Rafael Sánchez Mazas
(Madrid, 1894-1966)
Pocos escritores tan escasamente interesados en hacer una carrera literaria como Rafael Sánchez Mazas, que apenas recogió su obra en volumen, que publicó algún libro de gran éxito -como la novela La vida nueva de Pedrito de Andía-, pero que siempre desdeñó las consecuencias de ese éxito.
César González-Ruano, que fue el primero (y casi el único) en seleccionar a Sánchez Mazas para una antología, bien que la suya de 1940 fuera especialmente generosa, definió su obra poética con las siguientes palabras: «En las escasas poesías de Rafael Sánchez Mazas, difíciles de encontrar, y que por supuesto no están recopiladas, hay un clasicismo logrado, un lenguaje de precisión poco común, y, dentro de la tradición española -así fue Garcilaso-, ecos de un italianismo y de una profunda universalidad romana».
Hasta 1971 -eran tiempos de rescate, los novísimos volvían los ojos hacia poetas denostados por razones políticas- no se recopilaría una muestra suficiente de este raro poeta, falangista de la primera hora que no había querido aprovecharse de su condición durante el franquismo. Los Sonetos de un verano antiguo sonaban entonces -quizás sonaban ya así cuando fueron escritos- a poemas de otra época, con su mezcla de modernismo tardío y de clasicismo italianizante, a la vez ochocentistas y renacentistas. Andrés Trapiello, quien en 1990, cuando se cumplía el centenario de su nacimiento (escasamente celebrado), nos ofreció por fin las poesías completas de Sánchez Mazas, trazaba en el prólogo un minucioso mapa de relaciones e influencias: «Formalmente Rafael Sánchez Mazas es un poeta que escribió conforme a las reglas tradicionales del metro y de la rima y demostró predilección por el soneto, endecasílabo o alejandrino, y por el romance. No podemos decir que fuera un innovador, sino que se limitó a seguir, en unos casos, a Rubén Darío, y en otros a Valle-Inclán o Unamuno. También se encontrarían en él ecos de Herrera y Reissig, reflejos de Lugones, sombras de López Velarde [...]. En las fuentes clásicas latinas bebió a menudo, así como en los poetas del dolce stil nono y en los trovadores franceses y en nuestro romancero. De los italianos modernos conocía y admiraba la obra de los crepuscolari en general y de Gozzano en particular. De los poetas contemporáneos suyos trató y admiró a Ramón de Basterra, a José del Río Sainz y a Agustín de Foxá. -130- Con Basterra se le agrupa en el aticismo poético, lo que significa que tanto uno como otro eran partidarios de un vago clasicismo, frente a los desórdenes parnasianos inmediatamente anteriores. Relación con su obra tendrían también las que escribieron poetas como Alonso Quesada o Fernando Fortún, Tomás Morales o Andrés González-Blanco».
A Rafael Sánchez Mazas, olvidados ya, o casi olvidados, los prejuicios políticos (la guerra civil va tomando la misma pátina histórica que las guerras carlistas), lo leemos con una mezcla de admiración y distanciamiento. Nos sorprende su solidez retórica, pero a veces parece que gusta demasiado de ocultarse con galas de otro tiempo. La verdad de su poesía -que apenas evoluciona desde sus excelentes ejercicios adolescentes- está siempre a un paso del benemérito pastiche. O esa impresión nos da.
Obra poética
XV sonetos de Rafael Sánchez Mazas para XV esculturas de Moisés de Huerta, Bilbao, Edición Lux, 1917.
Sonetos de un verano antiguo y otros poemas, Barcelona, Ocnos, 1971.
Poesías (ed. Andrés Trapiello), Granada, Comares (col. La Veleta), 1990.
Bibliografía
AREILZA, José María de, «Rafael Sánchez Mazas», en Así las he visto, Barcelona, Planeta, 1974, págs. 45-59.
DÍAZ-PLAJA, Guillermo, «Sonetos de un verano antiguo», en Al pie de la poesía, Madrid, Editora Nacional, 1974, págs. 198-201.
GONZÁLEZ-RUANO, César, «Conversación con Rafael Sánchez Mazas», en Las palabras quedan, Madrid. Afrodisio Aguado, 1957, págs. 165-170.
TRAPIELLO, Andrés, «Prólogo», en Poesías, págs. 9-18.
_____. «Introducción. Bilbao y otros pueblos del norte», en Sánchez Mazas, Rafael, Vaga memoria de cien años y otros papeles, Bilbao, Ediciones El Tilo, 1993, págs. 9-30.
El libro de estampas
Era en las luengas noches invernales.
En la vetusta casa de la aldea
humeaba la vieja chimenea
y sonaba la lluvia en los cristales.
A la luz del quinqué, brillante y roja,
la abuela con su mano amarillenta
iba pasando temblorosa y lenta
del viejo libro la roída hoja.
Y al pasar cada estampa me decía
una historia, mirando con cariño
mis pupilas cargadas de emoción.
¡Oh las noches de invierno en que llovía!
Felices noches en que yo de niño
contemplaba la vieja Ilustración.
Retrato de un sutil caballero guipuzcoano
Guarda un esprit de chambelán y sabe
una liturgia de galantería
que su mente perfuma con un suave
aroma de graciosa paganía.
En sus ocios evoca los perfiles
altivos de las damas medievales
y sonríe pensando en lo sutiles
que fueron los pecados capitales.
Antaño ser un duque mereciera
y a su servicio y a su honor tuviera
un trovador, que lleno de respeto
le pusiera en las manos enjoyadas
los catorce renglones de un soneto
como catorce flores deshojadas.
Te llevé por los negros olivares
Te llevé por los negros olivares,
por los calveros y por el erial.
Te llevé por los pardos encinares
y por el mar azul de Portugal.
Por los viñedos y por los pinares,
por los campos de trigo candeal,
por el monte de hayedos seculares
y las calzadas del camino real.
Te llevé por doquier, viajero errante
de la tierra y del mar, bajo el cambiante
cielo de tempestades o de calma.
Dentro de mí quise que tú vinieras
adonde fuese yo, como si fueras
un alma que naciese de mi alma.
Al que tenga en sus manos mi calavera
Bien pelada por ávidos gusanos,
nítida, calva, sonriente, huera,
tibia de sol tendrás mi calavera
bajo el cielo de abril, sobre tus manos.
En ella buscarás ecos lejanos
como si un caracol marino fuera,
pues te llegó rodando a su manera
del tiempo en los ignotos oceanos.
Tú le preguntarás, dime ¿qué sabes
del tiempo en que tu risa florecía
y el dulce amor sobre tus ojos era?
Y respondiendo a tus preguntas graves
amarga y voluptuosa de ironía
reirá bajo el sol mi calavera.
Los pescadores al ocaso
Sondan el agua verde, con hilos de sereñas,
morenos pescadores de quince años;
dan sus desnudos antiguos al horizonte
y van sobre finos perfiles de proas aguileñas.
Las quillas en la ola parten flores risueñas
de espuma, que un ocaso tiñe de rosa. Están
saltando los corderos nevados de San Juan
sobre un mar que hace juegos de colinas pequeñas.
Levan los aparejos, las manos impacientes
de júbilo, al sentir el marino tesoro
que sacude a tirones los anzuelos agudos.
Y ríen las figuras de los adolescentes,
alzando los pescados de nácar y de oro,
que sangran como joyas, por sus brazos desnudos.
La casa antigua
La casa entre los árboles tenía
muros muy blancos, llenos de ventanas,
y esa hospitalidad y esa alegría
que canta el verdegay de las persianas.
Un tejado cansado con carcomas
y nidos en las vigas de madera
y arriba un palomar con sus palomas
y el humo lento de la paz casera.
El umbral rebajado, oscuro y puro
bajo la espesa sombra de vulgares
flores, entre moradas y bermejas.
Y, en el umbral, ese calor seguro
de invisibles abrazos familiares
que hay en la sombra de las casas viejas.
Soneto a la manera de los «poemas chinos»
La barca más gallarda está en el río
de olas azules y árboles gentiles.
Toda la barca es ébano sombrío
con la proa de nácar y marfiles.
Mía es la barca, como el río es mío,
míos los remos largos y sutiles,
mía la flauta de bambú en que río
con un reír de claros añafiles.
¿Qué me falta, si borda mi jardín
el río y en vistoso palanquín
paseo bajo leves quitasoles?
Di, ¿qué pasa, oh reina de belleza,
para tener la mágica tristeza
que sólo tienen al morir los soles?
Lucientes muebles castaños
Lucientes muebles castaños
pulidos por largos años
nuestra cámara tendría.
Las más exóticas flores
mezclarían sus olores
al que un ámbar diluiría.
Techos de incrustados robles,
viejo esplendor oriental,
todo hablaría en secreto
a nuestro espíritu inquieto
su dulce lengua natal.
Aquí todo es quietud, orden, bondad,
lujo, paz, calma y voluptuosidad.
¿Ves dormir en los canales
navíos septentrionales
de gran humor vagabundo?
Para cumplir, según creo,
tu más mínimo deseo
vinieron del fin del mundo.
Vamos: los murientes soles
llenan con sus arreboles
los canales, la ciudad.
Todo es de jacinto y oro,
duerme todo en el tesoro
de una tibia claridad.
Aquí todo es quietud, orden, bondad,
lujo, paz, calma y voluptuosidad.
Final y silencio
Por un instante los criados
junto a la puerta arrodillados
están callados y parados
ante los rezos acabados.
Luego todos están en el suelo sentados.
Como las aguas por la rueda de los molinos
han pasado los años por el reloj mural.
Como el sol ha rodado todo por esos caminos
que mueren en las olas de Portugal.
En las veladas, en alta voz, cuando ya es tarde
ahora leo una vida del santoral.
En el velón de Lucena arde
aceite del dominio paternal.
Se acaba la lectura... «Para mañana
18, la vida de Santa Juliana...».
Diez esquilones acaban de sonar
y estoy sin madre ni mujer a quien besar.
Acabados el rosario y el día
a todos «Buenas noches nos dé Dios».
Esta hora... ¡Alegría
de aquellos que son dos!
Los criados por la puerta se van...
Ellos duermen abajo.
Ellas en el desván.
Ellas en la cigüeña.
Ellos con el can.
Con Rosalía la quinceña
soñarán y no dormirán.
El comedor grande está frío
con acidez de olor frutal...
Él y yo en la noche de estío
llenamos de luna un vacío
inmemorial.
Sin flores de oro las dóciles abejas,
empolvado y vacío tengo el panal.
Al fulgor de la luna de agosto, entre las rejas
como un gran álamo veo la torre de la catedral.
Heureux qui comme Ulysse a fait un beau voyage
Traducción de un poema de Joachim du Bellay
Feliz quien como Ulises viaja con buena suerte
o conquista los áureos vellones de Jasón
y después, a la vuelta, con madura razón,
dichoso en casa espera que le llegue la muerte.
Aldea de mis padres: ¿cuándo volveré a verte,
con tus humos azules? ¿en qué clara estación
volveré a ver el huerto de mi pobre mansión,
que vale para mí como el reino más fuerte?
Más me placen los muros alzados por los míos
que los templos de Roma soberanos y fríos;
más que mármoles duros quiero pizarra fina.
Más mi Loira francés, que el gran Tíber latino,
más mi monte Lyré, que el monte palatino
y más que olas del mar, mi canción angevina.
[Poesías]
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