sábado, 19 de abril de 2014

LEOPOLDO LEZAMA CONTRERAS [11.561]



Leopoldo Lezama Contreras 

(México D.F, 1980) es poeta, ensayista y editor. Ha colaborado con numerosas revistas, suplementos culturales y antologías al interior y exterior del país. Ha trabajado en el Fondo de Cultura Económica y en Random House Mondadori. Es coordinador del libro Perduración de la palabra, Antología de poetas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, México, UNAM, 2008.  Actualmente está a cargo del taller de creación literaria de la Asociación de Escritores de México y es colaborador de la Gaceta del Fondo de Cultura Económica.




Hablo de la muerte


Hablo de las sensibilidades poderosas
De la belleza construida con los materiales fuertes
Hablo de caminos nunca antes transitados
Hablo del sendero vibrante, del colosal arpegio
Hablo del trazo que ordena al alma dispersa, de la onda mayor
Del sistema sagrado, visible únicamente con los ojos cerrados
Hablo de la eternidad, de su vestido limpio ensuciado por el fango
Hablo del mar, de su madera noble, hablo de la música de los papeles blancos
Del desánimo que es una cascada de noche y del espíritu, que es un verso intermitente
Hablo de los olores de la piel cansada, del amor y de sus cuartos fríos
Hablo de la ilusión de los poetas que se pudren como alimentos secos, hablo
Del sol que se queda dormido como elefante viejo, hablo del centro, del origen
De las manos rasposas, del polvo que ensucia los pulmones y los vuelve gruta
Del que distraído teje el polvo y lo convierte en manto, del aroma oculto en la memoria
De los grandes dibujantes que trabajan desvelados, del sueño que quiere construir sus
Propios dioses, hablo de ventanas sin cristales por donde entra el brillo de estrellas
Diminutas, hablo de las posibilidades infinitas que la muerte ofrece en tierra firme
Hablo del abismo como una planta curativa, hablo de los bosques donde llegan a morir
Luciérnagas heridas, hablo de los gatos ciegos que chocan
            contra muros y baldosas, hablo
Del cambio de color en los arbustos matutinos, hablo de la
            muerte que se filtra y envenena
La materia de las flores, hablo de mover una mano, de no moverla,
           de dar tres parpadeos
Para contener el infinito, aquel que nos lleva a la montaña donde ya no hay agua
Aquel que nos hace preguntar por qué yo y por qué aquí y porqué la tediosa
Sensación de estar despierto, hablo de que uno mira una puerta y se detiene,
            hablo de entrar
Y no saber lo que habrá adentro, hablo de vivir en un lugar al que no se hubiera llegado
Respirando, hablo de la historia universal y de su memoria moribunda,
            hablo de las juntas
Matutinas a donde van los muertos, hablo de los que se consumen
            tratando de entender y
Duermen angustiados, de lo que no se dice y se fatiga y termina dejando un hueco que
Después no se distingue, de lo que se espera y de lo que nunca se halla
De lo que no es dable a los sentidos y de las playas con escasos visitantes
Hablo del aire que sube como si quisiera irse del mundo, hablo del aire
Que llega a sus límites y brinca la cornisa, de lo que nace y en seguida muere
Del azar que no revela nunca su secuencia, de los escalones blancos
Que en el sueño se evaporan, hablo de las fiestas del sueño, de las profecías de santos
Negros, del que olvida su rostro y el tono de su voz y el brillo de sus ojos grises
Del ruido permanente que no deja de zumbar en la vigilia, del que interrumpe
Con la mano el flujo de la luz y se pregunta, si el muro ha cambiado de color
Por que hay otro universo, hablo de lo que existe a pesar de ser confuso,
            del que se habita
Confundido, de los edificios con los baños rotos y las paredes enlamadas
Hablo de los que se disocian a fuerza de rigor, de los que leen poesía
Y sueñan con desiertos, de los que gastan el tiempo en conjeturas, hablo de los pocos a
Quienes coquetea la maldición de lo posible, hablo del sentido evaporado
Que ha de detenerse en algún sitio, hablo del loco que vive en una
Melodía invertida, pero en una melodía, hablo del loco que escucha
Su pulso y piensa que su tacto es un volumen derramado, un péndulo
Entumido que avanza hacia ruidos milenarios, tra ta tán, que viene el muerto
Tra ta tán que viene de regreso la mente que se dejó llevar por el espejo
Tra ta tán que los locos del espejo ya supieron, que la expresión perfecta
Es un dolor del universo, tra ta tán que la sensibilidad espía al ser perfecto
Tra ta tán, hablo de la música, de la palabra que en sí misma
Es la blancura, hablo del desequilibrio, que es una filosofía inmensa
Embriagada en su columpio, hablo de los caballo de Dios, de los caballos marrones sin
Espíritu que cabalgan sobre campos humildes, hablo de quienes se enamoran del azar y
Hallan lo mismo, del que se asombra del árbol a lo lejos y prefiere
            no avanzar, de lo bello
Que destruye bajo su natural respiración, hablo del dolor, aunque
            los santos tiemblen, hablo
Del universo que es un veneno inteligente, una música incompleta, hablo del movimiento
Voluptuoso de los ataúdes, del desconocido cementerio donde se besan
            por las tardes los
Novios niños, hablo del arco y la centella, de la aurora fulminante y del conjuro que se
Neutraliza por dictarse en el ensueño, de las palabras de sustancia gris,
            de las palabras que
Salen a las gestas con pequeños escudos de madera escurridiza,
            de las percepciones largas
Que caminan sin rumbo, de noche, para ponerse a llorar en bodegones
            de obra negra, hablo
De los ojos que se nublan de tanto contener el agua, hablo de la luz dispersa,
            sin orden, que
Se derrama como baba eléctrica sobre la mesa de cocina, hablo del tiempo
            que avanza sin
Prisa, desganado, como un campesino que retorna a casa mientras oye el mar,
            hablo de los
Patios limpios y de las estaciones de ferrocarril llenas de humo negro, hablo de
Los que piensan que la tristeza es una sensación deforme, de los que
Especulan sobre las sirenas cuando no pueden dormir, de los que arrastran las sandalias
Con cautela para no romper la madrugada, de los que se quejan en silencio per aún no
Están dormidos, de las alucinaciones, que son un rechinante carrusel de oro
           escondido en el
Taller de cobre, hablo de los viejos que se levantan a mirar la noche
            cuando piensan en la
Muerte, hablo de la noche, que es la versión sensible de las formas, de los poetas que
Extraen de las cosas su válvula secreta, su cualidad definitiva, de la llanura y de su
Polvo inerte, de las larvas que mueren antes de cambiar de piel, de las
Mariposas y su hermoso concierto mudo, de los niños castigados que desperdician
Sus cuadernos para hacer aviones, de los que todas las tardes suben a las azoteas para
Planear excelsos aerodinámicos modelos, de quienes imaginan una hoguera donde
Se consumen las adolecentes brujas, de los insectos que vuelan en desiguales
Órbitas amigas, de los alumnos de camisas limpias y rodillas sin tierra, que se angustian
Con el vuelo de las aves, hablo del desvelo quirúrgico que destaza para siempre
A la conciencia, de las palomas que buscan granos en la tierra, del rostro demencial
Que se refleja sin firmeza, de quienes saben que la lógica es una embriagada espiral
Con ridículas pretensiones de ser línea, hablo de quienes una noche se despiertan, y se
Encuentran con que todo está en un fabuloso cataclismo, hablo del miedo indescriptible
De los que ven más allá de los sentidos, hablo de lo que no se dice y
            determina, hablo del
Olvido, de su periferia descompuesta y de sus balcones altísimos, hablo de cuando los
Astros resuelven sus errores milenarios en las pesadillas de los niños, hablo de quienes
Agotan todas las formas del dolor y nunca escriben una línea, hablo de la fiebre, de la
Frente llena de sudor y de los dolores nuevos, los que no ha sentido
            carne alguna por ser de
otro universo, hablo de los que asesinan todo lo bonito, de los que trabajan
            Incansablemente
para conocer el camino de regreso a la locura, de los que vieron el mármol
            Sudoroso de la
segunda mente, de quienes estuvieron ahí, en lo otro, en lo que difícilmente
            Se pronuncia
por ser de los demonios, hablo de los que besan el cuello de su amada antes
            De asfixiarlo,
mientras sus ojos la miran con un amor que jamás podrá exhibirse, hablo de
Los segundos posteriores a la muerte, del cuerpo quieto luego de haber querido
Jalar aire, hablo de la mano que frasea una caricia, de la habitación iluminada
Y de las sábanas tiradas en el suelo, hablo del librero, de las colillas de cigarr
De que todo grita en una tonada que no entiendo, de que al amanecer los veladores se
Despiden sin prisa, hablo del silencio, de las ideas que en lo profundo
            fijan una imagen que
No llega a emerger, hablo de los ojos bien abiertos y de los músculos tensos, hablo del
Pulso, esa percutiente manera de ir muriendo, de esa tonalidad inconclusa que avanza a
Tropiezos, hablo de las aves, de la tímida cortesía con que trepan a los árboles, de la
Inusual serenidad de su respiración, y del ramaje denso de los sueños,
            de que en los sueños
Las habitaciones son más altas, y sus muros más espesos, par que no entren
            los ruidos de la
Noche, para que el nebuloso paraíso de la luz eléctrica se desgarre
            en su lírico alambrado
Hablo de que alguien fuma en el sueño, y el humo se pasea en las azoteas vecinas,
            hablo de
Que la realidad no se organiza, de que la madrugada avanza torpe, como
            un sinuoso desfile
De raíces que nunca tuvo origen, hablo de que tras los párpados dormidos
            todo sucede con
La precisión de una rotura, de que la realidad avanza bajo un fin incierto,
            de que la realidad
Es una niña vistiéndose de luces para llegar temprano a su exterminio, y hablo del vacio,
De que toda fuerza destructiva es el inicio de una noche, de que toda
            voluntad es poderosa
Mientras vive, y de que esto que habitamos es la realidad desprendida de
            una vértebra, un
Salón sin luces a punto de cerrarse, hablo de que la realidad avanza como
            un caballito de
Mar montado por un niño cuyo corazón late de prisa, de que la muerte enseña la
Monstruosa dificultad con que comienza un orden y de que el amor
            es un puente colgante
Siempre a punto de caerse, hablo de llorar, llorar y retorcerse, de volverse
            humo cuando la
Noche comienza a naufragar, hablo de que en el máximo dolor se respira al fin un
Fragmento de pureza, hablo de la sensibilidades  azulinas, hablo de los
            que mueren porque
Su sensibilidad es una hidra, hablo de los que mueren a veces, de los que mueren
Hablo de la muerte.







Luz de origen 

I

                                                                                    
En los tiempos del fuego nacía la fuerz
eran los días de la antigua paciencia
que todo lo creaba
los bosques inmensos despedían
la primera humedad de sus maderas
el mar comenzaba apenas a levantar sus olas
y la arena era tan nueva que parecía de aire.

Embriagado de vacío, el cielo nocturno aún no
concebía estrellas
aún aquella altura carecía de luces
y los picos de las montes
no eran asustados por cometas.

Surgió un vapor como de luz incierta
era el alba despertando
sobre los primeros campos
tibios y cansados de ir naciendo
desnudos, sin llanos ni veredas.

La noche apareció como un reposo aéreo
la noche, era un ánimo elegante en que la tierra
guardó un silencio extraño
para que las formas decidieran sus colores.

El tiempo estaba hambriento de figuraciones
de distancias y de límites
el tiempo estaba hambriento de un vocabulario
de un tacto, de una geografía
el tiempo estaba hambriento de una música
que fuera el transcurrir de las constelaciones.

El destino era entonces energía disuelta
un abismo de niebla aún sin superficie
el frío se extendía como un luto de los aires
un leve estremecimiento al pie de los olivos.

Con los primeros rayos, las cosas
parecieron adquirir una presencia
un segundo antes, las formas aún dormían
en un océano de agua inconcebida.

Los gemidos del mar llegaron tarde
de pie, los acantilados seguían teniendo sed
luego de siglos, pero una noche
el agua desbordó por todas partes
los ríos surgieron  como un gigante fértil
que bajó de la montaña a grandes pasos
el agua, formó chopos, ciénagas, lagunas.

Luego, los hombres examinaron el cielo,
la lluvia, los planetas
pronto, supieron que los atardeceres eran tiernos
que las estrellas eran un mapa misterioso
que escondía un pez, un centauro
pronto, los hombres supieron crear rutas
para leer la realidad.



II

Nada de este tiempo comparte un transcurso con la tierra
este tiempo sordo sigue fuera de sí, obnubilado
enciende torbellinos, extiende ríos sin dejar rastro
desaparece entre la arena y vuelve
camina tambaleante levantando orígenes
pasea al sol en un carruaje de oro
dibuja estrellas mientras duerme
reposa sobre las montañas y despierta, para que crezcan
árboles azules.

Nada hay en su transcurso
sólo sendas de humo perseguidas de barcos en el alba
sólo un aleteo de siglos muriendo bajo un faro ensombrecido.

El tiempo, sucio y agotado, lleno de impaciencia
creó una música
descansó entre los trigos
buscó un río en qué calmar su sed
anduvo a ciegas por el agua, nadó profundo
y miró que ya en la superficie
se paseaban bueyes y serpientes.

Y las ciudades hirvieron
se volvieron polvo
los caminos se desdibujaron desasidos de su ruta
los bosques fueron desprovistos de alimento
y los puentes dejaron de acercar las poblaciones.

Sólo quedó humo
humo
una humareda.




III

El tiempo, confundido, se demoró en llanuras
lustró su pie en espigas de aire
se embriagó de polen, se quedó tumbado en mitad de la colina.

Sofocado, cálido, su mano dibujó
un mar bajo poesía muy deficiente
la luz se escondió tras una piedra delatora
primero fue un gracioso brillo
luego su columna vertebral se volvió etérea
el vapor, que antes brincoteaba disperso por el aire
se hizo nieve.

El tiempo llegó tarde
sin embargo los astros le guardaron un pesebre
los astros le cantaron un himno respetuoso
el alba construyó un collar para sus blancos pastizales
y la luna corrió en procesión hacia sus llanos tristes.

Marcado por la lumbre reposó intranquilo
dejó caer sus músculos pesados sobre el muelle
volaron luces, gaviotas ondularon
un marino respiró despacio y revisó el fruto de la pesca
sintió una presión allá en el horizonte
lanzó la red de nuevo, se abrió un abismo.




IV

Por la noche el mar trazó un orden sensible
un pez en lo profundo delineaba círculos
una lluvia de sal calcinaba el horizonte.

El tiempo lanzó a las brasas su memoria
volvió a sentir ternura por el faro solitario
por la arena tibia.

 El rey viejo estaba en calma
sabía que al caer la madrugada
podría comenzar una escritura.

Soltó una carcajada, se alzó una polvadera,
nació el infinito de la espuma lúcida.





V 

Como un hastiado labrador reposó en sus límites
volteó debajo, miró sus piernas flageladas
sintió el desorden como un trueno
como el paso tumultuoso de una infantería cautiva.

El miedo le impidió detonar una teoría
sus rezos no llegaron porque no hubo dioses.

Pensó que lo vital se manifiesta por fragmentos
que la verdad  se encuentra entre resquicios
que nada ilumina para siempre
y que no hay fuerzas para alcanzarlo todo.





VI

Pasa un autobús, se escucha su motor enfriar los pastizales
un hombre se detiene en la orilla de un barranco
y observa que en el cielo hay una estrella
alza la mirada, se estremece, sabe que algo quedará.

Queda la sabia resistencia, la paciencia adulta
queda la tentación de subir y detenerse
y pisotear la agresiva enredadera
queda el miedo, el temblor en el vientre
queda la corteza de una falsa profecía
queda un dolor como constelación punzante
queda el principio cayendo desde lejos
queda dormir, dormir, dormir y levantar un espacio intermitente
queda un caldero que arderá de noche
queda dormir, dormir, dormir y levantar un puente
entre las luces y el cordón umbilical de la muerte.

Queda dormir, porque allá arderán los santos viejos
y arderá dios, cada vez más lento y nítido
queda dormir, dormir, dormir, mientras todo se termina
mientras cae la nieve sobre los mármoles de nuestras tumbas
queda dormir, dormir, dormir, mientras cae la nieve sobre el mar en calma
porque cuando algo se termina corren las liebres tras el cometa antiguo
queda dormir, dormir, dormir bajo el arrullo de una música
que nos abre la garganta, mientras nos pide, de rodillas
que no prosigamos la marcha.




VII

Sonido lúgubre, fuego inteligente
nada queda por hacer
sólo durar mientras se agrieta el árbol
sólo detenerse, ir cayendo
sólo pensar que el universo volará en pedazos.

Sonido lúgubre, fuego inteligente
abre los tejidos de este segundo tenso
para que mi voz llegue a tus oídos
y las constelaciones se abran para que circulen las estrellas.

Sonido lúgubre, fuego inteligente
no es el tiempo más que una hermosa geometría
noble y agresiva como el filo de una roca
tierna como la miel, lasciva como la espuma.

Sonido lúgubre, fuego inteligente
la noche tenía una dorada superficie, una lluvia exacta
un jardín abrumado de senderos
la noche era un imán jugando a los misterios.

Sonido lúgubre, fuego inteligente
todo se derrumbará de nuevo
templos, monumentos
hombres y ciudades.

Sonido lúgubre, fuego inteligente
la materia irá calmando sus temblores
la noche tejerá su sábana negra
para esconder el cuerpo de una ciudad muerta.




VIII

No tenemos tierras ni ropajes
virgen prófuga en el bosque oscuro
virgen cobijada con pedazos de recién nacido
no tenemos tantos brazos para contener tus mordeduras
virgen temprana y nocturna, de ti bebimos la lepra y el sadismo
no tenemos fuerzas para salir del agua
tu mano es un anzuelo ardiente
tu risa es una araña, virgen que nos acaricias
como a un niño ahogado.

Nos enamoramos de ti y nos humillaste
te reías como se ríe la muerte al dejar la mesa sucia
te reías como se ríen los dioses al lastimar a un perro
te reías como una perra sin dios
como una muleta rota
virgen loca, no tenemos fuerzas, bájate del columpio,
mécete sola.





IX

Joven maestro, tu piedad es débil
tu andar incierto por el atardecer rojizo.

Joven maestro, tú también estás desprotegido
tú también precisas de quién limpie tus heridas.

En casa los viejos tenían hambre, enfermaban
sin embargo dejamos los canastos y nos sentamos a escucharte.

Señor, déjanos ir, tenemos miedo
no queremos azotes, ni persecuciones nocturnas.

Señor, consuélanos limpiando de nuestra memoria
una porción de tus cenizas.

Ya nos has querido asesinar, tu miseria es grande
tus locos en las calles se arrastran de ternura
tus negros jinetes aún cabalgan en las pesadillas.

Joven maestro, aún hay esperanza
el alma la sorbimos a tragos de ceniza
entramos dormidos a la luz
y no fuimos despertados.

Huimos para temblar de hambre en las ciudades
para morir al alba, para estallar de pánico
para desenterrar a nuestros muertos
y cantarles salmos desdichados.

Joven maestro, no nos salvarás con flores
nuestros pulmones nunca fueron bienvenidos
en ésta tierra infértil.



X

Por la noche trabajaron los esclavos
comieron pan, bebieron vino.

Si son dignos serán crucificados
correrán por los senderos
pisoteando sus vísceras polvosas.

Joven maestro, déjanos tranquilos
deja que nuestro dolor escape de tu imperio mórbido
déjanos curarnos con nuestras propias mordeduras.

Ya somos adultos, ya nuestros oídos
tienen filtros para contener la espesura
de tu verdad leprosa.

Tu orgullo es pueril, tu piedad inútil
tu palabra turbia nos asfixia y el mundo renunció
a tu bondad falsa.

Joven maestro, señor de la misericordia
vivimos en las ciudades destruidas,
aquí no hay dioses
aquí sólo reina un ánimo que se calcina.





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