Carlos Roberto Gómez Beras
Nació en la República Dominicana (El Seibo, 1959) y reside en Puerto Rico desde temprana edad. Su poesía (traducida al francés, inglés, italiano y húngaro) ha sido premiada y/o publicada en certámenes y revistas nacionales e internacionales, e incluida tanto en antologías puertorriqueñas como dominicanas. Ha publicado Viaje a la noche, (1989, Premio Nacional de Poesía del Pen Club de P.R.), La paloma de la plusvalía y otros poemas para empedernidos (1996, incluye La paloma de la plusvalía, Poesía sin palabras y Animal de sombras), y Aún (2007, volumen reúne, por primera vez, los cuatro libros escritos entre 1989 y 1992), del cual tomamos su "Autorretrato". Es profesor universitario y director de la Editorial Isla Negra.
Obra poética publicada apenas en el lapso de cuatro años. Escritura para nada ingenua, lo prueba este mismo "Autorretrato" que puede ser, desde ya, un diálogo con los Versos sencillos de José Martí ("Yo soy un hombre sincero..."). Por lo tanto, pareciéramos haber pasado, no sólo en el Caribe, de una propuesta pre-freudiana, la del insigne autor cubano que no duda de su identidad (ni tampoco de su misión), a otra post-freudiana o postmoderna donde esta última está en debate (misión incluida). En general, coexisten en la poesía de Gómez Beras varias aristas; algunas más desarrolladas o consistentes que otras. Percibimos, al fondo del escenario, un periplo que va de Neruda a Borges; de la fascinación por el bolero a unos versos un tanto más especulativos. De un sujeto poético seguro y eminentemente desflorador a uno como enmarañado en su propio melodrama, en su propia puesta en escena. Mas, curiosamente, a pesar de los méritos indiscutibles de la limpieza, sugerencia, fina ironía alcanzadas en Animal de sombras (ejemplo, “Testimonios de otoño”) --ideal que, salta a la vista, pareciera habérselo propuesto el propio autor-- es la extraña mezcla de refrenamiento y patetismo, humanismo y kitsch, la que más poderosamente llama nuestra atención. Este gesto de estilo, creemos que no desarrollado en todas sus inquietantes posibilidades, lo exhibe Gómez Beras en algunos poemas de Poesía sin palabras (1991); pensamos, verbigracia, en “Mudanzas y destrucciones” y “Arte poética y destrucciones”. Aquí se ha canibalizado (comido y digerido) a Borges y, por lo tanto, al canon occidental y, de modo simultáneo, obviamente se ha hecho otra cosa: un híbrido, un Frankenstein antillano que nos resulta muy atractivo. Es decir, la ciudad letrada toda se ha trasvasado a una ciudad más bien cantada; lo libresco se afina ahora desde el canto popular. Lo que fue fascinación desde un principio, el bolero, se ha reacomodado entre las numerosas lecturas de nuestro autor. El bolero no como tema, tópico o referente --esto está ya muy visto en la literatura y acaso es demasiado fácil-- sino como sensibilidad colectiva, como modo de reapropiación popular de la alta cultura y de los modales (contenciones, represiones, protocolos, segregaciones) que conlleva esta misma. En una primera impresión este gesto de estilo podría pasar, en su eclecticismo discursivo, por desmañado o descuidado; nada de esto, si lo miramos bien. Mejor aún, si lo escuchamos bien: Bola de Nieve percusionando en el piano, y con todas las licencias del caso en cuanto a la letra, las primeras líneas de El Aleph.
AUTORRETRATO
No soy un hombre
Soy un poema.
Una mujer ya fallecida
me escribió en la noche
sobre una servilleta.
Una mujer todavía ingenua
me recita en la penumbra
con su voz de eucalipto.
No soy un hombre.
Mi rostro es un verso.
A veces
para poder oírme
me busco en los espejos.
Raga número dos
Ya la última noche veo.
He besado la la boca postrera
en este sendero de estatuas imperfectas.
Alguien, con dedos de arcilla,
moldeó mis labios ajados
y en la penumbra de un bosque
de símbolos intercambiamos
balas, estampillas postales
y caricias.
Su boca era fina y accidentada:
un río oriental corría por ella:
un licor sagrado despedía su aliento.
Las aguas espesas y tibias
reflejaron
mi pérdida y su ausencia.
Por aquel río personal
nos paseamos en dos barcas
rojas y borrachas.
Besándonos
mis cenizas cubrieron sus ojos
y SU dolor encendió mi razón
hasta convertirla en ceniza.
Porque es así
el amor de los tristes:
una barca de humo y flores
a la deriva de un río.
I.R.A.
Una navaja pasa suspirando
entre dos pétalos líquidos
entre dos sílabas apenas recuperadas
por el esfuerzo de dos dedos
ya casi sumergidos.
Las últimas flores se debaten
entre la obscenidad y el desgaste.
Cuba se resiste como una virgen
como un delfín perseguido por el delirio:
(tal vez debo escribir un poema
y titularlo Nunca vi La Habana
pero, ¿cómo igualar la pérdida
al intento de la melancolía?).
El planeta está furioso.
Caminos dormidos
por una ciudad de tirillas.
En una vitrina
el cadáver de Dios
espera para ser reconocido.
Cuba es el último amante
a la caza de un latido:
(sé que debo ofrecer
el corazón de albahaca
de una ama de llaves
pero, <tienen que ser humanos
todos los sacrificios?
El planeta se abraza a su rabia
como un suicida a su milagro
de olas teñidas.
Raga número tres:
Veo ya la noche última:
El día ha sido herido
por las falsas esperanzas
del cumplido oficinista.
El crepúsculo está manchado
por este paisaje de huérfanos.
Desde un balcón observo
como caen exhaustos
los pájaros de mis sentidos.
Es la hora:
en París un hombre muere sin aguaceros
y aquí las sombras
establecen su imperio
como un ejército de ahogados
y perdidos.
Ya no soy el de entonces.
He cultivado los procesos
de la ternura y el delirio.
He fingido el amor
con un libro abierto
con un cigarrillo encendido.
Es la hora:
no basta ya tu entrega
ni los amigos asomados al alcohol.
En este día de cosas caídas
paso de ti a mí mismo:
se me caen de la piel
las fechas y los asuntos.
Muy lejos quedaron los temblores
en las hojas del eucalipto,
muy atrás también
las frágiles y obscenas
palabras al oído.
Raga número cuatro:
Ya veo la última noche.
Cierro los ojos.
(quiero oír por última vez
la cítara de tu cuerpo:
la abeja feroz que se pasea
por las vasijas repletas de tus senos,
por el plato vacío de tu vientre.
Abro los ojos ... es el universo todavía
y su silencio.
Es por eso que regreso
a los paseos por el malecón
a un baúl lleno de balances
pendientes y daguerrotipos.
No regreso a ti
sino a tu recuerdo.
No puedo ver lo que eres
sólo lo que eres sin saberlo.
Es por eso
que en esta hora crepuscular
invoco desesperadamente:
la sombra del eucalipto
que crecía entre tus senos
cuando dormías como ausente
y el viento cálido de tu aroma
que invisible golpeaba las hojas
arrastrándolas de tus colinas
hasta mi pecho.
Dime ... ¿De qué sirve
el vendaje de tu sonrisa
si no conoces
los puentes que salen
de tu corazón al mundo,
ni las mujeres sin esperanzas
que los cruzan perseguidas?
No puedo ver que eres
sólo las bestias milagrosas
que te transitan.
Para llegar a mí mismo
paso por la puerta ciega
de tu cuerpo.
Ven cierra los ojos ... mira lo que eres sin quererlo:
el milagro de una mano en las cavernas
el Insomnio del primer centauro
las palabras al oído de Penélope
el viento fresco en el rostro del Kang
el último día de una guerra
la luna como la vio el Che en el año 67
y la historia con todos sus accidentes.
Todo esto eres sin quererlo.
Ven cierra los ojos ... ¿Escuchas tú también
la cítara
rasgada por la muerte?
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