienta en la orilla. La tierra ha desaparecido. El mar se vuelve rojo y escurre de mis labios.

Del cielo la corona cae una y otra vez. El sol se esfuma y en el fondo del océano nace la penumbra de nuevos horizontes. El cuarto jugador es la muerte. Mi pecho se abre, se desborda la noche, cuervos vuelan rumbo a otros continentes y en su pico llevan trozos de mi carne. Se carcajea la muerte, ellos se besan y yo he quedado fuera.






Greguerías

La muerte le sonreía todos los días, por eso le puso vestido y la convirtió en su modelo.

Algunos hombres usan barba los domingos para esconder el crimen del sábado por la noche.

Las monjas son murciélagos que sólo chupan la sangre de Cristo.

Rezó el Ave María y se desplumó en sus plegarias.

Las calles congestionadas estornudan automóviles.

Las malas lenguas, al besarse, acabaron de pleito.

La monja cubre su cuerpo, porque debajo de él, Cristo sonríe.

Las vírgenes son muñequitas con las que juegan los padres.

Tomó el tren y cuando miró atrás sólo vio un cuadro, una mosca, un punto, algo que ya no importaba.

Él siempre es el alma de la fiesta, aunque nadie le ha dicho que ya está muerto.

Tenía el Jesús en la boca y al tragárselo se volvió ateo.

En las citas a ciegas se conoce mediante el cuerpo.

Los zapatos lustrados lloran el viaje que no han hecho.

Los dioses gritan
Importantes secretos
Detrás de nubes





La última canción

En esta azotea el verano se desborda en nuestros cuerpos. Aventamos nuestras camisas, el viento las agita como nebulosas y desaparecen en el océano de luz —El vuelo de los aviones sacude edificios, árboles, el sueño de los vecinos y nuestros cabellos—. La noche nace en mis entrañas y en la punta de tu lengua que se pierde en mi pecho; tu sudor navega en mi piel y nuestro olor impregna el espacio. Tu aroma me despertaría aunque estuviera muerto —En el cielo los aviones son aves que descienden a nuestras espaldas, en la pista de aterrizaje—.

Desde el cielo nos espían como perros de azotea que ladran a la noche.

En esta azotea atravesamos el mundo, los días y las noches en un solo parpadeo; y nacemos y morimos y renacemos para encontrarnos. El océano es una inmensa ola que se forma en el horizonte. Tu risa psicópata despierta mis soles dormidos, mi lengua es pirotecnia y con sólo alzar los brazos rasgamos el cielo. La ola revienta contra el edificio y cimbra; está a punto de derrumbarse.

Las luces se adhieren a nuestros cuerpos, en tu pecho quedó atrapada una constelación, las aves en su vuelo se llevan la ciudad y nos elevamos al cielo como luciérnagas.



Besos

I

Las olas rompen
detrás de tus labios.

Tu lengua de mar
siempre en la noche
y en la madrugada espuma.



II

Colmó mi boca de musgo
de enredaderas e insectos.

Cuando abrí los ojos
Centelleaba  el bosque.



III

Tu lengua: el pretil de la noche.
Y no dude en aventarme.



IV

!



V

En tu lengua la esquina
en que di vuelta
para encontrarme con la muerte..



VI

La pistola en medio de tu lengua
y el crimen estalló en nuestros labios.







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