domingo, 24 de marzo de 2013

ELIZABETH BARRETT BROWNING [9539]




Elizabeth Barrett Browning
Elizabeth Barrett Browning (6 de marzo de 1806 – 29 de junio de 1861) era un miembro de la familia Barrett y una de las poetisas más respetadas de la era victoriana.

Elizabeth Barrett Browning (nacida Elizabeth Barrett Moulton-Barrett) nació cerca de Durham, Inglaterra en 1806. Era hija de un propietario de plantación Edward Moulton-Barrett, que adoptó el apellido "Barrett" al heredar las fincas de su abuelo en Jamaica. Fue bautizada en la iglesia de Kelloe, donde una placa la describe como una "gran poetisa, noble mujer, devota esposa". Su madre se llamaba Mary Graham-Clarke y provenía de una familia adinerada de Newcastle upon Tyne. Es una de las descendientes del rey Eduardo III de Inglaterra.
Su padre había hecho fortuna gracias a las plantaciones de azúcar en Jamaica y había adquirido una casa de campo, Hope End, cerca de Great Malvern. Demostró su talento desde la infancia; en 1820 su padre publicó privadamente cincuenta copias de un poema épico juvenil, sobre la Batalla de Maratón, teniendo Elizabeth catorce años de edad. Fue educada en casa, recibiendo lecciones del tutor de su hermano. Debe su profundo conocimiento del griego y mucho estímulo mental a su temprana amistad con el helenista ciego, Hugh Stuart Boyd, vecino suyo. Elizabeth, sin haber llegado a la madurez, ya había leído los autores latinos, Milton, Shakespeare y Dante. Su pasión por los clásicos y los metafísicos se compensaba con un fuerte espíritu religioso.
En su adolescencia, Elizabeth contrajo una enfermedad pulmonar, probablemente tuberculosis, aunque la naturaleza exacta de sus dolencias ha sido objeto de muchas especulaciones, y fue tratada como una inválida por sus padres. En 1826 publicó anónimamente Ensayo sobre la mente y otros poemas, en inglés, An Essay on Mind and Other Poems.
Poco tiempo después, la abolición de la esclavitud, causa que ella apoyaba (según su trabajo The Runaway Slave at Pilgrim's Point, 1849), redujo considerablemente los recursos del Sr. Barrett. Por ello vendió su finca y se trasladó, con su familia, primero a Sidmouth y después a Londres. En el primero de estos lugares, la señorita Barrett escribió Prometeo encadenado (Prometheus Bound, 1835), su traducción de la obra de Esquilo. Después de su mudanza a Londres recayó en su enfermedad, agravándose sus afecciones pulmonares. Sin embargo, esto no interfirió con su actividad literaria, pues contribuyó a varias revistas con "The Romaunt of Margaret", "The Romaunt of the Page", "The Poet's Vow", y otras piezas. En 1838 aparece El serafín y otros poemas (The Seraphim and Other Poems), que incluye "Cowper's Grave".
Poco tiempo después, su hermano favorito, Edward, murió ahogado en Torquay, lo que supuso un serio golpe para su frágil salud, hasta llegar a debatirse entre la vida y la muerte. Con el tiempo, sin embargo, recuperó la fuerza, y mientras tanto su fama iba creciendo. La publicación, en torno a 1841, de El lamento de los niños, en inglés "The Cry of the Children", le proporcionó gran impulso, y por aquella misma época contribuyó con algunos artículos críticos en prosa a la obra de Richard Henry Horne New Spirit of the Age. En 1844 publicó dos volúmenes de Poemas (Poems), que constaba de El drama del exilio ("The Drama of Exile"), Visión de poetas ("Vision of Poets"), y El galanteo de Lady Geraldine ("Lady Geraldine's Courtship").

En 1845 se encuentra por primera vez a su futuro esposo, Robert Browning. Su noviazgo y matrimonio, debido a la delicada salud de Elizabeth y a las objeciones de su padre, transcurrieron en circunstancias bastante peculiares y románticas. Después de un matrimonio secreto y una fuga del hogar paterno de la calle Wimpole, acompañó a su marido a la Península italiana, que se convirtió prácticamente en su casa hasta su muerte, y con cuyas aspiraciones políticas se identificaron plenamente ambos.
El matrimonio fue feliz, a pesar de que el señor Barrett nunca los perdonó. En su nueva vida, su salud mejoró. Los Browning se asentaron en Florencia, donde ella escribió Las ventanas de la casa Guidi (Casa Guidi Windows, 1851), considerada por muchos su trabajo más poderoso, inspirada por la lucha toscana por la libertad. Residieron en Piazza San Felice, en el apartamento que hoy es el museo de Casa Guidi, dedicado a su memoria. En Florencia se hizo muy amiga de las poetisas británicas Isabella Blagden y Theodosia Trollope Garrow. En 1848 nace su único hijo, Robert Wiedeman Barrett.
Su obra más conocida en España son The Sonnets from the Portuguese, normalmente traducidos como Sonetos del portugués, aunque también han aparecido publicados como Sonetos de portugués, Los sonetos del portugués, Sonetos portugueses, Los sonetos de la dama portuguesa o Sonetos de la portuguesa. De tema amoroso, relata su propia historia de amor, disfrazándola escasamente con el título. Los empezó a escribir en 1845, se los dio a leer a su esposo en 1848 y los publicó en 1850, dentro de una edición aumentada de los Poemas.
En 1860 publicó una edición completa de sus poemas con el título de Poemas antes del Congreso (Poems before Congress). Poco tiempo después su salud empeoró; fue perdiendo fuerza y murió el 29 de junio de 1861. Está enterrada en el cementerio protestante de Florencia.

Importancia literaria

Generalmente se considera a Browning la más grande poetisa inglesa. Sus obras están llenas de ternura y delicadeza, pero también de fuerza y hondura de pensamiento. Sus propios sufirimientos, combinados con su fuerza moral e intelectual, hicieron de ella una defensora de los oprimidos allí donde los encontrara. Su talento era sobre todo lírico, aunque no toda su obra adopta esa forma. Sus debilidades son la falta de concisión, cierto manierismo, y fallos en metro y rima. No puede equipararse a su esposo en cuanto a la fuerza de su intelecto o altas cualidades poéticas, pero sus obras, por su estilo y temas, tuvieron una acogida más temprana y amplia entre el público.
La señora Browning era una mujer de singular nobleza y encanto, y aunque no era bella, era extraordinariamente atractiva. La novelista Mary Russell Mitford la describe de joven como: “Una figura delgada, delicada, con una lluvia de rizos oscuros cayendo a cada lado de una cara muy expresiva; ojos grandes y tiernos, abundantemente rodeados por pestañas oscuras, y una sonrisa como un rayo de sol”. Anne Thackeray Ritchie la describió como: “Muy pequeña y tostada” con ojos grandes y exóticos y una boca muy generosa.

Su tumba en el Cementerio Inglés de Florencia.

Su obra más famosa son los Sonetos del portugués, una colección de sonetos amorosos escritos por Browning pero disfrazados como una traducción. El más famoso de ellos, con una de las frases iniciales más conocidas del idioma inglés, es el número XLIII: "How do I love thee? Let me count the ways… / ¿Cómo te amo? Déjame contarte las maneras en que te amo..."
Pero mientras sus petrarquianos Sonetos del portugués son exquisitos, también fue una poetisa profética, incluso épica, al escribir Las ventanas de la casa Guidi en apoyo del Risorgimento italiano, como Byron había apoyado la independencia de Grecia respecto a Turquía, y asimismo con Aurora Leigh, escrita en nueve libros, el número de la mujer, después de la muerte de Margaret Fuller al ahogarse en el barco "Elizabeth", en el que Aurora encarna a Margaret y Marian Erle, a la propia Elizabeth. Aurora Leigh transcurre en Florencia, Inglaterra y París, empleando en ella sus conocimientos adquiridosa desde la infancia, de la Biblia en hebreo, Homero, Esquilo, Sófocles, Apuleyo, Dante, Langland, Madame de Stael, y George Sand.
El gobierno de Italia y la Comuna de Florencia celebraron su poesía con placas conmemorativas en la Casa Guidi, donde los Browning vivieron durante sus quince años de matrimonio. Lord Leighton diseñó su tumba en el cementerio inglés, realizándose su escultura, no muy fidedigna, en mármol de Carrara, por parte de Francesco Giovannozzo. En 2006 la Comuna de Florencia colocó una corona de laurel sobre esta tumba para celebrar los doscientos años transcurridos desde su nacimiento.




Aléjate de mí...

Aléjate de mí. Mas sé que, para siempre,
he de estar en tu sombra. Ya nunca, solitaria,
irguiéndome en los mismos umbrales de mi vida
recóndita, podré gobernar los impulsos

de mi alma, ni alzar la mano como antaño,
al sol, serenamente, sin que perciba en ella
lo que intenté hasta ahora apartar: el contacto
de tu mano en la mía. Esta anchurosa tierra

con que quiso alejarnos el destino, en el mío
deja tu corazón, con latir doble. En todo
lo que hiciere o soñare estás presente, como

en el vino el sabor de las uvas. Y cuando
por mí rezo al Señor, en mis ruegos tu nombre
escucha y ve en mis ojos mezclarse nuestras lágrimas.

Versión de Màrie Manent







Almas de flores

Nos quedamos contigo, rezagadas,
las últimas de aquella muchedumbre,
como voz de quien canta
y sus propias canciones le enamoran.
Somos perfume y alma
de la flor y el capullo.
Tus pensamientos nos llevamos, cuando
nuestro aliento respiras,
hacia los amarantos de esplendores,
que en las colinas arden,
hacia tiernas campanas de los lirios
y grises heliotropos;
hacia llanos cubiertos de amapolas, que guardan
tal aliento de sueño y tal sonrojo,
que, al cruzarlas, los ángeles
habrán de parecerte más blancos todavía;
hacia el sesgo del río, de ajo silvestre orlado,
donde te solazaste un día entero,
hasta que tu sonrisa trocábase en devota
y el rezo florecía;
hacia la rosa oculta en el boscaje,
que vertía sus gotas de rocío en tu sueño;
y hacia aquellos asfódelos floridos
donde tu paso hundiste.
Tiramos de tu ropa
y tu pelo alisamos;
desfallecemos entre nuestras quejas
y sufrimos, perdidas por los aires.

Versión de Màrie Manent








Catalina a Camoens

Al morir mientras él se encuentra en el extranjero 
y aludiendo a los versos en los que el poeta 
se refería a su dulce mirar. 

No entrarás por esta puerta
que contemplo sin cesar.
¡Adiós! Se va la esperanza,
viene la muerte, no tú.
Ven, amor mío,
ven a cerrar
estos ojos que llamaste
los de más dulce mirar.

Cuando oía tu canción
en antiguas primaveras,
olvidando otros elogios
sólo escuchaba los tuyos,
y repetía
el corazón:
Benditos sean mis ojos
si le parecen tan dulces.

Todo cambia y esta tarde
baña un sol frío la puerta.
¿Susurrarías ahora
igual que antes: Te amo mucho...
cuando la muerte
nubla triunfal
los ojos que ayer llamaste
los de más dulce mirar?

Si estuvieras a mi lado
junto a la cama en que muero,
aunque antaño desdeñaste
su hermosura, sé que ahora
los llamarías
siendo veraz,
por el amor que hay en ellos,
los de más dulce mirar.

Y si entonces los mirases
y ellos te viesen a ti,
todo su brillo perdido
volverían a tener.
Por el amor
y de verdad
fueran belleza radiante
los de más dulce mirar.

Pero, ay, que sólo me ves
con ojos de enamorado
como una leve sonrisa
soñando tras abanicos;
y así repites
sin saber más
en tus serenos ensueños:
los de más dulce mirar.

Mientras el alma se sale
de mi cuerpo lento y pálido,
siempre ansioso por oír
estas palabras de amor,
¡oh, mi poeta,
ven a mí ya!
Tardío amor, ven, son tuyos
los de más dulce mirar.

Poeta mío, profeta,
al alabar su dulzura,
¿es que no viste que está
apagándose su luz?
¿Es que no viste
que ya jamás
devolvería la tumba
los de más dulce mirar?

Silencio. Sólo se escucha
el surtidor en el patio,
cae el agua sobre el mármol
como cae el corazón
desde el suspiro
hasta la muerte,
muerte que anuncia su triunfo
sobre los ojos más dulces.

¿Vendrás? Me siento muy sola,
todo es amargo a mi lado,
y tu voz, amado mío,
no me despierta los párpados.
Ha muerto amor,
llorad, llorad,
junto al ciprés si es que fuisteis
los de más dulce mirar.

Sonaba el ángelus, cerca
de aquel convento paseábamos
y los coros atraían
los ángeles al coloquio.
Veía el cielo
el alma audaz.
Sonreíste. ¿Es eso impuro,
los de más dulce mirar?

Al pasar en tu caballo
y ver tras la celosía
de aquel palacio otro rostro
que no es el rostro de siempre,
¿en un murmullo
repetirás:
Desde aquí me contemplasteis,
los de más dulce mirar?

Cuando las damas en torno
de tu guitarra te digan:
Canta, poeta, los versos
de la dama que murió,
¿entre las lágrimas,
no fingirás
entonando la canción
de la del dulce mirar?

¡Oh, melodiosas palabras
muchas veces repetidas!
Entre todas tus canciones
la mejor ésta será,
la escucha el alma
una vez más
entre el ruido de este mundo...
Los de más dulce mirar.

El clérigo va a rezar,
el coro está de rodillas,
otras músicas solemnes
el alma pronto oirá.
¡Oh, miserere,
oh, ten piedad!
Ya no será Catalina
la de más dulce mirar.

Guarda esta cinta que es mía
(me la quité del cabello),
y cuando llores sobre ella
no te sentirás tan solo,
pues desde el cielo
yo sin cesar
en ti posaré estos ojos,
los de más dulce mirar.

Pero ahora, cuando aún
estoy aquí, brillan más;
tú, amor mío, echa en olvido
todo lo que es mi pasado:
estas palabras
dedicarás
a otra más bella que yo:
la de más dulce mirar.

Pero, ¿qué hacéis, ojos míos?
Sois desleales si el llanto
dejáis caer por el bien
de su esperanza y su vida.
Sería indigno
para el mortal
que un llanto ruin enturbiara
los de más dulce mirar.

Velaré por su futuro,
bendeciré su esplendor;
quiero que cante a otros ojos
de mirar mucho más dulce.
Que los proteja
su ángel guardián,
y que sean para él
los de más dulce mirar. 

Versión de Carlos Pujol







De mi cabello nunca di un rizo a un hombre...

De mi cabello nunca di un rizo a ningún hombre,
amado mío, salvo el que te ofrezco ahora
y, pensativamente, en toda su largura
sombría, voy ciñendo en torno de mis dedos.

Tómalo. Ya mis días de juventud pasaron;
ya al paso alborozado no tiembla mi cabello,
ni prendo en él la rosa o los brotes del mirto, 
como las chicas suelen: ya sólo puede, en pálidas

mejillas, sombrear las huellas de mi llanto,
y se avezó a soltarse cuando a la frente inclina
con su arte el dolor. Temí que las tijeras

fúnebres lo cortaran primero, y ha vencido
tu amor. Tómalo. Puro como antaño, hallarás
el beso que, al morir, en él dejó mi madre.

Versión de Màrie Manent







¿De qué modo te quiero?

¿De qué modo te quiero? Pues te quiero 
hasta el abismo y la región más alta 
a que puedo llegar cuando persigo 
los límites del Ser y el Ideal. 

Te quiero en el vivir más cotidiano, 
con el sol y a la luz de una candela. 
Con libertad, como se aspira al Bien; 
con la inocencia del que ansía gloria. 

Te quiero con la fiebre que antes puse 
en mi dolor y con mi fe de niña, 
con el amor que yo creí perder 

al perder a mis santos... Con las lágrimas 
y el sonreír de mi vida... Y si Dios quiere, 
te querré mucho más tras de la muerte. 

Versión de Carlos Pujol








Dilo, dilo otra vez...

Dilo, dilo otra vez, y repite de nuevo
que me quieres, aunque esta palabra repetida,
en tus labios, el canto del cuclillo recuerde.
Y no olvides que nunca la fresca primavera

llegó al monte o al llano, al valle o a los bosques,
en su entero verdor, sin la voz del cuclillo.
Me saluda en las sombras, amado mío, incierta,
esa voz de un espíritu, y en mi duda angustiosa,

clamo: «¡Vuelve a decir que me quieres!» ¿Quién
teme un exceso de estrellas, aunque los cielos colmen,
o un exceso de flores ciñendo todo el año?

Di que me quieres, di que me quieres: renueva
el tañido de plata ; mas piensa, amado mío,
en quererme también con el alma, en silencio.

Versión de Màrie Manent







¿Es verdad que de estar muerta sintieras...

¿Es verdad que de estar muerta sintieras 
menos vida en ti mismo sin la mía? 
¿Que no brillara el sol lo mismo que antes 
sabiéndome en la noche del sepulcro? 

¡Qué estupor, amor mío, cuando vi 
en tu carta todo eso! Yo soy tuya... 
Pero... ¿tanto te importo? ¿Cómo puedo 
servirte vino con mi mano trémula? 

Renunciaré a los sueños de la muerte 
volviendo a las miserias del vivir. 
¡Ámame, amor, tu soplo resucita! 

Otras cambiaron por amor su rango, 
y yo por ti el sepulcro, la dulzura 
celestial por la tierra aquí contigo. 

Versión de Carlos Pujol







¡Mis cartas!

¡Mis cartas! Papel muerto... mudo y blanco... 
Y no obstante palpitan esta noche 
en mis trémulas manos cuando aflojo 
la cinta y caen sobre mis rodillas. 

Ésta decía: Dame tu amistad... 
Ésta fijaba un día en primavera 
para tocar mi mano... casi nada, 
¡pero cuánto lloré! Ésta... un papel... 

decía: Te amo, y yo me estremecí 
como si Dios rasgase mi pasado. 
Ésta, Soy tuyo... pálida la tinta 

por estar junto a un pecho tumultuoso. 
Y esta última... ¡oh, amor!, no fuese digna 
de lo que dices si lo repitiera. 

Versión de Carlos Pujol







No me acuses, te ruego...

No me acuses, te ruego, por la excesiva calma
o tristeza del rostro, cuando estoy a tu vera,
que hacia opuestos lugares miramos, y dorarnos
no puede un mismo sol la frente y el cabello.

Sin angustia ni duda me miras siempre, como
a una abeja encerrada en urna de cristales,
pues en templo de amor me tiene el sufrimiento
y tender yo mis alas y volar por el aire

sería un imposible fracaso, si probarlo
quisiera. Pero cuando yo te miro, ya veo
el fin de todo amor junto al amor de ahora,

más allá del recuerdo escucho ya el olvido;
como quien, en lo alto reposando, contempla
más allá de los ríos, tenderse el mar amargo.

Versión de Màrie Manent







Oh, amor mío, amor mío...

Oh, amor mío, amor mío, cuando pienso 
que existías ya entonces, hace un año, 
cuando yo estaba sola aquí en la nieve 
y no vi tus pisadas ni escuché 
tu voz en el silencio... Mi cadena, 
eslabón a eslabón, iba midiendo 
como si no pudiese verme libre 
por tu posible mano... ¡Hasta beber 
la prodigiosa copa de la vida! 
¡Qué extraño no sentirte en el temblor 
del día o de la noche, voz, presencia, 
ni adivinarte en esas flores blancas! 
Yo era ciega lo mismo que el ateo 
que no descubre a Dios al que no ve.

Versión de Màrie Manent







Que ha cambiado, dijera, toda la faz del mundo...

Que ha cambiado, dijera, toda la faz del mundo,
desde que oí los pasos de tu alma moverse
levemente, ¡oh, muy leves!, junto a mí, deslizándose
entre mí y aquel borde terrible de la muerte

tan clara, donde hundirme creí; mas fui elevada
hasta el amor y pude saber un nuevo ritmo
para mecer la vida. La copa de amarguras
que Dios nos da al nacer, apuraré gustosa,

loando su dulzura, amor mío, a tu lado.
El nombre de las tierras y el del cielo se mudan
según donde estés tú o hayas de estar un día.

Y este laúd y el canto mío, que quise antaño
(los ángeles canoros bien lo saben), los quiero
sólo porque tu nombre se mezcla en lo que dicen.

Versión de Màrie Manent







Si has de amarme que sea solamente...

Si has de amarme que sea solamente 
por amor de mi amor. No digas nunca 
que es por mi aspecto, mi sonrisa, el modo
de hablar o por un rasgo de carácter 

que concuerda contigo o que aquel día 
hizo que nos sintiéramos felices... 
Porque, amor mío, todas estas cosas 
pueden cambiar, y hasta el amor se muere. 

No me quieras tampoco por las lágrimas 
que compasivo enjugas en mi rostro... 
¡Porque puedo olvidarme de llorar 

gracias a ti, y así perder tu amor! 
Por amor de mi amor quiero que me ames, 
para que dure amor eternamente. 

Versión de Carlos Pujol







Y no obstante el amor por ser amor...

Y no obstante el amor por ser amor 
es bello. Igual llamea reluciente 
un gran templo y la hierba. El mismo fuego 
arde quemando el cedro y la cizaña. 

Y el amor es un fuego; y cuando digo 
te quiero, oh Dios, te quiero, ante tus ojos 
me transfiguro en esplendor y siento 
mi cara centelleante que deslumbra. 

En el amor no puede haber ruindad 
aunque amen los más ruines de los seres, 
que cuando aman a Dios Él los acepta. 

Y en la apariencia ruin de lo que soy 
refulge el sentimiento y purifica 
por ser fruto de amor lo que es de carne. 

Versión de Carlos Pujol







How Do I Love Thee?

How do I love thee?
Let me count the ways.
I love thee to the depth and breadth and height
My soul can reach, when feeling out of sight
For the ends of being and ideal grace.
I love thee to the level of every day's
Most quiet need, by sun and candle-light.
I love thee freely, as men strive for right.
I love thee purely, as they turn from praise.
I love thee with the passion put to use
In my old griefs, and with my childhood's faith.
I love thee with a love I seemed to lose
With my lost saints. I love thee with the breath,
Smiles, tears, of all my life; and, if God choose,
I shall but love thee better after death.

Sonnet XLIII





A Child Asleep

How he sleepeth! having drunken
Weary childhood's mandragore,
From his pretty eyes have sunken
Pleasures, to make room for more---
Sleeping near the withered nosegay, which he pulled the day before.

Nosegays! leave them for the waking:
Throw them earthward where they grew.
Dim are such, beside the breaking
Amaranths he looks unto---
Folded eyes see brighter colours than the open ever do.

Heaven-flowers, rayed by shadows golden
From the paths they sprang beneath,
Now perhaps divinely holden,
Swing against him in a wreath---
We may think so from the quickening of his bloom and of his breath.

Vision unto vision calleth,
While the young child dreameth on.
Fair, O dreamer, thee befalleth
With the glory thou hast won!
Darker wert thou in the garden, yestermorn, by summer sun.

We should see the spirits ringing
Round thee,---were the clouds away.
'Tis the child-heart draws them, singing
In the silent-seeming clay---
Singing!---Stars that seem the mutest, go in music all the way.

As the moths around a taper,
As the bees around a rose,
As the gnats around a vapour,---
So the Spirits group and close
Round about a holy childhood, as if drinking its repose.

Shapes of brightness overlean thee,---
Flash their diadems of youth
On the ringlets which half screen thee,---
While thou smilest, . . . not in sooth
Thy smile . . . but the overfair one, dropt from some aethereal mouth.

Haply it is angels' duty,
During slumber, shade by shade:
To fine down this childish beauty
To the thing it must be made,
Ere the world shall bring it praises, or the tomb shall see it fade.

Softly, softly! make no noises!
Now he lieth dead and dumb---
Now he hears the angels' voices
Folding silence in the room---
Now he muses deep the meaning of the Heaven-words as they come.

Speak not! he is consecrated---
Breathe no breath across his eyes.
Lifted up and separated,
On the hand of God he lies,
In a sweetness beyond touching---held in cloistral sanctities.

Could ye bless him---father---mother ?
Bless the dimple in his cheek?
Dare ye look at one another,
And the benediction speak?
Would ye not break out in weeping, and confess yourselves too weak?

He is harmless---ye are sinful,---
Ye are troubled---he, at ease:
From his slumber, virtue winful
Floweth outward with increase---
Dare not bless him! but be blessed by his peace---and go in peace. 






A Woman's Shortcomings

She has laughed as softly as if she sighed,
She has counted six, and over,
Of a purse well filled, and a heart well tried -
Oh, each a worthy lover!
They "give her time"; for her soul must slip
Where the world has set the grooving;
She will lie to none with her fair red lip:
But love seeks truer loving.

She trembles her fan in a sweetness dumb,
As her thoughts were beyond recalling;
With a glance for one, and a glance for some,
From her eyelids rising and falling;
Speaks common words with a blushful air,
Hears bold words, unreproving;
But her silence says - what she never will swear -
And love seeks better loving.

Go, lady! lean to the night-guitar,
And drop a smile to the bringer;
Then smile as sweetly, when he is far,
At the voice of an in-door singer.
Bask tenderly beneath tender eyes;
Glance lightly, on their removing;
And join new vows to old perjuries -
But dare not call it loving!

Unless you can think, when the song is done,
No other is soft in the rhythm;
Unless you can feel, when left by One,
That all men else go with him;
Unless you can know, when unpraised by his breath,
That your beauty itself wants proving;
Unless you can swear "For life, for death!" -
Oh, fear to call it loving!

Unless you can muse in a crowd all day
On the absent face that fixed you;
Unless you can love, as the angels may,
With the breadth of heaven betwixt you;
Unless you can dream that his faith is fast,
Through behoving and unbehoving;
Unless you can die when the dream is past -
Oh, never call it loving! 


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