Mauricio Bacarisse
(Madrid, 1895-1931)
El mismo día en que murió Mauricio Bacarisse, el 4 de febrero de 1931, se divulgó la noticia de que le había sido concedido el Premio Nacional de Literatura a su novela Los terribles amores de Agliberto y Celedonia, uno de los ejemplos más destacados de la narrativa vanguardista. Mauricio Bacarisse, que nació en Madrid en 1895, comenzó su escritura dentro de los cánones del modernismo (fue uno de los participantes en La ofrenda de España a Rubén Darío, de 1916) para luego aproximarse a la vanguardia, aunque manteniendo siempre ciertas distancias. «¿De qué quinta poética era usted?», le preguntaba un periodista en 1929: «De la de 1914. Es decir, de aquella en la que formaron conmigo Luis Fernández Ardavín, Camino Nessi, Joaquinito Dicenta, Juan José Llovet, Rey Soto, por no citar más nombres. [Éramos] rubenianos todos. El astro magnífico de "La marcha triunfal" y de los "Motivos del lobo" se ponía entre resplandores de gris púrpura, incendiando el Parnaso. Todos estábamos borrachos de su luz» (citado en el prólogo a Poesía completa, pág. 23).
Buen conocedor de la literatura francesa (estudió el bachillerato francés), trabajador en una compañía de seguros (alternaba esa ocupación con sus estudios universitarios), catedrático luego de Lengua y Literatura en el instituto de Ávila, Bacarisse tuvo además tiempo para tomar parte muy activa en la vida literaria: contertulio de Pombo, organizador de veladas ultraístas, participante en la famosa sesión del Ateneo sevillano en la que se presentó en sociedad el grupo del 27... Publicó tres libros de versos: El esfuerzo, de 1917, claramente modernista, con incursiones en el feísmo, El paraíso desdeñado, de 1928, neorromántico, y Mitos, de 1929, con influencia de dos títulos recientes de la generación del 27: Romancero gitano, de Lorca, y Cántico, de Guillén.
Obra poética
El esfuerzo, Madrid, José Yagües, 1917.
El paraíso desdeñado, Madrid, La Lectura (col. Cuadernos Literarios), 1928.
Mitos, Madrid, Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, s. f. [1930].
Antología poética, Madrid, 1932. Prólogo de Ramón Gómez de la Serna.
Memoria poética 1895-1931, Sevilla, Dendrónoma, 1981. Prólogo de Jorge Urrutia.
Poesía completa (ed. Roberto Pérez), Barcelona, Anthropos, 1989.
Bibliografía
CARRERO ERAS, Pedro, La obra de Mauricio Bacarisse, 2 tomos, Madrid, Universidad Complutense (Servicio de Reprografía), 1988. Colección Tesis Doctorales 147/88.
CHABÁS, Juan, Poetas de todos los tiempos, La Habana, Cultural, s. f., págs. 395-398.
GÓMEZ DE LA SERNA, Ramón, «Corona», en Antología poética, págs. IX-XIV.
PÉREZ, ROBERTO, «Introducción», en Poesía completa, págs. 9-54.
URRUTIA, Jorge, «Noticia de Mauricio Bacarisse», en Memoria poética, págs. II-IX.
Bebedor de ajenjo
Si siempre estoy ensayando
mi sonrisa amarga y triste,
es porque estoy esperando
a una mujer que no existe.
Víctima del desencanto
sufro martirios letales;
por eso adoro yo tanto
mis dichas artificiales.
Paraísos artificiales
que huyen del ruido y del sol...
¡Mis rimas son inmortales,
pues son hijas del alcohol!
Soy mísero y decadente;
en mi alma el Hastío muerde.
Por eso adora mi mente
los sueños del licor verde.
Licor venenoso y triste
que como un suave beleño,
un grato perfume diste
al cadáver de mi ensueño.
Licor que tiene el matiz
de unos ojos que yo amé,
y del tinte del tapiz
en que danzó Salomé.
(Ojos glaucos y perversos
que asesinasteis mi vida,
y les disteis a mis versos
fragancia de flor podrida.)
Turbio ajenjo sibilino
que tienes el sabor fuerte;
que harás de mi desatino
vestíbulo de la Muerte.
Cómplice de la locura,
mis hojas muertas no arranques,
licor que todo lo cura,
licor de color de estanques...
Si siempre estoy ensayando
mi sonrisa amarga y triste,
es porque estoy esperando
a una mujer que no existe.
Las máximas de Epictecto
Besa la niebla de las madrugadas
de mis balcones el cristal;
solfea el reló cinco campanadas
como un arpegio digital.
¡Silencio matinal! Nada me turbe
salvo el ronco rodar de un coche
o un alegre cantar de gallos de urbe
dando extremaunción a la noche.
Leo en sartas de letras pequeñitas,
con ambiente callado y quieto,
por mi buen bisabuelo manuscritas
máximas del viejo Epicteto.
¡Marcha el sirio filósofo estoico
sobre sabia huella socrática!
Quiere su crátera en mi incendio heroico
verter la prudencia pragmática.
Ama mi carne el premio de los goces.
Ansía besos y riquezas.
¡Epicteto no ha de mellar las hoces
que emplear quiero en mis proezas!
Me detendré por la concha y la flor
y dejaré partir la nave.
No ha llegado a asustarme el dolor
ni a tentarme la vida suave,
y harto de dar saltos y piruetas
de saltimbanqui silogístico
iré a buscar las verdades secretas
en un mar violento y artístico,
y así me adueñaré del Universo,
sin podres teorías físicas;
así abrirán los dedos de mi verso
las rosas metafísicas.
Quiero raptar a la Helena troica
chorreando sangre melpoménica,
y enseñar a la escuela estoica
mi dolor de tragedia helénica.
El huir del Sufrir es ser cobarde,
¡Apréndelo, Prudencia mágica!
El Manual de Epicteto llega tarde.
¡Amo la vida recia y trágica!
En daguerrotipos y en miniaturas
se ríen mis antepasados
de que lea sus viejas escrituras...
¡Aventureros y desventurados!
A mi abuelo le brilla la capona
sobre casaca sanjuanista,
y su negra perilla desentona
sobre el corbatín de batista.
Vosotros, por la noche en vuestra alcoba
este amarillo libro que abro
escribisteis en mesas de caoba
a la luz de algún candelabro.
Pero nunca os domasteis a la horma
de la renunciación dogmática.
La aurora que nacía os dio la norma
de la gran existencia dramática.
Suenan los conventuales esquilones
y me dicen palideciendo
«Hasta mañana» las constelaciones.
El día nace sonriendo...
Borra el alba la noche alarmante,
como quien corrige una errata,
y en el cielo cabecea el menguante
como una góndola de plata.
[El esfuerzo]
[La luna...]
La luna es sólo la luna,
y no se parece a nada.
No vale buscarle imágenes,
ni tropos ni semejanzas.
Yo acaricié aquella noche
las breves manos doradas,
las que ni desear pude,
las manos nunca soñadas.
En el río de arco iris
coreaban mil cascadas.
No eran laderas fluidas
de cordilleras de agua;
no eran tampoco caderas
de las náyades más cándidas.
No eran de piedra ni carne
sino de cosa más clara,
que sigue siendo lo que es
aunque sea destrizada.
Eran un poco de música
única e inesperada.
Sus manos eran sus manos,
en las mías anidadas.
La luna era incomparable,
redonda, contenta y alta.
¡Quién me volviera esa noche,
aunque muriera mañana!
La luna es sólo la luna,
y no se parece a nada.
Lectura
Corazón mío, no te exaltes.
Fija los ojos en el libro;
mira las gráciles letras, en la celulosa,
como las momias en los siglos.
Olvida el canto y la medalla.
(El rizo olía a miel de otoño.)
Aún le han de crecer al libro muchas yemas cuando
estés perdido en el reposo.
Todo será para la cifra.
Han de cifrarse tus latidos,
y han de ser piedras, como las que descansan
en las meditaciones de los ríos.
[El paraíso desdeñado]
Jardín de convento
En el jardín del convento
las flores mueren tempranas;
viven tan sólo el momento
en que doblan las campanas.
Los mástiles de las naves
que vencieron el confín,
abiertas jaulas de aves
en la quietud del jardín
ven el ansia retorcida
del pálido surtidor,
que es antorcha arrepentida
de su primitivo ardor.
Cisne
Blanca, punzante, sin filos,
corta la proa de bruma
claros conceptos de espuma,
inquietantes y tranquilos.
El lago de los estilos
musicaliza el plumaje;
diseño yergue, en viaje,
que aunque el sonido silencia
influencia en su elocuencia
a los signos del lenguaje.
Ruiseñor
La pálida luna en flor
y la fuente, en mil promesas,
son dos hermanas siamesas
unidas por un temblor.
Riela trinos, ruiseñor,
sobre agua de astros en calma,
tú, que humedeces la palma
de la mano de Dios, y osas
probar a las lindas rosas
la inmortalidad del alma.
[Mitos]
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