Madeleine Delbrêl
Madeleine Delbrêl, mística cristiana francesa, asistente social, ensayista y poetisa; nació el 24 de octubre de 1904 en Mussidan en Dordogne y murió el 13 de octubre de 1964.
Nació en el seno de una familia indiferente a la religión. A los doce años de edad conoció algunos sacerdotes que la despertaron a la fe y, a los 15 años, a algunos intelectuales de valía que la alejaron de ésta.
Se convirtió definitivamente a los 20 años.Fue una asistente social muy activa y trabajó en la barriada obrera del extrarradio Ivry-sur-Seine, que tenía autoridades municipales comunistas. Se enfrentó entonces con el ateísmo marxista, sin dejar de anunciar el Evangelio, a contra corriente.
Se convirtió definitivamente a los 20 años.Fue una asistente social muy activa y trabajó en la barriada obrera del extrarradio Ivry-sur-Seine, que tenía autoridades municipales comunistas. Se enfrentó entonces con el ateísmo marxista, sin dejar de anunciar el Evangelio, a contra corriente.
Sus escrito manifiestan dotes poéticas y, sobre todo, una profunda vida mística. Es considerada por muchos como una de las personalidades espirituales más importantes del siglo XX. Se ha introducido en Roma su causa de beatificación.
«Si vas al fin del mundo, encontrarás la huella de Dios; si vas al fondo de ti mismo, encontrarás a Dios».
Obras
Por orden alfabético de títulos
Alcide : guide simple pour simples chrétiens, Seuil, Coll. « Livre de vie » n°133, Paris 1980.
Ampleur et dépendance du service social, Bloud et Gay, Paris, 1937.
Communautés selon l'Évangile, Seuil, Paris, 1973.
Éblouie par Dieu / correspondance 1 : 1910-1941, (Œuvres complètes vol.1), Nouvelle cité, Coll. « Spiritualité », Montrouge 2004.
La Femme et la maison, Les Éditions du Temps présent, Paris, 1941.
Humour dans l'amour : Méditations et fantaisies (Œuvres complètes vol.3), Nouvelle cité, Coll. « Spiritualité », Montrouge 2005.
Indivisible amour : pensées détachées inédites (textes choisis et présentés par C. de Boismarmin), Centurion, Paris,1991. - Bibliogr. p. 131-133.
La Joie de croire, Seuil, Paris, 1968. (Recopilación de textos escritos entre 1935 y 1964 y extraídos en parte de varias revistas y publicaciones)
Madeleine Delbrêl. La Route, impr. et libr. Alphonse Lemerre, Paris, 1927. Prix Sully Prudhomme 1926.
Missionnaires sans bateau - les racines de la mission, Parole et silence, Saint-Maur, 2000.
Le Moine et le nagneau, (Œuvres complètes vol. 4), Montrouge, Nouvelle cité, Coll. « Spiritualité » 2006 (21e éd.)
Nous autres, gens des rues - textes missionnaires, Seuil, Coll. « Livre de vie » n°107, Paris, 1971.
S'unir au Christ en plein monde, correspondance, 2 : 1942-1952 (Œuvres complètes vol.2), Nouvelle cité, Coll. « Spiritualité », Montrouge, 2004.
Veillée d'armes - aux travailleuses sociales, Bloud et Gay, Coll. « Réalités du travail social » n° 1, Paris, 1942.
Ville marxiste, terre de mission - provocation du marxisme à une vocation pour Dieu... A la 12º edición se le añadió la correspondencia entre M. Delbrêl y Venise Gosnat y dos textos inéditos, Cerf, Coll. « Foi vivante » n°129, Paris, 1970. Réédition : Desclée de Brouwer, 1995.
« Si tu vas au bout du monde, tu trouveras la trace de Dieu ;
Si tu vas au fond de toi, tu trouveras Dieu lui-même… » (Madeleine Delbrel)
Semblanzas
Madeleine Delbrêl
¿Quién era esta mujer excepcional que vivió treinta años en el municipio parisino de Ivry sur Seine? En aquella época, Ivry sur Seine era prácticamente la “capital” del comunismo francés. Ella vivió allí entre 1933 y 1964, y murió también allí en Octubre de 1964. Es fundamental presentar a esta mujer, que es para muchos y muchas un gran testigo de Dios en la Europa del siglo XX.
Siendo parisino, y teniendo conocidos y amigos en estos barrios de la periferia sur de París, conocía algo del ambiente de este municipio que he mencionado. Me llamaba la atención la bandera roja con la hoz y el martillo que ondeaba junto a la bandera francesa en el ayuntamiento de esta ciudad obrera: eran los años 1955-1960. El comunismo “a la francesa” era la gran esperanza de muchos trabajadores. La lectura del periódico “l´ Humanité” era el “evangelio” de muchos: la esperanza de un mundo mejor.
El 15 de Octubre de 1933, después de un año de preparación, Madeleine decidió vivir en este municipio, y para ello se instaló en los locales de una de las parroquias con dos compañeras que procedían del escultismo. Más adelante, se mudaron al nº 11 de la calle Raspail, cerca del ayuntamiento, convirtiéndose esta casa en su domicilio hasta el día de su muerte en 1964. Se trataba de una pequeña “fundación” constituida el 15 de Octubre: día de la conmemoración de Santa Teresa de Jesús. No se trataba sólo de una coincidencia, sino de la voluntad de confiar a la Santa de Ávila esta gran aventura en la que venían pensando desde hacía años. Tuvieron la ayuda de un cura que les aconsejaba: el Padre Lorenzo, vicario de una parroquia de París, y consiliario de la rama femenina del escultismo. Fue una persona que marcó mucho la vida y la orientación de Madeleine Delbrêl.
Madeleine Delbrêl era una mujer de gran cultura: sabía de poesía, música, y arte. Era hija única de unos padres procedentes de la pequeña burguesía de provincia; su padre era ferroviario. Nació en Mussidan, cerca de Perigueux, el 24 de octubre de 1903. Heredó de su padre el dinamismo, el sentido de la organización y el don de la comunicación; y de su madre, la sensibilidad, la firmeza y el encanto cautivador. Debido a la profesión del padre, la familia tuvo que trasladarse de un lugar a otro; y la educación de Madeleine iba siendo confiada a profesores particulares. Fue iniciada en el cristianismo en la adolescencia e influenciada por los ambientes literarios y filosóficos en los que su padre la introdujo. El ambiente familiar no era fácil, y después de una educación bastante tradicional, y de las consecuencias desastrosas de la Primera Guerra Mundial, Madeleine se declaró atea. No aceptaba la “incoherencia del mundo que la rodeaba”. Afirmaba con mucha seguridad: “Dios ha muerto, viva la muerte”. Asistió a cursos de Historia y Filosofía en la Sorbona, donde sobresalió por su profunda capacidad de análisis, y empezó a frecuentar los ambientes literarios y artísticos de los barrios Latino y Montparnasse de París.
En 1922 se enamoró de un joven alumno de la escuela Politécnica, Jean Maydieu, quien después de un año de noviazgo, decidió romper el compromiso para ingresar en el noviciado de los Dominicos. Comenzó para Madeleine una época de desamparo y de muchas preguntas. Este encuentro y ruptura con Maydieu le hicieron confrontar su ateísmo con las certezas de fe de este hombre. En este tiempo su padre enfermó y se quedó ciego; su madre trabajaba en exceso. Unas amistades nuevas, y unas lecturas novedosas, la orientaron un año después hacia el Cristianismo. Descubrió su vocación de cristiana en la ciudad, de misionera sin barcos. El desierto urbano se convirtió en un espacio de contemplación, las calles de la ciudad en su campo de misión.
En el año 1957 habló de su conversión que tuvo lugar en un día de 1924:
“He reflexionado durante meses. La hipótesis Dios me parece posible. Tomé la decisión de rezar algunos minutos. Con ocasión de un encuentro, oí hablar de Teresa de Jesús, la Santa de Ávila. Ella recomendaba rezar cada día, pensar silenciosamente en Dios durante cinco minutos. La primera vez me puse a rezar de rodillas para evitar todo idealismo”. Según ella, “hay dos búsquedas de la belleza. Una en la imaginación, que es el arte. La otra muy realista, que es la religión. La primera nos da una imagen de Dios, la segunda nos hace partícipes de Dios. Quiero descubrir lo esencial, la fe. Una fe luminosa, pero nada más. Lo extraordinario me provoca nausea. Solamente la gloria de Dios”.
Mientras tanto, inició estudios de Asistente social. De hecho, durante unos años trabajó intensamente en los servicios sociales del ayuntamiento.
Codo a codo con los militantes comunistas, y codo a codo con la población de Ivry, Madeleine se entregó a su tarea, al tiempo que redactaba el programa de la pequeña comunidad. El 1 de Octubre de 1944, después de una larga reflexión, Madeleine dejó su trabajo en el ayuntamiento. Fue una decisión difícil para ella, pero quería dedicarse totalmente a la pequeña fundación. Paralelamente, comenzaron a implantarse otros equipos similares en el este de Francia. Ella escribía artículos en revistas como “Estudios carmelitanos”, “Esprit”, o “Temoignage chretien”. Al mismo tiempo para vivir, Madeleine y unos amigos españoles de Ivry pusieron en marcha una pequeña empresa de tipo cooperativista, fabricando el famoso “turrón español”. Era un negocio difícil de mantener, pero les daba para vivir.
En 1957, escribió un libro por el que se dio a conocer en el ambiente de la Iglesia misionera de Francia: “Nosotros gente de la calle”. Se trata de unas páginas muy valientes. La obra revela la vida íntima de Madeleine: sus sufrimientos, su soledad, su experiencia mística, y su profundo amor a la Iglesia. Se puede trabajar con marxistas ateos, pero no se puede poner entre paréntesis nuestra fe cristiana. El subtítulo del libro era, “redactado en Ivry de 1933 a 1957”. La edición de 1970 añade, “provocación del marxismo a una vocación por Dios”.
En 1959, con unos seminaristas de los Hijos de la Caridad, tuve la suerte de encontrarla en su casa de la rue Raspail de Ivry. Lo novedoso para mí era encontrar a una mujer creyente y muy comprometida en lo social, que valoraba todos los encuentros de la vida cotidiana. Hablaba de los militantes políticos y sindicalistas, como del abuelo del hospicio, o de la familia italiana que encontraba en el mercado del sábado. Para ella todos tenían un valor sagrado.
A pesar de ser una mujer de una gran cultura, siempre tuvo una gran sencillez evangélica. Algunos años después, cuando salió el libro, “Nosotros gente de la calle”, pudimos comprobar que se situaba como una más entre la gente corriente. La portada del libro representaba la salida del metro en Ivry en la hora punta de la tarde. Este libro es como un compendio de una selección de artículos que ella escribía en diversas revistas, sacando tiempo a pesar de su trabajo profesional (hasta octubre de 1944), y a pesar de su precaria salud, incluso de noche, para dar charlas y redactar meditaciones, poesías, y reflexiones. ¡Y todavía no se ha publicado todo!
Murió de repente el 13 de octubre de 1964, durante el Concilio, en su mesa de trabajo. Tenía sólo 60 años. Aquel día en el aula conciliar, un laico, presidente de la JOC internacional, tomó la palabra por primera vez frente a toda la Iglesia, y lo hizo en nombre de los trabajadores cristianos que vivían y luchaban en las fábricas y en los barrios obreros de las grandes ciudades.
Nadie imaginaba que había dejado tantos escritos sobre la misión de la Iglesia en el mundo. Textos a veces muy originales y de una gran actualidad. Su pensamiento sobre el tema de la espiritualidad laical se refleja en cantidad de escritos que han tenido una enorme difusión en estos años, sobre todo en sus tres libros póstumos: “Nosotros, gente de la calle”, “El gozo de creer”, y “Comunidades según el Evangelio”. Para ella Dios se revela en la vida cotidiana, en donde Él nos ha puesto, en la calle. Ella es una maestra de la oración para la gente trabajadora, para los que no tienen tiempo para rezar.
¿Qué aspectos de su vida y de su pensamiento podemos recalcar?
Su conversión en 1924: dice, “una deslumbrada por Dios”.
Una espiritualidad de la vida cotidiana es decir: la fidelidad a lo real. Madeleine repetía sin cesar que Dios está en la calle, que está donde se hallan los rostros de hombres y mujeres. Su pasión era la de “dignificar la vida de tanta gente que cada día volvía del trabajo con su peso de cansancio y monotonía“. La vida mística no es para una elite, sino para la gente corriente, incluso para sitios donde nos extraña y alegra a la vez el encontrarla. En el bar “Clair de lune” en Port d’ Italie, cerca de Ivry, le gustaba pasar unos momentos por la tarde en medio del pequeño pueblo de París, su pueblo, su gente. “Nos has traído esta noche, a este café llamado “le Clair de lune”, donde has querido ser Tú en nosotros. Has querido encontrar a través de nuestros corazones a todas estas personas que han venido a matar el tiempo. Atrae a todos hacia ti en nosotros, al viejo pianista, a la violinista, al guitarrista, y al acordeonista.
Una buena parisina
Una persona que cuida la interioridad
La oración no es algo formal. El tiempo vivido, los encuentros, los acontecimientos, llegan a ser para ella palabra de Dios, presencia, incluso verdaderos sacramentos. Era una persona que quería hablar de Dios con un lenguaje siempre nuevo: “no se habla de Dios con definiciones, sino con el lenguaje del amor, de la luz, de lo asombroso”. Su afán fue poner a Dios al alcance de los humildes. Según ella, son “las paciencias” de todos los días, las que construyen la santidad; es haciendo nuestros “minúsculos deberes” donde encontramos “las chispas de la voluntad de Dios”. Ella invita al cristiano laico a “quitarse las sandalias, porque la tierra que pisa todos los días es tierra santa, y allí está Dios escondido detrás de la zarza”.
Una de las místicas más grandes de nuestro tiempo
Sufrió algunas decisiones de la jerarquía, pero enfrentó estas dificultades sin complejos, sin resentimiento, sin necesidad de ajustar sus cuentas con alguien. Madeleine no quería romper la Iglesia en dos trozos; intentaba no hacer clasificaciones. Para ella lo importante es que había un mundo que necesitaba de la salvación de Dios. Ofrecía su corazón a Dios, para que Él pudiera hacerse visible y cercano a hombres y mujeres. En uno de sus libros dirigidos especialmente a los curas de la Diócesis de Milán, el Cardenal Carlo María Martini les invitaba a abrir nuevas ventanas de confianza hacia Dios. En medio de un ambiente de materialismo y de indiferencia religiosa, él aconsejaba abrir espacios libres para alcanzar la sabiduría del corazón. Y seguidamente, citaba el ejemplo de una persona que vivió una gran parte de su vida en un barrio periférico de Paris: Madeleine Delbrêl, que él consideraba como “una de las místicas más grandes de nuestro tiempo”.
Termino esta semblanza con esta confidencia profunda de Madeleine: “Lo esencial de esta vida, la razón de ser, y la alegría es estar en el mundo, esconderse en medio de este mundo. Ser una parcela de humanidad, entregada, ofrecida y desinstalada. Ser islotes de residencia divina. Hacer un lugar para Dios. Creer de parte del mundo, esperar para el mundo, y amar para el mundo”.
Joseph Rodier (Fil de la Charité)
Poema sobre las bienaventuranzas
Alegrías procedentes de la montaña (fragmentos)
Jesús predicando el Sermón
de la Montaña
Ya que las palabras, Dios mío, no están hechas
para permanecer inertes en nuestros libros
sino para poseernos y recorrer el mundo en nosotros,
permite que de esta hoguera de alegría
que tú encendiste antaño sobre una montaña,
que de esta lección de felicidad,
sus chispas nos alcancen y nos penetren,
nos rodeen y nos invadan;
haz que, habitados por ellas,
“como chispas en los rastrojos”
recorramos las calles de la ciudad,
marchemos junto a la oleada de la multitud
contagiando felicidad,
contagiando alegría.
……………………………………
En el tropel sin rostro
haz pasar nuestra alegría ensimismada,
más clamorosa que los gritos
de los vendedores de periódicos.
……………………………………………
Bienaventurados los pobres de espíritu
porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Ser pobre no es interesante:
todos los pobres son de esa opinión.
Lo interesante es poseer el Reino de los Cielos,
pero solo los pobres lo poseen.
Así que no penséis que nuestra alegría consiste
en pasar nuestros días vaciando nuestras manos,
nuestras cabezas, nuestros corazones…
Nuestra alegría consiste en pasar nuestros días
haciendo sitio en nuestras manos,
nuestras cabezas y nuestros corazones
al Reino de los Cielos que pasa.
Pues es asombroso saberlo tan próximo,
saber que Dios está tan cerca de nosotros;
es prodigioso saber que su amor es posible
de tal manera en nosotros y sobre nosotros.
…………………………………………………………….
Cuando, empobrecidos del todo
lo único que podáis ver en el mundo…
sea en vosotros una indigencia sin fachada,
pensad en esos ojos de sombra
abiertos en el centro de vuestra alma,
fijos en cosas inefables,
porque vuestro es el Reino de los Cielos.
El canto fúnebre de los pinos salvadores
Gracias a las raíces de los pinos, la tierra de las Laudas
pudo defenderse del mar. La primera hilera de pinos está
con las raíces al aire y calcinada frente a las grandes
dunas.
¡Basta, Tierra, ya hemos sufrido demasiado!;
Venga el viento y devuelva a la mar
Nuestros huesos colgados de las horcas de las raíces;
Nuestros huesos bamboleantes
arrastrados cráneo abajo
En este abismo donde tú marcas los pasos
Oscuros y arduos de tus caminos divinos.
Hubo un tiempo en que sonó una llamada;
Fuimos elegidos de entre los bosques vivos,
Y nuestros cuerpos arrancados al viento, jóvenes retoños
Fueron injertados en unas planicies de sal.
¡Basta, marea; basta, olas ebrias
Que vomitáis la espuma de vuestro oleaje
Sobre nuestro lecho resonante y claro!
¡Basta, brazos; basta, ubres copiosas,
Entrechocados por las mismas caricias!
Venga el viento y nos devuelva a la mar
Para traducir irrompibles mensajes
Durante tiempo y tiempo
Ante mareas ávidas y crecientes
Hemos crispado el bosque donde perduran nuestros rostros.
Acribillados por la lluvia y las crueles tormentas
Nuestros pálidos brazos frágiles y mortales
Se dislocaban como una alta lira.
Y cuando unas manos nos traspasaron con hierro,
Golpeando hasta quebrar el fondo de nuestra carne,
Nuestros corazones reventados olieron a cera.
Nuestros hermanos guardaban el reino del suelo.
Bloques sin ruptura donde el esplendor y el silencio
Dejaban pasar la vida inagotable y densa;
Nada se contraía de su base a su cuello.
Los bosques entretejidos de robles y arces,
La dulce floresta donde susurran las fábulas,
Están protegidos por la sombra de sus hileras.
Y en la paz de los prudentes cercados
Los grandes manzanos,
maquillados con hojas pintadas,
Manchan de azul los trigos indiferentes.
Pero cuando bosques y florestas descansan de vivir
En esa cobardía legal del sueño,
Cuando sacan fuerza y orgullo de verdear
En los sueños ornados de sol o de escarcha,
Frutos hechos de sal y de espuma
Cargan nuestros brazos repentinamente maduros.
La noche se abate vigilante e insomne.
Nuestras tercas frentes, iguales unas a otras,
No soñaron obsesionadas por falsos soles.
Observamos la sombra, y la sombra nos eleva.
Y redentores de arena tal como fue deseada,
De la arena frágil amada del mar, arena
Que vuelve y se mezcla con la inagotable marea,
Y la desposa en interminables noches.
Erguidos y alzando nuestros rostros devastados,
Habitamos playas inmutables
Encomendadas sin pesar a la arena impura.
Nuestro amor detiene la catástrofe,
Nuestra presencia llama al milagro
De una arena reducida a su segura rivera.
Pero el sol sobre nosotros rompió demasiadas ramas,
Hemos luchado demasiado, hemos sufrido demasiado;
Venga el viento del mar y a él arroje
Nuestros cuerpos despedazados, grotescos o trágicos.
La dulce duna de arena redimida
Compartirá vuestra seguridad,
Sabias florestas, raíces fraternales.
Nosotros, redentores que hemos sufrido demasiado;
Nosotros, los vencidos de la arena y del mar,
Retornamos al oleaje eterno.
Sobre el océano de los días de juego cruel y claro,
Con los pinos dolientes se alzaron unos hombres
Atraídos por la misma llamada, que se entregaron sin fingir
A salvar a los errantes que avanzan hacia el mar.
Resistieron largo tiempo, tercos y solitarios.
Los afligidos durmieron en sus brazos voluntarios,
Crucificados sin cruz han sufrido mucho tiempo.
Bien supieron llorar; bien supieron callarse.
No reclamaron la casa paterna
Pues creían sólo en los caminos que el desierto engendra.
Pero cuando fueron fijadas las arenas para sus hermanos
En las riveras redimidas de las tierras eternas,
Vencidos, los redentores se lanzaron a la mar.
junio-julio 1955
1
Liturgia de los sin oficio
Nos has traído esta noche
a este café llamado Claro de luna,
donde has querido ser Tú en nosotros
durante algunas horas esta noche.
Has querido encontrar
a través de nuestras miserables apariencias,
a través de nuestros ojos que no saben ver,
a través de nuestros corazones que no saben amar,
a todas estas personas
que han venido a matar el tiempo.
Y porque tus ojos despiertan en los nuestros,
porque tu corazón se abre en nuestro corazón,
sentimos cómo nuestro débil amor
se abre en nosotros como una rosa espléndida,
se profundiza como un refugio inmenso y acogedor
para todas estas personas cuya vida palpita en torno nuestro.
Entonces el café ya no es un lugar profano,
un rincón de la tierra que parecía darte la espalda.
Sabemos que por ti nos hemos convertido
en un centro de carne,
en un centro de gracia,
que le obliga a girar en torno a él,
a orientarse a pesar suyo,
en plena noche,
hacia el Padre de toda vida.
En nosotros se realiza el sacramento de tu amor.
Nos unimos a ti
con toda la fuerza de nuestra oscura fe;
nos unimos a ellos
con la fuerza de este corazón que late por ti;
te amamos,
los amamos,
para que de todos nosotros se haga una sola cosa.
Atrae todo hacia ti en nosotros...
Atrae al viejo pianista que olvida dónde se encuentra
y toca por el placer de tocar bien,
a la violinista que nos desprecia y vende cada golpe de arco,
al guitarrista y al acordeonista
que hacen música sin saber amarnos.
Atrae a este hombre triste que nos cuenta historias
supuestamente alegres;
atrae al bebedor que baja tambaleándose
la escalera del primer piso;
atrae a estos seres desplomados, aislados detrás de una mesa
y que sólo están ahí por no estar en otro sitio;
atráelos en nosotros para que aquí te encuentren,
a ti, el único con derecho a tener piedad.
Dilata nuestro corazón para que quepan todos;
grábalos en ese corazón
para que queden inscritos en él para siempre.
Luego
nos llevarás a una plaza atestada de barracas de feria.
Será media noche o aun más tarde.
Sólo se quedarán fuera aquellos cuyo hogar es la calle,
cuyo taller es la calle.
Que los estremecimientos de tu corazón oculten los nuestros
bajo el pavimento
para que sus tristes pasos anden sobre nuestro amor,
y nuestro amor les impida hundirse aún más
en la espesura de! mal.
Alrededor de la plaza estarán
todos los vendedores de ilusiones,
los vendedores de falsos miedos, de falsos deportes,
de falsas acrobacias, de falsas monstruosidades.
Venderán sus falsos medios de matar el verdadero hastío
que hace parecerse a todas las caras sombrías.
Haznos exultar en tu verdad y su sonrisa
con una auténtica sonrisa caritativa.
Más tarde,
tomaremos el último metro.
Habrá gente durmiendo.
Estarán marcados por un misterio de pesar y pecado.
Sobre los bancos de las estaciones casi desiertas,
obreros mayores, agotados, sin fuerzas,
esperarán que los trenes se detengan
para trabajar en la reparación de las avenidas subterráneas.
Y nuestros corazones irán dilatándose,
cada vez más abrumados
por el peso de los múltiples encuentros,
cada vez más abrumados por el peso de tu amor,
Llenos de ti,
poblados de nuestros hermanos los hombres.
Porque el mundo no siempre es un obstáculo
para orar por el mundo.
Si algunos deben abandonarlo para encontrarlo
y alzarlo hacia el cielo,
otros deben sumirse en él
para alzarse,
pero con él,
al mismo cielo.
En lo profundo de los pecados del mundo
les das una cita,
sumidos en el pecado
viven contigo un cielo que les arrastra y desgarra.
Mientras tú sigues visitando en ellos la lúgubre tierra,
ellos, contigo, suben al cielo,
están condenados a una penosa asunción,
envueltos de barro, abrasados por tu espíritu,
unidos a todos,
unidos a ti,
encargados de respirar en la vida eterna
como árboles por sus raíces enterradas.
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