sábado, 12 de abril de 2014

JOSÉ DE JESÚS DOMÍNGUEZ [11.520]

                                                                                  Añasco, Puerto Rico


José de Jesús Domínguez 

(1843-1898)
Poeta y médico puertorriqueño, nacido en Añasco en 1843 y fallecido en 1898. Muy influido por los poetas parnasianistas franceses que alentaron una estética premodernista europea en las últimas décadas del siglo XX, está considerado como el gran iniciador y difusor del movimiento modernista en las Letras puertorriqueñas.

Cursó sus estudios primarios en la escuela de su ciudad natal, donde dio muestras de grandes dotes intelectuales que le permitieron pasar a San Juan para recibir sus estudios secundarios por parte de los jesuitas. Fue por aquellos años cuando el joven José de Jesús Domínguez dio muestras de una viva curiosidad científica que le llevó, primero, a cursar estudios de farmacia con los mismos jesuitas de la capital, para pasar posteriormente a París y emprender allí estudios superiores de Medicina.

Graduado en Cirugía en 1870, regresó a su país natal y se dedicó a ejercer su profesión galénica al tiempo que profundizaba en diferentes investigaciones relacionadas con dicha materia, algunas de las cuales quedaron plasmadas en valiosos tratados médicos como los titulados El alcohol, Teorías de la visión y Estudios científicos. Pero en 1879, cuando ya había rebasado los cuarenta y cinco años de edad, sorprendió gratamente a críticos y lectores con la publicación de un poemario presentado bajo el título genérico de Poesías (Mayagüez: Imprenta de Martín Fernández, 1879) y firmado bajo el pseudónimo de Gerardo Alcides. Esta inesperada publicación reveló la existencia de un poeta culto, sensible y muy atento a la evolución de las nuevas corrientes estéticas que, por aquel entonces, se estaban desarrollando en Europa, bien aprehendidas por José de Jesús Domínguez durante su estancia estudiantil en la capital francesa.

Cuatro años después, el médico humanista dio a los tórculos su segunda entrega poética, titulada Odas elegíacas (Mayagüez: Imprenta de Martín Fernández, 1883), obra que vino a confirmar la sorprendente calidad de este poeta casi desconocido. Sin embargo, aún estaba por aparecer la verdadera aportación revolucionaria de José de Jesús Domínguez a la historia literaria de su patria, consistente en un tercer poemario que puede considerarse no sólo como la mejor obra salida de su pluma, sino también como el punto de partida de la lírica modernista en las Letras antillanas. Se trata del volumen titulado Las huríes blancas (Mayagüez: Tipografía Comercial, 1886), obra conformada por un único poema homónimo que, en su amplia extensión (ochocientos dieciséis versos, distribuidos en doscientas dos estrofas), introdujo por vez primera los modelos parnasianos, los ingredientes simbolistas y la vasta gama de alardes cromáticos característicos del primer y más intenso modernismo.

Situado, gracias a esta obra, a la altura de otros grandes precursores del modernismo en Hispanoamérica (como Julián del Casal y José Martí en Cuba, y Manuel Gutiérrez Nájera en México), José de Jesús Domínguez conmocionó a los lectores puertorriqueños con un bello poema narrativo en el que la anécdota es un mero pretexto para el goce puramente estético, siempre derrochado en pro de lo lujoso, lo exótico y lo exquisito. La figura arquetípica del poeta Osmalín -cuya única aspiración es la consecución de la belleza que puede alcanzarse en un mundo idealizado por todos estos tópicos modernistas-, sirve como pretexto para la presentación de un ámbito fantástico poblado de exquisitas huríes, espacio en el que resulta adecuado ese culto a la belleza que en todo momento profesa el poeta de Añasco. Respecto a los rasgos formales de esta composición, cabe señalar también la condición de innovador de José de Jesús Domínguez, quien empleó versos y estrofas procedentes de anteriores modelos románticos, en combinación con otros moldes novedosos que pronto habrían de imponerse en la corriente modernista inminente.




Ecos de una época (XXI)

Yo siento que la patria verdadera,
la que nunca los hombres han vendido,
con los recuerdos de la edad primera.

Es tanto realidad, como quimera;
es risa con esencia de gemido;
un eco, un eco lánguido y perdido
que en el fondo del alma persevera.

Podrá la veleidad o la arrogancia
decir que es un concepto equivocado
por irse tras la gloria o la ganancia;
pero, cuando ya viejo y ya cansado
vuelve el hombre los ojos al pasado,
la patria se confunde con la infancia.







El Ángel de la muerte

Es el ángel sutil como el ambiente;
como flor de los trópico, fragante;
como linfa de lago, transparente;
radioso de fulgor como el diamante.

vestido con estola nacarina,
dibujado en el aire, semejaba
la imagen que en el agua cristalina,
copiando un ser fantástico, se graba.

Brillante como el ébano bruñido
en que el sol de la Libia reverbera,
descansan en le hombro esclarecido
los bucles de su riza cabellera.

y parecen del ángel hechicero
los ojos inspirados con que mira,
dos Arcturaus, cogidos al Boyero,
o dos Vegas, quitadas a la Lyra.

no la tinta venusta de la grana
el labio sonreído le colora;
ni la rosa de Venus, la pagana
confunde sus mejillas con la Aurora:

Es el rostro del ángel de la muerte
mas nítido que le Alba todavía;
presagio singular que nos advierte
que detrás de la tumba, raya el día.






El sueño de la vida 

En el sueño de la vida,
como díctamo entre abrojos,
me seduce con los ojos
una ilusion sonreida.

Su virtud desconocida
pone fin a mis enojos,
y me envuelve con antojos
otra vez la fé perdida.

Tiene larga cabellera;
lleva casco que fulgura,
con un cisne por cimera.

Como el alma reverbera
su preciosa vestidura.
¡Qué bellísima quimera!



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