ALONSO MEJÍA
Nació en Neira, Caldas, COLOMBIA. Fotógrafo, poeta y narrador. Estudió Lenguas romances en Hunter Collage, Nueva York. Fue coeditor de la revista ilustrada de poesía Realidad Aparte. Autor de los siguientes poemarios Armadura del silencio, Signos errantes, Ciclo de los insomnios, La tierra iluminada, Un rostro, un fantasma, un rostro, La arboleda deshojada y El noble cazador (cuentos). Colaborador de diversas publicaciones colombianas y extranjeras. Ha traducido a Robert Lowell, Gregory Corso, Gary Snyder, Wallace Stevens, Eugenio Andrade, Carlos Drummond de Andrade, Emily Dickinson y Derek Walcott.
Las ficciones de la realidad
Me abandono a la ductilidad
de lo irreal y a la mala memoria
de los buenos recuerdos,
con el guiño de un gesto dulcificado
por el tiempo y la imaginación.
Solo están el mar y su batalla
con los vientos. La ventana que
lo contempla no es más que una barrera
de protección, una muralla hecha añicos
para preservar la apariencia
de realidad que me rodea.
SIN TÍTULO
Allá arriba en la colina
vive un alma ensangrentada por ofensas.
¿Todos estos serán sus enemigos?
¡Pero si están por todas partes!
¿Serán tantos los que acecha y le acechan
en este juego escalofriante que es la vida?
Su destino, como el mío, es el puñal de un ciego loco
que va abriendo heridas a diestra y siniestra.
Se mueve entre ojos que remolinean,
se miran, se engañan y se entienden
como fieras encantadas por la sangre.
La vida es un eco clamoroso de la muerte:
Por eso no ha podido ser mortal ni inmortal.
Sólo cuenta con la seguridad
de la mariposa alfilerada contra el muro.
Héroes mudos o bulliciosos se parten en pedazos,
caen,
y se enjugan el sudor, arrogantes o humillados.
Continúa la batalla
de los desperdigados de la Historia.
EQUILIBRIO
Ni me agobian ni me acechan
los esplendores y la ironías
de la realidad, o de las cosas
fertilizadas por la realidad.
El equilibrio es absoluto y encanta:
mientras persigo el vacío
con serena ansiedad
solo un relámpago basta
para iluminar el mundo.
SILENCIO
Me quedo con el silencio
el vibrante y sonoro
silencio de voces lejanas
perturbador y provocativo
que nos acecha y nos llama
y le devuelve a los dioses
estos páramos inhóspitos
estas ciudades que caminan
felices entre muertos donde
un árbol al tocarlo estalla
y el aire vive lleno de
ruidos e improperios.
CABALLO
En un espacio que colmó la noche
apareció como si fuera todo
lo que el mundo tenía que ofrecer.
En su pecho llameante
prisionero del éxtasis
donde todo es posible
la manifestación fortuita
y diría que gratuita del placer
de la llanura. Nada previsto
todo se ha modificado.
Y aunque la conmoción es espontánea
los puntos de apoyo son seguros
y ahora la mirada retrocede
al espeso paisaje sombrío
donde la superficie
que lo contiene a medias
se desvanece en la penumbra.
La disolución ya se intuía.
La realidad quiso paralizarse
mientras más acá en el tiempo
impreciso de las sombras
escapaba galopante
el caballo de mi sueño.
Los siguientes poemas son de su libro "Armadura del silencio".
Ediciones Moria, Nueva York, 1990, 164 pp.
matanzas
Me busca la mirada furiosa
no me encuentra,
e persigue el rayo inapelable
no me alcanza;
envuelto en telarañas de miedo
viajo armado y me desgajo,
viajo inerme y me sostengo.
Un cúmulo de besos en el cuello
una puesta del sol frente a los ojos
son las señales que buscamos todos,
el abrigo de la especie ante las fieras.
Máscaras que disuaden,
que se niegan a sí mismas,
máscaras que nacen, y se rompen
al tratar de revelar otras máscaras más duras,
son las armas que a todos nos protegen,
armas mudas como los cuerpos de los muertos.
Pero todos buscamos descender y remontarnos
plenos, de fuego permeados, hogueras
encendidas en la hondura de los otros,
núcleo elusivo rodeado de máscaras.
El cóndor en su vuelo imperturbable
es despedazado por la hélice
saIpicando y manchando las nubes con su sangre;
canción -cuchillo; lamento- accidente.
esplendor sin testigo despierta la compasión,
igual que la muerte en soledad.
El cóndor destrozado entra en mis planes,
lo puedes declarar al mundo sin temores
que el mundo recibirá tu clamor
como el agua que acaricia la piedra
que al caer la estalla.
Cuando escribo el mundo se torna
en un vendaval herido por un dardo
y las distancias se consumen a un guiño de mis ojos,
porque la voz reforma la sustancia.
Vivo ahí donde está esa mitad de puente viejo:
un rayo horizontal venido de otras tierras
partió el puente y partió mi casa en dos y me dejó
vagando en plena claridad, y sin sofá
ni alfombra, ni recuerdos de infancia.
Pero la acritud de las ciudades
y las ruinas de la vida
las alejo en mis vuelos nocturnos:
el paisaje lo Ilevamos en los ojos
y el asombro en el alma.
Los tambores maravillosos que anuncian
todos estos manotazos arteros y secretos
intentan un cambio súbito del ritmo
arrastrándole Ios pies a la danza,
haciéndonos oír el infinito,
y a nuestra espalda florece una paloma:
es la gran actividad de los desiertos que no vemos.
El banquete del gran festín consiste
en medio puente viejo y media casa,
y si no hay recuerdos quedan los tambores.
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