viernes, 29 de marzo de 2013

JESÚS GARDEA [9578]



Jesús Gardea
Jesús Gardea Rocha (Delicias, Chihuahua, México; 2 de julio de 1939 - 2 de marzo de 2000) fue un escritor mexicano.
Jesús Gardea Rocha nació el 2 de julio de 1939, hijo de Vicente Gardea V. y de Francisca Rocha, en Delicias, Chihuahua. Allí mismo realizó sus estudios primarios, en la Escuela Primaria No. 306, mientras que sus estudios secundarios los realizó en la escuela Benjamin N. Velasco en la ciudad de Querétaro, y el bachillerato en la Ciudad de México. Estudió y obtuvo su licenciatura en odontología en la Universidad Autónoma de Guadalajara, y ejerció esta profesión en Ciudad Juárez.1
Está considerado uno de los cuentistas más destacados de la literatura mexicana. Es autor del libro de poemas, Canciones para una sola cuerda (1982); de los libros de cuentos, Los viernes de Lautaro (1979), Septiembre y los otros días (Premio Xavier Villaurrutia, 1980),2 De alba sombría (1985), Las luces del mundo (1986), Difícil de atrapar (1995) y Donde el gimnasta (1999); y de las novelas, El sol que estas mirando (1981), La canción de las mulas muertas (1981), El tornavoz (1983), Soñar la guerra (1984), Los músicos y el fuego (1985), Sóbol (1985), El diablo en el ojo (1989), El agua de las esferas (1992), La ventana hundida (1992), Juegan los comensales (1998) y El biombo y los frutos (2001). En 1985 obtuvo el Premio Fuentes Mares otorgado por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Forjador de un lenguaje personal que logra una extraña combinación de poesía y violencia, Gardea crea un universo literario donde el ritmo de las cosas permite a los personajes mantener su desesperación a raya movidos por los recuerdos que empuja el viento.
Jesús Gardea fue descubierto como escritor por el poeta Jaime Labastida Ochoa, dentro del Encuentro de Escritores en Ciudad Juárez Labastida lo lleva a publicar "Los Viernes de Lautaro" (1979) en la Editorial Siglo XXI. Seis meses después firma contrato con Editorial Joaquín Mortiz, para publicar Septiembre y los otros días (cuentos, 1980), obra que le hace merecedor del Premio Xavier Villaurrutia, hecho que le convierte en el segundo chihuahuense en recibirlo. Obtiene también el Premio José Fuentes Mares de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, en su primera edición (1985), el cual rechazó.
Gardea también fue becario del Sistema Nacional de Creadores de Arte del CNCA, y recibió un homenaje nacional por su obra en diciembre de 1998. Publicó en más de diez antologías y sus obras fueron traducidas al inglés, francés y polaco. Al momento de morir Gardea tenía dos libros a punto de ser publicados: El biombo y los frutos y Casa de Anfibia, además de un manuscrito de novela.
Su obra aborda el cuento, la novela y la poesía, género —este último— en el que sólo publicó Canción para una sola cuerda, libro en el que desarrolla “una poesía minimalista, de versos breves pero intensos, en ocasiones amorosamente eróticos”.
Dentista de profesión, abandona dicha carrera para dedicarse al oficio de escritor, ámbito en el que obtuvo un rotundo éxito, pese a haber comenzado a escribir y a publicar a la edad de 40 años. Catedrático en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, Jesús Gardea participa en dos ocasiones dentro de las "Asambleas de Escritores Chihuahuenses" organizadas desde 1982 por Mario Arras, quien lo propone como candidato en el área de literatura para recibir el Premio Tomás Valles Vivar en su primera edición; premio que ganara en esa ocasión el filósofo Federico Ferro Gay.
Gardea pertenece al destacado grupo de artistas chihuahuenses nacidos en la década de los años 40´s (se incluye aunque naciera en 1939). El grupo se conforma por escritores como Victor Hugo Rascón Banda, Ignacio Solares, Joaquín Armando Chacón, José Vicente Anaya y Carlos Montemayor, y como escultor Sebastián; quienes mudaron su residencia a la Ciudad de México para buscar fama y fortuna. Jesús Gardea se mantuvo firme en su convicción de continuar viviendo en su estado natal.

Obras

Es autor del libro de poemas, Canciones para una sola cuerda (1982); de los libros de cuentos, Los viernes de Lautaro (1979), Septiembre y los otros días (Premio Xavier Villarrutia, 1980), De alba sombría (1985), Las luces del mundo (1986), Difícil de atrapar (1995) y Donde el gimnasta (1999); y de las novelas, El sol que estas mirando (1981), La canción de las mulas muertas (1981), El tornavoz (1983), Soñar la guerra (1984), Los músicos y el fuego (1985), Sóbol (1985), El diablo en el ojo (1989), El agua de las esferas (1992), La ventana hundida (1992), Juegan los comensales (1998) y El biombo y los frutos (2001).


JESÚS GARDEA, Poeta:


Jesús  Gardea (Delicias, Chihuahua, 1939-2000), mejor conocido por sus narraciones —cuentos y novelas cortas—, se atrevió a publicar en 1982 Canciones para una sola cuerda, un libro de poemas que ha quedado eclipsado por la amplia y deslumbrante calidad de su narrativa. Como en el caso de Saer los poemas que Gardea escribió fueron pocos. El libro incluye apenas setenta y cuatro, hasta ahora los únicos conocidos de él, ya que luego de ese libro Gardea no publicó más poesía, con la salvedad de que el resto de su obra es en realidad otra forma de escribirla.
Los poemas de Canciones para una sola cuerda son casi todos breves y de carácter más bien lírico. Plasman desde una acentuada voz personal, desde una reconocible subjetividad, una relación con lo real; proyectan una visión del mundo y de las cosas: 


“Soy hombre / de lentas / tardes // de tigres / que andan / solos // de canciones / en la oscura / lengua del mundo // de perfumes / encerrados / en la alta caja / de las lluvias”.


Los poemas de Gardea resultan interesantes por múltiples razones. Llama la atención que el lenguaje que el autor de Chihuahua utiliza para escribir poesía contrasta con el de su barroca narrativa por una reluciente transparencia, lo que no significa que no podamos identificarlo como suyo. Las imágenes de los poemas de Gardea, por lo mismo, son directas, sencillas. Son los gouaches de un pintor. Una ejecución rápida y efectiva que con mínimos elementos articula una totalidad: 


“Para ti / un girasol // los ríos / la plaza / sin viento // dos / tres palomas / y vida más alta”.


Al igual que en su prosa Gardea inventa vocablos como el “labiado” del siguiente poema: 



“El cuádruple / labiado / aguarda / otro envión // más / trigo // en / su / galería”. Afecta como en sus piezas de ficción la sintaxis, aunque de un modo más sutil: “Blanco añico / de sombras / en el pinar / quieto. // Terrestre / y azul / el camino / de los girasoles. / Las vagas nubes / sin aguaje / y sin velamen”.



Lo anterior acusa un proyecto literario de enorme congruencia y, hay que decirlo, poco común en la literatura de México. Salvo por la poesía de Gabriel Zaid no hay otra que se parezca a la de Gardea. Y esta relación con Zaid debe tomarse con pinzas, pues es superficial y probablemente lo único que comparten es la concisión. La singularidad de Gardea puede notarse también en la infrecuente claridad con que logró expresarse sobre su trabajo como escritor. En una entrevista de 1998 con Daniela Tarazona y Joan Puig dijo: “Siento que debe violentarse el lenguaje [...] No entiendo qué se pueda lograr sin ejercer esa violencia. Ahora, no lo consideren calculado, no es que lo haga así porque así conviene, sino porque hay algo que me indica que así debe ser. Alguna vez me preguntó una persona que no había entendido nada de una novela: «¿por qué así?»; a lo que contesté: «porque hay que obedecer». ¿A qué o por qué?, no lo sé. Pero hay que obedecer, quizás ahora se tiene que jugar así.”
La poesía de Jesús Gardea es directa y discreta, y además arriesgada. Escribió con precisión de relojero sobre asuntos en que otros han dado resbalones. Sus poemas eróticos son insinuantes, nunca vulgares: 


“Polvorín / la mano diestra / del rijoso // en los muslos / blancos // abiertos / como una flor / que va / a la / guerra”.


Como puede notarse, despliegan la dignidad del que ha sopesado a plenitud cada una de sus palabras.
Otro rasgo sobresaliente de esta poesía es su sensualidad, entendido esto en sentido amplio. Como he dicho anteriormente los poemas de Gardea son la huella de una relación con lo real que se da a partir de los sentidos. En esto se aleja de la árida abstracción de una buena parte de la poesía mexicana. El cuerpo siempre está presente y por lo tanto el poeta es, como en aquellas inolvidables líneas iniciales de “Alturas de Machu Pichu”, de Pablo Neruda, “una red abierta” que es atravesada por el universo entero.

Por José Luis Bobadilla





«El viento // con / furia / de voces // en la negra / jaula // se oye / por las / 
alamedas.»



«El viento // la luna // y las / hojas / que se / persiguen // en el sueño / de 
nuestros cuerpos.»




«Partido / en dos // el sol / es una / rama. // Partido / en tres // el sol / es casa / 
de viejos.»




«Come / su pan / entre barcos //bajo / el muelle // y también / de casa en casa // 
la Primavera.»




«Tigre / que busca / ocios de / herbívoro / no es / tigre // es agua.»


Jesús Gardea. Canciones para una sola cuerda. Colección La Abeja de la Colmena. 
México: Universidad Autónoma del Estado de Chihuahua, 1982.



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